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miércoles, 29 de abril de 2020

HIDALGOS Y VILLANOS. EL HIDALGUISMO COMO LACRA SOCIAL


En los siglos XVI y XVII, no sólo América, también Europa se llenó de españoles. La mayoría de ellos, decenas de miles, eran soldados. Otros desempeñaron algún cargo burocrático o funcionarial en los diversos virreinatos, gobiernos y administraciones desde Flandes hasta Nápoles que salpicaron aquel Imperio español destinado a extinguirse con los últimos Austrias. A los italianos, a los alemanes, a los belgas, a todos los europeos de aquel tiempo, causaban asombro esos tipos peninsulares. Según muchos testimonios, los juzgaban soberbios, pendencieros y locuaces. Pero lo que acaso les causaba más asombro era la gran cantidad de españoles que se decían nobles, hidalgos era el término más utilizado. Quizá algunos mentían sobre su origen. En Brujas, Colonia o Milán, a falta de paisanos que pudieran desmentirles, presumirían de blasones quienes se habían criado en el Potro de Córdoba o en el toledano Zocodover.

Pero lo cierto es que, mentiras aparte, la cantidad de hidalgos e infanzones, miembros de lo que se ha llamado la baja nobleza, era en los reinos españoles muy importante. Ese exceso de hidalguía, o más bien de hidalguismo, así, con su carga patológica, causó un daño irreparable al tejido económico y social del país, y fue sin duda uno de los factores principales del retroceso y secular atraso de España en el periodo posterior. Es notoria la repugnancia de una buena parte de la población española de los siglos XVI y XVII al ejercicio de los oficios manuales, considerados deshonrosos por los hidalgos o nobles. Ahí está el germen del tristemente célebre “que inventen ellos”, ese exabrupto mostrenco causante de tantas desdichas.


Sobre el origen de ese desmesurado hidalguismo, escribe Américo Castro que el hispanocristiano alcanzó la plenitud de su conciencia histórica como un combatiente vencedor; que al vencer iba encontrándose, sin necesidad de otro trámite, instalado sobre unas gentes que le hacían las ‘cosas’, más de las que podía manejar y dirigir. Juzga Castro que el hidalguismo, el desdén por las tareas mecánicas y la incapacidad para crear cosas, proceden conjuntamente de ese señorear por los cristianos el rico botín de las técnicas de moros y judíos. Se apoya en unos versos del Cantar de Mío Cid:

En este castiello grand aver avemos preso;
los moros yazen muertos, de bivos pocos veo.
Los moros e las moras vender non los podremos,
que los descabeçemos nada non ganaremos;
cojásmoslos de dentro, ca el señorío tenemos;
posaremos en sus casas, e dellos nos serviremos.

Claudio Sánchez Albornoz, difiere en esto, como en muchas otras materias, de Castro, y encuentra la explicación demasiado simplista. Apunta Albornoz que hasta finales del siglo XI no dominaron los cristianos españoles tierras pobladas de moros que pudieran señorear, y no convivieron con abundantes y hábiles masas de judíos de cuyas técnicas pudieran servirse. Sostiene que mucho antes de aquella fecha se habían ya concretado los rasgos esenciales de la vida social, política y económica de la cristiandad peninsular, entre otros el del hidalguismo del que tratamos. Además, después de entrar en posesión de las técnicas manufactureras de judíos y moros, las actividades industriales de Castilla y de los otros reinos peninsulares siguieron siendo reducidas, continuaron importando productos manufacturados y exportando materias primas (lana), y prosiguieron viviendo en evidente dependencia económica de la Europa cristiana.

