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sábado, 30 de septiembre de 2023

LAS LENGUAS INDOEUROPEAS PENINSULARES

 


Al parecer, la mayor parte de los celtistas centroeuropeos se han mostrado contrarios a hablar de los celtas hispánicos. La razón fundamental es que sólo consideran célticos los objetos pertenecientes a la cultura de La Tène. Atribuyen la idea de celtas en los territorios de España y Portugal a la vieja tradición de los cosmógrafos jónicos que situaban a los celtas en el lejano occidente. Este criterio excluyente ha sido revisado por los filólogos, a partir sobre todo de los trabajos de Antonio Tovar que demuestran a las claras que los pueblos celtíberos hablaban una lengua de raíz céltica. Por lo tanto, la vieja identidad que sustentaron las universidades alemanas y británicas cuando equiparaban a los celtas con la cultura de La Tène, se ha demostrado si no falsa, sí al menos poco adecuada a la realidad filológica, etnográfica e histórica.


En efecto, como apuntamos en un reciente artículo, ya desde comienzos del primer milenio a.C., los antiguos vascones pirenaicos y los pueblos iberos del levante y el sur peninsular estaban rodeados de gentes de habla indoeuropea. En una zona tan próxima como nuestro aragonés valle medio del Ebro, encontramos ejemplos de ello tan claros como el bronce de Contrebia-Beilaiska hallado en Botorrita. Las palabras que aparecen en él demuestran que se trata no solo de una lengua céltica, sino muy próxima al urkeltisch, el celta ancestral. Al encontrarse aislada del tronco céltico común en época muy antigua, no llegó a sufrir la evolución q>p, tan característica del galo-bretón. Nuestro bronce y las frases que contiene, apuntan más hacia las lenguas célticas primitivas de la región alpina y contiguas, con el ligur y el ilirio como posibles troncos. La traducción de la inscripción del lusitano Cabeço das Fraguas, realizada por Tovar y Corominas, certifica que resulta inteligible desde las lenguas celtas:

…oilam Trebopala indi porcom Laebo comaia miccon Alouni inna oilam usseam Trebarune indi taurom ifadem Reue treb anti, se traduce:

…un cordero para Trebopala y un cerdo para Laebos, una oveja pequeña y un cordero añojo para Alounis, para Trebaruna, y un toro semental para la espectral Reve, que parece indicar el inventario de los sacrificios ofrecidos a algunas deidades locales.

Las palabras porcom (cerdo) y taurom (toro), que se han mantenido hasta tiempos bien recientes, no dejan lugar a dudas. La palabra indi, que aparece dos veces repetida, y puede que hasta tres con la variante inna, pervive todavía en el gallego y el portugués como ainda, aun, y parece asimilarse a la conjunción “y” bajo una forma muy común en otras lenguas indoeuropeas, como el germánico unti, el alemán und y el inglés and, entre otras.


La lengua bástulo-turdetana del Algarve portugués, probablemente también se hablaba en la zona limítrofe de Andalucía, hasta el Guadalquivir, como lo documenta una inscripción de Alcalá del Río, que transcribió Gómez-Moreno, y otras de hallazgo más reciente en Villamanrique, Siruela y varias localidades de Badajoz. Tampoco es descartable que en zonas de la Turdetania, de la antigua Tartesos, de la Andalucía oriental o de la actual Murcia, las lenguas ibéricas primigenias estuvieran desde épocas muy antiguas, contaminadas e influidas por las de los colonizadores y viajeros fenicios (cartagineses), griegos y hasta líbicos o libiofenicios. La escasez de testimonios escritos y las dificultades que a menudo ofrecen para transcribirlos, hacen muy difícil precisar filiaciones y límites geográficos con un mínimo de certeza.

El profe Bigotini lleva varias horas intentando descifrar la letra de una canción de Rosalía. El pobre está ya muy viejecito para esas cosas.

Todo hombre debe creer en algo. Yo creo que tomaré otra cerveza.


sábado, 9 de septiembre de 2023

LAS LENGUAS DE LA ESPAÑA PROTOHISTÓRICA. A VUELTAS CON EL VASCO-IBERISMO

 


Que don Manuel Gómez-Moreno González (1870-1970) fue uno de los hombres más inteligentes de que se tiene noticia, no es ninguna novedad. Ya lo dijo de él con admiración García y Bellido, y lo corrobora el hecho de que inteligencias indiscutibles como las de Jovellanos o Menéndez Pelayo estudiaran antes que él el códice de las Glosas emilianenses, sin percatarse de que en los márgenes del pergamino se encontraban las frases que inauguraban la primitiva lengua castellana. Gómez-Moreno las descubrió en el primer vistazo. También nuestro gran lingüista triunfó allí donde grandes intelectos como los del insigne epigrafista Hübner se habían estrellado. Gómez-Moreno acertó a distinguir la dualidad de signos alfabéticos y silábicos de los que se componía la escritura ibérica. De aquella forma, quedó desvelado el misterio de la primera escritura peninsular. Así, aquellos enrevesados signos encontrados por los arqueólogos en diferentes lugares, pudieron por fin trasladarse a nuestro familiar alfabeto latino. Un paso gigantesco que sin embargo, en la mayoría de las inscripciones, no resulta suficiente para saber con una mínima certeza qué demonios significan.





