En
su artículo titulado Lagunas mentales*, el gran biólogo evolutivo
Richard Dawkins, nos propone un juego fascinante que puede ayudarnos a entender
algunos conceptos no siempre fáciles de asimilar, como el gradualismo y la especiación.
Imagina
una cadena humana como las que muchas veces se forman para escenificar
protestas o reivindicaciones. En este caso se trata de una cadena muy especial,
porque estaría formada por todos tus antepasados resucitados y transportados al
presente con la magia de la imaginación. Cada eslabón de la cadena es una
generación. Tu padre (o tu madre, eso es indiferente), da la mano a su padre
(es decir, tu abuelo), y este se la da a tu bisabuela, y así sucesivamente.
Ya
sabes que los humanos somos simios
antropoides, el grupo en que se
encuadran con nosotros, chimpancés, gorilas, orangutanes y gibones.
Desaparecidas otras especies de homínidos
que nos precedieron como los neandertales
o los homos erectus, los chimpancés
son sin lugar a dudas la especie actual con la que nos une mayor parentesco. Las
pruebas moleculares sugieren que nuestro antepasado común con los chimpancés
vivió en África hace entre cinco y siete millones de años. Calculando por lo
alto (más cerca de siete que de cinco), para formar una cadena que terminase en
ese antepasado común, serían necesarias medio millón de generaciones. Parece
mucho, pero no creas que son tantas. Si cada integrante de la cadena ocupara un
metro, la cadena se extendería 500 kilómetros . Si colocas a tu madre (primer
eslabón de la cadena) en Barcelona, y sigues la carretera que lleva a Madrid,
encontrarás a tu (y nuestro) antepasado común con los chimpancés, entre
Calatayud y Guadalajara.
Sigamos
imaginando. Abrazas a tu madre y a tu abuela (las primeras de la fila), y
empiezas a caminar “hacia el pasado”. Las personas que encuentres al dar los
primeros pasos, seguramente tendrán un aire familiar, se parecerán a ti. Puede
que las recuerdes por fotografías o retratos familiares. Cuanto más te alejes, más
variados serán los personajes. Si los imaginas vestidos, tal como dicta el
decoro, será como asistir a un desfile de modelos cada vez más antiguos y
estrafalarios. Pero no solo variarán los trajes, quizá te encuentres con alguna
sorpresa racial, y por muy blanquito o blanquita que tu seas, puedes descubrir
que algún bizarro conquistador de las Américas tuvo una aventura con su
Pocahontas. Si es así, a partir de ella encontrarás una larga sucesión de tipos
indígenas (o negros africanos o polinesios o lo que sea, según a dónde viajara
aquel donjuán). Piensa que en ese punto, si calculamos cuatro generaciones por
siglo, no te habrás alejado mucho de mamá y la abuelita. Podrás seguir
comentando con ellas lo feo que era este o lo mal que vestía aquella…
Cuanto
más camines hacia el pasado, tanto más extraños y variopintos te parecerán tus
antepasados. Muy pronto no serás capaz de entenderte con ellos, porque hablarán
lenguajes primitivos y ya olvidados, y a poco que camines llegarás al paleolítico. Ten en cuenta que la época
“civilizada” representa una minúscula porción de la historia humana. La hilera
de tipos primitivos te parecerá interminable. Seguramente te cansarás de ir a
pié y aceptarás seguir en un vehículo. En cualquier caso, si te detienes antes
de abandonar la provincia de Barcelona, y tomas a un (o a una) cavernícola al
azar, no dudes que podría cruzarse
con una persona actual del sexo opuesto y
tener descendencia fértil. Esa es básicamente la definición de especie.
Cualquier individuo de los primeros, digamos, veinte o treinta kilómetros, es
genéticamente similar a nosotros. Es de nuestra misma especie y nosotros de la
suya.
Avanzando
más allá, llegarás al punto en que los homínidos de esa parte de la cadena ya no podrían cruzarse con personas
actuales. Serían de una especie anterior y distinta. Es difícil precisar si esto
ocurriría a 50, a
80 o a 100 kilómetros
del comienzo. En cualquier caso, los cambios serán graduales. Si escoges un
grupo numeroso de individuos de la misma porción de la cadena, todos te
parecerán similares entre sí, y por supuesto lo serán genéticamente. Será
necesario tomar individuos muy distantes en la cadena para apreciar
diferencias. En eso consiste el gradualismo. En cuanto a la especiación,
es decir, la aparición de una nueva
especie, no se produce jamás de forma súbita. El salto genético sólo puede tener lugar a una considerable distancia
en el tiempo, y casi siempre está motivado por una larga separación geográfica de dos estirpes provenientes de un mismo
ancestro.
Has
llegado por fin a las cercanías de Sigüenza (aconsejo a los amigos extranjeros
que consulten un mapa de España), y al final de la cadena encuentras al
antepasado que compartimos con los chimpancés. No sabemos con exactitud qué
aspecto tendría. Como los humanos somos unos simios antropoides muy raros (sin pelo, erguidos y con la cabeza
grande), es lícito suponer que el ancestro común se parecía más a los
chimpancés que a nosotros. Al menos los fósiles que se han postulado como
posibles candidatos, tienen más pinta de monos que de humanos, pero hasta que
no se invente la máquina del tiempo, no podemos dar nada por sentado.
Si
no te has fatigado demasiado con el viaje, aún podrías seguir adelante (mejor
dicho, atrás). Pasando Madrid, carretera de Extremadura, encontrarías en
Badajoz al ancestro que nosotros y los chimpancés compartimos con los gorilas,
y en Lisboa o tal vez ya en el Atlántico, pero sin abandonar las aguas
territoriales lusas, divisarías al antepasado que las tres especies tenemos en
común con los orangutanes. Haz el favor de lanzarle un salvavidas, porque no
parece muy buen nadador.
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*Incluido en el recopilatorio El capellán del diablo. Gedisa. Barcelona 2008.
Si
tus padres no han tenido hijos, es muy probable que tú tampoco los tengas.
George Bush.
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