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martes, 7 de noviembre de 2017

¡VIVE! CRÓNICA PARLAMENTARIA (Y CANÍBAL)


De nuestra redacción. Gran revuelo causó en todos los medios internacionales la noticia del hallazgo con vida en los Andes chilenos del único superviviente de la delegación del Congreso de los Diputados español, cuyo avión se estrelló en la cordillera cuando viajaba a Santiago para asistir a los actos del bicentenario de la Independencia del país andino. El blog de Bigotini ha tenido acceso en exclusiva a la grabación de las primeras declaraciones del citado superviviente, el diputado de la mayoría, señor Muñoz-Bonprofit. Pasamos a reproducirlas íntegramente:

<<Cuando el comandante informó de la grave avería en los motores, la tripulación nos ubicó a los pasajeros en los asientos de la parte posterior, por ser la cola el lugar donde existe menor riesgo en caso de accidente. Eso nos salvó la vida, pues al intentar el aterrizaje forzoso, el aparato se partió en dos, muriendo en el acto los pilotos y las azafatas que ocuparon la cabina y la parte delantera, mientras que todos nosotros resultamos milagrosamente ilesos, salvo algún rasguño y golpes de poca importancia. Al salir al exterior vimos arder durante varias horas la mitad delantera del avión que fue a parar a una agreste ladera distante un par de kilómetros de nuestra posición. Por unanimidad decidimos no arriesgar nuestras vidas intentando acercarnos allá.

>>Evaluamos la situación. Éramos veinte y todos estábamos bien. Por suerte febrero es el verano austral y de día no hacía frío. Las noches eran más frescas, pero teníamos ropa suficiente y hasta algunas mantas. Un riachuelo cercano nos aseguraba el suministro de agua. Sólo nos faltaba comida..., y claro, ahí estaba el problema. Los dos primeros días transcurrieron sin novedad, pero el tercero el hambre hizo su aparición, y se notó en que todos andábamos de mal humor. Aunque nadie dijo nada, en el ambiente se palpaba que todos pensábamos en el tema tabú que puede suponerse. El quinto día Álvarez, el portavoz de la oposición, ya no pudo más y planteó abiertamente el canibalismo que todos sabíamos fatalmente inevitable. Les recuerdo la composición del grupo. Éramos seis representantes de la mayoría, cinco de la oposición, cuatro del grupo afecto a la mayoría, tres de la izquierda radical y dos del grupo mixto.


>>Álvarez propuso a López Esquivel, de nuestro grupo, como primer desayuno por ser el diputado de más edad. Naturalmente, nosotros nos opusimos. Seis de la mayoría más cuatro del grupo afecto sumábamos diez, contra los diez de la oposición, los radicales y el grupo mixto. Aquel empate parecía un embrollo de difícil solución, y ya pensábamos que íbamos a morir de hambre, cuando el ingenioso Riera, del grupo afecto, tuvo la genial idea de proponer al estrafalario Pepe Girón, de los independientes alcarreños, que formaba parte del grupo mixto. Como nadie tenía la menor simpatía al pobre Girón, se aprobó el desayuno por unanimidad. Estaba flaco y fibroso, así que repartido entre los diecinueve, resultó un desayuno más bien frugal, pero debo admitir que no tenía tan mal sabor como su aspecto amenazaba.

>>Aquella primera baza fue la perdición de las minorías. A partir de ahí éramos diez contra nueve, y luego lo fuimos contra ocho, contra siete..., en fin, aunque me avergüence un poco reconocerlo, pasamos el rodillo a placer. El siguiente en caer (estaba cantado) fue el propio Álvarez, uno de los bocados más indigestos que recuerdo. Siguieron luego los tres representantes de la izquierda radical, pues el resto de la oposición y la señorita Ortí, catalana del grupo mixto, votaron con nosotros. Fue cayendo más tarde la oposición en bloque. Recuerdo como especialmente sabrosos a Regueira y a la señora Marín Medrano. Hubo un breve periodo de tensión cuando quedamos once, los diez del rodillo y la señorita Ortí. Lo natural es que ella hubiese sido la siguiente, pero el caso es que aquella mujer tenía no sé qué que nos seducía a todos, así que se incorporó al rodillo de la mayoría, y acabamos uno por uno con los cuatro diputados del grupo afecto. Me dio especial pena comerme a Riera, que en todas las maniobras anteriores había sido nuestro principal apoyo, pero bueno, la lealtad es lo primero, así que Riera hizo una cena bastante opípara.

