Todos
los lémures, los monos, los grandes simios y por supuesto, los humanos actuales
o extinguidos, descendemos de un único y remoto antepasado común que inauguró
el orden de los primates.
Los
primates son (somos) un grupo de mamíferos muy antiguo, probablemente tanto
como los marsupiales, y sólo superados por los monotremas, que glosamos en
nuestra anterior entrega sobre evolución. Los primates surgieron al final del Cretácico,
hace unos 70 millones de años. Aquellos antiguos antepasados convivieron pues
con los dinosaurios, y sobrevivieron de forma milagrosa al cataclismo que acabó
con ellos, sea cual fuere su naturaleza.
Eran
criaturas pequeñas con aspecto similar al de las actuales musarañas. Sus
hábitos eran nocturnos y probablemente arborícolas. Seres insignificantes y a
simple vista, poco prometedores desde el punto de vista genético. Sin embargo
ya poseían algunas características y potencialidades que habrían de conducir a
sus descendientes a conquistar otros hábitats y a experimentar un crecimiento
insólito, y esperemos que no tan efímero como algunas de nuestras
autodestructivas inclinaciones hacen temer. Adaptaciones como la visión
binocular, esencial para calcular las distancias en los movimientos de rama en
rama, como los cinco dedos prensiles al final de cada extremidad, o como un
índice de encefalización relativamente elevado, con toda probabilidad estarían
ya presentes en ellos, y han resultado una valiosa herencia.
El
más antiguo de los primates de que hasta la fecha se tiene noticia y se posee
algún resto fósil, fue bautizado por los paleontólogos con el muy expresivo
nombre de Purgatorius, que evoca una
vida plagada de asechanzas, así como un tránsito intermedio entre aquel
infierno cretácico y reptiliano, y el boscoso paraíso que permitió medrar a sus
descendientes. Es muy poco lo que conocemos a ciencia cierta de este diminuto
Purgatorius. De hecho se limita a lo que puede deducirse de un único molar
hallado entre unas rocas de fines del Cretácico en la región de Montana.
Es muy similar a los molares del lémur moderno. Dentaduras mucho más completas
pertenecientes a criaturas similares de comienzos del Paleoceno, indican la
posibilidad de una alimentación omnívora, si bien predominantemente basada en
la ingestión de insectos, a juzgar por su pequeño tamaño, que en ningún caso
superaría los 10
centímetros de longitud y los 20 gramos de peso.
En
las ilustraciones ofrecemos un abanico de las distintas interpretaciones que a
partir de estos escasos datos, han realizado los artistas y paleontólogos que
recrean a las criaturas extinguidas. El profe Bigotini, cuando se encoge
replegado sobre sí mismo en los meses invernales, no da la impresión de ser
mucho mayor que Purgatorius. Eso unido a su proverbial timidez y sus retraídas
costumbres, acaban por hacerle del todo semejante a aquel pequeño y gran
ancestro.
El
sexo es un buen comienzo para cualquier relación, y dista mucho de ser un mal
final.
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