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lunes, 27 de febrero de 2017

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ




La vieja broma de la España postguerrista atribuía al filme el sarcástico título de “Lo que el culo se cansó”. Claro, eran cuatro horas, un metraje excesivo para cualquier película... Para cualquiera excepto para esta. El rodaje tuvo que vencer infinidad de problemas técnicos, y a pesar de todo estamos ante una auténtica obra de arte. En España pudo verse años después de su estreno, porque aquí en el 39 no estaba el horno para bollos. Por eso a los españoles no les soprendió tanto el technicolor. Ahora bien, todo lo demás fue absolutamente impactante, desde los asombrosos vestidos de Escarlata, corsé incluído, hasta el pavoroso incendio de Atlanta, que como es célebre, se filmó prendiendo fuego al gigantesco decorado de King-Kong. Menos mal que valió la toma, porque no hubiera podido repetirse de ninguna manera.

Invitamos hoy a nuestros cinéfilos seguidores a revisar la breve secuencia en que Vivien Leigh, tras escarbar la estéril tierra en busca de una raíz que llevar a la cazuela, dice su famosa frase de “A Dios pongo por testigo de que nunca más volveré a pasar hambre”, un pasaje cuyo dramatismo conmovió al mundo entero. Haced clic en la imagen y volveos a conmover una vez más.

Próxima entrega: El mago de Oz




viernes, 24 de febrero de 2017

TERCERA LEY DE LA TERMODINÁMICA: EL CERO ABSOLUTO, UN FRÍO MORTAL


Publicado en nuestro anterior blog el 6 de septiembre de 2012

Walther Nernst
En 1905 el físico alemán Walther Nernst enunció la tercera ley de la termodinámica en estos términos: cuando la temperatura de un sistema se aproxima al cero absoluto, la entropía o desorden (S) se aproxima a una constante (S0), constante que se acerca mucho a un valor mínimo. Dicho de otra forma, la entropía o desorden (recordad el post de la segunda ley) de un sistema sería 0 si la temperatura pudiera reducirse realmente hasta el cero absoluto. A medida que la temperatura de un sistema se aproxima al cero absoluto, todos los procesos se detienen. Se trata de la inmovilidad de la nada, de la paz de la muerte.

¿Cuál es la medida de ese utópico cero absoluto? En las tres escalas más usuales: 0º K (Kelvin), -459,67º F (Fahrenheit), o -273,15º C (nuestros familiares grados centígrados). Y lo más fantástico es que todo movimiento se detiene en el cero absoluto. En mecánica cuántica, el movimiento del punto cero permite teóricamente a los sistemas en su estado de mínima energía posible, tener la probabilidad de encontrarse en amplias regiones del espacio. La expresión movimiento del punto cero  se utiliza en física para describir el hecho de que los átomos de un sólido no permanecen en puntos geométricos exactos de la red, sino que existe una distribución de probabilidad tanto para sus posiciones (espacio) como para sus momentos (masa por velocidad). Tal afirmación, difícil de asimilar desde nuestros conocimientos tridimensionales, equivale a decir que la posición no sólo de una partícula elemental, sino por extensión de cualquier objeto, no puede señalarse con certeza, sino que responde a una curva de probabilidad (otro día nos ocuparemos del principio de incertidumbre).

Volviendo al cero absoluto, la comunidad científica parece estar de acuerdo en que no es posible enfriar un cuerpo hasta alcanzarlo, al menos mediante un proceso finito. Aunque parezca increíble, se han conseguido experimentalmente temperaturas tan bajas como 100 picokelvins (0,000.000.000.1 grados por encima del cero absoluto). El físico James Trefil ha dicho: “no importa lo inteligentes que lleguemos a ser, la tercera ley nos dice que nunca podremos cruzar la frontera final que nos separa del cero absoluto”. Yo añado que es mejor que sea así. Sería como violar el séptimo sello. El reloj cósmico se detendrá bruscamente después de mirar cara a cara a la nada, al vacío, a la muerte del universo.