>>Quedábamos sólo siete, nosotros seis y la Ortí. Intentó librarse de mil maneras, incluidas algunas no aptas para menores (disfrazada de azafata estaba irresistible), pero en definitiva, el partido es el partido, y la sacrificamos en aras de la armonía partidaria. ¡Hay que ver qué buena estaba! Y no sólo de viva, claro está. No exagero si aseguro que es el bocado más exquisito que he probado en toda mi vida. Y además abundante. Cómo ya éramos nada más que seis comensales, me tocó un muslo y media nalga. A mí nunca me han gustado las delgaduchas. La Ortí era una de esas hembras rotundas, como las bellezas del cine italiano de los cincuenta. Sencillamente deliciosa.

>>Consumida la totalidad de la oposición, quedamos los seis miembros de la mayoría. Podría pensarse que entre compañeros hay más consideración. Bien al contrario. Debo confesar que a Barrenechea le teníamos todos unas ganas tremendas, y la verdad, resultó un bocado digno de príncipes, sin llegar a la exquisitez de la Ortí, claro. Martínez Montañés estaba un poco insípido y López Esquivel demasiado duro. Al querido González y a Luisito Salamanca los devoré con auténtico placer, porque siempre fueron mis más leales aliados. Y llegó el día en que quedé yo solo. Me he pasado así casi una semana, proponiéndome sucesivamente como desayuno, almuerzo y cena, y rechazando yo mismo la moción una y otra vez. A punto he estado de volverme loco. Menos mal que los servicios de emergencia chilenos terminaron de llegar hasta allí. Ahora estoy tan gordo que han necesitado llamar a un segundo helicóptero más potente para poder trasladarme. En el hospital me tratan a cuerpo de rey, y hay una enfermera preciosa que me tiene suspirando por sus huesos. >>

Una buena novela nos hace conocer a fondo a su protagonista. Una mala nos hace conocer a su autor. G.K. Chesterton.



sábado, 4 de noviembre de 2017

STEPHEN HALES, EL FISIÓLOGO ILUSTRADO


En 1677 vino al mundo en el Condado inglés de Kent, Stephen Hales, que se distinguiría por su contribución a diferentes disciplinas científicas, como la física, la química, la botánica, la medicina o la fisiología, entre otras. Estudió teología en el Corpus Christi College, y profesó más tarde como sacerdote. El reverendo Hales ocupó diferentes cargos eclesiásticos y académicos a lo largo de su vida, obteniendo honores en su Inglaterra natal, en América y en Francia. Fue miembro destacado de la Royal Society, doctor de Oxford y miembro asociado de la Academia de las Ciencias francesa. Fue galardonado con la codiciada Medalla Copley, y en definitiva, su reputación de gran científico no cesó de aumentar hasta su fallecimiento acaecido en Londres en 1761, cuando contaba 84 años.


Hales fue pionero de la fisiología experimental, demostrando el papel que juega la médula espinal en la transmisión de los impulsos nerviosos. Brilló de manera muy especial en el campo de la fisiología vegetal. En su obra Vegetable Staticks, publicada en 1727, describió sus experimentos sobre la transpiración de las plantas. También se ocupó del estudio de la circulación sanguínea, estableciendo el cálculo de la capacidad del torrente sanguíneo, del corazón y de los diversos vasos. Acuñó el concepto de presión arterial y demostró la capacidad de bombeo del músculo cardíaco. Se interesó por los cálculos renales, e ideó un sistema para poder disolverlos sin necesidad de cirugía invasiva. Se preocupó también por la potabilización del agua de mar, y por la renovación del aire viciado. En este último campo, a Stephen Hales se debe la instalación de sistemas de ventilación en lugares de hacinamiento tales como prisiones, hospitales o bodegas de barcos.

