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viernes, 29 de enero de 2021

TYRONE POWER, SUPERESTRELLA Y SUPERGALÁN

 




En los cuarenta cada productora debía tener sus estrellas en exclusiva. Modernamente diríamos sus “franquicias”, una expresión horrible sin duda. Gable lo fue de la MGM, Flint de la Warner y Tyrone Power de la Fox. Todos ellos supergalanes guapísimos cuya sola mención en las carteleras era una garantía de que las salas de cine iban a llenarse hasta la bandera. Esto del superestrellato y la supergalanura no quería decir necesariamente que quienes ostentaban esos títulos fueran grandes intérpretes como podían serlo en esa época un Bogart o un Tracy. Tampoco se pretendía que lo fueran. Bastaba con que Gable mirara intensamente a la chica y la besara hasta dejarla sin aliento. Bastaba con que Flint se deslizara por una cuerda y esgrimiera la espada con solvencia. Bastaba con que Power luciera vistosos uniformes o abrazara a Maureen O’Hara recostado en la borda de un velero. De lo demás se encargaba la industria. Directores, productores, decoradores, cámaras… se aseguraban de que el mar fuera de un azul intenso, de que en el horizonte agonizara el sol en un glorioso crepúsculo o de que tras Power y su vistoso uniforme, formara una tropa de cien jinetes vistosamente uniformados. Otra característica de aquellos supergalanes era que todos necesitaban especialistas que les doblaran en las escenas de riesgo.

Tyrone Power, la estrella de la Fox cumplió su papel a las mil maravillas desde aquella inolvidable Tierra de audaces hasta El signo del zorro. Su muerte prematura truncó su carrera. En cuanto a su trayectoria fuera de los platós, también fue muy intensa. Se casó tres veces y se le atribuyeron romances con al menos media docena de otras estrellas tanto femeninas como masculinas. Tyrone fue entre otras cosas el padre de Romina Power y el suegro de Albano, pareja de emblemática referencia para quienes peinamos canas. Os dejamos con el enlace (haced clic en él) precisamente de Tierra de audaces, peliculón que dirigió Henry King en 1939 y en el que Tyrone Power alternaba con Henry Fonda y con Randolph Scott. Se trata de la mejor adaptación cinematográfica de la historia de los hermanos James, Jesse y Frank, dos legendarios forajidos. Disfrutadla. 

https://www.youtube.com/watch?v=Az9SOY98AKo

Próxima entrega: George Sanders

 

lunes, 25 de enero de 2021

EL NACIMIENTO DE ABRAHAM Y LA UNIVERSALIDAD DE LOS MITOS

 


Resulta curiosa, y a la vez significativa, la coincidencia en el relato del nacimiento de gran cantidad de dioses y de muchos héroes fundacionales de distintas culturas indoeuropeas de la Antigüedad. La coincidencia estriba en que todos ellos se salvan en su primera edad de una muerte anunciada, por medios a veces milagrosos y siempre complicados. Es el caso entre otros muchos, de Ciro el persa, del troyano Paris, de Alejandro de Macedonia, del griego Zeus o de Rómulo y Remo, los fundadores de Roma, a quienes su madre, Rea Silvia, puso en una canastilla que la corriente del Tíber arrastró hasta el lugar donde fueron amamantados y adoptados por la loba capitolina.

En el ámbito judeo-cristiano tenemos también los conocidos ejemplos de Moisés, y hasta del mismo Jesucristo, que se libró de la matanza de los inocentes decretada por Herodes, gracias al oportuno aviso que recibió José de un ángel mientras dormía.


Acaso menos conocido es el caso de Abraham, héroe fundacional y patriarca del pueblo judío, cuyo nacimiento es mencionado en el Génesis 11,27 de forma lacónica: Teraj engendró a Abram, a Najor y a Harán. Sin embargo, en la tradición de los judíos de Oriente Próximo han perdurado mitos íntimamente relacionados con la mitología indoeuropea a la que me refería más arriba. En concreto dos versiones midrásicas procedentes de una fuente común. La segunda al parecer se cantaba hasta tiempos recientes en ladino por los judíos sefarditas de Salónica. En la obra Los mitos hebreos (Alianza Editorial, Madrid, 1985), sus autores, Robert Graves y Raphael Patai, a quienes seguimos en este comentario, recogen ambas versiones.

