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lunes, 30 de diciembre de 2019

NUBIOS EN EL NILO. EL SIGLO DE LOS FARAONES NEGROS



Durante el Imperio Nuevo, Nubia no había sido más que la prolongación meridional de Egipto, una tierra de negros más allá de la Primera Catarata, una colonia, diríamos modernamente. Pero en el periodo de decadencia que siguió, con un Egipto fragmentado y gobiernos rivales en Tebas y en el Delta, los egipcios del norte carecieron de recursos para mantener su hegemonía en el sur. El resultado fue que los nubios accedieron al autogobierno de su propio territorio.
Y no sólo eso. Cuando Sheshonq, un monarca del Delta, ocupó Tebas, un grupo numeroso de sacerdotes de Amón huyó hacia el sur, refugiándose en Napata, en el límite meridional de la influencia egipcia, más allá de la Cuarta Catarata, que se había constituido en capital de la nueva Nubia independiente. Allí establecieron una especie de gobierno en el exilio, e incitaron a los príncipes nubios a invadir el Egipto septentrional y restaurar la religión de Amón.


A la sempiterna tentación de poder y de conquista, se añadió la idea del servicio piadoso al dios verdadero, así que hacia 750 a.C. se produjo el avance nubio hacia el norte y una conquista al parecer fácil por no encontrar resistencia entre los escindidos egipcios. Un príncipe nubio llamado Hashta conquistó Tebas, y su sucesor de nombre Pianji, se aventuró aun más al norte, dominando el Delta hacia 730. Shabaka, el hermano de Pianji, trasladó la capital desde Napata de nuevo hasta Tebas. A esta dinastía negra en el imperio del Nilo llaman algunos historiadores nubia, otros etíope, por el nombre que le dieron los griegos, y Manetón la considera Dinastía XXV. En cualquier caso, conviene aclarar que los nuevos señores de Egipto, a pesar del color de su piel, no eran en absoluto extranjeros. Culturalmente eran por completo egipcios, y así se refleja en todos los vestigios documentales y monumentales que nos han legado.


En 732 a.C., mientras los nubios se adueñaban de Egipto, el rey asirio Tiglath-Pileser III derrotó a los sirios y ocupó Damasco. Diez años después, uno de sus sucesores, Sargón II, destruyó Israel y ocupó Samaria. Su hijo, Senaquerib, asedió Jerusalén.
Los faraones nubios trataron de impedir el avance asirio. El faraón Shabaka desplegó emisarios, dineros e influencias para infundir en judíos, sirios, israelitas y fenicios el espíritu de resistencia, mientras Egipto preparaba sus defensas. Shabaka envió a su sobrino Taharka contra Senaquerib, que a la sazón se encontraba asediando Jerusalén. Los egipcios fueron derrotados, pero entre los asirios se produjeron también tantas bajas, que tuvieron que retirarse. Se salvó así Egipto y de paso, Jerusalén.

Senaquerib fue asesinado en 681 a.C. Su hijo Asarhaddón hizo a su ejército marchar de nuevo hacia el oeste. Olvidando Jerusalén, que había resultado un hueso duro de roer, avanzó directamente sobre Egipto, deseoso de cruzar su espada con Taharka, el nuevo faraón, que años atrás se había enfrentado a su padre. Taharka derrotó a Asarhaddón en 675, pero eso sólo sirvió para retrasar el inevitable final. Los asirios de esa época poseían armas de hierro y una organizada caballería. A la larga resultaban invencibles. Asarhaddón se reorganizó, tomó Menfis y el Delta, pero falleció en 668, antes de poder organizar una nueva expedición. Le sucedió su hijo Asurbanipal, que en 661 conquistó y saqueó Tebas, poniendo fin a la dinastía de los faraones nubios.