Lo que nos conduce a la eterna cuestión del vasco-iberismo. Un asunto ya de por sí controvertido desde el punto de vista estrictamente científico, que las disputas políticas de las últimas décadas han contribuido a complicar todavía más. Probablemente en el siglo V a.C., un viajero focense de los que comerciaban o acaso residían, en el litoral levantino peninsular, dejó grabado este texto que corresponde al primer párrafo del famoso Plomo de Alcoy:

“…Iunstir’salir’g basirtir sabaridar bir’inar gurs boistingisdid sesgersduran sesdirgadedin seraikala naltinge bildededin ildurinaenai becor sebagediran…”

Esta lengua arcana, de la que no hemos comprendido una sola palabra, tiene sin embargo para nosotros una cadencia familiar: nos sugiere o nos recuerda el euskera. Desde que Guillermo de Humboldt publicó en 1821 su Comprobación de las investigaciones sobre los primitivos habitantes de Hispania por intermedio de la lengua vasca, numerosos estudiosos han tratado de interpretar el primitivo ibérico por el vascuence, una lengua no indoeuropea como la ibérica.


 

Humboldt basaba su hipótesis en la interpretación de topónimos antiguos por medio del vascuence moderno. Así, Iliberris = “ciudad nueva” por Hiri (ciudad) y berri, barri (nuevo); o bien Calagurris con el sufijo gorri (rojo). Existen decenas de ejemplos de topónimos antiguos por el estilo, no sólo en el área pirenaica donde acaso abundan más, sino en diversas áreas del litoral mediterráneo y el sur peninsular hasta Portugal. También los textos ibéricos encierran palabras y sufijos con exactas o muy parecidas correspondencias con el vasco:


Según Blanco Freijeiro, a quien seguimos en este breve comentario, la tesis del vasco-iberismo tiene en su contra el hecho nada despreciable de que desde el desciframiento de la escritura ibérica por Gómez-Moreno en 1920, nadie hasta el presente ha logrado traducir por intermedio del vasco ninguno de los numerosos textos ibéricos conocidos, con la única excepción de la breve inscripción de una vasija de Liria, donde se representa una batalla naval con las palabras cutua teistea, que traducidas por el euskera dan “llamada al combate”, de gudu (combate) y deitzea (llamar).


Es posible pues que el vascuence esté emparentado lingüísticamente con una primitiva lengua ibérica, pero conviene no perder de vista que las aportaciones indoeuropeas a la lengua o lenguas peninsulares ancestrales también han sido intensas y precoces. Desde al menos los comienzos del primer milenio a.C. los antiguos vascones ya estaban rodeados de pueblos de habla indoeuropea que habían entrado por los Pirineos, asentándose en amplias regiones. Tovar distingue dos grandes áreas lingüísticas indoeuropeas: la occidental que abarca Cantabria, Asturias, León, Galicia y Portugal hasta el Tajo; y la oriental o celtibérica, que se extiende por las dos Castillas, la Andalucía interior y Aragón desde el valle medio del Ebro, donde se sitúa el importante hallazgo del Bronce de Contrebia-Belaiska (Botorrita). En el área pirenaica y el litoral mediterráneo podrían haber tenido mayor peso las lenguas ancestrales ibéricas no indoeuropeas, conservándose alguna (el vascuence) en el Cantábrico oriental y la Navarra pirenaica hasta el tiempo presente. Véase el mapa de más arriba donde intento reflejar con aproximación estas zonas.

Nuestro profe Bigotini lleva un tiempo interminable intentando descifrar un artículo del diario. Os dejo aquí. Voy a tener que darle la vuelta al periódico.

Hijo, hay dos palabras que te abrirán todas las puertas: tire y empuje.


martes, 5 de octubre de 2021

LA SEXTA GRAN EXTINCIÓN

 


En una reciente entrada hablamos de las cinco grandes extinciones que atendiendo al estudio de los estratos geológicos y del registro fósil, han afectado a nuestro planeta. La última de ellas fue la que hace unos 66 millones de años acabó con los dinosaurios y otros seres vivos, propiciando el florecimiento de la clase mamífera de la que formamos parte. Pues bien, cada vez son más patentes los indicios, mejor podríamos decir las pruebas, de que en el periodo actual que la nomenclatura científica tradicional llamó holoceno, pero que ya muchos científicos prefieren denominar antropoceno, por el protagonismo que ha cobrado la especie humana, se está produciendo una nueva y devastadora gran extinción, cuyos responsables únicos somos precisamente nosotros, los seres humanos.

Según estimaciones fiables, el ritmo actual de extinción de especies podría ser cien veces superior a la media. Según Lisa Randall, a quien seguimos en este comentario, el ritmo de extinción de mamíferos en los últimos 500 años ha sido unas dieciséis veces más alto del normal, y en el último siglo el ritmo se ha elevado en un factor 32. En los últimos 100 años los anfibios han desaparecido a un ritmo casi cien veces mayor que en el pasado, y se calcula que la mitad de sus especies aun presentes están gravemente amenazadas. En el mismo periodo las extinciones de aves han superado el ritmo promedio en un factor 20 aproximadamente.



