Basilea,
una joya a orillas del Rin, se sitúa en la encrucijada donde se unen Suiza,
Alemania y Francia. Habitada desde la edad del bronce, tuvo vocación fronteriza
desde los tiempos del Imperio romano, cuando fue el último bastión que separaba
el mundo civilizado de la amenaza bárbara. Su universidad, fundada en 1459, es
una de las más antiguas de Europa, y puede enorgullecerse de contar entre su
histórico profesorado con sabios de la talla de Erasmo, Paracelso, Bernoulli,
Euler o Nietzsche. El profe Bigotini visitó este templo de la ciencia,
integrado en la ciudad medieval, y paseó sus tranquilas calles y sus pequeñas y
bien cuidadas plazuelas, respirando su reposado aroma universitario. Esa
idílica paz se vio turbada repentinamente por un formidable estruendo. Cada
verano, Basilea celebra una reunión de bandas musicales militares y civiles,
fiesta hermanada con la de Edimburgo. Es el Basel-Tattoo.
Toda
la ciudad se convierte en esos días en un gran desfile. Infantes y caballeros
caminan a ritmo de marcha por las callejas de la vieja ciudad medieval, y
cruzan el puente monumental sobre el Rin, heredero de aquel famoso puente de
madera que convirtió a Basilea durante siglos en el enclave estratégico que permitía
salvar el obstáculo fluvial. Bigotini pronto se dejó atrapar por el colorido de
la fiesta. Hay agrupaciones de los cinco continentes, pero quizá quienes
cosechan mayores ovaciones del público son a partes iguales, los gaiteros
escoceses y las esbeltas majorettes. Esto viene a confirmar que la gente tiene
debilidad por las minifaldas.
En
la arquitectura basiliense destacan la catedral gótica, que comenzó a
construirse en el siglo XI, y la Rathaus
o ayuntamiento, un original exponente del Renacimiento centroeuropeo. La
catedral cuenta con un impresionante claustro-cementerio, cuyo ambiente
extrañamente latino, lo aleja de los clásicos claustros góticos del área
protestante. Junto al ayuntamiento está la plaza del mercado, siempre
bulliciosa y alegre con sus tenderetes y coloridos puestos de comestibles. Resulta
imprescindible probar las deliciosas tostadas de queso fundido con salchichas
que se exhiben en los abigarrados puestos de quesos, donde se mezclan toda
clase de tentadores aromas. Hay que consumirlas bien calientes y acompañarlas
de abundante cerveza.
Todavía
achispado por la cervecita, nuestro profe se refugió de la lluvia pertinaz bajo
los soportales de la vieja Rathaus, y al cesar el chubasco recorrió
parsimonioso la orilla del Rin. Recordó entonces a otro conocido basiliense,
Karl Ernst Krafft, un tipo que, a decir verdad, desentona un tanto en la lista
de personajes ilustres asociados a la ciudad. Krafft era astrólogo, y según sus
numerosos seguidores, era el mejor. Empleó sus conocimientos de esta
pseudociencia en una empresa nada loable. Krafft fue el astrólogo oficial del
nazismo, y si era el mejor, no quiero pensar cómo serán los peores. Consultados
debidamente los astros, el pájaro vaticinó a Hitler la victoria en la guerra, y
aseguró que el desembarco de los aliados se produciría en el sur de Italia. O
sea, un lince, vamos.
Nietzsche
dice que viviremos la misma vida nuevamente. ¡Dios mío, tendré que ver otra vez
a mi agente de seguros! Woody Allen.
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