La
profunda crisis que en el siglo XIV se cebó con los reinos cristianos
peninsulares, y con los del resto de Europa, también afectó de forma muy
acusada a la Iglesia y al estamento religioso. No hay que perder de vista la
enorme influencia que ejercía la Iglesia en lo social, lo político y lo
económico. Así pues, la Iglesia en el siglo XIV no atravesó precisamente su
mejor momento. Muchos prelados, obispos y abades estaban más interesados en las
cuestiones políticas que en las propiamente religiosas. De hecho, la mayoría de
ellos formaban parte de las grandes familias de la nobleza, siendo sus cargos
religiosos simples atributos extras de su poder terrenal.
También
dejaba mucho que desear la formación religiosa del clero. En 1325, el arzobispo
de Segovia, Pedro Cuéllar, redactó un Catecismo
en romance castellano, porque la inmensa mayoría de los clérigos ignoraba el
latín. Recuérdense los versos de Berceo en su Clérigo ignorante:
Era un simple clérigo pobre en sabiduría,
su misa a Santa María
decía cada día,
no sabía decir otra,
siempre la repetía,
más la sabía por uso que
por sabiduría.
Casi todos los hombres de Iglesia incumplían el tercer voto, el de castidad. Sus amantes, más conocidas como barraganas, proliferaban por doquier. Incluso el interior de los monasterios era escenario de excesos de toda índole. Aquella relajación de las costumbres del clero, se reflejaba en las gentes del pueblo llano, cada vez más inclinadas a las supersticiones. Con el ánimo de reformar esas costumbres tanto en los dirigentes como en los fieles, in capite et in membris, surgió en 1373 la nueva orden de los jerónimos, cuya primera fundación se instaló en el monasterio de Lupiana. Otro tanto hicieron los benedictinos, orden ya muy arraigada, que en 1390 patrocinó también la reforma moral desde su monasterio de Valladolid. Pedro Tenorio, el arzobispo de Toledo, se empeñó en la misma causa. Los frutos de aquellas reformas fueron ciertamente dispares. Mientras que los frailes benitos perseveraron en sus propósitos moralizantes, convirtiéndose en los siglos posteriores en firmes puntales de la Inquisición, los jerónimos sin embargo, se convertirían en refugio de herejes de toda laya como se acreditó en numerosas causas abiertas contra ellos.
Para
complicar todavía más el panorama eclesiástico peninsular, en 1378 estalló el
Cisma de Occidente que dividió a la cristiandad en toda Europa. Los reinos
hispánicos se situaron en un principio al lado del pontífice de Avignon. La
situación se complicó aún más con la elección del papa Luna, Benedicto XIII.
Comenzó a aclararse tras el Concilio de Constanza en 1414, y no se resolvió
definitivamente hasta la muerte del papa aragonés, enrocado en Peñíscola, en
1423.
Las
primeras universidades, también muy ligadas a la Iglesia, se fundaron en el
siglo XIV. Lérida en 1300, Valladolid en 1346, Perpiñán en 1349, Huesca en
1354… En el terreno literario e intelectual de esa época, cabe destacar en la
Corona de Aragón al catalán Ramón Muntaner, al aragonés Juan Fernández de
Heredia o al valenciano Francesc Eiximineis, y en Castilla a Don Juan Manuel,
el canciller López de Ayala o el arcipreste de Hita.
Hoy
en día la fidelidad sólo se encuentra en los equipos de sonido. Woody Allen.
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