Continuaron reinando en su patria de Nubia durante mil años más, pero su civilización, alejada ya de la cultura egipcia, fue declinando poco a poco hasta la total degradación. Tal vez los descendientes de aquellos orgullosos faraones negros siguieran recordando aquel siglo de grandeza en que dominaron el que fue en su tiempo el Imperio más poderoso de la Tierra.

-Mamá, ¿qué es un tejón?
-Es una teja muy grande, como esas que pone tu padre en las obras.
-¿Pero, no es un animal?
-Bueno, sí, pero es tu padre, ten un poco de respeto.



jueves, 26 de diciembre de 2019

ROSALÍA DE CASTRO Y LA POESÍA MODERNA



En febrero de 1837, a las pocas horas de su nacimiento, fue llevada a bautizar a la capilla del Hospital Real de Santiago de Compostela una niña que recibió los nombres de María, Rosalía y Rita. Llegó en brazos de una sirvienta, Francisca, su madrina, y fue inscrita como hija de padres desconocidos. Sus biógrafos supieron años después que Rosalía de Castro era hija de Mª Teresa Castro, una hidalga soltera con pocos recursos, y de José Martínez, un cura de la vecindad.
Se hizo cargo de la pequeña su tía Teresa Martínez, residente en la aldea de Castro de Ortoño, donde transcurrió su infancia. Convivió algunas temporadas con su madre en Padrón, y hacia 1850, ya adolescente, se trasladó con ella a Santiago. Allí fue instruida en música y dibujo, las actividades que interesaban a las señoritas de aquel tiempo. Conoció entonces a intelectuales y poetas como Eduardo Pondal, como Aurelio Aguirre, con el que acaso mantuvo su primera relación sentimental, o como Manuel Murguía, quien años más tarde sería su marido.

Rosalía se trasladó a la madrileña calle de la Ballesta en 1856, quizá para alejarse del escándalo que provocó su relación con Aguirre. En Madrid publicó sus primeras poesías en un folleto titulado La flor. Se casó con Manuel Murguía en 1858, quien la animó en su carrera literaria, consiguiendo la publicación de Cantares Gallegos. La pareja realizó numerosos cambios de domicilio, residiendo en muchos lugares de España, aunque de alguna forma se las arreglaron para que todos sus hijos nacieran en Galicia. Fueron nada menos que siete, así que considerando su permanente labor de crianza, su corta vida y su condición de mujer, que entonces era una especie de minusvalía, parece un milagro que Rosalía de Castro desarrollara con gran brillantez su actividad literaria. Más aun si pensamos que buena parte de su obra poética fue escrita en gallego, lengua que en su tiempo se consideraba propia de campesinos incultos. Falleció en Iria Flavia en 1885, cuando contaba sólo cuarenta y ocho años. Junto a Gustavo Adolfo Bécquer, puede considerarse a Rosalía como la precursora de la poesía moderna en ambas lenguas, gallega y castellana.

Sus obras poéticas más importantes en gallego son la citada Cantares Gallegos, y Follas Novas, publicada en 1880. Junto a ellas cabe situar en la trilogía de sus grandes poemarios, En las Orillas del Sar, libro de poemas escrito en castellano y publicado en 1884.
En su también extensa obra en prosa destacan La hija del mar, Flavio, y sobre todas ellas El caballero de las botas azules, sin duda su mejor novela, un cuento extraño, una enigmática fantasía satírica, en la que se mezclan lo costumbrista, lo lírico y lo fantástico. Es la obra cuya lectura Biblioteca Bigotini os propone. Haced clic en la portada para acceder a la versión digital, y deleitaos con la fantástica prosa de Rosalía de Castro, una cumbre tanto de las letras gallegas como españolas.