En esta casa respetamos las leyes de la termodinámica, jovencita.  Homer J. Simpson.



martes, 21 de febrero de 2017

ELIZABETH BARRETT BROWNING Y EL ROMANTICISMO APASIONADO


Elizabeth Barrett Browning, que quizá sea el prototipo de poetisa romántica, nació en la localidad inglesa de Durham en 1806. Su madre era toda una dama de la nobleza británica, que descendía del rey Eduardo III, y su padre un rico plantador dueño de un importante ingenio azucarero en Jamaica. Elizabeth contrajo en la adolescencia tuberculosis, algo muy común en su tiempo, y por este motivo fue tratada como una especie de inválida durante el resto de su vida. Poetisa extraordinariamente precoz, compuso su primer trabajo notable a los catorce años, un poema épico sobre la batalla de Maratón, que su orgulloso padre hizo publicar. Y es que Elizabeth recibió una esmerada educación clásica. A pesar de que nunca se le permitió salir de casa, tomó lecciones nada menos que de Hugh Stuart Boyd, un eminente helenista ciego que le transmitió su pasión por los grandes clásicos griegos y latinos.

La joven abrazó con decisión la causa abolicionista. La ansiada libertad de los esclavos causó como uno de sus efectos colaterales una importante disminución de la riqueza de Mr. Barrett, lo que motivó que la familia abandonara su mansión campestre para instalarse en Londres. El clima y la polución londinenses agravaron la enfermedad de Elizabeth que sufrió una crisis muy severa. Consiguió no obstante, recuperarse, y continuó su trabajo poético, publicando varias obras y una traducción del Prometeo de Esquilo, que tuvo gran acogida entre los aficionados a la literatura clásica. Varios volúmenes de sus poemas se hicieron muy populares.
Uno de sus más rendidos admiradores, el también poeta Robert Browning, se enamoró de ella, cortejándola pese a la oposición de la familia. El noviazgo no pudo ser más romántico, con entrevistas furtivas y fuga incluidas. Tras una boda secreta, la pareja se trasladó a Italia. El clima italiano resultó un bálsamo para la quebrantada salud de Elizabeth. Ella y su marido encontraron también allí un motivo por el que luchar. Ambos se implicaron fervientemente en la causa de la unificación de Italia, y envueltos en la tricolor, siguieron a Garibaldi por todo el país.


Fijaron su residencia en Florencia, donde Elizabeth fue profundamente feliz. Allí entabló amistad con las poetisas británicas Isabella Blagden y Theodosia Trollope Garrow, y es que aquella Florencia de entonces debía parecer un barrio de Londres. En Florencia y en 1850 publicó la que acaso es su obra más conocida entre los lectores de lengua española, los Sonetos de la portuguesa. Un poema de tema amoroso que narra su propia historia vital, apenas disimulada por el título. Falleció once años después, en 1861. Sus restos reposan en el cementerio protestante de la capital toscana, porque, eso sí, su italianización no fue tan completa como para hacerla renegar de sus firmes convicciones reformistas. Como diría Billy Wilder, nadie es perfecto.

Elizabeth Barrett Browning está considerada como la más grande poetisa en lengua inglesa, lo que no es óbice para que una edición de la Enciclopedia Británica dijera de ella que no puede equipararse a su esposo en cuanto a la fuerza de su intelecto o altas cualidades poéticas (¡toma machismo romántico!). Aquí en Bigotini, sin meternos en charcos de quién es mejor o peor, diremos que la Barrett Browning estuvo sin duda tocada por las musas más inspiradas. La extraordinaria delicadeza de sus versos y su apuesta decidida por los oprimidos y por la libertad, la hacen acreedora a un lugar de privilegio en el Parnaso poético. Hoy os ofrecemos (clic en la ilustración) la versión digital de su poema El sí de la dama, una brevísima aunque exquisita muestra de la gran sensibilidad de su autora. Paladeadla como merece.