Desde Bigotini rendimos nuestro modesto tributo de reconocimiento y gratitud a este eclesiástico ilustre, uno de los más firmes puntales científicos de su generación. Ahora os dejo. El profe está acercándose tanto al ventilador, que temo que vaya a afeitarse en seco su espléndido bigotazo.

Un hombre con una idea nueva es un loco hasta que la idea triunfa. Mark Twain.



miércoles, 1 de noviembre de 2017

CIENCIA PROTOMEDIEVAL. LUCES EN LA EDAD OSCURA


Es bien conocida la predilección que la cultura del Renacimiento manifestó por la ciencia greco-romana. Los motivos no pueden estar más claros. El orbe cultural despertó entonces del largo sueño letárgico en que que había estado sumido durante los oscuros siglos medievales. Para entender con alguna profundidad este fenómeno, conviene retrotraerse a la tardorromanidad, cuando la instauración del cristianismo como religión oficial del Imperio, comenzó a introducir algunos cambios importantes en la forma de entender las ciencias y en general, la existencia, tanto en lo material como en lo espiritual.

Si bajo el término ciencia se entiende la formación científica, puede decirse que el periodo del Imperio cristiano no es en esencia diferente del inmediatamente precedente. La enseñanza, subdividida en enseñanza primaria, secundaria (las siete artes clásicas) y superior, continuó floreciente, contribuyendo los mismos emperadores a esa prosperidad. Lo hicieron eximiendo de contribuciones y cargas a los maestros, asignándoles sueldos a cargo del aerarium sacrum, o cargando esos emolumentos en el presupuesto de las ciudades. Así fue como San Agustín asistió a la escuela primaria en su africana localidad natal de Tagaste, fue educado en el Liceo de la vecina Madaura, y cursó estudios superiores en la Universidad de Cartago. Instituciones similares funcionaban en la mayor parte del Imperio. En el 425 Teodosio II fundó una Universidad en Constantinopla con treinta y un profesores. Nos ha llegado noticia documental de la constitución de este cuerpo docente: tres retóricos latinos, diez gramáticos latinos, cinco retóricos griegos, diez gramáticos griegos, un filósofo y dos juristas.


Causa asombro la ausencia de las ciencias matemáticas y naturales en ese ciclo superior. Acaso la explicación radica en que dichas materias formaban parte de lo que se llamaba grammatikê, lo que explicaría el gran número de representantes de aquella especie de ciencia sintética en que se había convertido.
El cristianismo se mostró tolerante con la escuela antigua, reservándole un papel en la sociedad renovada. Tras pasar el fino tamiz censor, se conservó una parte de de la literatura de la antigüedad. El medio de salvarla fue la creación de lo que se llama el ars clericali, es decir, la función que tenían los monjes de copiar los libros y completar las bibliotecas de los monasterios. Tan benemérita medida se debe a uno de los hombres más notables de aquel tiempo, a quien se considera junto a Boecio, el último romano: Casiodoro, ministro del rey godo Teodorico. La figura egregia de Casiodoro marca el límite de la Antigüedad y la Edad Media.

Bajo el reinado de Amalasvinta, hija de Teodorico, Casiodoro se retiró al monasterio de Seyllacium, que él mismo había fundado y dotado de su pecunio. Allí, bajo la regla de San Benito, exigía a los monjes la dedicación a ciertos trabajos. El más importante era el de los antiquarii, encargados de la copia de manuscritos. Al menos de la pequeña parte que quedaba de ellos. Las famosas bibliotecas fundadas por los soberanos helenísticos y por los emperadores romanos, no sobrevivieron al Imperio cristianizado. Desconocemos los detalles de la destrucción de la mayoría, sólo se han conservado algunos datos acerca del martirologio de la biblioteca de Alejandría, incendiada sucesivamente en tiempos de César, de Cómodo y de Aureliano. Cuando en 390, la turba alejandrina, excitada por el patriarca Teófilo, demolió el templo de Serapis, los restos de aquella célebre biblioteca desaparecieron definitivamente.