Es feliz el que soñando muere. Desgraciado aquel que viva sin soñar. Rosalía de Castro.



lunes, 23 de diciembre de 2019

CUENTO DE NAVIDAD



Charles Dickens (1812-1870), el autor de nuestra lectura recomendada de hoy, no sólo fue el más notable novelista en lengua inglesa, sino uno de los más brillantes narradores de la Literatura universal. Como muchos de sus personajes, Dickens tuvo una infancia difícil. Con su padre encarcelado por deudas, su familia conoció el hambre, y pasó por momentos dramáticos. Sin duda las estrecheces de su primera edad marcaron su devenir personal y literario.
Autor extraordinariamente prolífico, Dickens dio a la imprenta un buen número de novelas, que se publicaron por entregas tanto en su país como en América. Este formato folletinesco, tan extendido en la época, contribuyó a que el joven escritor adquiriera la habilidad de concluir cada capítulo con unos puntos suspensivos argumentales que dejaban al lector con ganas de proseguir en la lectura. Pero acaso la causa de su gran éxito popular se sustenta en dos pilares básicos: su sentido del humor y la humanidad de sus personajes.

En efecto, las narraciones de Dickens están impregnadas de un humor limpio y sutil, muy alejado del sarcasmo descarnado de otros autores, y a la vez, cargado de sátira social. Dickens no pierde ocasión de denunciar las sangrantes injusticias de la Inglaterra victoriana, una auténtica jungla en la que los desheredados sobreviven a duras penas en un medio profundamente hostil, sustentado en un cerrado sistema de castas. Y es en este deprimente marasmo de miserias, donde brillan con luz propia unos personajes inmensos, cargados de valor, sentido de la justicia y bondad. Mr. Pickwick, David Copperfield o el basurero de oro, entre otros muchos, son gigantes que se elevan desde el lodo hasta las más altas cimas de la humanidad. En Dickens siempre triunfa el bien, siempre se recompensa el esfuerzo y el sacrificio. Por eso sus valores son eternos. Por eso sigue emocionando al lector dos siglos después.


Hoy quiero traeros (haced clic en la portada) este sencillo Cuento de Navidad o Canción de Navidad, como se ha traducido también algunas veces. Es una narración brevísima que puede leerse en media hora, y que quizá tenéis un poco olvidada. Aunque las versiones cinematográficas y televisivas, infantiles o para adultos, han sido innumerables, la narración original de Dickens no ha tenido tantos lectores como pudiera creerse. Os ofrezco una traducción magnífica, la mejor que he encontrado en la red. No puede haber una lectura más apropiada para estas fechas navideñas, y espero que la disfrutéis tanto como yo. Porque leer a Dickens te impregna de espíritu navideño, y en estos tiempos difíciles (otro de sus grandes títulos), en los que a veces, mirando alrededor o leyendo la prensa, dan ganas de hacer alguna locura, Dickens te reconcilia con el género humano. Feliz Navidad, amigos. Acordaos de este viejo profesor y de su ridículo bigote, cuando estos días disfrutéis de los dulces y brindéis por la paz.





jueves, 19 de diciembre de 2019

EVOLUCIÓN Y SELECCIÓN SEXUAL. EL TRIUNFO DE LOS GUAPOS


Son bien conocidos los principios darwinianos de selección natural y supervivencia de los más aptos, dos de los pilares básicos en que se asienta la evolución. Sin embargo, incluso aun en vida de Darwin, fueron muchos los que encontraron y plantearon objeciones que el propio Darwin tuvo que reconocer.
Es sabido que, a diferencia de las plantas en cuya vida sexual el azar juega un papel fundamental, entre los animales es la hembra quien de forma mayoritaria elige a su pareja. Las razones no pueden ser más obvias. A diferencia de los machos que por lo general no hacen más esfuerzo en la crianza de la prole que el coito, son las hembras quienes casi siempre invierten más energía en la reproducción, encargándose primero de la gestación y después de los cuidados maternales, alimentación, lactancia en el caso de los mamíferos, etc. Naturalmente, una inversión tan costosa exige a la hembra elegir bien con quién desea aparearse, escoger al padre más idóneo para transmitir a sus hijos los mejores genes posibles.


