Para
el cine español, lo mismo que para las demás manifestaciones culturales, la
dictadura franquista constituyó un golpe mortal. Antes de la guerra, aunque no
llegó a existir en España nada parecido a una verdadera industria
cinematográfica, se habían producido un puñado de filmes prometedores desde el
punto de vista artístico. Pioneros notables durante la etapa muda, los
experimentos surrealistas de Buñuel, las comedias de Neville o los melodramas
de Florián Rey, son sólo algunos ejemplos de lo que pudo haber sido y jamás
pudo ser, una cinematografía genuinamente española desarrollada en libertad.
En
los primeros años de la posguerra, la férrea censura impuesta por el bando
vencedor, dio sólo cabida a cintas con fuerte contenido propagandístico que o
bien recreaban episodios históricos con una histriónica Aurora Bautista en Locura de amor o en Agustina de Aragón (¡Nunca
entraréis en Zaragoza!), o bien descendían al folklorismo chusco de Morena Clara o de Nobleza baturra, o bien ya sin el menor disimulo, ensalzaban los
valores del franquismo como en el caso de Raza,
cuyo guión se atribuye al mismo Franco que lo firmó con el seudónimo de Jaime
de Andrade. Destacan en esa primera etapa nombres como José Luis Sáenz de
Heredia, Juan de Orduña o Rafael Gil.
La proyección de aquellas primeras películas junto a otras producciones americanas convenientemente censuradas si hacía falta, y meticulosamente dobladas al castellano (se impuso por ley la obligación del doblaje), impulsó a los españoles, ávidos de algún entretenimiento en ese tiempo terrible, a llenar las salas de cine que se abrieron en pueblos y ciudades. Antes de cada película se proyectaba el NO-DO, noticiario patriótico que ensalzaba la figura del caudillo y presentaba una falsa imagen de progreso y felicidad, y a continuación los espectadores se deleitaban con filmes como los citados arriba. Abundaron también los melodramas de carácter religioso como La mies es mucha, Balarrasa, Molokai, La hermana San Sulpicio, Marcelino pan y vino… Eran tantas las películas de moralina que hasta dieron para un festival cinematográfico, el de Valladolid, que en esos años se dedicó a ensalzar los valores morales y religiosos.
Los
grandes éxitos de taquilla los protagonizaron primero las artistas folklóricas:
Estrellita Castro, Imperio Argentina, Lola Flores, Sarita Montiel, Juanita
Reina, Carmen Sevilla…, y después los niños y niñas prodigio: Pablito Calvo,
Joselito, Pili y Mili, Marisol, Rocío Dúrcal… Eran tiempos ya de una incipiente
y hasta por momentos floreciente, industria. Los viejos estudios Chamartín
acogieron a la productora Cifesa. Aquello daba dinero, mucho dinero. Comedias
con los Ozores, José Luis y Antonio actuando y Mariano dirigiendo, con Paco
Martínez Soria y sus cestas de pollos, con Alberto Closas, con Tony Leblanc y
Conchita Velasco…
También hubo calidad. Cintas como Surcos de Nieves Conde, El pisito y El cochecito de Marco Ferreri, un neorrealista italiano emigrado al Madrid de los cincuenta, Calle Mayor o Muerte de un ciclista de Bardem… Y por supuesto, Berlanga: Plácido, El verdugo, Bienvenido Mr. Marshall, todas imprescindibles para entender la España de su tiempo. Los jueves, milagro, pequeños o grandes milagros que acaso sin saber muy bien cómo lo hicieron, burlaron la feroz censura y colocaron a la sociedad española frente al espejo de sus más íntimas miserias. Surgen intérpretes excepcionales como José Isbert, como Casen, como López Vázquez…
Sobresale
el talento de Rafael Azcona, magnífico humorista y escritor un poco vago, que
según confesión propia, encuentra en el guión cinematográfico el vehículo ideal para contar historias sin
necesidad de alargarse a la extensión de una novela, ni de arriesgarse a
penetrar el hostil territorio literario.
Ya en el tardofranquismo aparece la tercera vía: Forqué, Lazaga, Dibildos, comedias y melodramas con proyección comercial y en ocasiones no carentes por completo de calidad. Mención especialísima merece la figura de Fernando Fernán Gómez, un nombre transversal de nuestro cine cuya carrera abarca los dos últimos tercios del siglo XX, un talento poliédrico e inagotable. Ya entrados los sesenta surge el fenómeno del landismo. Alfredo Landa, claro, pero no sólo él: Gracita Morales, Sazatornil, Mónica Randall, Laly Soldevilla… Y avanzada la década o ya en los setenta triunfa el destape. En las portadas de los diarios aparece el dictador amortajado en su ataúd, mientras las carteleras de los cines y las portadas de las revistas rebosan de desnudos de Nadiuska y de Ágata Lys. Ya lo veis, todo muy español y muy chabacano.
Haced clic en el enlace de aquí abajo para visionar un breve video que evoca las viejas películas españolas.
https://www.youtube.com/watch?v=szOTGWTgEm
Próxima entrega: La caza de brujas
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