La primera relata que cuando nació Abram, su padre Teraj estaba al mando de los ejércitos reales en Ur de Caldea. Los astrólogos del rey Nemrod vieron atravesar el firmamento un cometa enorme que se tragó cuatro estrellas situadas en lugares distantes del cielo. Unos a otros se susurraron: el hijo recién nacido de Teraj será un emperador poderoso. Sus descendientes se multiplicarán y heredarán la Tierra destronando a reyes. Dijeron a Nemrod: paga a Teraj su precio y mata al niño antes de que pueda engendrar hijos que destruyan la posteridad del Rey y la nuestra.


Llamó Nemrod a Teraj y le conminó a que le vendiera su hijo. Respondió Teraj: cualquier cosa que el Rey ordene a su siervo será cumplida. Todo lo mío está en manos del Rey. Concédeme sólo tres días para comunicarme con mi alma y mis parientes y así podremos hacer de buena gana lo que nuestro señor exige airado.

Teraj tomó al hijo de una esclava nacido la misma noche que Abram, se lo entregó al Rey y aceptó el pago en plata y oro. Nemrod aplastó el cráneo del niño y luego olvidó el asunto. Teraj ocultó a Abram con una madre adoptiva en una cueva. Pasaron trece años sin que el niño viera la luz, al cabo de los cuales salió de la cueva Abram convertido ya en hombre y hablando la lengua sagrada de los hebreos, despreciando los bosques de los gentiles, aborreciendo los ídolos y confiando en la fuerza de Yahvé. Fue en busca de Noé y Sem, sus antepasados que todavía vivían, y con ellos estudió la Ley durante otros treinta y nueve años.

Según el segundo relato, más poético, el propio rey Nemrod era versado en astrología, y conoció la amenaza que representaba el hijo de Teraj, aun antes de su nacimiento. Asesorado por sus consejeros, mandó construir una casa enorme en la que todas las embarazadas debían dar a luz. Le aconsejaron: perdona la vida a todas las niñas, viste a sus madres con la púrpura regia y cólmalas de regalos. Pero haz matar a todos los varones tan pronto como nazcan.

En esta versión Teraj no se entera de nada, y es Amitlai, la madre de Abram, la auténtica heroína salvadora. Teraj le vio el vientre hinchado y preguntó: ¿qué te duele, esposa? Contestó: es una dolencia, la qolsani, que tengo todos los años. Teraj, que era desconfiado, le replicó: descúbrete para que pueda ver si estás preñada, pues si es así, debemos obedecer la orden del Rey. Pero el astuto Abram, todavía no nacido, abandonó el vientre ascendiendo hasta el pecho de su madre. Teraj palpó el vientre, y al no encontrar nada, concluyó: ciertamente es la qolsani. No sabemos con certeza qué demonios sería la qolsani, pero intuimos que Teraj habría sido un fracaso como ginecólogo.


Amitlai huyó al desierto y en una cueva junto al Éufrates, le sorprendieron los dolores de parto. Dio a luz a Abram cuyo rostro radiante iluminó la cueva. Allí quedó el niño solo y sin comida, pero el arcángel Gabriel le amamantó con la leche que manaba del dedo meñique de su mano derecha. Semejante superalimento parece que causó en el infante un crecimiento nunca visto. A los diez días de edad salió de la cueva, bajó al río y allí encontró al arcángel y se postró a sus pies al saberle mensajero de Dios. Volvió también su madre, y Abram la envió con un mensaje al rey Nemrod: hay un Dios en el cielo que ve pero no puede ser visto y cuya gloria llena el mundo.

Mandó Nemrod un gran ejército con la orden de apoderarse del niño y matarlo, pero atendiendo a las súplicas de Abram, Dios interpuso una nube de oscuridad entre él y sus enemigos. Estos corrieron aterrados a ver al Rey y exclamaron: más vale que abandonemos Ur. Todos ellos y hasta el mismo Nemrod huyeron a la tierra de Babel.

Y es que esto de los niños prodigiosos es un auténtico filón mitológico, amigos. El profe Bigotini tuvo también una infancia notable. A los quince años leía ya novelas verdes con soltura, y a los ventiocho perseguía a las vicetiples entre bambalinas con un ramo de flores en una mano y una botella de champán en la otra. Dicen que a los treinta y tres logró alcanzar a una de ellas que se había torcido un tobillo.