En principio los elegidos deberían ser los machos más grandes, más fuertes, más veloces… Pero todos sabemos que no siempre es así. Por ejemplo, las grandes astas de algunas especies de ciervos, que primitivamente evolucionaron como defensas en caso de ataque de los depredadores, han llegado a convertirse en ciertas especies más en un hándicap que en una ventaja. Llegan a ser tan pesados y tan ramificados que constituyen un verdadero estorbo para sus poseedores, enredándose en los arbustos u obligando al macho a desplazarse más lentamente, resultando presas fáciles para sus depredadores. Otro tanto puede decirse de los pavos reales, cuyas vistosas y coloridas colas alcanzan tamaños descomunales que no hacen sino complicar la vida a sus orgullosos dueños. Podrían ponerse muchos más ejemplos de este tipo, pero entonces ¿por qué ciervas y pavas reales, entre otras muchas hembras, prefieren a esos machos como pareja?

Sencillamente porque resultan mucho más atractivos. Es lo que ya el mismo Darwin denominó selección sexual, un concepto que no siempre coincide, incluso que en ocasiones parece oponerse al más amplio de selección natural. La selección sexual es el principal motor de la aparición de los caracteres sexuales secundarios, es decir, aquellos rasgos físicos que no son genitales propiamente, que no intervienen directamente en la reproducción (fecundación, gestación, alumbramiento…), pero que desempeñan un papel esencial en la elección de pareja. Los caracteres sexuales secundarios abarcan una amplísima gama de rasgos como la cornamenta o la cola multicolor ya citados, o como vistosos adornos, comportamientos extravagantes, y en nuestra especie rostros hermosos, cuerpos esbeltos, miembros musculosos, anchas caderas, pechos prominentes, ojos azules…

Por supuesto, también las hembras en muchas especies animales poseen atractivos que las hacen más deseables a los ojos del macho, lo que contribuye en gran medida a más y mejores oportunidades para la perpetuación de la herencia genética. La selección sexual es responsable en último extremo del dimorfismo sexual, muy acusado en algunas especies en las que machos y hembras presentan tamaños, colores, y en general apariencias muy diferentes exteriormente.
En cuanto a los ojos azules que acabamos de citar, es interesante señalar que los ojos de color claro y el cabello rubio o pelirrojo son caracteres fenotípicos contenidos en genes recesivos. Es decir, son rasgos que sólo se expresan cuando ambos progenitores los aportan. Si uno de ellos aporta el gen de cabello oscuro o el de ojos oscuros, que son los dominantes, los de cabello u ojos claros jamás se expresarán en la descendencia por tratarse de genes recesivos. Lo normal habría sido pues, que con el paso del tiempo y las sucesivas generaciones, esos rasgos recesivos se hubieran perdido en nuestra especie. Sin embargo no han desaparecido, y la razón es obvia: resultan tan atractivos para el sexo opuesto, que sus poseedores o poseedoras son preferidos como pareja sexual, lo que ha hecho que tales rasgos se hayan perpetuado, y constituyan un porcentaje más o menos constante entre los naturales del norte y el centro de Europa.


Así pues, las hembras eligen a los machos más atractivos para procrear. Les mueve el interés reproductivo de que sus hijos sean tan hermosos como lo son sus parejas. Sin embargo, también existen otros intereses tan legítimos o incluso más desde el punto de vista reproductivo. Las hembras quieren cosas como por ejemplo, un nido bien construido, un padre protector capaz de defender eficazmente la madriguera, un aporte regular de alimentos para sus crías o para ella misma… Ventajas de este tipo en ocasiones van más allá del mero atractivo físico. Implican aptitudes y comportamientos del macho que le hagan deseable como pareja y como padre. En este sentido, y centrándonos en nuestra especie, elementos como automóviles de lujo, embarcaciones de recreo o abultadas cuentas corrientes, a menudo son capaces de sustituir con ventaja a los rasgos físicos más atrayentes, lo que explica el éxito reproductivo de muchos millonarios aunque sean viejos, feos, calvos y barrigudos.