Todo esto en lo relativo a la formación. Si hablamos del trabajo científico, el cuadro es mucho más desolador. Cabe distinguir entre Oriente y Occidente. En el Oriente griego se conservó a pesar de todo, cierta relevancia de las matemáticas, la medicina (anatomía y fisiología), y hasta de la filología. No olvidemos que las matemáticas formaban parte del legado de Platón, la medicina estaba ligada a la vida, y la filología a la escuela. Sin embargo en el Occidente romano se esforzaron en reducir la ciencia a un estado de mínimos. Sólo lo estrictamente necesario. La lengua formó parte de esos mínimos. Donato, grammaticus urbis Romae (siglo IV), escribe su Ars sucinto, que proporcionó material a los gramáticos latinos posteriores. Servio compuso los Comentarios de Virgilio, Porfirio los de Horacio, y Donato los de Terencio. También se necesitaban manuales para el estudio de las siete artes. Así Marciano Capella escribió De nuptiis Philologiae et Mercurii, una rara enciclopedia en la que Mercurio celebra su matrimonio con la Filología y le da como servidoras a las siete artes, que se explican cada una en un libro. Esta obra convirtió a su autor en el creador de la alegoría medieval.


También hacía falta, por la alarmante desaparición en Occidente de la literatura griega, la conservación de al menos algunos fragmentos traducidos al latín. Un fraude literario ofrecerá a la Edad Media una descripción de La guerra de Troya, San Agustín tradujo ciertas partes del Timeo de Platón, Boecio (el favorito de Teodoríco) tradujo la introducción de Porfirio a la Lógica de Aristóteles, Julio Valerio adaptó en latín la novela del pseudo-Calístenes sobre Alejandro Magno. Por último, extinguida ya en la conciencia de los hombres la ciencia seria, había que crear manuales poco voluminosos con los resultados de esa ciencia que fueran capaces de interesar al espíritu grosero del lector medieval. Así escribió Solino sus candorosas Mirabilia, una geografía casi por completo imaginaria, y así Casiodoro y San Isidoro de Sevilla compusieron sus escuetas enciclopedias. Tanto desde la óptica de tiempos anteriores, como desde la nuestra en la actualidad, estas actividades se muestran casi patéticas. Sin embargo, hay que situarse en la mentalidad medieval. Estamos ni más ni menos que contemplando los esfuerzos de los tripulantes de un navío náufrago, que procuran salvar lo estrictamente necesario y lo que ocupa menos lugar. Vistos desde esta perspectiva, esos esfuerzos se muestran loables y dignos de reconocimiento.


Hablemos por último de tres ciencias o pseudociencias que en esa sociedad cristiana fueron oficialmente reprobadas, y desempeñaron un papel muy especial. La astrología, la alquimia y sobre todo, la demonología o magia, que en aquel momento se consideraba una ciencia. Para el cristianismo era evidente su relación con el reino del diablo y el culto a los falsos ídolos. Resultaban del todo inadmisibles para los hijos de la Iglesia iluminados por la fe. Estas ciencias que rechazaron los señores del mundo cristiano, encontraron refugio en las comunidades igualmente reprobadas y severamente cerradas de las juderías. Las pesadillas de las sencillas gentes medievales se poblaron de rabinos descifrando la cábala y crucificando a tiernos infantes. Algo más tarde, cuando se encendió en el mundo árabe la antorcha de la ciencia, estas y otras materias emigraron temporalmente a Oriente, para volver a la Europa medieval a través de las traducciones de la Escuela de Toledo. Paradójicamente los sabios bajomedievales y renacentistas redescubrieron a Platón, a Aristóteles o a Hipócrates, entre otros, a través de las traducciones del árabe.