La libertad es un árbol que se riega con la sangre de los patriotas y de los tiranos.



viernes, 17 de febrero de 2017

SOLITARIAS O ASOCIADAS. LA CÉLULA, UNIDAD BÁSICA DE LA VIDA


Publicado en nuestro blog anterior en diciembre de 2012.

En 1665 Robert Hooke observando un disco de corcho a través de uno de los primeros microscopios, descubrió la existencia de una especie de celdillas a las que bautizó con el nombre latino de células. Bien entrado el siglo XIX ya se habían observado suficientes células animales y vegetales como para poder plantear la entonces aun atrevida hipótesis de que todas las células se originan siempre a partir de otras células semejantes. Se trataba de una observación nada inocente, puesto que implicaba que los organismos vivos tampoco surgen de forma espontánea, una creencia que aunque hoy nos parezca ridícula, estaba muy extendida y extraordinariamente arraigada en la época.

Fue Rudolf Virchow quien en 1858 (un año antes de la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin), declaró solemnemente en Berlín ante un nutrido auditorio que omnis cellula ex cellula, toda célula surge de otra célula. Hoy tenemos la certeza de que todos los organismos vivos que se arrastran sobre la tierra, nadan en los océanos o surcan los cielos, desde hace aproximadamente 4.000 millones de años, constituyen un caudal ininterrumpido de células que se dividen dando lugar a otras, y forman grandes comunidades de todas las formas vivas imaginables.


Los seres vivos más simples son unicelulares, y lo que no está formado por células sencillamente no vive. La célula es pues, por antonomasia, la unidad vital elemental. Cada célula constituye un sistema cerrado que contiene un conjunto completo de datos con todas las instrucciones necesarias para cumplir sus funciones y poder reproducirse. Todas utilizan el mismo método que de manera simplificada, funciona según la fórmula ADN se convierte en ARN, que a su vez se convierte en proteína, siendo las proteínas el material plástico que forma estructuras de todo tipo. Todos los organismos estamos hechos de proteínas. El ADN contiene toda la información, las instrucciones, y el ARN traduce dicha información para formar proteínas. Tan simple como maravilloso.



Los organismos pluricelulares estamos formados por comunidades de células que deben su existencia a una única (el óvulo fecundado) que se divide, dando lugar a nuevas células que a su vez se dividen y se diferencian de forma gradual y sucesiva, hasta que aquel óvulo fecundado se convierte finalmente en un conejo, un caimán o un bailarín de claqué. Las células son el núcleo de la vida porque poseen un metabolismo energético propio y pueden dividirse. Sólo los objetos con capacidad de replicación forman parte del reino de las cosas vivas. En numerosos experimentos de laboratorio se ha conseguido crear agregados moleculares complejos a partir de “caldos” que recreaban las remotas condiciones de aquella Tierra primitiva en la que surgió la vida. Por este procedimiento se llegan a formar aminoácidos y ácidos nucleicos. Dicho de otra manera, los materiales necesarios para construir la primera célula aparecen con facilidad. Ahora bien, la cuestión hasta hoy insoluble es cómo y a través de qué mecanismos esos materiales se organizan para formar la complejísima estructura que una simple célula posee. En ese punto, en ese salto concreto, radica el verdadero misterio del origen de la vida. Puesto que estáis leyendo estas líneas daré por sentado que no sois conejos ni caimanes. La conclusión es que forzosamente tenéis que ser bailarines de claqué, así que entre baile y baile, por favor reflexionad un minuto sobre las fabulosas implicaciones del origen de la vida.