Es usted la mujer más hermosa que he visto en mi vida… lo cual no dice mucho en mi favor. Groucho Marx.




lunes, 16 de diciembre de 2019

HENRI POINCARÉ, EL SABIO COMPLETO



Jules Henri Poincaré nació en Nancy en 1854. Era hijo de una familia ilustre de la localidad. Su padre fue profesor de medicina en la universidad, y su primo Raymond Poincaré, presidente de la República entre 1913 y 1920. Pero su verdadera mentora fue su madre, Eugénie Launois, una mujer de talento excepcional que le educó en casa durante la mayor parte de su infancia, debido a las continuas enfermedades que le impidieron asistir regularmente al Liceo. Obtuvo, no obstante, magníficas calificaciones, sobre todo en matemáticas, disciplina en la que destacó desde su más tierna edad. Ingresó ya jovencito en la prestigiosa Escuela Politécnica, donde tuvo como maestro a Charles Hermite. Continuó luego su formación en la École des Mines, donde se graduó como ingeniero.

Aun sin concluir sus estudios, desarrolló un método revolucionario para estudiar las propiedades de las ecuaciones diferenciales. Fue además el primer matemático en descubrir las propiedades geométricas de las ecuaciones, lo que permite utilizarlas para predecir el comportamiento de diversos objetos en movimiento en el sistema solar, una contribución decisiva a la mecánica celeste y a la astronomía.
Se doctoró en La Sorbona parisina en 1879. Ejerció como profesor en la Universidad de Caen, y más tarde en La Sorbona, enseñando análisis, mecánica, física matemática, probabilidad y otras materias. No abandonó, sin embargo, su carrera de ingeniero de minas, llegando a ser nombrado inspector general en 1910.

Se casó con Poulain d’Andecy en 1881, y tuvieron cuatro hijos. En lo personal, Poincaré no fue en absoluto el típico sabio retraído y despistado. Al contrario, dotado también de una notable inteligencia social, se implicó de forma activa en la vida pública. Dio innumerables conferencias y participó en diversos debates. Amaba la notoriedad. Se presentó al concurso matemático patrocinado por el rey de Suecia en 1889, obteniendo el triunfo al resolver con éxito el célebre problema de n cuerpos, que hasta entonces parecía irresoluble. Su trabajo fue precursor de la moderna teoría del caos.

Henri Poincaré se convirtió siendo todavía un hombre joven, en uno de los sabios más populares tanto de su Francia natal, como del resto de Europa, acaso sólo superado a partir de 1915, por el prestigio internacional que alcanzó Albert Einstein. Por cierto que Poincaré contribuyó también al desarrollo de la teoría de la relatividad, reinterpretando primero los trabajos de Lorentz y más tarde los del mismo Einstein y las ecuaciones de Maxwell.


En el campo de la topología se hizo famosa la conjetura de Poincaré. Sostiene que la esfera cuatridimensional, llamada también 3-esfera o hiperesfera, es la única variedad compacta cuatridimensional en la que todo lazo o círculo cerrado (1-esfera) se puede transformar en un punto. La conjetura dejó de serlo, para convertirse en teorema, cuando en 2006 resultó finalmente demostrada por el matemático ruso Grigori Perelman.
Pero Poincaré fue ante todo un filósofo. Probablemente el último científico que, como los grandes sabios del Renacimiento, fue capaz de abarcar gran parte de las ramas del conocimiento. Falleció en 1912 a causa de una enfermedad prostática. Desde Bigotini dedicamos este modesto recuerdo a quien fue poseedor de una de las mentes más brillantes de la Historia Contemporánea.

