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sábado, 28 de febrero de 2015

HISTORIA INSÓLITA. EL REY BLANCO DE LA GONÂVE

Haití fue la primera colonia de América Latina que se alzó en armas, en una revolución que comenzó en 1791. Tras un largo periodo de guerras y matanzas de colonos blancos, que se prolongó hasta las primeras décadas del siglo XIX, los haitianos, al mismo tiempo que se sacudían el yugo de Francia, abolieron la esclavitud, y se convirtieron en la primera República de América habitada y gobernada por negros, descendientes de los esclavos africanos que habían sido llevados allí a la fuerza por los colonizadores franceses.

En 1848, cuando Haití era ya una República con treinta años de historia independiente, un negro llamado Soulouque tomó el poder tras una sangrienta revuelta. Declaró que la Santísima Virgen María se le había aparecido diciéndole: -Quiero que seas rey de Haití, de Santo Domingo y de todas las islas del mar. Su plan era desposar a la Virgen María, para hacerla madre del rey mulato que le sucedería, convirtiéndose en emperador del Caribe. Meses después Soulouque con corona y manto de armiño incluidos, se autoproclamó emperador de Haití con el nombre de Faustin I. Luego, montado en un magnífico caballo blanco, emprendió una cruzada suicida contra la vecina Santo Domingo, que le costó el trono y la vida. Muchos haitianos viejos juraban haber visto a la Santísima Virgen embarazada, montada a la grupa del corcel del emperador Faustin.


Avancemos hasta los años veinte del siglo pasado. Haití vivió entonces la que acaso ha sido la etapa más próspera de su Historia. Paz, progreso y democracia real, aunque eso si, tutelada por los norteamericanos, que con la aquiescencia de Francia, ejercían su protectorado sobre el país caribeño. La pequeña isla de La Gonâve, situada en el golfo del mismo nombre, estaba habitada por apenas diez mil personas. Hasta aquella porción del territorio haitiano aun no habían llegado ni el progreso ni la influencia yanqui. Así que la administración norteamericana destacó allí a un sargento del cuerpo de marines, apellidado Wirkus, como jefe de la gendarmería de la isla, a cargo de un puñado de gendarmes haitianos. Todos los meses le enviaban suministros desde Puerto Príncipe en un aeroplano.

El escritor William Seabrook, autor de La isla mágica, un fascinante libro de viajes (ed. Valdemar. Madrid, 2005), tuvo oportunidad de conocer y tratar íntimamente al sargento Wirkus en aquellos años, y nos dejó un fiel retrato de su persona y su obra. Wirkus era un muchacho de Pensilvania, rubio, grandote y simpático. No fumaba ni bebía, siendo al parecer su único vicio los caramelos y bombones que se hacía traer desde la isla grande en el aeroplano. Desde la primera ocasión, renunció a ser relevado de su puesto en la isla, y concluido el periodo de tres años de alistamiento, lo renovó repetidas veces. Según Seabrook, Wirkus ejerció de forma infatigable una labor ingente en La Gonâve. Trabajando codo con codo con los nativos, construyó viviendas, saneamientos, duchas, un lavadero, un dispensario y una escuela. Los isleños adoraban a aquel blanco de dos metros de estatura que recorría la isla a caballo y para todos tenía una sonrisa o una caricia. No sin resistencia por parte del muchacho, los gonaveños lo nombraron su rey. Un benévolo rey blanco con un tocado de plumas de colores, que frecuentemente compartió con sus súbditos su paga de marine para ayudar a uno a comprar una vaca, o a otro a pagar el tratamiento de su hijo enfermo. Por lo demás, y siempre siguiendo a Seabrook, Wirkus era un tipo de lo más normal, aficionado a la pesca y gran amante de la naturaleza. Respetó siempre las costumbres y tradiciones de los isleños, y hasta participaba con gran placer en los bamboches y las danses congo que organizaban con cualquier excusa.

