Esa
vieja pero mil veces renovada utopía de que América es el país de
las oportunidades, se cumplió con creces en el caso de Mervyn
LeRoy, un chico judío y listo que, empezando desde lo
más bajo, llegó a instalarse en la cima de aquel Hollywood de casi
inalcanzables cumbres en su edad dorada. De muchacho vendió
periódicos, cantó en tugurios, y en la industria del cine comenzó
barriendo los platós, para acabar dirigiendo o produciendo casi un
centenar de películas, algunos de los filmes más exitosos de la
Warner o la MGM.
Se
desenvolvió con idéntica soltura en la comedia, el drama, el
musical, el género negro o el cine bélico. Dirigió a las
principales estrellas a lo largo de cuatro décadas, y a él se deben
descubrimientos tan importantes como los de Lana Turner, Robert
Mitchum o hasta el del mismísimo Clark Gable, todavía en la etapa
muda. Incluso se atrevió con un peplum del calibre de Quo
Vadis, donde no faltaban romanos en minifalda, leones,
cristianos ni el emperador Nerón tocando la lira. Los historiadores
se rasgaron las vestiduras al contemplar en cinemascope tanto
anacronismo junto, pero no importó, porque los cines se llenaron a
rebosar, la película batió todos los registros de recaudación, y
por si fuera poco, hizo llorar a medio planeta que emocionado, veía
incendiarse Roma, y hasta crucificar a San Pedro.
Como
homenaje al gigantesco hombre de cine que fue Mervyn LeRoy, os
brindamos el enlace para un montaje de música e imágenes sobre
Waterloo Bridge, melodrama
protagonizado por Vivien Leigh y Robert Taylor, que dirigió nuestro
hombre para la Metro en 1940. De fondo, nada menos que la voz de
Barbra Streisand, así que clic en la
carátula y a disfrutar.
Próxima
entrega: Rosalind Russell
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