Como todo equipo africano, Jamaica será un rival difícil. Edinson Cavani, futbolista.


viernes, 22 de enero de 2021

CARLO COLLODI Y UN MUÑECO DE MADERA

 


En 1826 nació en Florencia Carlo Lorenzo Filipo Giovanni Lorenzini, que como escritor adoptaría el seudónimo de Carlo Collodi en homenaje al pueblo natal de su madre. En aquel tiempo el Gran Ducado de Toscana se encontraba bajo el dominio del Imperio Austro-Húngaro. Hijo de una familia bien relacionada con la aristocracia regional, el pequeño Carlo tuvo como madrina en su bautizo nada menos que a la propia duquesa. Inició sus estudios en el seminario, y en aquel periodo tuvo acceso a muchos libros prohibidos por la Iglesia que marcaron su trayectoria intelectual y literaria. Trabajó como bibliotecario y librero, frecuentó los ambientes revolucionarios y en 1848 se alistó voluntario en la Guerra de la Independencia italiana. Sus primeros trabajos se publicaron en Il Lampione, un periódico satírico que fue censurado y secuestrado por el Gran Duque.

Su primera novela, In vapore, obtuvo un gran éxito. Siguió ejerciendo el periodismo en diversas publicaciones, y regresó a su Florencia natal al término de la guerra, tras licenciarse con honores del ejército piamontés. Desde 1860 trabajó para la nueva administración italiana, y paradójicamente lo hizo como empleado de la Comisión para la Censura del Teatro, precisamente él que tanto había sufrido la censura del viejo régimen. En los siguientes treinta años produjo una abundante copia de cuentos y relatos breves, muchos de ellos dirigidos al público infantil y juvenil, un género en el que Collodi llegó a ser un gran especialista. Destacan en esta etapa su Raconti delle fate, adaptación de los cuentos de hadas de Perrault, y Giannettino, inspirado en el Giannetto de Alessandro Luigi Parravicini.



En 1880 comienza a escribir la que será su obra más universal, Storia di un burattino, es decir, Historia de un títere, que se publicó por entregas semanales en Il Giornale dei Bambini, primera publicación periódica para niños de Italia. Al burattino, el títere en cuestión, se le conoció en principio como Bambinino, y más tarde como Pinocchio, nombre que pasó a convertirse en un fenómeno mundial, y de cuyas aventuras se han hecho centenares y hasta miles de versiones, entre las más célebres, la película de animación de Disney, uno de los primeros y más exitosos largometrajes animados. Pinocho se ha traducido a más de doscientos cincuenta idiomas, incluido el Braille. El muñeco ha protagonizado ballets y óperas. Incluso Luigi Pirandello incorporó al pequeño Pinocchio como uno de sus Sei personaggi in cerca d’autore.

El final original de la serie de narraciones no era el feliz que conocemos por versiones posteriores, en el que Pinocho se convierte en un niño de verdad. Al contrario, Collodi le infringió un singular castigo por su comportamiento de delincuente, y acabó ahorcado en la picota. Algunos críticos literarios e investigadores han visto en la obra alegorías a la alquimia y a la masonería, pues al parecer su autor fue miembro de una logia. El grillo que habla personifica la conciencia, y en definitiva la obra se presta a multitud de lecturas simbólicas, lo que ha hecho que pueda ser leída por los niños con absoluta sencillez o por los gurús del ocultismo que encuentran en ella una profunda simbología.

Paradójicamente Carlo Collodi no llegó a vivir la gran fama de su personaje, falleció en su Florencia natal en 1890, siendo enterrado en la Basílica de San Miniato al Monte.

De nuestra singular Biblioteca Bigotini extraemos una magnífica versión digital de Las aventuras de Pinocho. Clic en el enlace y disfrutadlas. Volved a la infancia de la mano del muñeco de madera más célebre de la literatura.