Si nos encuentran... estamos perdidos. Groucho Marx.

martes, 14 de febrero de 2017

JOHANNES KEPLER, EL ASTRÓNOMO CIEGO


Johannes Kepler nació en el ducado alemán de Baden-Wurtemberg el año de 1571. Fue el hijo de un soldado y una curandera. Johannes era un niño de salud frágil. Nació prematuramente, y en su primera infancia contrajo la viruela. La enfermedad le afectó seriamente la vista, que fue muy deficiente durante el resto de su vida. Pues bien, a pesar de ello, Kepler es uno de los astrónomos más importantes de la historia de la ciencia, lo que habla en favor de su gran tesón y espíritu de superación. Desde muy niño destacó en las matemáticas. A los cinco años le fascinó la observación de un cometa, y a los seis ingresó en la escuela latina, donde sobresalió como estudiante brillante. Quedó huérfano de padre siendo muy joven, tuvo que abandonar temporalmente sus estudios para ganarse la vida como jornalero, pero finalmente su gran talento le permitió encontrar protectores para proseguir su formación en la Universidad de Tubinga, donde estudió ética, retórica, dialéctica, griego, hebreo, física y astronomía.

Kepler y Brahe
Conseguido el doctorado, Kepler ejerció como profesor de matemáticas en Graz, donde publicó sus primeros almanaques, declarándose desde sus comienzos un convencido partidario del sistema heliocéntrico, en contra del geocentrismo entonces imperante. Por su condición de luterano se vio obligado a abandonar Austria, exiliándose en Praga, donde colaboró estrechamente con Tycho Brahe. A la muerte de este, Kepler le sustituyó como consejero del emperador Rodolfo II. En el plano privado, nuestro hombre no perdió el tiempo, pues aunque de algunos testimonios se desprende que no tenía demasiadas simpatías por las mujeres, se casó dos veces y tuvo una docena de hijos con sus dos esposas. En 1615 otra complicación familiar vino a turbar su labor científica, pues tuvo que hacerse cargo de la defensa de su madre acusada de brujería. El cargo en esos tiempos no era ninguna tontería, pues las hogueras se encendían por doquier. El proceso duró seis largos años, y aunque finalmente su madre fue liberada, murió a los pocos meses debilitada por su prolongado encarcelamiento.


Kepler volvió a encontrar mecenas en la persona de Albrecht von Wallenstein, figura clave de la política europea durante la Guerra de los Treinta Años. Los frecuentes cambios de bando de su protector le obligaron a sufrir diversos vaivenes y mudanzas en el último periodo de su vida, que concluyó en Regensbourg (Ratisbona) a la edad de 58 años. Dos años después las tropas suecas saquearon la ciudad y hasta la misma tumba del científico, perdiéndose sus trabajos hasta que más de un siglo después, en 1773, fueron recuperados por Catalina la Grande. Actualmente se conservan en el Observatorio de Pulkovo en San Petersburgo.

En materia astronómica el más importante legado de Johannes Kepler es sin duda la formulación de sus tres leyes sobre el movimiento de los planetas, también llamadas Leyes de Kepler, que se enuncian como sigue:

Primera ley: Los planetas orbitan describiendo elipses alrededor del Sol, estando éste situado en uno de los dos focos que contiene la elipse.


Segunda ley: Las áreas barridas por los radios de los planetas son proporcionales al tiempo empleado por estos en recorrer el perímetro de dichas áreas.

Tercera ley: El cuadrado de los periodos de la órbita de los planetas es proporcional al cubo de su distancia promedio al Sol.


Esta tercera ley, llamada también ley armónica, permite predecir los movimientos de los astros, pudiendo anunciarse con gran antelación y exactitud fenómenos tales como los eclipses.
Por si todos estos méritos fueran pocos, Johannes Kepler añade a su brillante trayectoria la guinda de ser el primer ser humano que observó una supernova, lo cual no es moco de pavo sobre todo para un tipo medio ciego como él. Desde aquí nuestro modesto tributo de admiración.