Al parecer tampoco hacía ascos a las chicas guapas, y algunas fuentes le adjudican la paternidad de hasta sesenta niños mulatos. Téngase en cuenta que en la isla no había demasiados entretenimientos de otra clase, y que en aquellos años ni siquiera contaba con suministro eléctrico. Para terminar con este insólito episodio de la Historia haitiana, valga una curiosidad: el sargento Wirkus nació en 1894 en una granja de Pittson, Pensilvania. Su padre fue un minero de origen alemán, y su madre una ferviente católica francopolaca. No consiguieron ponerse de acuerdo en el nombre de pila del niño, así que en el bautizo dejaron la decisión al sacerdote. Pues bien, el cura impuso a Wirkus el nombre de Faustin. De esta forma asombrosa puede decirse que en territorio haitiano reinaron un Faustin I y un Faustin II, tan diferentes en sus obras, como en el color de su piel.

No se por qué la gente lleva tantos años hablando mal del gobierno. ¡Pero si en todo ese tiempo el gobierno no ha hecho nada! Bob Hope.



jueves, 26 de febrero de 2015

CLAIRE TREVOR, ACTRIZ DE LARGO RECORRIDO



La imagen de Claire Trevor está inevitablemente asociada en nuestro recuerdo a La diligencia, el gran filme de John Ford. No podía ser de otra manera, habiendo participado en la que acaso sea la película más emblemática del cine americano, al menos en su etapa monocromática. Pero esta neoyorquina de Brooklyn es en la Historia del cine mucho más que la accidental compañera de John Wayne en un reparto coral como aquel. Claire Trevor tuvo una carrera larga y brillante durante más de seis décadas. Es verdad que nunca fue una estrella en el sentido de la popularidad que tuvieron las grandes divas de Hollywood, pero es innegable que fue una grandísima actriz. Así se reconoció con el oscar que obtuvo por su espléndido trabajo en Cayo Largo, junto a Bogart y Bacall. Así lo prueba también su dilatada trayectoria en aquellos papeles de malvada que interpretó a la perfección en innumerables películas del cine negro más genuino durante los años treinta y los cuarenta. Especialmente destacable fue su papel en Historia de un detective (1944) que protagonizó junto a Dick Powell.
El blog de Bigotini os propone el enlace (haced click en la ilustración) para visionar un montaje fotográfico de cinco minutos que rinde tributo a esta excelente actriz. Saboread sus imágenes añejas y disfrutad de paso de una deliciosa pieza musical.

 Próxima entrega: Charles Boyer



martes, 24 de febrero de 2015

TRIÁNGULO DE PASCAL. MAGIA COMBINATORIA

El profe Bigotini os presenta hoy otro curioso juguete matemático. Su primer introductor en Europa fue el matemático italiano Niccolo Tartaglia, que lo describió en un tratado del siglo XVI. En la siguiente centuria se popularizó en Francia y en el ámbito anglosajón gracias al filósofo Blaise Pascal, que en 1653 publicó su Tratado del triángulo aritmético, donde dio a conocer la mayor parte de sus innumerables propiedades, por lo que lo conocemos como triángulo de Pascal. Más tarde hemos sabido que el triángulo ya era conocido en Oriente al menos desde cinco siglos atrás. Así, el matemático Al-Karaji, el astrónomo y poeta Omar Jayyam (s. XI), o el sabio Yang Hui (año 1303), se habían referido a él en Persia, India y China.

Niccolo Tartaglia
Se trata de un triángulo, infinito y perfectamente simétrico, compuesto por números enteros. Comienza con un 1 en el vértice o primera fila, y en las filas siguientes se van colocando números de forma que cada uno de ellos sea la suma de los dos que tiene encima. Se sobreentiende que el exterior del triángulo contiene ceros, de forma que los bordes están formados enteramente por unos. Está claro que el triángulo no tiene fin. Las filas que lo conforman tienden al infinito, puesto que los valores numéricos de los números combinatorios pueden incrementarse indefinidamente.


El triángulo de Pascal presenta una infinidad de aplicaciones en álgebra. Su importancia radica en que en si mismo constituye un universo matemático que esconde una diversidad de propiedades y curiosidades de inmensa utilidad en el campo numérico y en los cálculos probabilísticos. La suma de cada fila es igual al doble de la suma de la fila anterior. La suma de cada fila es igual a 2 elevado al orden de la fila (considerando la primera como de orden cero). Cada una de las filas determina los coeficientes que se pueden obtener al desarrollar el binomio de Newton (a+b)n, y cada uno de los números del triángulo representa el valor de un número combinatorio (si n es la columna y m es la fila, el valor corresponde a las combinaciones de m elementos tomados de n en n). Un primer vistazo al triángulo nos descubre la sucesión de números naturales, de números triangulares y de números tetraédricos. Pero además podemos encontrar los números primos o la sucesión de Fibonacci…

