Hacia
finales del Carbonífero, hace unos 300 millones de años, los reptiles evolucionaron a partir de los
anfibios. Habían transcurrido unos 60 millones de años desde que el primer
anfibio (probablemente Ichthyostega) se arrastrara fuera
del agua, sentando las bases de la colonización de tierra firme. Al igual que
sus antepasados anfibios, todos los reptiles primitivos parecen haber estado
confinados al antiguo continente de Euramérica. A diferencia de los anfibios,
que necesitan vivir en la inmediata proximidad del agua y requieren un alto
grado de humedad para el desarrollo de sus fases embrionarias, los reptiles son
capaces de sobrevivir lejos del líquido elemento, lo que les proporcionó
suficiente autonomía para adentrarse en las regiones continentales más áridas y
colonizar una gran variedad de ecosistemas. Fueron necesarias para ello varias
adaptaciones.
En
primer lugar se hizo imprescindible la protección del embrión contra la
deshidratación que conlleva la subsistencia en un medio seco. Los huevos de los
reptiles están protegidos por una resistente cáscara
calcárea que los aísla del exterior. El embrión en desarrollo está suspendido
en una cavidad llena de líquido rodeada por el amnios.
Recibe alimento del saco vitelino a través de
los vasos sanguíneos conectados con el intestino. Los productos de desecho son
excretados a la cavidad alantoidea. El
oxígeno penetra en el huevo a través del corion,
que se encuentra bajo la cáscara porosa. Fijaos en la ilustración:
Otras
dos innovaciones fueron necesarias para que la conquista de la tierra fuera
completa: por una parte era preciso que los reptiles siguieran protegidos
contra la deshidratación una vez fuera del huevo. Lo lograron gracias a la
adquisición de una capa córnea que revistió sus
escamas o su coraza, haciéndola impermeable a la pérdida de agua. Por otra
parte, para poder llevar una vida activa, los reptiles debieron adquirir un
método de respiración más eficaz que el de sus antepasados anfibios. Los
anfibios ventilan los pulmones bombeando aire con la garganta (¿habéis visto
respirar a una rana?). Los reptiles desarrollaron un sistema nuevo, que por
cierto hemos heredado de ellos, consistente en la expansión
y contracción de la caja torácica. El único límite para la
capacidad de este sistema es el volumen de los pulmones y no, como en el caso
de los anfibios, el volumen de la cavidad bucal.
Entre
los reptiles evolucionaron tres tipos de cráneo, con una tendencia a la
reducción del volumen óseo y a la sustitución de hueso por material tendinoso,
al cual podían fijarse los músculos de las mandíbulas. Los reptiles más
primitivos, los anápsidos, carecían de
aberturas en el cráneo, por ello sus mandíbulas eran débiles. A partir de los
anápsidos surgieron dos grupos principales (véase la ilustración inferior). Los
reptiles diápsidos tenían un par de
aberturas detrás de cada ojo. En los lagartos, estas aberturas se hicieron más
grandes, permitiendo que las mandíbulas se abriesen más. En las serpientes, que
son capaces de abrir sus mandíbulas hasta llegar a la luxación, estas dos
aberturas se han fusionado en una sola. Las aves presentan una variante del
cráneo diápsido de los dinosaurios, con una abertura muy amplia detrás de cada
ojo. Por último, los reptiles precursores de los mamíferos (de quienes
descendemos), desarrollaron cráneos sinápsidos,
con una única abertura a cada lado, en posición baja. En sus descendientes
mamíferos esta abertura se ha ensanchado notablemente, lo que nos ha permitido
incrementar el poder mordedor de las mandíbulas.
Sin
embargo, y pese a todas las importantes adaptaciones mencionadas, los reptiles
vivos siguen presentando una de las limitaciones de los anfibios: tienen sangre fría, es decir, la temperatura de
su cuerpo depende casi exclusivamente del calor del sol. Con clima frío los
reptiles se muestran inactivos. Su limitación les impide desarrollar periodos
prolongados de actividad. En cambio las aves y los mamíferos obtenemos la
energía de los alimentos, y somos capaces de mantener una temperatura elevada y
constante, lo que nos permite mayor actividad durante más tiempo. Es posible
que los dinosaurios, o al menos ciertas estirpes de ellos, hubieran dado ya ese
paso decisivo hacia la sangre caliente,
y fueran por lo tanto homeotermos,
como lo somos aves y mamíferos.
A
nuestro querido profesor Bigotini le gusta tumbarse un ratito al sol mientras
medita (asegura que el sonido parecido a los ronquidos que suele emitir, no es
sino el murmullo de su mente trabajando). Acaso sea un atavismo de su remoto
pasado reptiliano, o quizá simplemente es que el bueno del profe es ya muy
viejecito, y como los lagartos, necesita buscar ese rayo de sol que le devuelva
la vida que siente escaparse por momentos.
Morir
es como dormir, pero sin levantarse a hacer pis. Woody Allen.
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