Estoy convencido de que en un principio Dios hizo un mundo distinto para cada hombre, y que es en ese mundo, que está dentro de nosotros mismos, donde deberíamos intentar vivir. Oscar Wilde.



sábado, 11 de febrero de 2017

VERA RUBIN. NO SE ADMITEN MUJERES


Tras el enorme hallazgo del big Bang, quedó establecido que nuestro universo tuvo un principio. La pregunta que surgió inmediatamente fue: ¿cómo terminará? A partir del gran desarrollo de la cosmología en los años setenta, fue haciéndose patente que en el universo había mucho más de lo que puede verse a simple vista. A esta conclusión se llegó mediante la observación de los grandes cúmulos de gas y agrupaciones de galaxias en el límite del alcance de los telescopios. Y quien realizó una mayor contribución a tales observaciones fue sin duda la astrónoma estadounidense Vera Rubin, a la que desde nuestro modesto foro queremos reconocer precisamente este 11 de febrero en que se conmemora el día de la mujer científica (www.11defebrero.org).

Su condición femenina hizo que Vera no tuviera las cosas fáciles. Se doctoró en Georgetown asistiendo a las clases nocturnas, mientras su marido, también astrofísico, la esperaba en el coche. Por ser mujer la Universidad de Princeton no la aceptó en su programa de astromía hasta 1975. Era un selecto club en el que no se admitían mujeres. Y fue esta mujer admirable quien se propuso la colosal tarea de medir nada menos que la velocidad de rotación de nuestra galaxia. Mediante la observación de las estrellas y el gas caliente situados a enormes distancias del centro de nuestra galaxia, Vera Rubin descubrió que estas regiones se movían a una velocidad increíblemente superior a la que les corrrespondería si la fuerza gravitacional que impulsaba su movimiento respondiera a la masa de todos los objetos observados. Gracias a su trabajo, los cosmólogos comprendieron con el tiempo que la única forma de explicar este movimiento era que en realidad en nuestra galaxia (y por extensión, en el conjunto del universo) existe mucha más masa que la resultante de la simple suma de las masas de todas las estrellas, el gas y el resto de los objetos. Aun más, la relación entre la masa de la llamada materia oscura y el resto de los objetos visibles y/o detectables, no se limita al simple 2 a 1 que habían predicho los cosmólogos, sino que se sitúa en una increíble pero cierta relación de 10 a 1. Vera Rubin recibió la medalla de oro de la Real Sociedad Astronómica, pero nunca obtuvo el codiciado Nobel con el que fueron premiados la mayoría de sus colegas varones. Y eso a pesar de que estuvo propuesta prácticamente año tras año desde los ochenta. Esta mujer extraordinaria ha fallecido recientemente, el pasado diciembre de 2016, sin obtener en vida el merecido reconocimiento a su gran labor.


En nuestro artículo anterior glosamos la figura de JaneFranklin Mecom, mujer de singular inteligencia cuya condición femenina unida a la difícil época que le toco vivir, hizo que jamás pudiera desarrollar la menor labor científica o investigadora. Reflexionemos ahora sobre Vera Rubin, una mujer de nuestro tiempo en una de las sociedades más avanzadas del mundo desarrollado. A pesar de las evidentes diferencias entre ambas, el resultado sigue siendo parecido, lo que sin duda nos obliga a plantearnos que aun queda un largo camino por recorrer en la senda plagada de obstáculos, de la emancipación femenina.

Detrás de cada gran mujer siempre hay un idiota. John Lenon.



miércoles, 8 de febrero de 2017

JANE FRANKLIN. LO QUE PUDO HABER SIDO Y NO FUE


Como modesta contribución al día de la mujer científica que se celebra este 11 de febrero (www.11defebrero.org), hoy en Bigotini nos proponemos glosar la figura de Jane Franklin, una mujer que no sólo no fue científica, sino que ni siquiera tenía estudios. ¿Por qué entonces, vamos a ocuparnos de ella? Pues aunque parezca extraño, precisamente por eso. Si pasáis más adelante, comprenderéis esta aparente paradoja.