Blaise Pascal
No se trata pues de un simple pasatiempo numérico. Estamos ante un instrumento matemático dotado de fantásticas propiedades. Resulta tanto más admirable si consideramos que se gestó hace al menos un milenio, cuando nuestros semejantes no contaban con más herramientas de computación que los dedos de las manos o un modesto ábaco. Tenían, eso si, la herramienta principal e imprescindible: talento. Y con talento todo es posible, amigos. El profe Bigotini os anima como siempre a utilizar el cerebro. No dejéis que se entumezca. Un ratito de gimnasia diaria le viene la mar de bien. Practicad lo que podáis, porque el conocimiento es la palanca del progreso, y el progreso, la antesala de la felicidad.


Resulta imposible negar la existencia del pensamiento, porque negarlo ya es pensar.



martes, 17 de febrero de 2015

PEDRO ABELARDO Y SU DESVENTURADO AMOR

Pedro Abelardo nació en Pallet, Bretaña, en 1079. Filósofo y teólogo, destacó por su dominio de la lógica y la dialéctica. Desde muy joven, su sutil ingenio y su claro entendimiento causaron la admiración de cuantos le conocieron y trataron. Entre su extensa obra sobresalen sus Comentarios a Aristóteles, Porfirio y Boecio. Su Dialéctica, De unitate et trinitate, Ética y apologética, o su Diálogo entre un filósofo, un cristiano y un judío, entre otras. Todas ellas fueron admiradas en su tiempo por su altura académica y literaria… y todas ellas fueron condenadas como heréticas por las autoridades religiosas.

Su triste vida fue una sucesión de desgracias, hasta su muerte acaecida en 1142. Y es que, digámoslo de una vez, Pedro Abelardo fue un intelectual con una mente privilegiada, pero no debió poseer grandes habilidades sociales. Al contrario, parece que se las arreglaba muy bien para granjearse los odios de sus semejantes. Polemizó con sus preceptores Roscelino y Guillermo de Champeaux; rebatió a Anselmo de Laon, otro de sus maestros, y consiguió enfurecer a Fulberto, el poderoso canónigo de la catedral de París.

Abelardo y Eloísa sorprendidos por Fulberto. Vignaud 1819

A pesar de su dilatada obra filosófica, Abelardo es conocido sobre todo por su autobiografía: Historia de mis desventuras, en la que narra sus trágicos amores con Eloísa, que acabaron en una truculenta mutilación genital. Este trágico idilio de Abelardo y Eloísa sirvió de inspiración siglos después, durante el Romanticismo, a multitud de obras plásticas y literarias. Biblioteca Bigotini os presenta (haced click en la imagen) una excelente edición digital de la vida del pobrecillo. En ella narra con todo lujo de detalles, sus amores y el desgraciado final, con la sangrienta castración incluida. Esperamos que la disfrutéis tanto como él la padeció.

Cuando mis padres supieron que me habían secuestrado, se pusieron en acción inmediatamente: alquilaron mi habitación. Woody Allen.



jueves, 12 de febrero de 2015

EL PLANETA MICROBIANO

Un solo centímetro cúbico de agua de nuestros océanos, ríos o lagos contiene un promedio de un millón de bacterias y diez millones de virus. Lo mismo ocurre en las capas profundas de la corteza terrestre o en la atmósfera que nos rodea. Cada uno de nosotros somos de hecho un ecosistema andante en el que habitan más de cien mil millones de microorganismos. Mira a través del cristal de la ventana más próxima y fíjate en lo que ves. Si con un chasquido de tus dedos pudieras hacer que desapareciera todo excepto los microbios, la totalidad del paisaje que contemplas, tierra, árboles, personas, animales, vehículos y edificios, seguirían conservando su contorno reconocible, porque todo lo que hay sobre la faz de la Tierra está repleto de microorganismos.