Para Albornoz, el hidalguismo y la repugnancia de los nobles por la economía productiva, es anterior incluso a la presencia de moros en la Península. Se remonta al tiempo de los godos, y es común al resto de Europa, donde los usos góticos establecieron también castas que a partir de los primeros señores de la guerra, se transmitieron en herencia a sus descendientes, y constituyen el germen del feudalismo medieval. La diferencia con Europa estribaría en dos puntos clave. Primero la desmesurada cantidad de nobles que proliferaron en los reinos peninsulares, muy superior a la del resto de los reinos de allende los Pirineos. Segundo, derivado del primero, la persistencia de esa desproporción numérica en tiempos más modernos.
En cuanto a la proliferación de los hidalgos, digamos que mucho tiene que ver en ella el constante estado de guerra en que permanecieron los reinos cristianos peninsulares durante el periodo de la reconquista. Fue práctica común la concesión de títulos nobiliarios a quienes se habían distinguido en la batalla. El fuero de Castrojeriz del 976, al convertir en infanzones (más tarde se llamarían hidalgos) a los caballeros (en el sentido de hombre de a caballo) villanos de la plaza, les concedió como primer privilegio, el de vivir señorialmente del trabajo de labradores de ínfima condición. La ascensión del villanaje a la infanzonía fue una constante a lo largo de varios siglos.

Por otra parte, la condición de fillii primatum, antecedente histórico de los hijos de algo o hidalgos, conllevó desde el principio de la etapa gótica, no sólo el privilegio o derecho de vivir del trabajo de los siervos, sino incluso la obligación de hacerlo, con expresa prohibición de trabajar con las manos. Así, Alfonso X dispone en las Partidas ( II. 21. 25) que perdiera la honra de la caballería el caballero que vsasse publicamente el mismo de mercaduría, o obrasse de algun vil menester de manos, por ganar dineros, no seyendo cativo. Idénticas o parecidas leyes regían en el resto de Europa, como está documentado en Francia o en Inglaterra. El noble sólo tenía por ocupación digna de su clase la guerra o el servicio de la corte. Aunque en España no hubieran entrado moros ni judíos, los hidalgos habrían tenido por indigno trabajar en el campo, la industria o el comercio.

Sólo casos extremos de pobreza movían al noble a renunciar a su hidalguía para trabajar como villano. En Castilla tal renuncia exigía un rito público y pintoresco recogido en el Fuero Viejo I. V. 16: Si algund ome nobre vinier a probedat, e non podier mantener nobredat, e venier a la Igresia, e dixier en Conceio: Sepades que quiero ser vostro vecino en infurcion, e en toda facienda vostra; e aduxere una aguijada, e tovieren la aguijada dos omes en los cuellos, e pasare tres veces sobre ella e dijier dexo nobredat, e torno villano; e estonces serà villano, e quantos fijos e fijas tovier en aquel tiempo todos seran villanos.
Otras veces el amor podía llevar a una mujer noble a perder esa condición casándose con un villano. Para recuperarla a la muerte de su marido, según el Fuero Viejo I. V. 17: Deve tomar a cuestas la Dueña una albarda, e deve ir sobre la fuesa del suo marido, e deve decir tres veces, dando con el canto del albarda sobre la fuesa: Villano toma tu villania, da a mi mia fidalguia.


Con el tiempo y con los cambios sociales que se produjeron en la mayor parte de los reinos europeos, incluido el apogeo de las grandes ciudades, muchos miembros de la baja nobleza pasaron a formar parte de lo que se llamó la burguesía urbana, haciendo negocio en el comercio o la incipiente industria. Mientras tanto en nuestro suelo perduró y hasta se multiplicó la figura del hidalgo pobre, como aquel que se describe en El Lazarillo, que guardaba un mendrugo de pan duro para ponerse unas migas sobre la pechera al salir de casa, y hacer creer a los vecinos que había comido, cuando en realidad no había probado bocado.
Así es la Historia, amigos. Tiene sus grandezas y sus miserias, y es preciso conocer ambas para procurar evitar caer en los mismos errores del pasado. Al profe Bigotini y a mí, sólo nos llaman caballero los camareros y los taxistas. Somos villanos, ¡qué le vamos a hacer!, y hemos tenido que trabajar toda la vida, probablemente porque no servimos para otra cosa.