Puede admitirse la fuerza bruta, pero la razón bruta es inadmisible. Oscar Wilde.



sábado, 28 de octubre de 2017

OLIVIA DE HAVILLAND. APARIENCIAS ENGAÑOSAS



Pues si, ya se sabe que muchas veces las apariencias engañan. Así ocurrió con Olivia de Havilland para la mayoría de los espectadores españoles que vieron sus películas en aquellas salas endomingadas y postguerristas de los cuarenta y los cincuenta. Y es que, digámoslo de una vez, Olivia de Havilland tenía imagen de ñoña. ¿Por qué? Muy sencillo: sus películas más exitosas y taquilleras fueron por una parte, las que protagonizó junto a Errol Flynn, donde ponía el contrapunto de cordura al arrojado héroe guerrero. Allí estaba nuestra Olivia, eterna y sufrida mujercita de su casa o dama medrosa o lo que fuera, temblando como un junco cada vez que el aguerrido galán daba una pirueta o se jugaba la vida por el honor, la patria y todas esas cosas... Por otra parte, estaba su papel de Melania en Lo que el viento se llevó, donde fue la antagonista y rival de la impulsiva y corajuda heroína Escarlata O'Hara que interpretó magistralmente Vivian Leigh. También contribuyó, dicho sea de paso, el peculiar doblaje que le endilgaron en nuestro país. Era muy correcto, técnicamente hablando, pero la verdad, con un deje y un tono de voz de señora cursi a más no poder.
Así que he aquí a Olivia de Havilland etiquetada de cursi y ñoña... y nada más lejos de la realidad. Porque la Havilland fue una gran actriz que interpretaba a Shakespeare con maestría, y era capaz de alcanzar matices de dramatismo muy notables. Así lo demostró con creces en las últimas etapas de su carrera, interpretando papeles tan intensos y arriesgados como el de La heredera de William Wyler, que le valió el oscar de 1949. Pero en fin, la etiqueta ya estaba puesta y es muy difícil desprenderse de ciertos sambenitos.
Hoy os ofrecemos el enlace (clic en la imágen) para visionar un breve video que recuerda y homenajea a esta magnífica actriz, haciendo un recorrido por lo más notable de su filmografía. Disfrutad.


Próxima entrega: Joan Fontaine

martes, 24 de octubre de 2017

ANTIMATERIA, LA CARA OCULTA DE LA FÍSICA


Publicado en nuestro anterior blog en septiembre de 2012

Paul Dirac
No es ningún secreto que las matemáticas abstractas, como ciencia especulativa, van siempre un paso por delante de la física, que es una ciencia fundamentalmente experimental. El gran físico británico Paul Dirac planteó en 1928 una ecuación relativa al movimiento de los electrones que predecía la existencia de una partícula con la misma masa del electrón, pero con carga positiva. Esto que en un principio se llamó antielectrón, terminó apareciendo en 1932 en el laboratorio americano de Carl Anderson, que bautizó al antielectrón como positrón, nombre que finalmente adoptó la comunidad científica.

En 1935 el acelerador de partículas de Berkeley produjo el antiprotón (con idéntica masa que el protón, pero con carga negativa). En 1995 los científicos del CERN (a los que recordaréis por el reciente post del bosón de Higgs), crearon el primer átomo de antihidrógeno (¿o quizá debería decir antiátomo de hidrógeno?). En suma, lo que parecía una mera ficción es ya una realidad tangible: la antimateria, la famosa antimateria que propulsaba las naves espaciales en las novelas que devorábamos los jóvenes de mi generación (allá por la edad del bronce), resulta que no es ningún cuento chino. Existe y funciona. Las reacciones materia-antimateria encuentran aplicaciones prácticas en  medicina nuclear. La tomografía de emisión de positrones (PET) se nutre de la formación de imágenes a partir de la emisión de rayos gamma por un radioisótopo emisor de positrones, lo que se llama un trazador, o lo que es lo mismo, un átomo con un núcleo extremadamente inestable.