Jane era la hermana menor de Benjamin Franklin. En una extensa familia de diecisiete hermanos, Ben hizo el número quince y Jane el diecisiete, era la más pequeña. No vamos ahora a descubrir la figura egregia de Benjamin Franklin. Fue filósofo, escritor, periodista, editor, impresor, bibliotecario, fundador del primer cuerpo de bomberos de América, gran político (Franklin intervino en la redacción de la Declaración de Independencia y en la de la Constitución de los Estados Unidos), abolicionista, inventor (se le atribuyen el pararrayos, la cocina “económica”, el humidificador, las lentes bifocales, el catéter urinario, el cuentakilómetros, la armónica o las aletas de nadador)... Y por supuesto fue uno de los más eminentes científicos de su generación. A él se deben importantes trabajos sobre la electricidad y las cargas eléctricas, o sobre las corrientes océanicas y su influencia en el clima. Presidió la Sociedad Filosófica estadounidense, y fue miembro de la Royal Society británica y de la Academia de las Ciencias de París. Su rostro aparece en los billetes de cien dólares, y es en definitiva, uno de los principales talentos científicos e intelectuales de todos los tiempos.

Franklin tuvo además el privilegio de disfrutar en vida del reconocimiento a su obra, y hasta del homenaje a su labor científica. Está documentado que en varias ocasiones preguntaron al gran hombre si había conocido a alguien que le superara en inteligencia. A esta pregunta, Benjamin contestaba invariablemente que esa persona era su hermana Jane. En efecto, al parecer durante la primera etapa de sus estudios en Boston, Benjamin compartió con Jane sus dudas y sus inquietudes. Ella, aun siendo seis años menor, era capaz de resolver problemas complejos, y en esos años constituyó un firme apoyo tanto afectivo como intelectual para su hermano...
...Pero Jane Franklin, a diferencia de Ben, era una mujer. Una mujer en pleno siglo XVIII, hija de una familia modesta de aquella América recien nacida. Jane se casó a los quince años. Algún biógrafo de Benjamin apunta que probablemente se casó embarazada. Así parece desprenderse de una carta de Ben a Jane en la que le censuraba cariñosamente su ligereza. Su marido, Edward Mecom, era un emigrante escocés ocho años mayor que ella, mentalmente inestable, que pasó varios periodos de su vida encarcelado a causa de las deudas. Jane Franklin, o Jane Mecom a partir de su matrimonio, no quería a su marido (así lo reconoció en alguna carta a su hermano), y sin embargo, tuvo con él nada menos que doce hijos de los cuales sobrevivió sólo uno, algo desgraciadamente muy común en esa época.

Así que aquí tenéis la razón por la que Jane Franklin Mecom jamás pudo realizar ninguna contribución a la ciencia. Pasó toda su penosa vida ocupada en criar a sus hijos, en lavarles los pañales, alimentarlos, educarlos... y finalmente amortajarlos. Jane debió lavar toneladas de ropa, debió enhornar enormes cantidades de pan, y con su marido en prisión, debió trabajar de sol a sol para sacar adelante a su familia. Con el resto de sus hermanos incluido Ben, repartidos por los más distantes lugares, tuvo también que ocuparse de cuidar a su madre anciana. Sólo en los últimos años de su vida (falleció a los ochenta y dos) pudo disfrutar de alguna tranquilidad, residiendo en la casa que su hermano Benjamin le legó.
Pues bien, esta es la breve historia de Jane Franklin, que de haber nacido en otro momento y otro lugar, podría haber sido una notable mujer de ciencia. Reciba nuestro sencillo homenaje, y sirva de reflexión a quienes leáis estas líneas.