-López, estamos muy insatisfechos con su rendimiento en el trabajo.
-Joder, jefe, ¿y para decirme eso me despierta?



domingo, 26 de abril de 2020

MARIANA DE CARVAJAL Y SAAVEDRA, UNA MUJER EN LA SOMBRA



Se tienen muy pocos datos biográficos y ningún retrato de esta jienense nacida entre 1610 y 1615. Personalmente prefiero la última fecha por coincidir con la publicación de la segunda parte del Quijote. Mariana de Carvajal y Saavedra comparte con Cervantes, además del segundo apellido, su inclinación por las letras.
Sabemos que siendo aun una niña, su padre, don Álvaro de Carvajal, un hidalgo granadino, trasladó la familia de Jaén a Granada, ciudad en la que transcurrió la juventud de Mariana, y donde se casó (pues ese era el único destino razonable de cualquier mujer de su tiempo) con el también hidalgo don Baltasar Velázquez, alcalde de la Real Chancillería granadina. Sabemos también que en 1640 tuvo un hijo, Rodrigo Velázquez, que estudió en Alcalá y Salamanca, y llegó a ser caballero del hábito de Santiago.

Don Baltasar se trasladó con ella a la Corte madrileña tras ser nombrado miembro del Consejo de Hacienda. Ya veis que todos los anteriores son datos biográficos de su esposo y de su hijo. Mariana hasta aquí mantiene su biografía tan oculta como la de los millones de mujeres españolas anónimas que a lo largo de la historia, hijas, esposas o madres, aparecen asociadas al varón en un discreto segundo plano, y apenas documentadas en un registro de bautismo (inexistente en este caso), de casamiento o de defunción. Precisamente la fecha de defunción del marido, 1656, convierte en viuda a Mariana de Carvajal, momento en el que escribe un memorial al rey solicitando amparo, pues, muerto el dicho su marido, habiendo servido veintitrés años a Vuestra Majestad, sin dejar hacienda alguna, y dejando tres hijos varones y seis hijas, la suplicante se halla con mucha necesidad y sin tener con qué poder acudir al sustento y crianza dellos.

Por este escrito sabemos que además de a Rodrigo, el caballero de Santiago, Mariana parió al menos otros ocho hijos. Nada conocemos de posibles embarazos malogrados o eventuales niños muertos prematuramente, pero con esos datos puede afirmarse que la pobre pasó preñada la mayor parte de su vida. La Majestad Católica del cuarto rey Philipo concedió graciosamente a Mariana la pensión de doscientos ducados que hubiera correspondido a su difunto.
Y por fin tenemos noticia de su quehacer literario, pues en 1663 la imprenta madrileña de Gregorio Rodríguez publica sus Navidades de Madrid y noches entretenidas, una colección de ocho novelas que la autora dedicó a don Francisco Eusebio de Petting, conde del Sacro Romano Imperio,  y embajador del emperador Leopoldo en la corte de Felipe IV. Un año más tarde, en 1664, sus hijos Rodrigo y Francisco (ya sabemos el nombre de otro de los hijos) presiden en Granada una academia literaria en la que no participa su madre, detalle que, unido a que ya no se tienen más noticias de ella, permite suponer que ya había fallecido. Con cincuenta y tantos años, su historial obstétrico y la esperanza de vida de la época, parece más que probable.

Un tal Valdelomar, el censor, en la aprobación de Navidades de Madrid que aparece en la primera edición, se admira de que haya en el recogimiento de una mujer sitio para que con sus honestos divertimientos dé materia para deleitar, aprovechando a quien le leyere. De lo que podemos admirarnos nosotros es de que Mariana de Carvajal tuviera tiempo y disposición para escribir una prosa, acaso no tan divertida para el lector actual, pero sin duda provechosa como decía el censor. Porque, efectivamente, el mayor provecho que hoy podemos obtener de su lectura es la magnífica descripción y la fuente inagotable de datos curiosos acerca de la vida cotidiana y las costumbres de las gentes de su tiempo. La detallada descripción de vestidos, enseres, muebles, viviendas, etc., resulta esencial para quien quiera conocer cómo vivían los españoles del siglo XVII. Lo mismo que en el barroco hay pintores especializados en bodegones, en la literatura española del Siglo de Oro contamos con Mariana de Carvajal, una bodegonista literaria de primer orden.

La propia autora dio noticia de la existencia de doce comedias escritas por ella que hasta ahora no han podido ser encontradas.
En nuestra Biblioteca Bigotini tenemos el placer de ofreceos la versión digital de las citadas Navidades de Madrid y noches entretenidas, una rara joya de la que con seguridad podréis disfrutar. Haced clic en la portadilla y deleitaos con la prosa de Mariana de Carvajal, una ilustre dama jienense olvidada injustamente durante siglos por su condición de mujer.