Naturalmente el riesgo está en eso precisamente, en la inestabilidad de la antimateria. Clifford Pickover afirma que si alguien sostuviera un trozo de antimateria en la mano, explotaría de inmediato con la fuerza de miles de bombas de hidrógeno. La antimateria se aniquila con un estallido de energía si entra en contacto con la materia ordinaria. Sin embargo, parece demostrado que por cada partícula material presente en el universo, debe existir su correspondiente antipartícula. ¿Dónde está toda esa enorme cantidad de antimateria? El acuerdo general es que en una inspección casual la antimateria sería prácticamente indistinguible de la materia ordinaria. Parece demostrado que se pueden formar antiátomos a partir de antielectrones y antiprotones. Michio Kaku va aun más lejos al afirmar que en algún lugar del “antiuniverso” habrá “antiplanetas” poblados por “antigente”…

Ya os he dicho varias veces que la realidad científica supera de largo a la ficción. No creáis nunca a quien os diga que el mundo en que vivimos es aburrido o predecible. El futuro no está escrito, y en algún lugar de la página en blanco hay un espacio reservado para lo que tú aportes. Ah, se me olvidaba, apagad la tele de una vez, por favor. Veréis qué diferencia.

La televisión ha hecho maravillas por mi cultura. En cuanto alguien la conecta, me voy a la biblioteca.  Groucho Marx.



viernes, 20 de octubre de 2017

BLASCO IBÁÑEZ, EL SOROLLA LITERARIO


Hijo de un matrimonio de comerciantes aragoneses, Vicente Blasco Ibáñez nació en Valencia en enero de 1867. Quería ser marino pero se le atragantaron las matemáticas. Terminó sus estudios de Derecho aunque nunca llegó a ejercer la abogacía, porque su verdadera vocación fue la literatura. También le apasionaba la política, que mamó durante las rebeliones cantonales de las que fue testigo en su infancia, y condujeron a la proclamación de la Primera República. Sus primeras lecturas fueron La historia de los girondinos de Lamartine y Los miserables de Víctor Hugo, así que no es de extrañar que se exaltara el ánimo revolucionario del joven Vicente. A los dieciséis años fundó su primer periódico, que no podía firmar por ser aun menor de edad. A lo largo de su carrera periodística dirigió algunos otros y colaboró en muchos más. Ya sabéis que en estos artículos de nuestra biblioteca Bigotini nos centramos en la faceta literaria de los escritores, sin embargo, en el caso de Blasco no puede dejarse de lado su actividad política, ya que desde la última década del XIX hasta su muerte en 1928, fue sin duda el político más importante y popular de la región valenciana, ganando una y otra vez todas las elecciones a las que se presentó.


Blasco Ibáñez fue durante toda su vida, básicamente un agitador. Desde muy joven descubrió que tanto con la pluma como con su encendido verbo, era capaz de enardecer al público. Promovió y participó en numerosas acciones de agitación republicana y anticlerical. Fue un socialista activo, primero en Unión Republicana, y más tarde en su propio partido, el PURA (Partido de Unión Republicana Autonomista). En su periódico El Pueblo, que fundó en 1894, llegó a escribir miles de artículos con o sin firma. Allí se inició también en la literatura folletinesca tan en boga en su tiempo, y allí se fue fraguando su estilo desenfadado en el que se mezclan lo pedagógico, lo cómico y lo melodramático. Valencia y lo valenciano siempre estuvo presente en su obra. Recogió como nadie los tipos populares y la particular idiosincrasia de su patria, de la que se sentía profundamente orgulloso. Los valencianos le devolvieron su cariño con idéntica o aún mayor entrega. Blasco fue el Sorolla de la literatura. Ambos artistas supieron plasmar el espíritu y la brillante luz que irradian sus tierras y sus gentes. Como político, Blasco fue básicamente populista. Como literato fue popular. Para algunos hasta populachero. Nosotros consideramos esta opinión errónea. Ante todo fue un escritor de enorme talento, que supo conectar a la perfección con los lectores, con su público. En esto no solo no hay nada de malo, sino que por el contrario, es una cualidad muy estimable.


