La
vida de Arquímedes y su prolífica
obra transcurrieron en la ciudad siciliana de Siracusa entre 287 y 212 a .C., cuando la isla de
Sicilia y el sur de la península itálica eran conocidos como la Magna Grecia.
Se le considera uno de los más grandes sabios de la Antigüedad Clásica. Su
recuerdo se ha hecho popular por los ingenios mecánicos cuya autoría se le
atribuye, como el tornillo de Arquímedes que permitía elevar el agua, o el mítico
artilugio de espejos con el que se dice que incendió las naves romanas en la
batalla de Siracusa. También es célebre el principio de Arquímedes, que por
medio de la flotabilidad permite calcular el volumen de cuerpos irregulares.
Recuérdese la anécdota de la bañera y el famoso grito de “eureka”.
Pero
a menudo se olvida que Arquímedes fue sobre todo un gran matemático. En 1906
fue descubierto en Constantinopla el Palimpsesto, un pergamino que bajo
una escritura más moderna, escondía siete tratados perdidos. Este tesoro se
conserva en el Walters arts Museum de Baltimore, y reseña los trabajos de
Arquímedes sobre el equilibrio de los planos, las espirales, el círculo, la
esfera, el cilindro, los cuerpos flotantes… Un completo tratado que nos ofrece
la auténtica medida de su talento prodigioso. Mientras tecleo estas líneas,
observo al profe Bigotini introducir con gran aplicación, varios cubitos de
hielo en su dry martini, estudiando
atentamente el desplazamiento del líquido en la copa. Ya sabéis que es un
hombre entregado a la investigación en cuerpo y alma.
Si
lo que buscas son resultados distintos, no repitas una y otra vez las mismas
cosas. Albert Einstein.
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