Nunca en mi vida he leído un libro. No tengo tiempo. Prefiero comprar discos. Victoria Beckham.



miércoles, 22 de abril de 2020

OVULACIÓN OCULTA Y SEXO RECREATIVO



Ya hemos dicho en alguna de nuestras pequeñas reflexiones sobre el sexo, que el llamado estro o periodo de celo es común a la práctica totalidad de las hembras del reino animal. Su frecuencia y su duración, variables según las diferentes especies, pueden ser muy elevadas, como en el caso de muchos roedores cuyas hembras engendran y crían varias camadas al año; o al contrario, breves y singulares, como ocurre en muchos insectos y otras criaturas de vida efímera que sólo tienen sexo una vez en su vida.
En cualquier caso la norma en la naturaleza es que el estro de las hembras se anuncie y se haga patente mediante diversas señales, que pueden ser visuales (genitales abultados o de colores llamativos), acústicas, olfativas, etc.

Todas esas señales que anuncian la disposición de las hembras a la cópula, culminan en la cópula, limitándose los encuentros sexuales de machos y hembras precisamente a aquellos periodos en los que la hembra receptiva está en condiciones de ovular y engendrar nueva vida. Concluimos de ello que entre la inmensa mayoría de las especies, la finalidad del sexo es la reproducción, puede decirse que con carácter exclusivo.
Si repasamos la historia natural desde el prisma de la evolución, veremos que una minoría de especies es capaz de eludir esta exclusividad para añadir a los encuentros sexuales otras utilidades. En algunos animales la cópula tiene el valor añadido de remarcar el dominio de unos individuos sobre otros, usualmente de los machos sobre las hembras, aunque sobre todo entre los mamíferos se dan a veces montas homosexuales con ese objetivo de dominio/sumisión ya sea entre machos o entre hembras que dejan así patente su posición en la escala jerárquica del grupo.

En algunos grandes simios estrechamente emparentados con nosotros, como bonobos y chimpancés, las prácticas sexuales adquieren también un tinte social dirigido a reforzar los lazos afectivos y familiares entre distintos individuos. Pero incluso en el caso de los bonobos, reputados como la especie más promiscua, cabe diferenciar los coitos meramente sociales de los reproductivos. Las hembras de bonobo, como el resto de las hembras, experimentan su estro, y lo manifiestan mediante las señales acostumbradas, calor y rubor genitales, secreciones olorosas y comportamientos de invitación a la cópula.
Existe una única especie en la que el estro no se manifiesta de ninguna manera apreciable. Esa especie es, naturalmente, la nuestra.
En efecto, entre los seres humanos la práctica del sexo no sólo tiene finalidad reproductiva, sino que, como en nuestros parientes arborícolas, obedece a otros impulsos ya sean afectivos o simplemente recreativos.


En la hembra humana y sólo en ella se da el raro fenómeno de la ovulación oculta, no existiendo ningún signo externo que la indique. Ni siquiera las recientes técnicas de medición de temperatura o análisis hormonales permiten estar totalmente seguros de que se está produciendo ovulación. Tampoco la mujer muestra diferencias apreciables en cuanto a receptividad o disponibilidad para el coito en los distintos periodos del ciclo menstrual. Su afectividad (como la del varón, dicho sea de paso) se sustenta en elementos tales como lo que llamamos el amor romántico, como la atracción física o sencillamente como el mero deseo. El sexo entre nosotros es, además de reproductivo, y muchas veces en lugar de reproductivo, estimulante, divertido, placentero y hasta a veces apasionante.
Ese carácter no reproductivo del sexo en nuestra especie, se plasma claramente en que las mujeres siguen interesadas por el sexo durante el embarazo, una vez concluida la edad fértil, y también lo están aquellas que por diferentes motivos se saben infértiles. De ello podría concluirse que, bonobos aparte, y sujeta al obligado decoro que a menudo exigen nuestras estructuras sociales y culturales, la humana es la especie que más y con mayor aplicación disfruta del sexo en toda su mágica extensión.

