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martes, 9 de junio de 2020

SPQR. LA REPÚBLICA DE ROMA


Senatus Populos-Que Romanorum, el senado y el pueblo de los romanos, SPQR, esta era la inscripción que figuraba en los monumentos y las siglas marcadas en los estandartes de las legiones, desde el 508 a.C., año en que fue fundada la República. El senado era la asamblea de notables, y el pueblo…, bueno, el pueblo no era en aquel primer periodo republicano lo que actualmente solemos entender por pueblo. El término no incluía a toda la ciudadanía, sino exclusivamente a las dos órdenes principales, la de los patricios y la de los équites o caballeros.
Los patricios eran la aristocracia descendiente de los patres fundadores de la urbe. Dice Tito Livio que Rómulo había elegido a cien cabezas de familia que le ayudaron en la construcción de la ciudad. Los patricios acapararon las mejores casas y los más fértiles campos en las tierras circundantes. Llevaban con orgullo los nombres familiares de los fundadores: Julio, Emilio, Valerio, Manlio, Cornelio, Fabio, Horacio…

Durante el reinado de Servio Tulio, entre los plebeyos emergió una nueva clase, una alta burguesía enriquecida en el comercio y la industria, que formó el orden ecuestre. Al caer Tarquino el Soberbio e instaurarse la República, los patricios comprendieron que no podrían ejercer el poder de forma efectiva sin contar con el apoyo de esta clase emergente cuya principal aspiración consistía en llegar a formar parte de la aristocracia.
Para ello los équites no vacilaban en pagar de su bolsillo los cargos oficiales que se les confiaban. Los patricios, por su parte, se hacían pagar espléndidamente cualquier favor. Por ejemplo, cuando aceptaban como esposa a la hija de un caballero, exigían dotes astronómicas. Cuando un caballero lograba convertirse en senador, no se le aceptaba como pater, sino como conscriptus, de manera que el senado albergaba a patres et constripti, patricios y conscriptos.


Así que el resto de los romanos engrosaba las filas de la plebe: artesanos, pequeños comerciantes, empleados y libertos, es decir, esclavos liberados o manumitidos. Los hijos y descendientes de libertos eran los libertinos, gentes que al decir de los aristócratas más conservadores, se comportaban con un descaro impropio de sus humildes orígenes, llevando muchas veces una vida disoluta, de donde deriva la acepción más usual entre nosotros del término libertino.
Los primeros cónsules de la recién nacida República fueron Lucio Junio Bruto, que había derrotado a Tarquino el Soberbio, el último rey, y Colatino, un hombre ya viejo y por completo carente de aspiraciones políticas. Al renunciar Colatino a su cargo, le sustituyó Publio Valerio, que pasaría a la historia con el sobrenombre de Publícola, es decir, el amigo del pueblo.


En efecto, a Publio Valerio se debe la gran mayoría de las leyes básicas que permanecieron inalteradas durante la totalidad del periodo republicano. Entre otras que pretendían reforzar la democracia, estaba la condena a muerte para cualquiera que intentase adueñarse de un cargo sin la aprobación del pueblo. Concedía a todos el derecho de matar, aun sin proceso previo, al que pretendiera proclamarse rey o dictador. Naturalmente, se produjeron excesos. La norma permitió unas veces al senado, y otras a quienes supieron intrigar astutamente, librarse de diferentes enemigos incómodos con la excusa de declararles desviacionistas o enemigos de la patria. También se deben al Publícola la mayor parte de los signos exteriores que componían la liturgia y el ceremonial del régimen republicano, incluidos los fascios que muchos siglos más tarde se harían tristemente célebres bajo la férula de Benito Mussolini. Pero esa, como a menudo dice nuestro profe Bigotini, ya es otra historia.

La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez. Winston Churchill.




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