Dotado de un infalible instinto comercial, Blasco Ibáñez se convirtió en un escritor de éxito, no solo en su Valencia natal y en España, sino en el resto del mundo. Llegó a amasar una gran fortuna, la perdió por completo en un proyecto de agricultura social que emprendió en Argentina, y volvió a recuperarse tras el éxito clamoroso de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, novela que se llevó al cine en el Hollywood más dorado y glamuroso. La obra vendió en América millones de ejemplares y se convirtió en su tiempo en la más leída después de la Biblia. El autor adquirió una magnífica villa en la Costa Azul (dorado exilio de la dictadura de Primo de Rivera), donde fallecería, conducía un Rolls-Royce igual que el del rey de Inglaterra, y en fin, consiguió vivir rodeado de lujo. Tras el fallecimiento de su primera mujer en 1925, convivió con la esposa del embajador chileno, y se le atribuyeron diferentes aventuras amorosas con mujeres espléndidas.

En cuanto a su dimensión propiamente literaria, Vicente Blasco Ibáñez podría encuadrarse por edad en la Generación del 98, a pesar de que algunos de sus componentes no lo admitieron entre ellos, por considerar su literatura un género menor. En nuestra opinión, Blasco fue un escritor naturalista con fuertes trazos costumbristas, sobre todo en su obra del XIX, donde predomina el elemento popular y folclórico. Pertenecen a esta etapa novelas tan notables como Flor de Mayo, La barraca, Cañas y barro, Arroz y tartana o Entre naranjos. También se prodigó en novelas de tema social como La catedral, El intruso, La horda o La bodega; novelas históricas como El Papa del mar, El caballero de la Virgen o En busca del Gran Kan; de aventuras como La reina Calafia, El paraíso de las mujeres, El fantasma de las alas de oro...
Pero Blasco, además de su incondicional público regional y nacional, tuvo también un público internacional al que sabía cómo complacer, y así escribió auténticos best-sellers tan exitosos como Los cuatro jinetes del Apocalipsis, La maja desnuda, Mare Nostrum o Sangre y arena, que vendieron decenas de miles de ejemplares en cada reedición.

Biblioteca Bigotini os invita hoy a leer (clic en la portada) la versión digital de Noche de bodas, uno de sus muchos relatos breves. Un magnífico ejemplo de la prosa de Vicente Blasco Ibáñez, y de su particular estilo. Buen provecho.

Yo tengo confianza, porque el corazón justo y fuerte de las mujeres es siempre piadoso con la debilidad y la ignorancia de los hombres. Vicente Blasco Ibáñez.



martes, 17 de octubre de 2017

CINCO LOBITOS


Los tuvo la loba, sí. Pero lo más curioso es que también los tuvieron el pingüino, la pantera, la rana, el cocodrilo y el orangután. En efecto. Todos los tetrápodos terrestres sin excepción, tienen cuatro patas (por eso los llamamos tetrápodos) y cinco dedos en cada una de ellas.
Es verdad que algunos han experimentado adaptaciones, como en el caso paradigmático de los caballos, cuyas pezuñas se apoyan en un solo dedo central. Pero ahí está la colección fósil de équidos extintos, para demostrar que fueron evolucionando a partir de un remoto antepasado de cinco dedos. O como las ballenas y otros cetáceos, cuya adaptación al medio acuático les ha llevado a perder las extremidades posteriores, convertidas en meros restos vestigiales. Sin embargo, conservan las anteriores reconvertidas en aletas, pero eso sí, con sus cinco dedos reglamentarios. O incluso como los ofidios, cuyas extremidades se han ido atrofiando para terminar por desaparecer por completo.