El pensamiento no es más que un relámpago en medio de la noche. Pero ese relámpago lo es todo. Henri Poincaré.



jueves, 12 de diciembre de 2019

BUD COUNIHAN. CON EL SUDOR DE SU FRENTE


Daniel Francis Counihan, más conocido como Bud Counihan, nació en Norwich, Conneticut, en 1887. Hijo de una familia humilde y numerosa, comenzó a dibujar a edad temprana, y en 1910 ya publicaba regularmente en varios diarios tiras cómicas e ilustraciones deportivas, sobre todo relativas a boxeo y béisbol tan de moda en la América de aquellos años.
En los años veinte fue fichado por la dirección del prestigioso New York Word, en cuyas páginas y suplemento dominical se hicieron populares sus historietas y tiras, cargadas de un humor mordaz. Creaciones suyas fueron Pinhead Dooley, y sobre todo Little Napoleon, un sujeto ridículo y terrible a partes iguales.
Más tarde, ya bien entrados los treinta trabajó para Chic Young en la exitosa serie de la rubita Blondie, y junto a Hal Seeger se convirtió en el negro mejor pagado de la factoría Fleischer, produciendo sin descanso historietas y tiras cómicas con la célebre Betty Boop como protagonista. Sus contratos le obligaron a prescindir de su firma en estos trabajos, en cuyas cabeceras aparecían sólo los nombres de Chic Young y de Max Fleischer, sus jefes.
Counihan falleció en Rhode Island en 1972, y al margen del cómic diremos como curiosidad que fue el padre de Anita (Colby) Counihan, actriz y probablemente la primera supermodelo de la historia de las revistas ilustradas, que mereció ese adjetivo.
Como solemos siempre hacer en nuestra Historia del Cómic, os dejamos un abanico de los trabajos de Bud Counihan. Disfrutadlos.

























lunes, 9 de diciembre de 2019

DANA ANDREWS, EL MAESTRO DE LOS ABRAZOS




Cuando no existían todavía los métodos interpretativos ni las escuelas dramáticas, los actores se forjaban a sí mismos, golpe a golpe en el yunque de la vida. Dana Andrews tuvo una infancia difícil, así que no le costó demasiado trabajo interpretar al gangster barriobajero que recibió su merecido en Bola de fuego, aquella sensacional comedia de Hawks. Algo más complicados debieron ser sus papeles dramáticos, como los de La ruta del tabaco de Ford o la extraordinaria La senda de los elefantes, filme cargado de un simbolismo algo enigmático que no hizo más concesiones al cine comercial que el detalle de los paquidermos y la presencia grandiosa de Liz Taylor.
Pero la película que consagró a Andrews como grandísimo actor fue sin duda la inolvidable Laura, obra maestra del maestro Preminger, en la que nuestro hombre más que abrazar, recogía literalmente entre sus musculosos brazos de poli bueno a la inconmensurable Gene Tierney. Probablemente fue a partir ahí, cuando Dana Andrews se especializó en el género abrazos, especialidad que alcanzó la cumbre abrazadora con los que dio a Teresa Wrigh en Los mejores años de nuestra vida, melodrama de William Wyler que hizo historia y sentó cátedra en su tiempo.
Para recordar a Dana Andrews os ofrecemos el enlace con un breve montaje de música e imágenes que recoge los mejores momentos del actor, algunos abrazos incluidos. Clic en la ilustración para acceder.

Próxima entrega: Gene Tierney


Fe de erratas:






En la ficha de más arriba, donde dice que la película de William Wyler El Forastero es de 1949, debe decir 1939.