Los números son compatibles con un episodio de extinción masiva, y también lo son los cambios en el medio ambiente que se están produciendo.

En la colosal extinción pérmico-triásica de hace unos 250 millones de años, aumentaron de forma espectacular los niveles de dióxido de carbono y también la temperatura del planeta. Los océanos se hicieron más ácidos y en muchos ambientes marinos aparecieron zonas muertas carentes de oxígeno. Resulta enormemente preocupante que todos y cada uno de esos detalles coincidan de forma exacta con lo que estamos viviendo hoy en día.

Podemos mirar a nuestro alrededor con cara de inocentes como el que acaba de lanzar la piedra y ha escondido la mano en el bolsillo, pero no servirá de nada. Podemos estar seguros de que la influencia humana es la responsable de la reciente y dramática pérdida de diversidad. El impacto del ser humano en el planeta ha sido similar, si no superior, al causado por el del enorme meteoroide que se estrelló en la península de Yucatán hace 66 millones de años. Cuando los europeos llegaron a Norteamérica, se extinguió el 80% de los animales de gran tamaño. Durante los siglos anteriores, los pobladores originales que habían ingresado al continente cruzando el estrecho de Bering desde Asia, ya habían dado buena cuenta de más del 30% de los gigantes americanos. Si a esas matanzas directas que se produjeron primero por necesidad alimenticia y más tarde incluso por deporte, añadimos otros factores también de innegable origen humano como la polución, la desertización, la deforestación, la sobrepesca, etc., no debe sorprendernos la inminente crisis de las poblaciones tanto animales como vegetales.


Aun cuando surjan nuevas especies o mejoren finalmente las condiciones, es poco probable que un mundo tan espectacularmente alterado sea bueno para nosotros como especie. La alarmante pérdida de biodiversidad conlleva pérdida de alimentos, potenciales medicinas, aire y agua limpios, entre otros muchos recursos. Microorganismos, bacterias y virus, potencialmente peligrosos que hasta hace poco han sobrevivido parasitando diferentes especies animales, al irse extinguiendo sus hospedadores habituales buscarán nuevos organismos a los que infectar. Ese puede ser uno de los orígenes de pandemias devastadoras. La vida ha evolucionado a través de delicados mecanismos de equilibrio. No sabemos cuántos de ellos pueden ser alterados sin cambiar drásticamente el ecosistema y la vida en el planeta. Siendo como somos una especie supuestamente inteligente, deberíamos ser capaces de prever y evitar lo que se avecina. Sin embargo, por desgracia basta un vistazo a los noticieros, a las redes sociales, o simplemente al comportamiento de muchos (me temo que demasiados) de nuestros congéneres, para echarse a temblar.

-Mamá, mira que planta carnívora más bonita he comprado.

-¿Y el perro?

-¡Hostia, el perro!


martes, 14 de septiembre de 2021

LAS GRANDES EXTINCIONES. UNA HISTORIA CATASTRÓFICA

 


Estudiando el registro fósil de los últimos 540 millones de años, fecha de la llamada explosión cámbrica, en que aparecieron formas de vida capaces de dejar huella en rocas y sedimentos, los paleontólogos han identificado cinco grandes extinciones masivas y unas veinte menores. Es muy posible que antes de aquella fecha se hubieran producido otras extinciones importantes, pero como los organismos precámbricos debían ser mayoritariamente unicelulares y microscópicos,  no contamos con indicios fehacientes o bien estos son insuficientes y dudosos, para hacernos siquiera una idea aproximada de aquellos hipotéticos sucesos. Así que las investigaciones han de hacerse necesariamente a partir de los últimos 540 millones de años.

La primera de las extinciones importantes identificadas es la llamada ordovícico-silúrica, ocurrida en algún momento entre hace 450 y 400 millones de años. Por entonces la vida se desarrollaba en los océanos, por lo que la mayoría de las especies desaparecidas (aproximadamente el 85% de las existentes) eran acuáticas. Los especialistas calculan que esta extinción sucedió en dos etapas durante un periodo de unos 3,5 millones de años. Las causas pudieron ser las bajas temperaturas y glaciaciones masivas que provocaron un descenso dramático del nivel del mar. La segunda etapa probablemente se debió a un posterior calentamiento que acabó con las especies que en esos 3,5 millones de años se habían adaptado al frío. Desaparecieron en esta gran extinción gran parte del plancton, los crinoideos, los corales, los trilobites, los peces acorazados y los braquiópodos.


La segunda gran extinción comenzó hace unos 380 millones de años y duró alrededor de 20, al final del periodo Devónico. Fue la extinción devónico-carbonífera, en realidad varias extinciones (entre 3 y 7) cada una de las cuales debió durar unos pocos millones de años. En esta extinción perecieron también mayoritariamente las especies marinas. Los organismos que habían comenzado a colonizar la tierra firme, como plantas, insectos y primitivos protoanfibios, corrieron algo mejor suerte, aunque también se extinguieron muchos de ellos.