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Aventuras+de+Pinocho.pdf

Ten presente que los verdaderos señores se conocen más por el vestido limpio que por el lujoso. Carlo Collodi. Las aventuras de Pinocho.


martes, 19 de enero de 2021

EL ZOO MICROSCÓPICO. UN UNIVERSO EN MINIATURA

 


En su interesante obra En casa. Una breve historia de la vida privada, Bill Bryson escribe: “En el reino de lo muy diminuto, su casa está repleta de vida; es una auténtica selva tropical para todas esas cosas pequeñas que gatean y se arrastran. Ejércitos de minúsculas criaturas patrullan por las ilimitadas selvas de las fibras de sus alfombras, se lanzan en paracaídas entre las motas de polvo, reptan por las sábanas de noche para pacer en esa inmensa, deliciosa y agradable montaña de carne durmiente que es usted…”

En efecto, quienes siguen nuestro blog recordarán el post que publicamos hace unas semanas sobre los piojos. Pero hay más, mucho más. Cualquier cama razonablemente limpia alberga de forma habitual unos dos millones de ácaros. Es como si los habitantes de una gran ciudad recibieran cada noche un suculento festín de células desprendidas de ese enorme ser que se acuesta en su plaza mayor. Como ya sabéis que hay gente para todo, al parecer alguien se ha molestado en averiguar que la vida media de una almohada viene a ser de unos seis años. Pues bien, se calcula que la décima parte del peso de una almohada de seis años está constituida por piel mudada, ácaros vivos y muertos, y las heces de esos ácaros, que los entomólogos han bautizado con el nombre de frass. Son esas heces las verdaderas responsables de las alergias respiratorias a ácaros que padecemos millones de seres humanos.

Afortunadamente el nivel de higiene personal y doméstica se ha incrementado mucho en los últimos decenios, al menos en los países desarrollados. Pero no conviene olvidar que históricamente en occidente, y aun hoy en día en muchas comunidades pobres, el terror de los dormitorios eran las chinches, unos pequeños chupadores de sangre, cuyo nombre científico es Cimex lectularius. Las chinches garantizaban que nadie durmiera solo. Las chinches han estado virtualmente extinguidas en los países ricos durante la última parte del pasado siglo, pero tal como apuntábamos en el caso de los piojos, quizá por la combinación del aumento de las migraciones, la creación de resistencias por parte del insecto, y la generalización de los lavados de ropa en frío, las infestaciones por chinches están experimentando un importante repunte. Un experto del New York Times afirmó en 2005 que había chinches en los mejores hoteles de Nueva York.


Pasemos por alto las numerosas poblaciones de miriápodos, isópodos, pleópodos, chilópodos, saurópodos, endopóditos… Entre todos suman millones en el ámbito doméstico. Los ácaros de la harina o los del queso se alimentan a cuerpo de rey en nuestros refrigeradores y nuestras despensas. Tenemos invitados que son prácticamente indestructibles. Un diminuto escarabajo llamado Niptus hololeucus que suele habitar en los botes de pimienta de cayena de nuestros armarios de cocina, se ha encontrado también viviendo a sus anchas en los tapones de corcho de las botellitas de cianuro. Increíble pero cierto.

Si descendemos un escalón al mundo de lo realmente microscópico, nos encontramos ya con cifras abrumadoras. Parece que albergamos en nuestro organismo alrededor de cien cuatrillones de células bacterianas. Puestas todas juntas pesarían unos dos kilogramos; mucho más que cualquiera de nuestros órganos si excluimos la piel. La mayor parte de ellas realizan funciones esenciales para mantenernos vivos y saludables, colaborando sobre todo en los procesos digestivos y metabólicos (y de paso, aprovechándose de ello). Pero en determinados casos, como ocurre en los cuadros autoinmunes, hasta esta benéfica flora saprofita puede volverse en nuestra contra, y causarnos graves problemas. Podría decirse que nuestra existencia cotidiana y nuestra buena salud, se sustentan en una lucha diaria para mantener a raya, o al menos en unos términos razonables, a toda esa legión bacteriana. En el ámbito doméstico hay una serie de objetos y mecanismos (lavadoras, frigoríficos, lavavajillas, congeladores…) destinados a matar gérmenes.

En cuanto a cuáles son las zonas de los hogares más contaminadas, recientes estudios han deparado más de una sorpresa. Figuran en los primeros lugares de esta lista de dudosa gloria, los trapos de cocina usados, el fregadero de la cocina y las superficies (encimeras, mesas y estanterías). Por el contrario, una de las zonas más limpias resulta ser el asiento del inodoro, probablemente porque suele limpiarse con desinfectantes con mayor frecuencia que ninguna otra superficie. Más sorprendente aun: análisis sistemáticos realizados en Florida, descubrieron que en el 70% de los establecimientos hosteleros inspeccionados, el agua de los servicios estaba más limpia que el hielo de los refrescos.

