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martes, 21 de octubre de 2025

ORIENTE Y OCCIDENTE. LA FRACTURA DE LA IGLESIA

 


Ya desde el siglo IV, con la división del Imperio entre Oriente y Occidente, comenzó a fraguarse la que sería ruptura definitiva, no sólo del propio Imperio, sino también de la Iglesia que en ambos casos se había hecho inseparable del poder político. Aunque nominalmente los emperadores bizantinos (basileus) seguían siéndolo del conjunto del Imperio, manteniendo en Rávena una especie de delegación o sucursal con un exarca o virrey, lo cierto es que en Roma, en Italia y en todo occidente gobernaban los godos ya fueran ostrogodos, lombardos, visigodos, suevos, vándalos o francos, según los diferentes territorios.

Las diferencias que fueron preparando la definitiva separación, fueron muchas y muy diversas, pero si hubiera que subrayar las principales, acaso tres de ellas destacan de forma especial:


El tipo fue proclamado en 648 en Bizancio por el emperador Constante II, también conocido como Constante Pogonatos (el Barbudo). Según Montanelli y Gervaso, era un hombre escéptico, avasallador y extraño. Le gustaba mandar. Nunca iba a la iglesia y detestaba a los monjes que infestaban el Imperio y lo corrompían. Sólo en Bizancio había cerca de diez mil. Vivían de limosnas y guardaban en los conventos las reliquias de los santos y de los mártires que el pueblo sencillo y crédulo veneraba como milagrosos talismanes. Eran pendencieros, intrigantes y depravados. Fomentaban desórdenes y urdían conjuras. Se les recibía en la corte con todos los honores, sobre todo por parte de las emperatrices, de las que a veces eran confesores y a menudo amantes. El basileus los protegía y el patriarca los temía. Con el tipo, Constante se hizo la ilusión de que los constreñía de nuevo a la cura de almas y ponía fin a las interminables disputas que desencadenaban y que habían terminado por contagiar también al clero secular. El tipo contenía sanciones contra los que no se amoldaran. El transgresor, en caso de tratarse de un obispo, era depuesto; si era seglar, se le expulsaba; si era noble se le castigaba con la confiscación de todos sus bienes, que pasaban a las arcas del Estado. El patriarca constantinopolitano ratificó el decreto y lo hizo ejecutivo.

En Italia y el resto de occidente desencadenó una tormenta de protestas. El papa Martín convocó en Letrán un concilio de doscientos obispos que excomulgó al patriarca. No se atrevieron a excomulgar también al emperador, pero definitivamente en occidente el tipo jamás fue aceptado.


El iconoclasmo recrudeció la crisis iniciada por el tipo. El edicto contra el culto a las imágenes fue promulgado por el emperador León III en 726. Era un pastor de ovejas que se ganó el favor de su antecesor Justiniano II, y ascendió en el ejército hasta llegar a proclamarse emperador. Ordenó la destrucción de todas las imágenes sagradas acaso influido por el judaísmo o por el recién nacido Islam como quieren otros, siguiendo en todo caso al pie de la letra lo escrito en el Antiguo Testamento contra la idolatría. En 730 el mismo León III proclamó ante el Senado, traidor a la patria a quien adorara imágenes.

Mientras tanto, en occidente proliferaban las imágenes que en relieves y frescos, reproducían cristos, vírgenes, santos y episodios evangélicos. El papa Gregorio convocó un concilio en Roma que excomulgó al emperador y dispensó a los romanos de pagarle tributos.


La tercera diferencia, quizá la más importante, era la lengua. Occidente continuó fiel al latín, mientras que en el área bizantina se impuso el griego. En 653, el emperador Constante II, indignado por la oposición romana a aceptar el tipo, encargó a Kaliopas, el exarca de Rávena, prender al papa Martín y llevarlo a Constantinopla para ser juzgado. Allí fue condenado a muerte, y un detalle trascendente durante el juicio fue que Martín ignoraba el griego y sus acusadores el latín, con lo que resultó imposible entenderse. Dos siglos antes, san Agustín de Hipona, padre de la Iglesia y universalmente considerado como un sabio, también ignoraba el griego. Si ni siquiera las personas más cultas de uno y otro extremo del Mediterráneo eran capaces de comunicarse eficazmente, considérese que para el pueblo llano resultaba del todo imposible el entendimiento.

La definitiva ruptura entre Bizancio y Roma no se consumó oficialmente hasta el año 1000, pero está claro que venía fraguándose desde varios siglos antes.

-¿Quién es usted para juzgarme?

-Soy el juez titular de este juzgado.

-Hombreee, haber empezao por ahí…


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