Las cosas que nunca han ocurrido son las que más y mejor merecen ser recordadas.




viernes, 3 de febrero de 2017

T.S. SULLIVANT, EL GRAN DIBUJANTE DE ANIMALES


Thomas Starling Sullivant nació en Columbus, Ohio, en 1854. Su padre fue un botánico de origen alemán que gozaba de una cómoda posición económica, así que el joven Thomas se educó en los mejores colegios. Interesado desde muy niño por el arte, marchó a formarse primero a Europa, ingresando a su regreso en la Academia de Bellas Artes de Filadelfia.
Adquirió muy pronto su singular estilo satírico, y comenzó a publicar sus dibujos en semanarios de humor como Puck, Harper's Weekly, Texas Siffimgs o la prestigiosa revista Life. En esta primera etapa publicó un libro bellamente editado, que con el título de Godey's Lady's Book, alcanzó gran popularidad. En 1904 fichó por Judge, una publicación humorística del célebre magnate de la prensa William Randolph Hearst, donde continuó publicando su obra hasta su fallecimiento acaecido en 1926.

Sullivant nunca ocultó su admiración por Charles Dana Gibson, a quien dedicamos un reciente recuerdo en este mismo blog. El estilo de Sullivant ha sido y sigue siendo imitado por humoristas e ilustradores de diferentes épocas. Fue ante todo un grandísimo dibujante de animales, cuyas anatomías estudió detenidamente, para deformarlos después y conseguir unos extraordinarios efectos cómicos. Su serie sobre el Jardín del Edén y la época prehistórica es absolutamente genial.

El estilo de nuestro protagonista de hoy bien pudiera calificarse como precursor de la animación. Thomas Sullivant ha influido en muchos grandes artistas que le sucedieron. Acaso su más reconocible influencia puede encontrarse en Walt Kelly, el creador de Pogo. No obstante, muchos otros han bebido en las caudalosas fuentes de su arte. Seguro que recordáis el gracioso baile de los hipopótamos y los avestruces de Fantasía de Disney. Decidme si no es patente en el corto la influencia de Sullivant.
Os dejamos aquí una selección, necesariamente breve, de la obra de este genial ilustrador. Disfrutadla.






miércoles, 1 de febrero de 2017

EL CINE ESPAÑOL DURANTE LA REPÚBLICA



En los convulsos años que precedieron a la Guerra Civil Española, el cine no vivió precisamente un momento brillante en nuestro país. Igual que ocurrió en otros lugares de Europa, los cineastas españoles no pudieron competir en una primera etapa con los musicales que llegaban de Hollywood. Fue ya en la segunda parte de la década de los treinta, cuando al fin consiguieron dominar mínimamente la técnica del sonido en el cine.
Siguiendo la estela del cine americano, en el primer sonoro español triunfaron los musicales. Cierto que se trató de producciones muy diferentes a las del otro lado del Atlántico. Los musicales españoles explotaron la veta folklórica, nació así el género que se llamó más tarde la españolada. Una zarzuela filmada, como La verbena de la Paloma tenía que ser necesariamente un éxito. Lo fue de la mano de Benito Perojo.
La estrella masculina de la España republicana era el cantante Angelillo, todo un fenómeno de masas que arrasó en las taquillas. La estrella femenina fue Imperio Argentina. Dirigida por su marido, el realizador aragonés Florián Rey, participó en un puñado de películas exitosas y no carentes de calidad. Nobleza baturra y Morena Clara fueron sin duda las más aplaudidas. La pareja rodó algunos filmes bilingües en los estudios berlineses de la UFA, acaso los únicos de Europa que podían competir a nivel técnico con los hollywoodienses. Al parecer la pizpireta cupletista se encontró como pez en el agua en la Alemania nazi, y es ya célebre el episodio en el que le tiró los tejos el propio fürer en persona.
Hoy os ofrecemos el enlace (haced clic en la carátula) para visionar la secuencia más famosa de Morena Clara (1936), aquella en la que Imperio Argentina y su compañero de reparto, un graciosísimo Miguel Ligero, cantan la célebre copla Échale guindas al pavo. Disfrutad (o padeced) durante tres deliciosos minutos este celuloide rancio.

Próxima entrega: A Dios pongo por testigo...