Geógrafo,
geómetra, matemático, químico, astrónomo o astrólogo (en su
tiempo astronomía y astrología eran una misma cosa), Claudio
Ptolomeo,
conocido entre sus contemporáneos como Kaudios Ptolemaios
,
entre la romanidad como Claudius Ptolomaeus, y en el ámbito
hispánico como Tolomeo a secas, fue uno de los hombres más sabios
de la antigüedad, y sobre todo un infatigable recopilador de
conocimientos, hasta el punto de poder ser considerado como el primer
enciclopedista, diecisiete siglos antes de que Diderot y D’Alambert
publicaran su Enciclopedia.
Nació
en Ptolemaida (de ahí su gentilicio) hacia el año 100, en que
concluía el primer siglo de nuestra era. La mayor parte de su vida
pública transcurrió en Egipto durante el reinado de los emperadores
Adriano y Antonino Pío. Su lugar de trabajo, como el de tantos otros
sabios de su tiempo, fue la Biblioteca de Alejandría, famoso templo
del conocimiento y egregio monumento a la razón que, como no podía
ser de otro modo, acabó siendo pasto de las llamas a mayor gloria de
la sinrazón y la barbarie.
Al
parecer sólo abandonaba la Biblioteca para trasladarse al lugar de
sus observaciones astronómicas, que según la tradición, era el
templo de Serapis Cannopus, situado en el arrabal alejandrino. Su
principal trabajo fue la Sintaxis
matemática,
ingente obra en trece volúmenes, que influyó notablemente tanto en
la ciencia occidental como en la astronomía árabe, no siendo
superadas sus observaciones hasta el Renacimiento.
La magnitud de esta obra de Ptolomeo hizo que sus contemporáneos le
otorgaran el epíteto de megalé
(grande, extensa), al que más tarde una legión de seguidores
sumaron el de megisté
(la más grande, la máxima). En 827 el califa Al-Mamun la hizo
traducir al árabe, y del nombre al-Magisti,
procede el título de Almagesto
que le damos en occidente, desde la primera traducción del árabe al
latín realizada en la Escuela de Traductores de Toledo en 1175.
Claudio
Ptolomeo establece un modelo del universo geocéntrico, por lo tanto
erróneo. Hasta Copérnico, quince siglos después, prevaleció la
visión ptolemáica que, pese a partir de una base equivocada,
satisface a la perfección los ciclos estacionales y astronómicos,
sitúa con admirable precisión planetas y constelaciones en el cielo
visible, y se ajusta perfectamente a los fenómenos climatológicos y
lunares. La naturaleza práctica de sus observaciones y datos, fue
precisamente la causa de que el heliocentrismo tardara tanto tiempo
en ser aceptado por buena parte de la comunidad científica. En su
otra gran obra, Geographia,
Tolomeo describió la totalidad del mundo conocido en su época. A
pesar de los naturales errores en cuanto a distancias y proporciones,
su geografía y los distintos mapamundis a que dio lugar, se
emplearon durante el Medievo y aun en el periodo renacentista. Su
tratado de música, llamado Harmónicos,
incorporó las leyes matemáticas a los sistemas musicales.
Honremos
la memoria de un sabio tan preclaro. El profe Bigotini, postrado
respetuosamente a las plantas de Claudio Ptolomeo, se descubre
ceremonioso quitándose el sombrero aun a riesgo de que se enfríe su
brillante, lampiña y prominente frente, que algún malintencionado
se ha atrevido a calificar de calva.
Errar
es humano. Culpar a los demás es más humano todavía. Oscar Wilde.
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