La tercera gran catástrofe ocurrió hace unos 250 millones de años y fue la más devastadora en términos de porcentaje de especies desaparecidas, más del 90%. Fue la extinción pérmico-triásica que representó el final de muchos anfibios y reptiles primitivos, tanto en los mares como en tierra firme. Perecieron las especies moradoras de los fondos marinos, briozoos y corales, muchos crustáceos y trilobites, y el plancton de superficie. Para los insectos fue una hecatombe, perdiéndose la mayor parte de los géneros y especies entonces existentes. Sobre las causas de esta extinción existen muchas controversias, pero los cambios climáticos con elevación de la temperatura de hasta 8 grados, parecen ser los principales responsables. También se produjeron cambios químicos, descendiendo el pH de los mares hasta niveles muy ácidos. La extraordinaria actividad volcánica que se produjo en lo que mucho después sería Siberia pudo estar detrás de la catástrofe. Gases tóxicos, emisiones de dióxido de carbono y metano.

Esta extinción casi acaba con la vida en el planeta, pero los escasos supervivientes medraron y encontraron terreno abonado para prosperar. Fue el caso de los helechos y los hongos, o de los arqueosaurios, que después darían lugar a los dinosaurios. Los grandes reptiles mamiferoides perecieron, pero quedaron con vida sus parientes más pequeños de los que descendemos todos los mamíferos actuales.


La cuarta extinción masiva se produjo hace unos 200 millones de años, a finales del periodo Triásico. En esta extinción triásico-jurásica perecieron alrededor del 75% de las especies. Los niveles marinos mucho más bajos, y el inicio de la hendidura o grieta que daría lugar con el tiempo al océano Atlántico, pudieron desempeñar un papel importante en el suceso. Murieron muchos de los grandes predadores marinos, esos monstruosos reptiles con dientes terroríficos que pueden verse en las ilustraciones que recrean ese periodo. Además perecieron esponjas, corales, ammonoides, braquiópodos y nautiloides. También se perdieron casi todos los reptiles mamiferoides que quedaban con vida. En tierra firme, la eliminación de la competencia dejó a los dinosaurios el camino libre para expandirse, diversificarse y prosperar. Los pocos mamíferos supervivientes eran criaturas pequeñas y medrosas que habitaban oscuras madrigueras, y así iban a continuar durante casi 150 millones de años más, periodo en el que los dinosaurios dominaron literalmente la Tierra.



La quinta de las grandes extinciones, y por supuesto, la más famosa, es la que tuvo lugar hace unos 66 millones de años, en la frontera entre el final del periodo Cretácico y el comienzo de la era Terciaria. Esta extinción cretácico-terciaria (K-T) o bien cretácico-paleogénica (K-Pg) como suele llamarse últimamente, porque al Terciario se llama ahora Paleogeno, fue la que acabó con la práctica totalidad de los dinosaurios, de los que sólo sobrevivieron los emplumados antepasados de las aves. Tuvo la virtud, si es que así puede decirse, de dejar el camino expedito a los mamíferos, que finalmente se aventuraron a abandonar sus madrigueras y diversificarse en diferentes territorios. La desaparición de los dinosaurios, el orden de criaturas más exitosas de la historia del planeta, puesto que lo dominaron durante nada menos que 150 millones de años, resulta tan llamativa que eclipsa al resto de especies y grupos extintos. Lo cierto es que en el suceso también muchas otras criaturas, animales y plantas tanto terrestres como marinas, acompañaron a los grandes reptiles a la tumba.

Las causas de esta quinta gran extinción, o mejor dicho, la causa única, parece estar meridianamente clara. Ha sido estudiada en profundidad por multitud de expertos y el resultado no deja lugar a dudas. Un gran meteoroide del tamaño de una gran ciudad (entre 10 y 15 kilómetros) impactó a una velocidad superior a la del sonido, en el Golfo de México, produciendo un enorme cráter y sumiendo al planeta Tierra en un prolongado periodo de oscuridad.


Pues bien, estas fueron las cinco grandes extinciones conocidas. La pregunta que surge a continuación es si habrá una sexta. Miro al profe Bigotini y el hombre tuerce el bigote en un gesto que no presagia nada bueno. Nos ocuparemos del tema en un próximo artículo.

El mundo mejora día a día con el esfuerzo de los sabios, pero son los imbéciles quienes más lo disfrutan.


lunes, 16 de agosto de 2021

LAS COSECHAS DE ANTES DE LA AGRICULTURA

 


La división artificial que suele hacerse de la Prehistoria, conduce a menudo a pensar que las poblaciones preneolíticas, antes de la adopción de técnicas agrícolas y de cultivos vegetales, se alimentaban de carne prácticamente en exclusiva. Nada más lejos de la realidad. Tal como se ha podido constatar por el estudio de las escasas muestras vegetales halladas en los yacimientos paleolíticos y preneolíticos, y tal como lo evidencian las actuales poblaciones de cazadores recolectores que todavía subsisten en nuestro planeta, los grupos humanos no agrícolas explotan también de forma eficaz los recursos vegetales que se encuentran a su alcance. Hasta las dietas mayoritariamente carnívoras necesitan el aporte adicional de proteínas de origen vegetal, carbohidratos, azúcares, almidones, oligoelementos y otros nutrientes que se encuentran  de manera exclusiva en los vegetales. Por otra parte, la actividad cinegética está demasiado sujeta al azar. Pueden transcurrir días y hasta semanas sin que las expediciones de caza tengan éxito, por lo que se hacen necesarias fuentes de abastecimiento no cárnicas.