¿Por qué las mujeres carecen de estro? ¿Por qué no ofrecen señales ovulatorias evidentes? ¿Cuál es el origen evolutivo de la casi constante receptividad femenina y de la ovulación oculta?
La respuesta apresurada que acaso acuda al lector podría ser esta: sencillamente porque el sexo es divertido. Lamentablemente el argumento no es suficiente desde el punto de vista científico. Leemos a Jared Diamond que los ratones marsupiales parecen pasarlo mucho mejor que nosotros, porque sus cópulas duran unas doce horas y están plagadas de orgasmos y eyaculaciones, toda una juerga.

Pero ya que volvemos a la sexología comparada, fijemos nuestra atención en otra especie animal, un ave, el papamoscas cerrojillo. La hembra papamoscas solicita la cópula sólo cuando sus óvulos están listos para ser fertilizados. Una vez comienza a poner, su interés por el sexo desaparece, y resiste las proposiciones de los machos (que como hemos visto en anteriores entregas, insisten siempre incansablemente). Pues bien, en un experimento en que los ornitólogos convirtieron en viudas a veinte hembras de papamoscas después de que ellas hubieran completado la puesta, seis de las veinte viudas experimentales solicitaron la cópula a nuevos machos dos días después. Tres de ellas fueron vistas copulando, y muchas otras podrían haberlo hecho fuera de la observación. Es evidente que las hembras intentaban engañar a los machos haciéndoles creer que eran fértiles y que estaban disponibles. Cuando los huevos fueron eclosionando, muchos de los machos sustitutos procedieron a alimentar a los polluelos como habría hecho su padre biológico.

El caso de los papamoscas cerrojillos nos proporciona alguna pista sobre las causas de que la mujer ignore el momento de su ovulación y se mantenga receptiva permanentemente. La indefensión de las crías humanas hace que necesiten cuidados parentales durante mucho más tiempo que las del resto de las especies animales, en las condiciones más primitivas, al menos hasta diez o más años después del destete. Cualquier hembra de mamífero puede ocuparse de sus crías sin la participación del macho. Sin embargo, entre los humanos la mayor parte del alimento se consigue muchas veces mediante técnicas complejas que requieren el concurso de ambos progenitores. Incluso hoy en día las madres solteras lo tienen difícil, imaginemos la extrema dificultad en un grupo prehistórico de homínidos cazadores-recolectores.

Si la mujer primitiva dejaba que su hombre abandonara la caverna o el campamento en busca de otras mujeres a las que fertilizar, tal como le dictaría su instinto de macho, expondría a su cría y a ella misma al hambre y a la indefensión. No podía dejarlo marchar. Así que la solución más brillante y eficaz fue ofrecerle sexo, manteniéndose sexualmente receptiva con independencia de la producción de óvulos. De manera que el sexo recreativo funciona como un adhesivo de la pareja, induce la monogamia, favorece la cooperación, incrementa la probabilidad de supervivencia de adultos y crías, lo que se traduce en una más eficaz transmisión de la carga genética. Sumemos a lo anterior que las parejas humanas no viven aisladas, sino que forman parte de grupos en los que se produce de hecho una fuerte interdependencia económica. Para una mujer cuyo hombre no cumpliera las expectativas de sostén de la familia, la ignorancia de la ovulación y continua receptividad, le proporcionaría otras parejas que eventualmente aportaran alimentos u otros bienes.

La ciencia se divide entre la teoría del “papá en casa”, que propone que la ovulación oculta se desarrolló para promover la monogamia, para forzar al hombre a quedarse y reafirmar su seguridad acerca de la paternidad de los hijos de su compañera, y la teoría opuesta de los “muchos padres”, según la cual la ovulación oculta se desarrolló para dar a la mujer acceso a muchos compañeros sexuales y dejar así a varios hombres con la incertidumbre sobre la paternidad de sus hijos.
Ya veis que no se trata de un dilema sencillo. Traspasa los límites de la paleontología y la biología, para adentrarse en la antropología y la sociología.
En cualquier caso, tanto el profe Bigotini como yo mismo, renunciamos a complicarnos la vida, y proclamamos que el sexo es divertido,  afirmación que constituye un magnífico principio y dista mucho de ser un mal final.


