Entre
algunos historiadores iletrados, políticos analfabetos y apóstoles de la
modernidad, circula la fábula de una España “de las tres culturas” en la que
supuestamente convivieron en perfecta armonía cristianos, musulmanes y judíos.
Desgraciadamente la realidad no fue tan idílica. Lo cierto es que desde 711,
fecha de la invasión musulmana, hasta las últimas expulsiones de moriscos en
las primeras décadas del siglo XVII, el discurrir histórico de la Península
consistió en una casi ininterrumpida sucesión de agravios, venganzas, crímenes
y despojos. Algo así como la Franja de Gaza, pero durante ocho siglos. En el
Al-Ándalus musulmán se masacraron cristianos, en los Reinos cristianos peninsulares
se masacraron musulmanes, y en ambas zonas se masacraron judíos cada vez que se
presentó la oportunidad.
En
un trabajo de 1979, Pau Ferrer relataba un curioso y poco conocido episodio de
la llamada revuelta de Las Germanías,
que tuvo lugar en el reino de Valencia entre 1521 y 1523, durante el reinado
del emperador Carlos, y puede enmarcarse en los movimientos populares y
disturbios políticos que se produjeron a lo largo del XVI, junto a la rebelión
de los
Comuneros en Castilla, la guerra de las Alpujarras de Granada, o el
posterior levantamiento
de Aragón que terminó con el asesinato de su Justicia Mayor, ya bajo
Felipe II.
Durante
las Germanías los mudéjares valencianos se pusieron de parte del bando
vencedor, es decir, de los nobles a los que rendían vasallaje, y de la corona,
bajo promesa de respetar su libertad religiosa. A pesar de todo, resultaron ser
los más perjudicados en el conflicto. Cuenta Ferrer que en diferentes lugares:
Murviedro, Bétera, Alcira, Játiva o la misma Valencia, la turba de agermanados
asaltó las morerías. Mientras unos se dedicaban a saquear, como parece obligado
en toda revuelta que se precie, otros, movidos por la piedad y capitaneados por
sacerdotes, se afanaron en bautizar moros a mansalva, dándoles a elegir entre
recibir el sacramento o ser degollados allí mismo. Tal como suena. Como no
había tiempo para rezos, pilas bautismales, padrinos ni liturgias, los
insurrectos empaparon ramas y escobas y mediante el riego por aspersión
cristianaron a miles de moriscos de toda edad, sexo y condición. Lo hicieron al
grito de: ¡visca la fe de Jesucrist i
guerra contra els agarens!; o también: ¡Dur
ànimes al cel i diners a les bosses!
Pero
este episodio que así narrado resulta un poco chusco, no terminó con los
chubascos de agua bendita. Finalizado el conflicto, se planteó la cuestión de
la validez o invalidez de los bautismos. Se reunió en Madrid una junta de
teólogos, que después de arduas deliberaciones, falló a favor de la validez del
sacramento. Lo más gracioso (si el asunto tuviera alguna gracia) es que para
ello se invocó nada menos que la libertad. Concretamente la sentencia aludía
literalmente a la libertad que tuvieron
los mudéjares para escoger entre el bautismo y la muerte. A la sentencia de
los teólogos siguió la conformidad del papado, que además exoneró oportunamente
al monarca de promesas anteriores que hubieran sido hechas a los mudéjares
respecto a su libertad religiosa. Por cierto que la corona, tomando el rábano
por las hojas, se apresuró a aplicar este principio de invalidar anteriores
promesas, a los musulmanes del reino de Aragón y el principado de Cataluña.
Resultó todo muy conveniente para la política unificadora de Carlos I, porque
de esta manera quedaron abolidos en la práctica los derechos forales en lo
relativo a libertad religiosa. La Inquisición y su brazo secular pudieron ya
actuar en todos los reinos. Naturalmente actuaron. Como consecuencia, los
moriscos abandonaron su actitud pasiva y pasaron a la acción. La expulsión
definitiva estaba servida, y se consumó poco después.
Bien.
Esta es la Historia de España. No penséis que se trata de algo excepcional. La
Historia de cualquier otra nación también está plagada de estos o parecidos
episodios. Desgraciadamente el amor, la justicia y la paz sólo triunfan en los
cuentos de hadas. Homo homini lupus,
que decía el clásico, amigos. ¡Qué le vamos a hacer!
La
vida es muy peligrosa. Nadie sale vivo de ella. Woody Allen.
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