Que la recolección de vegetales y frutos silvestres haya sido tarea ejercida por las mujeres de forma mayoritaria, es un hecho que parecen corroborar las observaciones llevadas a cabo sobre grupos humanos modernos de cazadores recolectores. Partiendo de esta suposición fundamentada, algunos prehistoriadores han adjudicado también a las mujeres las primeras experiencias de primitivos cultivos, que quizá habrían comenzado de manera accidental, mediante el enterramiento fortuito de algunas semillas, por ejemplo.

Qué vegetales y qué frutos silvestres consumían los grupos humanos preneolíticos es una pregunta interesante y de no fácil respuesta. Su resolución se ha complicado considerablemente por el hecho de que hasta tiempos muy recientes, las excavaciones llevadas a cabo en este tipo de yacimientos, despreciaban de forma sistemática los posibles restos vegetales. Cabe añadir además, la gran dificultad que representa su hallazgo y posterior procesamiento.

A partir de las últimas décadas del siglo pasado, la arqueobotánica y sus técnicas asociadas han evolucionado lo suficiente como para en algunos casos proporcionarnos una idea siquiera sea aproximada de cuáles eran los recursos vegetales que consumían aquellas poblaciones. Tal como muestran los estudios arqueobotánicos, y tal como dicta el elemental sentido común, dichos recursos varían en función de las plantas silvestres disponibles en los diferentes lugares y zonas de habitación humana. Ya a partir del Paleolítico medio y superior, conviene también establecer la distinción entre aquellas plantas utilizadas para su consumo alimenticio, y aquellas otras que se dedicaban a otras utilidades tales como la construcción de chozas, de cestas y otros útiles o herramientas, de fibras para la confección de vestidos, etc.


En el caso concreto de la península Ibérica, para el Paleolítico medio, y a pesar de la escasez de los estudios, se ha constatado la presencia de tubérculos, rizomas y alimentos vegetales ricos en vitaminas y minerales. Restos carbonizados de aceitunas silvestres y de piñones asociados a morteros, se han hallado en yacimientos donde se asocian a industrias líticas típicamente neandertales.

También son igualmente escasos los datos para el Paleolítico superior. Los hallazgos en este periodo incluyen numerosas leguminosas y gramíneas, junto con algún tubérculo comestible.

En lo relativo al Epipaleolítico y el Mesolítico, según las diferentes zonas, se documentan frutos típicos de bosques caducifolios como avellanas, endrinas o manzanas silvestres, pero además frutos característicos del bosque mediterráneo como el acebuche o el madroño, así como leguminosas silvestres parecidas a las guijas. Se han documentado también restos de bellotas, aceitunas silvestres, serbas, piñones, gramíneas, uvas silvestres, lentisco, palmito, sauco,  mora, cereza silvestre o pistachos. Además se han identificado restos de rizomas de esparto que se habrían empleado en la confección de vestidos y otros elementos no alimenticios.



En general nuestros conocimientos sobre la dieta vegetal de los cazadores recolectores preneolíticos, son aún muy incompletos y adolecen de grandes lagunas. No obstante, parece evidente que las plantas tuvieron que jugar un papel importante en la alimentación de aquellas poblaciones preagrarias.

Tengo que terminar porque no veo a nuestro profe Bigotini. Temo que haya bajado al parque a hacer su recolección de hierbas justo al lado del aviso que prohíbe pisar el césped. Últimamente no ganamos para multas.

Hacerse viejo es comprender que la guerra ha terminado y conocer la situación de todos los refugios ya inservibles.


miércoles, 5 de mayo de 2021

HOMÍNIDOS, HIENAS Y OTRAS SORPRESAS EN LA ESPAÑA DEL PLEISTOCENO

 


Hasta los años 90 del siglo pasado la mayoría de los especialistas pensaban que el continente europeo no había sido poblado por humanos hasta hace 500.000 años. Se razonaba que las condiciones climáticas durante el Pleistoceno medio habrían hecho imposible colonizar Europa hasta esa fecha, un momento coincidente con el salto tecnológico de la primitiva industria Olduvayense (Modo I), a la más avanzada industria Achelense (Modo II) en la que aparecieron ya las bifaces o hachas de mano.

Los nuevos descubrimientos realizados en yacimientos del sur de Europa, y más concretamente, en suelo español, han dado al traste con esa teoría de ocupación tardía. A los yacimientos de Atapuerca (Burgos) y de Orce (Granada), que llevaban ya un par de décadas siendo excavados, pero que en los 90 confirmaron la gran antigüedad de su registro, se unieron otros como los sorianos de Torralba y Ambrona, los madrileños de Arriaga, San Isidro y Orcasitas, o los andaluces de Baza, Fuente Nueva y Barranco León.



