Un
solo centímetro cúbico de agua de nuestros océanos, ríos o lagos contiene un
promedio de un millón de bacterias y diez millones de virus. Lo mismo ocurre en
las capas profundas de la corteza terrestre o en la atmósfera que nos rodea.
Cada uno de nosotros somos de hecho un ecosistema andante en el que habitan más
de cien mil millones de microorganismos. Mira a través del cristal de la
ventana más próxima y fíjate en lo que ves. Si con un chasquido de tus dedos
pudieras hacer que desapareciera todo excepto los microbios, la totalidad del
paisaje que contemplas, tierra, árboles, personas, animales, vehículos y
edificios, seguirían conservando su contorno reconocible, porque todo lo que
hay sobre la faz de la Tierra está repleto de microorganismos.
Entre
ellos existen algunos capaces de resistir varios millones de unidades de
radiación ionizante. Otros son lo bastante fuertes como para sustraerse a la
acción de potentes ácidos o bases que a nosotros podrían disolvernos en un
instante. Hay microbios que habitan en los hielos, y otros que sobreviven
tranquilamente a temperaturas de más de cien grados centígrados. Hay formas
microbianas capaces de alimentarse de dióxido de carbono, metano, sulfuro,
azúcar, y un sinfín de otras sustancias. Los microbios representan el ochenta
por ciento del conjunto de la biomasa
terrestre. En palabras del microbiólogo Craig
Venter, si no te gustan las
bacterias, has venido a parar al sitio equivocado, porque este es el planeta de
las bacterias. La parte fundamental de toda la actividad metabólica
asociada a los seres vivos, corre a cargo de los microbios. El microbioma que puebla nuestro tracto
digestivo, nuestra piel, nuestra boca, y el resto de nuestros órganos y
sistemas, alberga tres mil tipos de bacterias que poseen unos tres millones de
genes distintos. Nosotros nos las arreglamos con solo ocho mil. Los microbios
que transportamos a bordo orientan no solo nuestra digestión, sino nuestro
sistema inmunitario y el funcionamiento del resto de nuestros órganos. La
calidad y hasta la duración de la vida de cada uno de nosotros dependerá en
gran medida de nuestra carga microbiológica, de su adaptación a nosotros, y de
nuestra adaptación a ella.
La
evolución darwiniana válida para
todos los seres pluricelulares, implica la sucesión de un gran número de
generaciones a lo largo de millones de años, para producir cambios
significativos. En este punto Darwin contradice la idea equivocada de Lamarck
de que si una jirafa estira mucho el cuello para alcanzar el alimento, la
siguiente generación heredará un cuello de mayor longitud. Sin embargo, la evolución microbiana presenta un aspecto
sospechosamente lamarckiano. En una sola generación, las bacterias
intercambian promiscuamente sus genes. Esta transferencia
genética horizontal, se produce incluso entre tipos de bacterias
completamente diferentes. Los genes adquiridos de esta forma oportunista son
transmitidos inmediatamente a la siguiente generación, de forma que la
evolución de los microorganismos es constante y rápida. Podemos afirmar que todos los microbios son transgénicos.
Muchos biólogos están empezando a comprender que la biosfera es en realidad un pangenoma, es decir, una red
interconectada de genes en constante proceso de circulación y reubicación.
El
asombroso ingenio y el inmenso potencial desplegado en los mecanismos que
operan entre los microbios, incluyendo las cadenas
de cooperación metabólica, están reorientando la biotecnología y las ideas
de los bioingenieros de nuestro tiempo. Cuando nos enfrentemos a problemas de
difícil solución, quizá debamos hacernos la pregunta que ya se hacen muchos
oncólogos e inmunólogos: ¿qué haría en
este caso un microbio? Acaso aquí residan algunas de las respuestas a los
interrogantes más acuciantes que se nos plantean en el terreno de la medicina,
la ecología o incluso la teoría económica. ¿Recordáis la sorpresa de Charlton
Heston cuando descubría los restos de la estatua de la libertad en El planeta de los simios? Pues yendo un
poco más lejos, el profe Bigotini os asegura que ellos heredarán la Tierra. No
los simios, sino los microbios. Ellos llegaron aquí varios miles de millones de
años antes que nosotros. Acaso los seres pluricelulares no seamos más que un
accidente biológico ocurrido por mera casualidad. Cuando nos hayamos extinguido
todos, los microorganismos seguirán aquí, porque son los verdaderos dueños del
planeta.
Daría
todo lo que sé por saber la mitad de lo que ignoro.
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