viernes, 6 de diciembre de 2019

EL NACIMIENTO DE ROMA. ENTRE EL MITO Y LA HISTORIA



Indro Montanelli cuenta en su Historia de Roma que los escolares romanos partían de una posición ventajosa: ya sabían latín, por eso les quedó tiempo libre para conquistar el mundo. Según Plutarco, las primeras escuelas romanas aparecieron hacia 250 a. de C., unos 500 años después de la fundación de la ciudad. A aquellos primeros escolares debieron enseñarles la leyenda fundacional de su nación. Los romanos se decían descendientes de Eneas, el mítico héroe troyano que consiguió escapar de los griegos y tras muchas peripecias llegó al Lacio, donde se desposó con Lavinia, la hija del rey Latino. Su hijo Ascanio fundó Alba Longa, y muchos años más tarde, accedieron al trono sus descendientes Numitor y Amulio, dos hermanos tan mal avenidos que Amulio (el malo) para reinar en solitario, asesinó a todos los hijos de Numitor (el bueno). Sólo dejó con vida a su sobrina Rea Silvia, a la que obligó a ingresar como vestal, sacerdotisa de Vesta, condenada al celibato.

Pero, como quiera que los planes de los malos nunca se cumplen en las leyendas fundacionales, cierto día en que la hermosa Rea Silvia dormitaba en la ribera del Tíber, acertó a pasar por allí el dios Marte, que se encaprichó de ella y la dejó preñada. Fruto de aquella fugaz pasión fueron dos gemelos, Rómulo y Remo, que cuando tuvieron edad suficiente, se llegaron a Alba Longa y se cargaron a Amulio (el malo), reponiendo en el trono a su abuelito Numitor (el bueno). Una vez concluida con éxito la buena obra del día, les dio por fundar otra ciudad, y fundaron Roma exactamente el 21 de abril del año 753 a. de C. Los compañeros de los gemelos eran hombres solteros, así que raptaron a las hijas de sus vecinos sabinos (las sabinas), se casaron con ellas, tuvieron un montón de hijos y derrotaron sucesivamente a las naciones vecinas, porque eran más listos, más guapos y descendían de héroes y dioses.


Esa es la leyenda. La realidad histórica, algo más prosaica, nos dice que la península itálica estaba ya habitada treinta mil años antes. Hace unos ocho mil pueden hallarse vestigios de incipientes culturas neolíticas, divididas en dos pueblos: los ligures al norte y los sículos al sur. Hacia el 2000 a. de C. aparecen otras gentes atravesando los Alpes desde Europa central, y se asientan alrededor de los grandes lagos alpinos, introduciendo en la península innovaciones tan importantes como la ganadería, el cultivo del trigo, el tejido de telas, la construcción de defensas y la versión local de la cultura del vaso campaniforme que, como vimos en alguna anterior entrega bigotiniana, tuvo su origen en la península ibérica. Poco a poco fueron descendiendo hacia el sur, e introduciendo novedades procedentes de Germania y otras regiones europeas, como la metalurgia del hierro. El más importante núcleo urbano de aquella cultura itálica fue Villanova, situada en la proximidad de la actual Bolonia, centro civilizador del que los modernos prehistoriadores hacen descender pueblos y lenguas como los umbros los sabinos y los latinos.


Hacia el año 1000 a. de C. esta cultura villanovense, habiendo ya absorbido, bien por mezcla o bien por exterminio, a los primitivos pobladores ligures y sículos, funda entre la desembocadura del Tíber y la bahía de Nápoles, muchas poblaciones habitadas por gentes de cultura bastante homogénea, que no obstante, se hacen la guerra entre sí sin concederse la menor tregua. La principal de aquellas ciudades fue Alba Longa, al pie del monte Albano, probablemente la actual Castelgandolfo, y albalonganos fueron los jóvenes que emigrando hacia el norte fundaron Roma. Lo del rapto de las sabinas es, naturalmente, otra leyenda. El fondo de verdad que como cualquier leyenda, alberga, es que efectivamente, la primitiva Roma cuyos descendientes estaban destinados a conquistar el mundo, se compuso de una mezcla a partes iguales de latinos y sabinos.
El profe Bigotini también se lamenta de verse obligado a aprender el latín en la escuela, como nos ha ocurrido a todos. Afortunados aquellos antiguos latinos, aquellos felices albalonganos que lo tuvieron como lengua materna.

Yo no hablo inglés, ni Dios lo “premita”. Lola Flores.