Muy especialmente los hallazgos de Trinchera Dolina en Atapuerca, estudiados por Eduald Carbonell, demostraron de forma fehaciente que los humanos habían habitado el sur de Europa hace al menos 780.000 años. En los últimos tiempos los descubrimientos que se han sucedido de forma vertiginosa, han puesto de manifiesto que los humanos llegaron a ocupar latitudes septentrionales situadas incluso al norte de los Alpes, como la británica de Pakefield, donde se ha confirmado un registro de al menos 700.000 años, o la de Happisburgh, muy cercana a la anterior, donde la ocupación se cifra ya cercana al millón de años (0,98 millones).

El registro de insectos en estas regiones arroja temperaturas comparables a las actuales en Escandinavia, lo que termina de tumbar la teoría de la ocupación tardía, y demuestra que seres humanos con tecnología aun muy primitiva (Modo I), habitaron la Europa glacial. La puntilla definitiva a la teoría de la ocupación tardía ha venido a ser el yacimiento de Dmanisi, en Georgia, datado en una antigüedad de 1,8 millones de años. También en la Sima del Elefante de Atapuerca y en el yacimiento granadino de Orce se han hallado restos datados en torno a 1,2  y 1,4 millones de años.

Sobre todo a partir de las evidencias de la burgalesa sierra de Atapuerca, sin duda el conjunto de yacimientos más prolíficos y esclarecedores de nuestro continente, cabe avanzar que aquellos homínidos pertenecientes inequívocamente al género Homo, pueden ser clasificados como Homo antecessor, subespecie europea del Homo habilis, y precursora tanto de Homo heidelbergensis y Homo neandertalensis en Europa, como de Homo ergaster/erectus y Homo sapiens en África.


Parece fuera de toda duda que el paso del estrecho que separa África de la península Ibérica fue utilizado por seres humanos durante el Pleistoceno inferior, fecha mucho más antigua de la que generalmente se admitía. Pero en el título hacíamos referencia a sorpresas y a hienas. Es sabido que tanto en los yacimientos arqueológicos (aquellos en los que hay evidencia de ocupación humana) como paleontológicos (en los que no la hay) abundan los restos óseos de diferentes tipos de animales. En relación con los seres humanos primitivos, unos eran fundamentalmente presas (los herbívoros en general) y otros, como los felinos de dientes de sable que reinaron a lo largo del Pleistoceno, eran predadores.

Pues bien, en los yacimientos datados en general por encima del millón de años de antigüedad abunda una criatura, la hiena gigante pleistocénica, cuyo nombre científico es Pachycrocuta brevirostris, que sin embargo, desaparece por completo en los yacimientos posteriores a esa datación. Se infiere que la especie se extinguió precisamente en aquel tiempo.


Pachycrocuta era una fiera de más de cien kilos de peso, dotada de mandíbulas capaces de fracturar el fémur de un mamut. A semejanza de sus descendientes modernas, mucho más pequeñas, actuaba comúnmente en manadas que unas veces cazaban presas, y otras, las más, disputaban la carroña a los grandes felinos. Pachycrocuta brevirostris era ni más ni menos un directo competidor con los escasos humanos que se aventuraron a colonizar nuestra península.

Y precisamente la desaparición de la hiena gigante coincide con el auge y la expansión de Homo antecessor en nuestro suelo, porque en efecto, su extinción dejó el camino libre a los humanos cuya principal fuente alimenticia era la carroña.

Hace aproximadamente un millón de años, grupos familiares de hienas humanas armadas de piedras hendidas o toscamente afiladas, medraron y se expandieron por el territorio de lo que hoy llamamos España. También practicaban con gran aplicación el canibalismo. Muy especialmente la depredación de niños de grupos rivales que se hostigaban mutuamente para mantener o conquistar los territorios donde obtenían el alimento mediante la recolección de bayas, raíces y frutos, la caza de pequeños herbívoros y el hallazgo de carcasas de cadáveres abandonados por los grandes predadores. Así fue aunque en alguna medida repugne a nuestra moderna mentalidad de reyes de la creación.

Como muy bien solía decir nuestro José Antonio Labordeta, los humanos modernos (él decía los aragoneses) somos unos tíos que iban montados en un carro de mulas, y de repente se ven al volante de un Audi Cuatro. Ha cambiado el vehículo, pero no la mentalidad. La metáfora, que servía para medio siglo, sirve perfectamente para 500.000 o para un millón de años. Aunque ahora gocemos de las comodidades que nos brinda la civilización, somos (“semos”) en muchos sentidos grupos de hienas humanas que disputan la carroña a las de cuatro patas, o entre sí, si es necesario. Por eso, no debéis sorprendeos por muchas barbaridades que veáis en los noticiarios.

Cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro. Oscar Wilde.


jueves, 15 de abril de 2021

REVOLUCIÓN NEOLÍTICA. ¿Y SI ESTÁBAMOS EQUIVOCADOS?