Entre ellos existen algunos capaces de resistir varios millones de unidades de radiación ionizante. Otros son lo bastante fuertes como para sustraerse a la acción de potentes ácidos o bases que a nosotros podrían disolvernos en un instante. Hay microbios que habitan en los hielos, y otros que sobreviven tranquilamente a temperaturas de más de cien grados centígrados. Hay formas microbianas capaces de alimentarse de dióxido de carbono, metano, sulfuro, azúcar, y un sinfín de otras sustancias. Los microbios representan el ochenta por ciento del conjunto de la biomasa terrestre. En palabras del microbiólogo Craig Venter, si no te gustan las bacterias, has venido a parar al sitio equivocado, porque este es el planeta de las bacterias. La parte fundamental de toda la actividad metabólica asociada a los seres vivos, corre a cargo de los microbios. El microbioma que puebla nuestro tracto digestivo, nuestra piel, nuestra boca, y el resto de nuestros órganos y sistemas, alberga tres mil tipos de bacterias que poseen unos tres millones de genes distintos. Nosotros nos las arreglamos con solo ocho mil. Los microbios que transportamos a bordo orientan no solo nuestra digestión, sino nuestro sistema inmunitario y el funcionamiento del resto de nuestros órganos. La calidad y hasta la duración de la vida de cada uno de nosotros dependerá en gran medida de nuestra carga microbiológica, de su adaptación a nosotros, y de nuestra adaptación a ella.

La evolución darwiniana válida para todos los seres pluricelulares, implica la sucesión de un gran número de generaciones a lo largo de millones de años, para producir cambios significativos. En este punto Darwin contradice la idea equivocada de Lamarck de que si una jirafa estira mucho el cuello para alcanzar el alimento, la siguiente generación heredará un cuello de mayor longitud. Sin embargo, la evolución microbiana presenta un aspecto sospechosamente lamarckiano. En una sola generación, las bacterias intercambian promiscuamente sus genes. Esta transferencia genética horizontal, se produce incluso entre tipos de bacterias completamente diferentes. Los genes adquiridos de esta forma oportunista son transmitidos inmediatamente a la siguiente generación, de forma que la evolución de los microorganismos es constante y rápida. Podemos afirmar que todos los microbios son transgénicos. Muchos biólogos están empezando a comprender que la biosfera es en realidad un pangenoma, es decir, una red interconectada de genes en constante proceso de circulación y reubicación.


El asombroso ingenio y el inmenso potencial desplegado en los mecanismos que operan entre los microbios, incluyendo las cadenas de cooperación metabólica, están reorientando la biotecnología y las ideas de los bioingenieros de nuestro tiempo. Cuando nos enfrentemos a problemas de difícil solución, quizá debamos hacernos la pregunta que ya se hacen muchos oncólogos e inmunólogos: ¿qué haría en este caso un microbio? Acaso aquí residan algunas de las respuestas a los interrogantes más acuciantes que se nos plantean en el terreno de la medicina, la ecología o incluso la teoría económica. ¿Recordáis la sorpresa de Charlton Heston cuando descubría los restos de la estatua de la libertad en El planeta de los simios? Pues yendo un poco más lejos, el profe Bigotini os asegura que ellos heredarán la Tierra. No los simios, sino los microbios. Ellos llegaron aquí varios miles de millones de años antes que nosotros. Acaso los seres pluricelulares no seamos más que un accidente biológico ocurrido por mera casualidad. Cuando nos hayamos extinguido todos, los microorganismos seguirán aquí, porque son los verdaderos dueños del planeta.

Daría todo lo que sé por saber la mitad de lo que ignoro.



martes, 10 de febrero de 2015

TALES DE MILETO. EL PRIMER CIENTÍFICO

Considerado uno de los siete sabios de Grecia, Tales de Mileto nació hacia 625 a.C., y pasó la mayor parte de su vida, hasta su fallecimiento en 547 a.C., en aquella ciudad de la costa jonia del Asia Menor. Destacó en diferentes campos del conocimiento: matemáticas, geometría, astronomía, física, filosofía… Tales fue el iniciador de la Escuela milesia, a la que perteneció su discípulo Anaximandro, y también más tarde Anaxímenes. Fue precursor de las técnicas de medición por medio de la comparación de sombras: si se traza una línea paralela a cualquiera de los lados de un triángulo, se obtiene otro triángulo semejante. Según una extendida leyenda, Tales midió por este procedimiento la altura de la pirámide de Keops. Conociendo su propia estatura, esperó a que la sombra que proyectaba su cuerpo adquiriera precisamente esa medida, y en ese mismo instante ordenó medir la sombra de la pirámide, obteniendo de esta ingeniosa manera la medida exacta de la construcción.


