Inauguramos
en el blog del profesor Bigotini una nueva sección dedicada a glosar la vida y
milagros de grandes próceres y benefactores de la humanidad. Esperamos que
resulte del agrado de nuestros fieles lectores. Comenzaremos por referir los
hechos de Lord Rufus H. Skywalker, primer duque de
Darth Vader, fundador de una célebre dinastía y reputado gentleman.
El
pequeño Rufus Horatio nació en el seno de una familia de rancio abolengo, en
cuyas venas había más midiclorianos
que jubilados en Benidorm (y perdóneseme lo ordinario de la comparación). Rufus
era británico por los cuatro costados, pues descendía del rey sajón Guillermo
el atolondrado y de Eduardo II el estreñido, entre otros muchos nobles
ancestros. Contrajo matrimonio con Lady Leia Fatbottom, de los Fatbottom de
Bottom-Hill. Era apenas una niña cuando se conocieron, pero ya apuntaba sus dos
cualidades más sobresalientes, a saber: su afición por los peinados
estrafalarios, que no pasó desapercibida para Rufus; y su inclinación a
pegársela con el primero que se ponía por delante. De este último detalle,
Skywalker no se dio ni cuenta, el pobre.
Lady Leia en ausencia de Rufus |
El doctor Mortimer Chewbacca |
Su
mansión familiar, una sólida construcción de estilo Tudor del XVI ubicada en la
feraz campiña de Kent, era uno de los edificios más emblemáticos de Inglaterra.
Como aquellos gruesos muros y enormes dependencias (la gran sala del ala oeste,
sustentada por ciento ochenta columnas, medía seiscientos metros de largo por
treinta de alto) resultaban demasiado frías y escasamente acogedoras, nuestro
hombre se hizo trasladar a una coqueta y recogida casita de campo de estilo
isabelino, de sólo treinta y seis habitaciones. Allí solía pasar las horas,
rodeado de sus libros y sus recuerdos de la infancia. A menudo le acompañaba su
condiscípulo y amigo, el doctor Mortimer Chewbacca, que también era el médico
de la familia, y en su juventud había servido con él en el 75º regimiento de lanceros
kazajoindostanoturquestaníes, más conocido por el 75º a secas, o por el popular
apodo de los small-penis, que les
aplicaban el resto de las tropas mientras reían a carcajadas, quién sabe por
qué.
Retrato ecuestre de Lord Rufus |
Sobre
la chimenea, un retrato ecuestre de Rufus en uniforme de aspirante provisional
interino a la vice-capitanía adscrita a la subcomandancia de las tropas
auxiliares de la reserva de la segunda retaguardia (pensé que no iba a terminar
nunca la frase), presidía las largas veladas del duque y el doctor, mientras la
conversación languidecía entre profundas caladas a las pipas y espesas
bocanadas de humo, que llenaban la estancia hasta impedir la visión. En más de
una ocasión, el bueno de Rufus se levantó a abrir la ventana para disipar
aquella densa niebla, mientras terminaba de relatar a su amigo Mortimer algún
prolijo episodio de campaña, y al despejarse el ambiente, veía con estupor que
el doctor se había marchado hacía horas, dejándole con la palabra en la boca
durante quién sabe cuánto tiempo. Es que soy muy dado a los circunloquios –se
reprochaba-, y corría en busca de algún criado al que seguir colocando el
rollo. Los pocos que no se habían despedido ya, se ocultaban bajo las mesas o
en el interior de alguna armadura, con la esperanza de librarse de aquel
pestiño.
Goldman, el mayordomo |
Hablando
de criados, el mejor y el más fiel era Goldman, el mayordomo, un tipo menudo de
voz aflautada, que dominaba varios millones de formas de comunicación, y era
capaz no sólo de soportar las aburridas peroratas de su amo, sino de
interpretar en los fogones la más pura y genuina cocina inglesa que tanto
gustaba a Lord Rufus. Goldman bordaba las alubias hervidas, el pollo hervido y
las salchichas hervidas, y era famoso en el condado por hervir como nadie los
postres que, como todo el mundo sabe, requieren su punto justo de hervor. Ni
más ni menos. También hervía el agua para el té que era una gloria, y calentaba
la cerveza a las mil maravillas, lo que convenía mucho para hacer honor al lema
que campeaba en el escudo familiar: “los manjares
bien hervidos, los varones aguerridos. Las mujeres muy ardientes, y las
cervezas… calientes”.
Baldomero Lafuerza, viajero riojano |
Pocos
extranjeros eran del agrado de Lord Rufus. Acaso este prejuicio provenía de su
etapa en la milicia y su paso por las colonias, donde muy pocos de aquellos
sujetos de piel oscura y mirada torva son capaces de expresarse en un inglés
aceptable. La única excepción a esta regla la constituía precisamente un
paisano nuestro. Un español, riojano por más señas, llamado Baldomero Lafuerza.
Viajero impenitente y hombre de mundo, Lafuerza era un tipo jovial que,
habiendo estudiado inglés por correspondencia, hablaba una jerga apenas
comprensible con frases desordenadas y enigmáticas. Además era más feo que
comer con gorra. Quizá por estas razones, Baldomero Lafuerza cayó en gracia a
Lord Rufus, que lo convirtió durante años en su compañero inseparable. Juntos
emprendieron un viaje por Europa que duró varios lustros. Cuando Rufus
manifestó su intención de partir de Plymouth, el doctor Chewbacca le aconsejó:
que Lafuerza te acompañe. A su vuelta Skywalker llegó cargado de regalos: joyas
para milady, una nueva pipa para el doctor, diversas delicatessen de la
gastronomía francesa y hasta un jamón de Jabugo que entregó a Goldman para que
lo hirviera todo muy bien hervido, mientras se relamía.
Vaya,
que podríamos seguir durante horas relatando graciosísimas anécdotas y sucedidos
chuscos protagonizados por este gran hombre. Pero no queremos resultar tan
pesados como él, así que si os parece, lo dejaremos en este punto. Os aconsejo
que dejéis de leer estas sandeces y os pongáis a estudiar o a hacer algo útil.
El profe Bigotini y yo nos vamos a buscar un pub donde calienten la cerveza y hiervan las tapas como es debido.
El
golf es un intento vano y patético de dirigir una esfera incontrolable hacia un
agujero inaccesible, mediante instrumentos pésimamente adaptados a ese propósito.
Winston Churchill.
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