Atendiendo
a las numerosísimas peticiones de sus admiradores, ávidos de saber más acerca
de este gran científico y ejemplar ciudadano que es nuestro profesor, hemos
obtenido a duras penas su consentimiento (se trata de una persona tímida en
extremo) para glosar alguna de sus intimidades. Empecemos diciendo que Bigotini
tiene una edad indefinida, pero en todo caso muy avanzada. Aparte de sus libros
y sus experimentos, que le absorben casi por completo, el profesor tiene
también algunas aficiones, confesables la mayoría e inconfesables algunas.
Adora la música clásica y sobre todo la lírica, pero de vez en cuando tararea
algún cuplé, y sus colaboradores más antiguos aseguran que en su tiempo admiró a
la Bella Chelito ,
a la que según las malas lenguas, llevaba enormes ramos de rosas y, sin
atreverse a ofrecérselas personalmente, las dejaba en la puerta de su camerino,
huyendo a continuación. Parece que como fruto de esas desmesuradas ofrendas
florales, fallecieron por asfixia varios centenares de subalternos de Le
Folies Bergère.
Es
bien conocida su afición por el cine. Hay quien dice que sólo aprecia las
películas antiguas. Estamos en condiciones de afirmar que tal acusación es
totalmente infundada, pues sabemos de buena tinta que también le gustan algunos
filmes sonoros. En cuanto a sus hábitos, son de una frugalidad que raya lo
ascético. Cada mañana toma la pastilla para la memoria, toma un baño, toma el
desayuno y toma el autobús. Es importante que lo haga precisamente por este
orden, ya que si olvida tomar la pastilla, olvidaría luego todo lo demás. ¿Cómo
recuerda cada mañana tomar la pastilla? Muy sencillo, en su dormitorio, frente
a la cama, cuelga un grabado de la Revolución Francesa.
Así recuerda siempre la célebre Toma de la Pastilla. También es importante realizar sin falta
todas y cada una de las actividades citadas. En cierta ocasión probó durante
unos meses a no tomar el baño. El resultado fue la protesta colectiva de los
viajeros del autobús que toma a continuación. Hubo varios centenares de
fallecidos. El profe es muy escrupuloso en lo relativo a su higiene personal.
Siguiendo el sabio consejo de su difunta abuela, se cambia de ropa interior
cada sábado le haga falta o no.
Su
entorno próximo se limita a sus abnegados colaboradores, entre los que me
cuento humildemente. No hay más que verlos para darse cuenta de que todos son
gente sencilla y honrada. Algunos también procuran ser honestos y a veces lo
consiguen. El profesor vive en un país llamado Idiotilandia que desde hace unos
años forma parte de la
Unión Esquizoretardada. Los ciudadanos
idiotilandeses son felices a su manera. Antes tenían sanidad y enseñanza
gratuitas. Ahora sufren largas listas de espera, pagan por la enseñanza y sólo
aprenden idioteces. También hay mucho desempleo, y los que trabajan, trabajan
más y cobran menos. Pero están contentos porque todos los días de la semana
sacan en televisión a unos tipos jugando con una pelota. Sacuden unas patadas
tremendas, y algunas veces le aciertan a la pelota. Cuando eso
ocurre, la multitud ruge de placer. Hay varios cientos de fallecidos.
Idiotilandia
es un país muy bonito y con muy buen clima. Gentes de países más feos y más
pobres hacen lo imposible por llegar. Hay varios cientos de fallecidos. También
vienen a disfrutar del clima viajeros de la Unión Esquizorretardada
y de otros países ricos. Ellos y los naturales viajan hacia las playas en
automóviles que alcanzan grandes velocidades. Muchos chocan con obstáculos, chocan
entre ellos, o se despeñan en barrancos y acantilados. Hay varios cientos de
fallecidos. En las playas, los ríos y las piscinas, viajeros y naturales del
país se arrojan al agua los pobrecitos. Algunos, braceando salvajemente,
consiguen ganar a duras penas la orilla y dicen que se lo han pasado muy bien.
Otros se ahogan. Hay varios cientos de fallecidos. Idiotilandia goza de fama
mundial por su gastronomía. Muchos eruditos, sabios y hombres de ciencia se
marchan del país. A los pocos que quedan no los conoce nadie, pero a los
cocineros los conoce todo el mundo, porque los sacan continuamente en
televisión inyectando gases en la fabada (¡como si la fabada no tuviera suficientes
gases!) y sumergiendo muslos de pollo en nitrógeno líquido. Hay varios cientos
de fallecidos. También son muy célebres unas personas que salen por televisión
gritando e insultándose. A veces llegan a las manos. Hay varios cientos de
fallecidos.
Con
tanto fallecimiento, el profesor se levanta cada mañana sobresaltado por la
idea de haber quedado solo en el mundo. Mira por la ventana y se admira de que
aun quede gente con vida. Entonces mira el grabado de la pared, corre a tomar
la pastilla y canturrea cuplés y arias de zarzuela. Es un optimista
incorregible, y confía en que la gente dejará algún día de mirar en la tele a
los de la pelota y a los de los gritos, y se interesará por Greta Garbo o por
la termodinámica. ¡Pobrecillo!
Las
últimas vacaciones pasé unos días en Bermudas. Me sentí un poco ridículo, así
que no tardé en volver a ponerme pantalones largos. El profesor Bigotini.
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