Es
indudable que cualquier avance tecnológico resulta positivo, pero lo
cierto es que hay algunos que además son claves para el desarrollo
de la humanidad: el dominio del fuego, la cerámica, la rueda, la
escritura… Entre estos hallazgos capaces de cambiar el curso de la
historia, debe situarse sin duda la invención
de la imprenta.
La posibilidad de reproducir textos sin la molestia y la enorme
dificultad de la paciente copia de los amanuenses, hizo que en pocas
décadas el libro dejara de ser un artículo de lujo reservado a una
reducida elite, para convertirse en un bien asequible a capas de la
población crecientemente más amplias. La cultura y las ciencias
experimentaron con la imprenta un desarrollo exponencial. El progreso
dio un paso de gigante.
Aunque
parece existir algún remoto antecedente en tierras orientales (más
cercano a la xilografía que a la imprenta propiamente dicha), la
invención de la imprenta tal como la conocemos en occidente, se debe
a Johannes
Gutenberg, un
alemán nacido en Maguncia en 1398. Adoptó el apellido Gutenberg del
topónimo por el que se conocía el caserío en que nació (zum
Gutenberg), ya que su
apellido original (Gensfleisch, que significa carne
de ganso) le resultaba un
poco vergonzante. Johannes estudió en la Universidad de Erfurt, pero
tuvo que ganarse la vida con sus manos, y pronto destacó como
herrero y orfebre. En 1434 se estableció como platero en
Estrasburgo, donde existen indicios de que ya intentó poner en
marcha su original idea. Sin embargo, fue años más tarde en su
Maguncia natal, donde obtuvo un préstamo para construir su prensa.
En 1449 publicó el primer volumen tipográfico de la Historia: el
Misal de Constanza,
aunque recientes investigaciones parecen ponerlo en duda.
Lo
que resulta seguro es la edición de su célebre Biblia de 42 líneas,
más conocida como Biblia
de Gutenberg,
que se produjo entre 1452 y 1455, sin que pudiera ser publicada hasta
1456. Desgraciadamente Gutenberg, incapaz de hacer frente a las
enormes deudas generadas por los préstamos a los que tuvo que
recurrir, quedó completamente arruinado. También su salud se
resintió notablemente, y finalmente falleció en 1468, pobre y solo,
como tantos otros grandes hombres. Se quedaron con su imprenta el
banquero Johann Fust y Peter Schöffer, el yerno del inventor, que en
los años sucesivos editaron otras obras como El
Psalmorum Codex
o Salterio.
Los
ejemplares impresos en esta primera época con la técnica original
de Gutenberg, se conocen como incunables,
si bien el término se suele hacer extensivo prácticamente a todas
las publicaciones datadas en el siglo XV. Se atribuyen también a
nuestro hombre obras como una Gramática
Latina, un Calendario
y el Catholicon.
En las décadas que siguieron a la obra de Gutenberg fueron
diversificándose y perfeccionándose tanto los tipos móviles, como
la misma maquinaria de las prensas, por lo que la técnica impresora
se desarrolló de una forma espectacular.
La
invención de la imprenta fue sin duda un avance crucial. No solo por
el incremento de las publicaciones, sino también por la garantía de
fidelidad al original que proporciona esta técnica. Téngase en
cuenta que, contra lo que suele suponerse, muchos de los monjes
copistas no sabían leer. Se limitaban a reproducir los caracteres de
una forma mecánica, lo que resultaba muy conveniente para mantener
oculta determinada información relativa a teología o a sexo, por
ejemplo. Por otra parte, los copistas que si sabían leer, incurrían
a menudo en alteraciones interesadas de los textos. Alguna
institución cultural ha señalado a Johannes Gutenberg como el
hombre más influyente del milenio pasado. Desde el blog de Bigotini
nos sumamos y aplaudimos la iniciativa.
No
existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y
decirlo. Oscar Wilde.
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