En
nuestro universo físico gran parte de los fenómenos energéticos se comportan
como ondas. Tomemos simplemente como ejemplos los muy conocidos del sonido y de
la luz. La distancia que recorre una onda con determinada frecuencia fija
durante un periodo determinado, se conoce como longitud
de onda. En el caso de las ondas sonoras, distinguimos los
diferentes sonidos por sus frecuencias, más graves o más agudas, pero también
podríamos hacerlo en base a sus diferentes longitudes de onda. Imaginemos una
larga cuerda tendida horizontalmente, a la que mediante una brusca sacudida en
uno de sus extremos, le comunicamos un movimiento vertical que se propaga a lo
largo de la cuerda. Si consiguiéramos que dicho movimiento fuera regular,
podríamos dibujar un esquema en el que algunos puntos de la cuerda se elevan
mientras otros descienden. La distancia que separa dos puntos consecutivos con
el vector en la misma posición, es la longitud
de onda, que suele indicarse con la letra griega l.
La longitud de onda también se llama periodo, y su relación con la
frecuencia (f) determina la velocidad
de la emisión.
Tomando
como referencia la longitud de onda, podemos clasificar las ondas
electromagnéticas en varios tipos diferentes:
Las
ondas de radio
corresponden a longitudes de onda superiores a un centímetro. Se trata
de una zona de frecuencias muy importante en cualquiera de las aplicaciones
tecnológicas más habituales. Concretamente, el rango de longitud de onda de
alrededor de 10 centímetros está sobrecargado de cosas tan familiares como
teléfonos móviles, Wi-Fi, hornos de microondas… Y por supuesto, la propia
radio, ondas con las que convivimos a diario.
Descendiendo
en la escala, están las longitudes de onda infrarrojas,
llamadas así porque en la escala lumínica su espectro queda por debajo del
color rojo. Se sitúan entre 0,8 y 500 micrómetros (10-6 m). Como
cualquier cuerpo caliente, nuestros propios cuerpos emiten radiaciones
infrarrojas con longitudes de onda cercanas a 10 micrómetros. Mediante cámaras
especiales puede capturarse la imagen de estas radiaciones térmicas. Se
utilizan para localizar personas o animales en la oscuridad. Las señales de los
mandos a distancia emiten también una luz infrarroja.
El
llamado intervalo visible va de 400 a 700 nanómetros (10-9 m).
El sol emite radiación visible con la máxima potencia en esta zona de longitud
de onda. La evolución natural de nuestra especie ha equiparado la máxima
sensibilidad de la retina humana a la máxima emisión del espectro solar.
Entre
los 10 y 400 nanómetros encontramos la luz ultravioleta (más allá del violeta en el espectro). Son ondas
capaces de causar quemaduras solares o de romper moléculas mucho más
eficazmente que la luz visible, porque son mucho más energéticas.
En
longitudes de onda inferiores, de entre 10-10 y 10-11 m,
se encuentran los rayos X que se utilizan en las radiografías
convencionales. Nuestros huesos detienen estas ondas, pero no las estructuras
más blandas, por lo que resultan idóneos para detectar lesiones óseas. Todavía
por debajo están los rayos gamma (g), generados por procedimientos nucleares, y
característicos de las emisiones radiactivas. Su descubrimiento y clasificación
junto a las radiaciones alfa (a) y beta (b)
se debe al genio científico de Ernest Rutherford.
Lo
malo de llegar el primero a las citas es que nunca hay nadie para apreciarlo.
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