Se atribuye a Tales de Mileto la paternidad de la especulación científica, utilizada como método deductivo. Se interesó vivamente por la construcción de tangentes y por los triángulos circunscritos a circunferencias. Tales influyó decisivamente en el pensamiento socrático que floreció décadas más tarde. No parece descabellado considerarlo como el verdadero pionero de un incipiente pensamiento científico. Por lo que de su obra ha llegado hasta nosotros, puede afirmarse al menos que fue el primer filósofo que supo separar ciencia y religión, lo que en aquellos remotos tiempos en que le tocó vivir, puede considerarse un hito de primera magnitud en la Historia de la ciencia.


Cuando un problema parece ligero, empieza a ser importante.



jueves, 5 de febrero de 2015

BIGOTINI VIAJERO. BERNA: TRAS LOS PASOS DEL JOVEN EINSTEIN

Inauguramos hoy una nueva sección en la que acompañaremos al viejo profe Bigotini en sus viajes por diferentes ciudades y puntos clave de la geografía europea. Este primer episodio nos lleva a Berna, flamante capital de la Confederación Helvética. Fue en esta pequeña ciudad medieval donde un jovencísimo Albert Einstein, a la sazón modesto empleado en su oficina de patentes, descubrió los fundamentos de la teoría de la relatividad, que publicada en dos entregas (1905 y 1915), conmovería los cimientos de la ciencia y de nuestra forma de entender el universo físico. Allí vivió Einstein sus años de recién casado, y en su casco histórico se conserva con celoso mimo la casa en que habitó, convertida en un museo al que acude en reverente peregrinación una legión de seguidores.


Lo primero que en Berna fascina al viajero es el contraste entre la vieja ciudad medieval, extraordinariamente conservada, y la moderna arquitectura funcional de la Berna neomilenaria. Su prestigiosa universidad, pionera en investigación aeroespacial, acoge a estudiantes y postgraduados de los cinco continentes. El profe visitó Berna en verano, cuando su clima es menos riguroso, y a excepción de los imprescindibles e irritantemente frecuentes aguaceros, el viajero puede pasear sus calles con tranquilidad, admirar sus fuentes renacentistas primorosamente conservadas, o detenerse en los numerosos comercios que, estratégicamente situados al amparo de tres kilómetros de soportales, ofrecen al incauto turista la tentación permanente de un sinfín de objetos inútiles cuyo peso le abrumará durante el resto del viaje, y de regreso a casa terminarán en el extremo de una estantería o en el oscuro olvido del cuarto trastero.

El profe Bigotini no es tan viejo como a menudo presume, así que de vez en cuando le gusta admirar los gráciles movimientos de todas esas rubicundas jovencitas centroeuropeas que en el calor canicular, bullen como un enjambre de encantadoras abejitas. El viajero interesado en este inocente pasatiempo, podrá hallar en Berna un campo abonado a sus aficiones. Las jóvenes “bernáculas” (si se me permite llamar así a las indígenas) poseen rostros angelicales y unos notables cuartos traseros que hacen honor a la segunda parte del neologismo. El comercio, como ya hemos dicho, es variado y floreciente. En cuanto a la hostelería… bueno, eso ya es harina de otro costal. Parece mentira que el héroe nacional suizo sea Guillermo “Hotel”, caramba. Un pequeño ejemplo:

El viajero dispone de apenas una hora para coger su tren, tiempo que a la ligera, juzga suficiente para tomar una frugal refacción. Entra en un atractivo establecimiento. El camarero, por decirlo con toda franqueza, no se alegra de verlo. Es más, no lo quiere allí, y preferiría que hubiera elegido otro establecimiento. A su impaciente premiosidad opone una fría imperturbabilidad. Por si fuera poco, otro camarero, nacido expresamente con el único propósito de observar al viajero en este tramo preciso de su vida, permanece inmóvil a cierta distancia, con la servilleta bajo el brazo y las manos enlazadas. El viajero comunica al primer camarero que dispone de sólo treinta minutos para comer algo, y él propone que empiece por un poco de pescado que estará listo en cuarenta. Una vez declinada la propuesta, el camarero sugiere en un alarde de ingenio, una chuleta de ternera o de codero. –Una chuleta de lo que sea-, ataja el viajero. El camarero desaparece sin prisas detrás de una puerta, y al cabo de un tiempo interminable regresa anunciando que lamentablemente sólo pueden servirle ternera. -¡Ternera, entonces!- grita el viajero, visiblemente ansioso.