 

La expresión revolución neolítica se acuñó en la década de 1920 para describir la transición del estilo de vida paleolítico, con pequeños grupos familiares de cazadores-recolectores que practicaban el nomadeo siguiendo las migraciones de los animales que les servían de presa, a la nueva existencia en que los humanos comenzaron a establecerse en pequeños poblados permanentes, y pasaron de recolectar su alimento a producirlo. En lugar de sustentarse de aquello que la naturaleza les ofrecía, las gentes de esos poblados aprovechaban materiales sin ningún valor intrínseco en su forma natural, para modificarlos convirtiéndolos en objetos valiosos. Levantaron chozas de madera, piedra o adobe, forjaron herramientas con el cobre que encontraban, con ramas flexibles fabricaron cestos, y aprovecharon las fibras vegetales para tejer ropas ligeras, porosas y más fáciles de limpiar que las antiguas pieles de animales. También modelaron y cocieron recipientes de barro que usaron para cocinar y para almacenar los excedentes de comida. Y sobre todo, aprendieron a domesticar determinadas especies vegetales y animales, plantando, cultivando y recolectando cereales o legumbres, y pastoreando el ganado para obtener carne, leche o vestidos.


A la vista de todo lo anterior, siempre habíamos pensado que esa revolución neolítica había sido una adaptación dirigida a hacer más fácil la vida. El cambio climático del final de las glaciaciones hace diez o doce mil años, provocó la extinción de muchos grandes herbívoros y alteró las pautas migratorias de muchos otros. La hipótesis más extendida era que los grupos humanos reaccionaron ante aquel cambio drástico, modificando a su vez su estilo de vida. También se especulaba que el crecimiento de las poblaciones hizo que la caza y la recolección no fueran suficientes para alimentarlas.

Pero esta visión tan aparentemente lógica comenzó a tambalearse a partir de los años ochenta, cuando se perfeccionaron muchas técnicas arqueológicas. En efecto, las enfermedades y la malnutrición dejan huellas en los huesos y en los dientes. Las investigaciones realizadas sobre los restos esqueléticos del periodo anterior al neolítico no revelaron ninguno de estos daños, lo que sugiere que los viejos cazadores no sufrían privaciones nutricionales. Por el contrario, los primeros agricultores tenían más problemas de columna, peor dentadura, más anemia, deficiencias vitamínicas, y morían más jóvenes que las poblaciones que les precedieron.



Recientes estudios sobre grupos de cazadores-recolectores actuales como los bosquimanos africanos demuestran que los nómadas trabajan por término medio sólo de dos a cuatro horas al día, y sus recursos alimenticios, incluso en las regiones más áridas, resultan más variados y abundantes. En definitiva, sus actividades para obtener alimento son más eficaces que las de los agricultores europeos de antes de la Segunda Guerra Mundial.

Existen además indicios de que en ciertos casos los asentamientos permanentes y el abandono del nomadeo precedieron en el tiempo al desarrollo de las labores agrícolas o ganaderas. Todo ello invita a pensar que la revolución neolítica no fue en primer término, inspirada por consideraciones prácticas, sino más bien una revolución mental y cultural alimentada por el crecimiento de la espiritualidad humana, y el sentimiento de pertenencia a la comunidad. En palabras de Leonard Mlodinow, a quien seguimos en este breve comentario, la neolítica fue una revolución fundamentalmente social y cultural.


Este punto de vista se sustenta en el que quizá sea el más sorprendente y notable descubrimiento arqueológico de los tiempos modernos, que nos sugiere que la nueva manera de relacionarse con la naturaleza no siguió al desarrollo de un modo de vida sedentario, sino que lo precedió. Ese descubrimiento es el gran monumento conocido como Göbekli Tepe, una expresión turca que describe el aspecto que tenía antes de ser excavado: colina panzuda.

Situado en la provincia de Urfa, al sureste de Turquía, Göbekli Tepe es una magnífica estructura construida hace 11.500 años, 7.000 antes que la Gran Pirámide, gracias a los hercúleos esfuerzos no de pobladores neolíticos, sino de cazadores-recolectores que todavía no habían abandonado el modo de vida nómada. Todo parece indicar que nos encontramos ante el que acaso fue el primer santuario religioso de la Historia. Su construcción requirió el transporte de enormes piedras, algunas de hasta dieciséis toneladas, antes de la invención de la rueda, antes del uso de herramientas metálicas y antes del empleo de animales como bestias de carga. Más aun: antes de que la gente viviera en poblados que pudieran proveer una fuente numerosa y organizada de trabajadores. Todavía existían en aquella región felinos de dientes de sable. Nunca se han hallado indicios de que nadie viviera en aquella zona: ni fuentes de agua, ni casas, ni restos de hogares. Lo que sí encontraron los arqueólogos fueron los huesos de miles de gacelas y uros que debieron ser transportados desde lejanos territorios de caza. Los indicios señalan que Göbekli Tepe atraía a cazadores-recolectores nómadas de hasta cien kilómetros a la redonda.


A apenas unos cientos de kilómetros al oeste de Göbekli Tepe se encuentra el asentamiento de Catal Höyük, construido hacia 7500 a.C., que pasa por ser la primera ciudad que merece tal nombre. Los análisis de restos de animales y plantas hallados allí, sugieren que sus habitantes cazaban toros, cerdos y caballos salvajes, y recogían tubérculos, gramíneas, bellotas y pistachos, pero se dedicaban poco o nada a la agricultura. Una población de hasta ocho mil personas, donde no existía la división del trabajo y donde todos iban a lo suyo. Cada familia construía y mantenía su casa y realizaba su propio arte. Por eso muchos arqueólogos sostienen que el asentamiento de Catal Höyük no era propiamente una ciudad o un poblado neolítico tal como lo entendemos, sino un conjunto de viviendas habitadas por gentes dedicadas a la caza y la recolección, sin dependencia mutua. Si aquellas gentes no podían comprar carne al carnicero ni vasijas al alfarero, lo que las vinculaba con los demás parece haber sido lo mismo que vinculaba a sus remotos ancestros de Göbekli Tepe: los inicios de una cultura común y unas creencias espirituales compartidas.