Aquella pequeña lombriz encontró la muerte en una cazuela de fideos. La pobre creyó que se trataba de una orgía.




domingo, 19 de abril de 2020

GABRIEL FAHRENHEIT. DE ARTESANO A CIENTÍFICO



Daniel Gabriel Fahrenheit nació en la ciudad polaca de Danzig en 1686. Sus padres eran comerciantes acomodados holandeses, y al fallecer estos cuando el joven Gabriel contaba quince años, se trasladó a Amsterdam, donde residía el resto de su familia, y en Holanda, su patria, pasó la mayor parte del resto de su vida.
Amplió sus estudios en Dinamarca, Inglaterra y Alemania, y de regreso en Amsterdam, se inició en el soplado del vidrio, oficio en el que demostró gran habilidad. Por entonces en Amsterdam se construían la mayor parte de los instrumentos científicos de precisión. Fahrenheit se especializó en esta materia, y de aquella forma se convirtió en el más reputado fabricante de Europa.

Inventó en 1709 el termómetro de agua, y el de mercurio en 1714. Hasta entonces los termómetros solían funcionar con alcohol. Pero la principal aportación de Gabriel Fahrenheit a la ciencia fue el diseño de la escala termométrica que lleva su nombre, y que ha sido la más ampliamente empleada en el mundo anglosajón, hasta la adopción de la escala de Celsius por el Reino Unido (y el resto de las escalas y medidas del sistema métrico decimal). La escala Fahrenheit tiene 180 divisiones en lugar de las 100 tanto de la escala Celsius como la Kelvin. Eso le aporta una mayor precisión que estas últimas, si bien hace algo más complicados los cálculos en diversos campos.
En 1724 publicó sus trabajos en las Philosophical Transactions que editaba la Royal Society, de la que fue miembro activo desde entonces hasta su fallecimiento acaecido en La Haya en 1736.


Sus principales aportaciones científicas fueron sus trabajos sobre temperaturas de ebullición de diversos líquidos, la solidificación del agua en el vacío y la posibilidad de obtener agua líquida a una temperatura menor que la de su punto de congelación.
Careciendo de una formación que hoy llamaríamos universitaria, Gabriel Fahrenheit fue un autodidacta que en un tiempo plagado de obstáculos sociales y académicos, supo abrirse paso a partir de su condición de artesano hasta ocupar una sólida posición en la historia de la ciencia. El profe Bigotini que hoy está algo pachucho, se toma la temperatura con su termómetro digital en aquel punto en que se acostumbra tomarla a los bebés. Asombrado por el tiempo que tarda en sonar la alarma, descubre alarmado que el termómetro sigue sobre la mesa. Poco después me ofrece su vieja estilográfica alegando que ya no va a necesitarla más. Amigos, así son los grandes hombres.

-Ave César, hemos recibido un papiro de Cleopatra.
-¿Qué dice?
-Dice: Cleopatra, corazón, pene, labios verticales.
-Rápido, ensilla mi caballo.




miércoles, 15 de abril de 2020

GENE BYRNES Y SU PANDILLA



Eugene Francis Byrnes, que firmó sus trabajos como Gene Byrnes, fue un neoyorquino nacido en 1889. Comenzó a ganarse la vida desde su infancia ayudando a su padre en un modesto negocio de aparejos para caballos que fue decayendo al tiempo que los equinos iban siendo reemplazados por vehículos automóviles. Se dedicó también a las reparaciones eléctricas, a la vez que daba sus primeros pasos en el mundo del cómic. Después de seguir un curso de dibujo por correspondencia, presentó sus trabajos a Tad Dorgan que en aquel tiempo triunfaba con sus viñetas sobre deportes. Dorgan apreció sus dibujos y hasta el gran Winsor McCay se fijó en Byrnes, y escribió una recomendación para el New York Telegram, publicación en la que el joven Gene se estrenó profesionalmente.