Lo de las cuatro patas parece muy lógico. La principal característica anatómica tanto de los tetrápodos (anfibios, reptiles, aves y mamíferos), como de sus (nuestros) antepasados los peces, es la simetría bilateral. Pues bien, con ese tipo de simetría, lo natural al abandonar el agua, y deambular por el terreno seco sin arrastrarse, es sustentarse sobre cuatro extremidades. Otra cosa muy diferente es el asunto de los cinco dedos. Podríamos preguntar ¿por qué cinco?, ¿por qué no cuatro o siete? Bien, no puede haber respuesta, o al menos no una respuesta razonada. La única ajustada a la verdad es que todos los tetrápodos tenemos cinco dedos, porque todos sin excepción procedemos de un antepasado común, un tetrápodo primitivo, que tenía cinco dedos precisamente, y no cuatro ni siete.
¿Quién era este antepasado común? El que parece contar con más probabilidades es el ichthyostega, un anfibio pulmonado de cuatro patas que debía pasar mucho tiempo en el agua, y que vivió hace unos 385 millones de años. Aquí tenéis una ilustración muy hermosa.


 Lo del color de la piel y las manchitas no es más que una licencia del dibujante. Lo cierto es que ichthyostega probablemente no fue una única especie, sino todo un género del que en su época habría varias especies distintas, como lo prueba la variedad de tamaños y sobre todo la abundancia de restos fosilizados. En aquel tiempo otros muchos tetrápodos comenzaron a colonizar la tierra firme. Los había de ocho dedos, de cuatro, de nueve, de seis… Pero sólo nuestro amigo tenía precisamente cinco dedos. Por eso, mientras no aparezca en el registro fósil otro candidato mejor, ichthyostega se postula como nuestro verdadero y genuino abuelo del periodo devónico.


El número cinco tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Para los dibujantes de todas las épocas ha sido un pequeño fastidio. Preguntad a cualquier artista acostumbrado a reproducir la figura humana, y os confirmará lo difícil que se hace dibujar manos con cinco dedos. El motivo es que resultan visualmente muy “pesadas”, cinco parecen demasiados dedos para una sola mano. Este pequeño problema ha sido resuelto con gran ingenio por los dibujantes de comic y series de animación. Ellos optaron hace ya muchos años por dibujar personajes de solo cuatro dedos, y todos nos hemos acostumbrado a verlos con toda naturalidad.
También están aquellos a los que cinco dedos les parecen pocos. El panda gigante ha desarrollado un sexto dedo que le sirve de pulgar para oponer a los otros cinco y poder sujetar eficazmente los brotes de bambú mientras come. En realidad no se trata de un verdadero dedo, sino de un pequeño hueso del carpo curvado como un gancho. Imaginad un concertista de piano con siete u ocho dedos en cada mano. Sería un intérprete espectacular. Sin embargo, políticos o banqueros con dedos supernumerarios, resultarían un auténtico desastre para las arcas públicas…


Los cinco dedos también nos han legado alguna otra herencia. Son los responsables de que utilicemos el sistema numérico decimal, precisamente por los diez dedos, cinco más cinco. La representación numérica primitiva en toda el área mediterránea deriva de contar con los dedos: I, II, III, IIII… El número cinco se representaba mediante el signo “V”, que evoca la mano abierta. Descender de un tetrápodo de seis dedos probablemente nos habría conducido a utilizar un sistema de cálculo sexagesimal, en el que la docena y la sesentena serían referencias fundamentales. Quizá en ese caso jamás se habría inventado el cero (un invento vital y maravilloso para el desarrollo de las ciencias). ¿Existirían con seis dedos los ordenadores? Esta y otras semejantes no son más que elucubraciones que no conducen a ninguna parte, sin embargo, dirigen nuestras mentes a laberintos imaginativos y fantásticos. Pensad en ello…

Un político debe ser capaz de predecir lo que va a ocurrir... y de explicar después por qué no ocurrió lo que predijo. Winston Churchill.