Ya
desde el siglo IV, con la división del Imperio entre Oriente y Occidente,
comenzó a fraguarse la que sería ruptura definitiva, no sólo del propio
Imperio, sino también de la Iglesia que en ambos casos se había hecho
inseparable del poder político. Aunque nominalmente los emperadores bizantinos
(basileus) seguían siéndolo del
conjunto del Imperio, manteniendo en Rávena una especie de delegación o
sucursal con un exarca o virrey, lo cierto es que en Roma, en Italia y en todo
occidente gobernaban los godos ya fueran ostrogodos, lombardos, visigodos,
suevos, vándalos o francos, según los diferentes territorios.
Las
diferencias que fueron preparando la definitiva separación, fueron muchas y muy
diversas, pero si hubiera que subrayar las principales, acaso tres de ellas
destacan de forma especial:
El
tipo fue proclamado en 648 en Bizancio por
el emperador Constante II, también conocido como Constante Pogonatos (el
Barbudo). Según Montanelli y Gervaso, era un hombre escéptico, avasallador y
extraño. Le gustaba mandar. Nunca iba a la iglesia y detestaba a los monjes que
infestaban el Imperio y lo corrompían. Sólo en Bizancio había cerca de diez
mil. Vivían de limosnas y guardaban en los conventos las reliquias de los
santos y de los mártires que el pueblo sencillo y crédulo veneraba como
milagrosos talismanes. Eran pendencieros, intrigantes y depravados. Fomentaban
desórdenes y urdían conjuras. Se les recibía en la corte con todos los honores,
sobre todo por parte de las emperatrices, de las que a veces eran confesores y
a menudo amantes. El basileus los
protegía y el patriarca los temía. Con el tipo,
Constante se hizo la ilusión de que los constreñía de nuevo a la cura de almas
y ponía fin a las interminables disputas que desencadenaban y que habían
terminado por contagiar también al clero secular. El tipo contenía sanciones contra los que no se amoldaran. El
transgresor, en caso de tratarse de un obispo, era depuesto; si era seglar, se
le expulsaba; si era noble se le castigaba con la confiscación de todos sus
bienes, que pasaban a las arcas del Estado. El patriarca constantinopolitano
ratificó el decreto y lo hizo ejecutivo.
En
Italia y el resto de occidente desencadenó una tormenta de protestas. El papa
Martín convocó en Letrán un concilio de doscientos obispos que excomulgó al
patriarca. No se atrevieron a excomulgar también al emperador, pero
definitivamente en occidente el tipo
jamás fue aceptado.
El
iconoclasmo recrudeció la crisis iniciada
por el tipo. El edicto contra el
culto a las imágenes fue promulgado por el emperador León III en 726. Era un
pastor de ovejas que se ganó el favor de su antecesor Justiniano II, y ascendió
en el ejército hasta llegar a proclamarse emperador. Ordenó la destrucción de todas
las imágenes sagradas acaso influido por el judaísmo o por el recién nacido Islam
como quieren otros, siguiendo en todo caso al pie de la letra lo escrito en el
Antiguo Testamento contra la idolatría. En 730 el mismo León III proclamó ante
el Senado, traidor a la patria a quien adorara imágenes.
Mientras
tanto, en occidente proliferaban las imágenes que en relieves y frescos,
reproducían cristos, vírgenes, santos y episodios evangélicos. El papa Gregorio
convocó un concilio en Roma que excomulgó al emperador y dispensó a los romanos
de pagarle tributos.
La
tercera diferencia, quizá la más importante, era la lengua.
Occidente continuó fiel al latín, mientras que en el área bizantina se impuso
el griego. En 653, el emperador Constante II, indignado por la oposición romana
a aceptar el tipo, encargó a
Kaliopas, el exarca de Rávena, prender al papa Martín y llevarlo a
Constantinopla para ser juzgado. Allí fue condenado a muerte, y un detalle
trascendente durante el juicio fue que Martín ignoraba el griego y sus
acusadores el latín, con lo que resultó imposible entenderse. Dos siglos antes,
san Agustín de Hipona, padre de la Iglesia y universalmente considerado como un
sabio, también ignoraba el griego. Si ni siquiera las personas más cultas de
uno y otro extremo del Mediterráneo eran capaces de comunicarse eficazmente,
considérese que para el pueblo llano resultaba del todo imposible el
entendimiento.
La definitiva ruptura entre Bizancio y Roma no se consumó oficialmente hasta el año 1000, pero está claro que venía fraguándose desde varios siglos antes.
-¿Quién
es usted para juzgarme?
-Soy
el juez titular de este juzgado.
-Hombreee,
haber empezao por ahí…



No hay comentarios:
Publicar un comentario