Dibujó para el Telegram hasta 1919 con el único paréntesis de la Primera guerra Mundial, y fue a partir de 1917 cuando apareció la serie que le procuraría fama imperecedera. Se trata de Reg’lar Fellers, protagonizada por una pandilla de mocosos de los suburbios neoyorquinos que viven toda clase de aventuras y perpetran toda suerte de divertidas travesuras. La serie se hizo tan célebre que fue adaptada al cine, y a través de las pantallas fue vista por espectadores del mundo entero. En aquel primitivo cine mudo repleto de gags, se hicieron famosos los pilluelos y hasta su mascota, un simpático chucho blanco con una mancha negra en el ojo izquierdo.
Byrnes siguió publicando sus historietas en varios periódicos americanos, llegó a ganar 25.000 dólares anuales en su época dorada, y dibujó hasta su fallecimiento en 1974. En nuestro repaso por la historia del cómic, os dejamos una muestra de su producción gráfica.
























domingo, 12 de abril de 2020

GEORGE CUKOR, DIRECTOR DE ACTRICES





Algún extraño don debió atesorar George Cukor para convertir a tantas actrices en fulgurantes estrellas y hacer que las ya consagradas brillasen con mayor y más luminosa magnitud. Sin Cukor al mando se habrían resentido las carreras de divas como Greta Garbo, Norma Shearer, Joan Crawford, Ingrid Bergman, Rosalind Russell, Paulette Goddard, Liz Taylor o Audrey Hepburn; y algunas, como la de Katharine Hepburn, su actriz talismán, ni siquiera se habrían iniciado.
Actrices europeas como Anna Magnani, Sophia Loren o Ivette Nimieux se animaron a cruzar el Atlántico y aventurarse en Hollywood, con la única condición de ser dirigidas por él. Todas le adoraron y hasta un mito viviente como Marilyn Monroe, lamentó no haber nacido antes para haber tenido mayores oportunidades de compartir su talento.

George Cukor estaba dotado sobre todo para la alta comedia. Difícilmente puede concebirse una de sus clásicas de los años treinta, sin lujosos vestidos de lentejuelas y glamurosas poses a la luz de los focos que hacían las veces de luna llena y envolvían los rostros más hermosos en un halo de misterio y de magia indescifrables. Sin Cukor es imposible entender el cine americano o el cine a secas. Fue un maestro imitado hasta la saciedad y a la vez inimitable.
En nuestro modesto y nostálgico foro, os brindamos hoy el enlace para visionar un brevísimo reportaje sobre este gran cineasta, que incide precisamente en su cualidad de director de actrices. Haced clic en la foto y disfrutad un par de minutos de la magia y el talento de George Cukor.

Próxima entrega: David Niven





miércoles, 8 de abril de 2020

¡OH TEMPORA, OH MORES! COSTUMBRES Y VIDA FAMILIAR EN ROMA



La familia romana, basada en la monogamia, tenía a la cabeza al pater familias, que como ciudadano ostentaba tres nombres, el personal, el de linaje y el de familia, por ejemplo, Publio Cornelio Escipión. Quienes se distinguían por alguna proeza bélica u otras virtudes, añadían aun un cuarto nombre o epíteto: Publio Cornelio Escipión Africano, en el caso de este famoso personaje, por sus victorias en tierras de África.
Los nombres masculinos más frecuentes, atendiendo a los documentos e inscripciones hallados, solían abreviarse. Son por este orden: Caius (C), Cnacus (Cn), Marcus (M), Lucius (L), Publius (P), Titus (T), Tiberius (Ti), Quintus (Q) y Sextus (Sx). Mucho más pobre era la onomatología femenina. La hija única  llevaba por único nombre el del linaje del padre (Cornelia). Si había dos hijas se las llamaba Cornelia maior y Cornelia minor, y si había más de dos eran Cornelia tertia, Cornelia quarta, Cornelia quinta, etc…



Los nombres de linaje eran adjetivos siempre terminados en us (Cornelius). Eran hereditarios, lo mismo que los de familia o gentilicios (de gens). Por su nombre familiar o gentilicio se distinguían los Cornelii Escipiones de los Cornelii Syllae o los Cornelii Lentuli. Esos nombres familiares a menudo provenían de motes o apodos grotescos tales como Varus (cojo o patizambo), Cicero (garbanzo), Lentulo (lenteja)… y hasta ultrajantes como Asina, Bestia o Lamia. Tanto los nombres de linaje como los de familia equivalían a los modernos apellidos, y contribuían al reforzamiento de la conciencia aristocrática. Llamarse Cornelio Escipión, Cecilio Metelo o Junio Bruto constituía de por sí una recomendación que abría puertas y granjeaba aliados.