Aclarada la comanda, regresa el camarero para poner un mantel, cubiertos, y una servilleta doblada fantásticamente en forma de sombrero tirolés, todo ello con gran parsimonia, ya que algo en la ventana atrae poderosamente su atención. A continuación coloca una copa para el vino blanco, otra para el tinto, una tercera para el agua, y una batería perfectamente alineada de catorce aceiteras, vinagreras y frascos profusamente decorados, en una disposición que reproduce fielmente la batalla de Pavía. Durante todo ese tiempo, el otro camarero no cesa de mirar al viajero con la intensidad de quién estuviera calculando el número exacto de viudos que habitan la Baja Silesia. Consumida la mitad del tiempo de que dispone sin que haya llegado nada más que una jarra de cerveza y el pan, el viajero implora: -Hombre, vaya a ver qué pasa con esa chuleta, por caridad-. Él de momento no puede atender su súplica, porque está ocupado sirviéndole ocho kilos de pequeñas porciones de mantequilla francesa, en una fuente descomunal que apenas cabe en la mesa, con un diminuto trocito de apio como acompañamiento. El otro camarero cambia la posición de una pierna, dubitativo, como si hubiera desechado la posibilidad de emigrar a Australia. Cuando el viajero, ya desesperado, está a punto de levantarse y marcharse sin comer, llega por fin la esperada chuleta cubierta por una tapadera de plata. El camarero hace una floritura antes de destaparla, y le echa un vistazo como si se sorprendiera de verla, lo cual es improbable, pues la chuleta es tan vieja que debe haberla visto con frecuencia durante las últimas semanas.


A las ocho de la tarde llueve intensamente y ya todo está cerrado en Berna. No es extraño que al joven (y aburridísimo) Einstein le diera por recogerse pronto en su casita junto a la estufa, y ponerse a pensar durante interminables horas. Debemos agradecer pues a Berna su impagable contribución al progreso de la ciencia.

El que se ríe de todo es un poco tonto. El que no se ríe de nada es un completo estúpido. Erasmo de Rótterdam.

martes, 3 de febrero de 2015

ANN SHERIDAN Y SU ESTRELLA FUGAZ



Hay bellezas que no pasan de moda. Sin embargo, hay otras que hoy se nos antojan decididamente antiguas. Probablemente este es el caso de Ann Sheridan. Mirándola casi ochenta años después, resulta difícil creer que aquella pelirroja aficionada a los peinados extravagantes llegara a ser uno de los mayores sex symbols de América. Pero lo cierto es que así fue. Desde que firmó con la Warner, Sheridan se hizo imprescindible en cualquier calendario de pin-ups de aquellos que tan en boga estuvieron en los treinta y los cuarenta.
Tenía la mirada lánguida y, por decirlo sin rodeos, unas  largas piernas y una buena delantera. Tres razones suficientes para conseguir buenos papeles en películas de éxito. Ann Sheridan compartió cabecera de cartel con figuras tan destacadas como Humphrey Bogart, James Cagney, Errol Flynn, Cary Grant o Bette Davis. Todos los críticos parecían coincidir en que no era lo que se dice una gran actriz, pero lo cierto es que al público le gustaba, y como los gustos del público se reflejaban en las taquillas, Ann se convirtió en una de las favoritas de los productores.
A medida que cumplía años, iba mejorando su capacidad interpretativa, hasta el punto de que en La novia era él (1949), que fue uno de sus últimos trabajos, por momentos llegó a eclipsar al mismo Cary Grant. Pero lamentablemente, a la vez su físico iba empeorando, y no supo, o quizá no le ayudaron a dar ese salto generacional que dieron otras actrices. El caso es que en los cincuenta la luz de Ann Sheridan se eclipsó hasta la total extinción. Haced clic en la ilustración para visionar un breve montaje fotográfico, homenaje a esta estrella tan rutilante como fugaz.



Próxima entrega: Claire Trevor