Uno de los indicios más esclarecedores de la naturaleza cultural de esos vínculos es sin duda el culto a los muertos, muy diferente ya del que observaban los nómadas. Los nómadas en su continuo peregrinaje dejan atrás a los débiles, los enfermos y los viejos. Las nuevas gentes de aquellos primitivos asentamientos los cuidan y hasta entierran a sus muertos bajo el mismo suelo de sus viviendas. En Catal Höyük decapitaban sus cadáveres y utilizaban las cabezas con fines ceremoniales. Una revolución cultural y social que muy probablemente precedió a la agricultura y la ganadería.

-Querido amigo, no tienes ni idea de lo que soporto.

-Pues claro que sí, hombre, es una ciudad de Portugal.

 


miércoles, 29 de julio de 2020

TYRANNOSAURUS, EL REY DE LOS CARNÍVOROS



Cuando en el célebre film de Spielberg se intuía la presencia del T. Rex tras la alambrada, un escalofrío recorría las espaldas de los espectadores. No es para menos. Tyrannosaurus rex fue seguramente la más terrible máquina de matar que jamás ha existido. Un enorme terópodo de hasta 15 m. de longitud, 6 de altura y más de 7 toneladas de peso (más que un elefante africano adulto). Tyrannosaurus rex fue el mayor de los dinosaurios carnosaurios, y sin duda el mayor de los carnívoros terrestres conocidos.

Su impresionante cabeza de 1,25 m. de longitud, estaba provista de largas hileras de afilados colmillos de unos 15 cm. El primer descubrimiento fósil de esta criatura se realizó en el oeste americano en 1902. Desde entonces se han producido multitud de hallazgos, aunque nunca se ha podido desenterrar un esqueleto completo al cien por cien de Tyrannosaurus. Gracias al descubrimiento de esqueletos completos de otros tiranosáuridos, como Tarbosaurus de Mongolia, los paleontólogos han sido capaces de hacerse una idea mucho más precisa de la postura de estos dinosaurios, a los que en un principio se reconstruyó de forma errónea, completamente erguidos sobre sus patas traseras y arrastrando la cola por el suelo.

Hoy sabemos que la pesada cola actuaba como contrapeso facilitando el equilibrio durante el movimiento, y que el cuerpo de Tyrannosaurus se mantenía regularmente en una posición inclinada, casi horizontal, como en el caso de sus parientes más pequeños, los dromeosáuridos tales como Deinonychus o Velociraptor.

En la década de 1960 la mayoría de los especialistas se inclinaban a favor de la tesis de que Tyrannosaurus rex era un carroñero de movimientos lentos y torpes, incapaz de avanzar con velocidad, debido a la estructura de su pelvis y sus patas. Este punto de vista se ha puesto últimamente en entredicho por muchos paleontólogos. Ello se basa en la amplia superficie craneana postorbitaria (la parte del cráneo que queda por detrás de los ojos), inusualmente grande y surcada de profundas irregularidades destinadas a la inserción de unos músculos mandibulares asombrosamente poderosos. Si añadimos a esto otras características como los terroríficos dientes aserrados, el cuello largo y flexible, o las grandes áreas cerebrales asociadas con los sentidos de la vista y el olfato; y si como guinda del pastel, admitimos que la posición de las órbitas dotaría a Tyrannosaurus rex de una visión binocular; no tenemos más remedio que concluir que este colosal dinosaurio era un depredador activo capaz de moverse y hasta correr con una agilidad asombrosa.


Tyrannosaurus rex debió ser una pesadilla hecha realidad para los hadrosaurios o dinosaurios herbívoros de pico de pato, que según parece, constituían su dieta principal. Los hadrosaurios vivían en manadas en los bosques norteamericanos del cretácico. Estarían siempre alerta para salir corriendo sobre sus dos patas cuando amenazara algún peligro. Probablemente Tyrannosaurus acechaba a sus presas entre los árboles. Cuando elegía a la más propicia, saltaba sobre ella cargando con la boca abierta, para asestar un mordisco mortal. El impacto lo absorberían los poderosos dientes, el enorme cráneo y el cuello musculoso del gigante.

¿Puede hacer eso con soltura un animal de sangre fría? Si observamos a los reptiles actuales, la respuesta no puede ser más que negativa. Nuestro amigo, seguramente al igual que la mayor parte de los dinosaurios evolucionados de su tiempo, debía ser homeotermo, un animal de sangre caliente, como los mamíferos y las aves. Pero esto ya es otra historia. Hablaremos de ello en otra ocasión.

La bigamia consiste en tener una mujer de sobra. La monogamia es exactamente lo mismo.  Oscar Wilde.