Para que los matrimonios fueran legales era preciso que los cónyuges gozasen del llamado connubium, reservado hasta 445 a.C. sólo a los patricios. Hasta esa fecha la unión entre plebeyos carecía de sanción legal. Otra condición era el consentimiento de cada uno de los padres de la pareja, y por último el de la pareja misma. El matrimonio forzoso repugnaba al derecho romano. Los ritos de la boda (nuptiae) diferían según fuese o no deseable establecer el dominio o autoridad (manus) del marido sobre la mujer. Este rito de la confarreatio consistía en ofrecer a la novia una hogaza de trigo (panis farreus), símbolo del domicilio fijo en las sociedades agrarias. Se escenificaba que el marido sería el encargado de proveer la despensa. Cuando la plebe fue admitida al connubium, en lugar de la confarreatio se practicaba la coemptia o compra simbólica de la mujer. Ambas fórmulas conducían al manus o dominio masculino, y a finales del periodo republicano, las dos se sustituyeron por otra formalidad que dejaba a la mujer siempre bajo la autoridad de su padre, quien podía, en caso de que su yerno no le diese satisfacción, romper el matrimonio, regresando la esposa a la casa paterna. Esta práctica dio lugar en ese periodo a cierta facilidad para el divorcio, que se prolongó a la etapa imperial, y junto al repudio por parte del marido, terminó de dibujar la imagen divorcista que nos ha llegado a través de reseñas históricas y literarias de la sociedad romana.


Por eso la esposa que sostenía la unión hasta el fin (univira o de un solo varón) gozó de un aura de honorabilidad y prestigio notables. La matrona o mater familias perteneciente al patriciado tomaba parte en los festines y recibía con total libertad en su casa a mujeres y hombres. Las matronas nobles ejercieron una importante influencia política ya desde la República.
Según Tácito, el joven era educado bajo la vigilancia de su madre, que cifraba su gloria en guardar la casa y velar por sus hijos. Para ayudarla se escogía alguna parienta de edad. Más tarde, la escuela compitió con la familia. Ya en el periodo helenístico, los maestros, por lo general griegos, enseñaban en la escuela según el método de Isócrates, la retórica griega, que comprendía también una formación general. Sólo a partir del siglo I, aparecieron escuelas de retórica latina, que la gente seria no terminaba de ver con buenos ojos. Historia, literatura, derecho, idioma, seguían enseñándose en casa del padre, pero eso sí, por maestros griegos esclavos o libertos. Así se forjó la imagen prestigiosa que adquirió en Roma la cultura griega. Ya al final de la etapa republicana, los nobles romanos comenzaron a mandar a sus hijos a estudiar filosofía a Atenas, que se convirtió en la ciudad universitaria de la Antigüedad.


Tanto el matrimonio como sus hijos e hijas constituían la parte liberi de la familia. Eran hombres y mujeres libres. El resto lo formaban los criados y los esclavos. La familia urbana, constituida por los siervos dedicados a las ocupaciones domésticas de la casa en la urbe, y la familia rústica, empleada en los trabajos productivos en los pagos agrícolas. Esta última domesticidad campesina sufría condiciones de vida mucho más duras que las de los siervos de domesticidad urbana.

En los primeros tiempos el pater familias era un amo todopoderoso autorizado a vender o a ajusticiar a esclavos, criados y hasta a sus propios hijos. Ya a partir del siglo I a.C., la jurisprudencia más humana impidió estos excesos. Se permitió a los esclavos poseer sus propios bienes (peculium), y el amo estuvo obligado a reconocer la legitimidad de sus matrimonios (contubernium). Se humanizaron las relaciones, animando a la manumisión en virtud de la cual el antiguo esclavo se convertía en liberto, pasando a ser cliente de su patrón. Los grandes patricios y nobles de las épocas tardorrepublicana e imperial gozaban de numerosa clientela dentro y fuera de Roma. Personajes como Pompeyo o César se jactaban de que algunas ciudades de Italia o de las colonias estaban pobladas por sus clientes.

-Para que luego digas que nunca ejerzo de padre. Hoy he ido a recoger a nuestro hijo al cole.
-Tenemos dos hijos.
-¡Caramba!, eso explica lo del niño que corría llorando detrás del coche.