Existen
pocas dudas acerca de que el cerebro es el mayor órgano sexual. Desde antiguo,
sabemos intuitivamente que fenómenos como las preferencias sexuales, la
excitación y hasta el mismo orgasmo, dependen en gran medida de la mente, son
en ocasiones más mentales que orgánicos. Faltaba tener la confirmación de esta
sospecha, y la confirmación ha llegado al fin gracias a modernas técnicas como
la tomografía o la resonancia magnética, y a científicos como Barry Komisaruk,
un pionero en el estudio del papel del cerebro en el sexo.
Komisaruk
comenzó en los años sesenta estimulando ratas de laboratorio. Se había
comprobado que las hembras de rata eran capaces de experimentar pseudoembarazos
o embarazos psicológicos, igual que algunas mujeres. Estimulando vaginalmente a
ratas, estudió qué hormonas segregaban por el mero hecho de ser penetradas, así
como su actividad neuronal en el hipocampo o el hipotálamo cerebrales, para
entender la relación entre actividad sensorial, hormonal y neuronal.
Observó
que las ratas permanecían en lordosis (posición que favorece la penetración)
aun cuando no se encontraran en periodo de ovulación, por lo que su primera
conclusión fue que no sólo las hormonas influían en el comportamiento, sino que
los estímulos mecánicos sensoriales también eran capaces de inducir una
reacción hormonal y neurológica. Se asombró también de que durante el falso
coito se abolieran en gran medida los estímulos dolorosos, por lo que enfocó su
estudio hacia el campo de la analgesia.
En
una segunda fase, los experimentos con mujeres mostraron que el umbral del
dolor ascendía significativamente mientras estaban siendo estimuladas. Mientras
las voluntarias se estimulaban vaginalmente, unas pinzas les apretaban un dedo
con diferentes grados de intensidad. Cuanto más se aproximaba el orgasmo, mayor
grado de resistencia al dolor presentaban. Además quedó claro que la
resistencia se producía exclusivamente a los estímulos dolorosos, siendo
invariables los estímulos al tacto, la presión, el frío o el calor.
Experimentando
más tarde con mujeres que padecían diversos grados de lesión medular, comprobó
que se producía el mismo efecto. Para sorpresa de Komisaruk, incluso aquellas
mujeres con lesiones medulares altas, experimentaban también una
significativamente mayor resistencia al dolor. No sólo eso, sino que la
penetración vaginal profunda en mujeres con lesión medular completa producía en
ellas una excitación sexual que no habían experimentado desde su accidente, e
incluso sensaciones muy próximas al orgasmo. Análisis de la actividad cerebral
mediante escáner, demostraron que la estimulación de clítoris, vagina o cuello
uterino, proyectaban señales en diferentes zonas de la corteza sensorial.
Clítoris, vagina y cérvix activan zonas
específicas del cerebro que corresponden a señales de los nervios pudendo,
pélvico, hipogástrico y vago. Siempre se había pensado que estos dos últimos, y
sobre todo el vago, no intervenían en modo alguno en la respuesta a estímulos
sexuales, por lo que el descubrimiento constituyó una sorpresa mayúscula. Las
zonas cerebrales más intensamente implicadas parecen ser la corteza sensorial,
el tálamo, la amígdala, el hipocampo y finalmente el hipotálamo, cuya actividad
literalmente estalla en el momento de producirse el orgasmo.
Las
investigaciones mediante escáneres cerebrales han abierto un nuevo campo
experimental que podría desde ayudar, como ya hemos dicho, a pacientes con
lesiones medulares, hasta tratar problemas de anorgasmia o profundizar en el
campo de las fantasías sexuales y el papel de la estimulación cerebral. El
profe Bigotini que, a pesar de su edad provecta, permanece siempre abierto a
estas estimulantes novedades, aplaudiría con las orejas si no fuera porque se
lo impide su enorme nariz. Le recomendamos un escáner nasal, pero no parece
acoger la idea con demasiado entusiasmo.
Desde
que me apunté a natación, estoy consiguiendo beber los dos litros de agua que
aconsejan los médicos.
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