Senatus Populos-Que Romanorum, el senado y el
pueblo de los romanos, SPQR, esta era la inscripción que figuraba en los
monumentos y las siglas marcadas en los estandartes de las legiones, desde el
508 a.C., año en que fue fundada la República. El senado era la asamblea de
notables, y el pueblo…, bueno, el pueblo no era en aquel primer periodo
republicano lo que actualmente solemos entender por pueblo. El término no
incluía a toda la ciudadanía, sino exclusivamente a las dos órdenes
principales, la de los patricios y la de los équites o caballeros.
Los
patricios eran la aristocracia descendiente de los patres fundadores de la urbe. Dice Tito Livio que Rómulo había
elegido a cien cabezas de familia que le ayudaron en la construcción de la
ciudad. Los patricios acapararon las mejores casas y los más fértiles campos en
las tierras circundantes. Llevaban con orgullo los nombres familiares de los
fundadores: Julio, Emilio, Valerio, Manlio, Cornelio, Fabio, Horacio…
Durante
el reinado de Servio Tulio, entre los plebeyos emergió una nueva clase, una
alta burguesía enriquecida en el comercio y la industria, que formó el orden ecuestre. Al caer Tarquino el
Soberbio e instaurarse la República, los patricios comprendieron que no podrían
ejercer el poder de forma efectiva sin contar con el apoyo de esta clase
emergente cuya principal aspiración consistía en llegar a formar parte de la
aristocracia.
Para
ello los équites no vacilaban en
pagar de su bolsillo los cargos oficiales que se les confiaban. Los patricios,
por su parte, se hacían pagar espléndidamente cualquier favor. Por ejemplo,
cuando aceptaban como esposa a la hija de un caballero, exigían dotes
astronómicas. Cuando un caballero lograba convertirse en senador, no se le
aceptaba como pater, sino como conscriptus, de manera que el senado
albergaba a patres et constripti,
patricios y conscriptos.
Así
que el resto de los romanos engrosaba las filas de la plebe: artesanos,
pequeños comerciantes, empleados y libertos, es decir, esclavos liberados o
manumitidos. Los hijos y descendientes de libertos eran los libertinos, gentes que al decir de los
aristócratas más conservadores, se comportaban con un descaro impropio de sus
humildes orígenes, llevando muchas veces una vida disoluta, de donde deriva la
acepción más usual entre nosotros del término libertino.
Los
primeros cónsules de la recién nacida República fueron Lucio Junio
Bruto, que había derrotado a Tarquino el Soberbio, el último rey, y Colatino,
un hombre ya viejo y por completo carente de aspiraciones políticas. Al
renunciar Colatino a su cargo, le sustituyó Publio Valerio, que pasaría a la
historia con el sobrenombre de Publícola,
es decir, el amigo del pueblo.
En efecto, a Publio Valerio se debe la gran mayoría de las
leyes básicas que permanecieron inalteradas durante la totalidad del periodo
republicano. Entre otras que pretendían reforzar la democracia, estaba la
condena a muerte para cualquiera que intentase adueñarse de un cargo sin la
aprobación del pueblo. Concedía a todos el derecho de matar, aun sin proceso
previo, al que pretendiera proclamarse rey o dictador. Naturalmente, se
produjeron excesos. La norma permitió unas veces al senado, y otras a quienes
supieron intrigar astutamente, librarse de diferentes enemigos incómodos con la
excusa de declararles desviacionistas o enemigos de la patria. También se deben
al Publícola la mayor parte de los
signos exteriores que componían la liturgia y el ceremonial del régimen
republicano, incluidos los fascios
que muchos siglos más tarde se harían tristemente célebres bajo la férula de
Benito Mussolini. Pero esa, como a menudo dice nuestro profe Bigotini, ya es
otra historia.
La
política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una
vez. Winston Churchill.
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