Un último dato. Los dos actos domésticos más contaminantes son en primer lugar utilizar un trapo de cocina sucio para secar objetos como platos o tablas de corte. Y en segundo lugar… tirar de la cadena con la tapa levantada. Esta acción arroja al ambiente miles de millones de gérmenes que o bien quedan un tiempo suspendidos en el aire para ser inhalados, o bien se depositan en los objetos cercanos (por ejemplo el cepillo de dientes). Así que ya sabes, muchacho, aquí tienes una razón de peso que añadir a la continua insistencia de ella, para acostumbrarte de una vez a bajar la maldita tapa.

Nacemos desnudos, húmedos y hambrientos… Después la cosa va empeorando.



sábado, 16 de enero de 2021

TENSIÓN SUPERFICIAL. CAMINANDO SOBRE LAS AGUAS

 


La tensión superficial es una propiedad física del agua que permite la cohesión de sus moléculas gracias al potente enlace de puente de hidrógeno con que se unen sus átomos. Aunque el del agua es un caso especialmente ejemplar, la mayor parte de los líquidos poseen tensión superficial en alguna medida. En general se mide mediante el coeficiente s, definido como el cociente entre la fuerza superficial y la superficie (longitud) a lo largo de la cual actúa: s=F/l.

Además de la mayor resistencia de la superficie del agua, la tensión superficial es también la responsable de la formación de gotas esféricas y de burbujas. El fenómeno casi mágico de las pompas de jabón, se debe en buena medida a la tensión superficial.


La propiedad les es muy útil a ciertos insectos, varios géneros de escarabajos de agua, que la aprovechan para caminar literalmente sobre la superficie de ríos, estanques y remansos. Algunas de estas especies son capaces de dar esquinazo a sus depredadores mediante la expulsión por el ano de ciertas sustancias que segregan. No se trata de venenos sino de sustancias que disminuyen la tensión superficial del agua, haciendo que sus perseguidores se hundan, a la vez que utilizan la propulsión del líquido que segregan para impulsarse lejos del atacante.

La superficie elástica y resistente de agua se llama menisco, y en espacios muy estrechos como son los tubos capilares, tiene la propiedad de curvarse, haciendo que el agua ascienda por esos capilares. Esta es la base de la hidratación de las plantas, que absorben el agua desde las raíces hasta muchas veces grandes alturas a través de los vasos capilares.

En medicina la tensión superficial ha tenido y tiene también aplicaciones. Hasta hace no demasiado tiempo, una prueba de laboratorio para detectar trazas de bilis en orina, consistía en comprobar si el polvo de azufre flotaba o se hundía en la orina. El segundo supuesto era indicativo de que la orina contenía bilis, porque la presencia de bilis hace que disminuya notablemente la tensión superficial.

Por otra parte, si la mayor parte de los preparados antisépticos contienen alcohol en mayor o menor medida, es porque el alcohol posee una tensión superficial muy pequeña, lo que ayuda a que no se produzcan gotas o burbujas que bloqueen la entrada del antiséptico a través de las grietas de la piel.

Cuando nuestro profe Bigotini se receta cada noche su digestivo chupito de bourbon, no lo hace por mero epicureísmo. Él sabe que la mínima tensión superficial del alcohol no impedirá que el bourbon se difunda por la sangre y alcance los vasos cerebrales provocando ese agradable bienestar que precede al plácido y reparador sueño.

A medida que uno va ganando títulos se hamburguesa. Carlos Tévez, futbolista. Junio de 2017.

 




martes, 12 de enero de 2021

ETHEL HAYS, UNA NUEVA SENSIBILIDAD


 

Nacida en Billings, Montana, en 1892, Ethel Hays fue la primera mujer que destacó en el mundo del cómic, un territorio, como tantos otros, dominado por el elemento masculino. De formación académica, Ethel estudió arte y dibujo, primero en Los Ángeles y Nueva York, y más tarde en la célebre Académie Julian de París. Inició una prometedora aunque breve carrera en la pintura, y en esa primera etapa produjo algunos cuadros de buena factura, paisajes, bodegones y algún retrato. El estallido de la Primera Guerra Mundial le obligó a regresar a su país, donde comenzó a dibujar para algunas publicaciones como Cleveland Press y editoriales como la Newspaper Enterprise Association (NEA). Sus temas en este periodo fueron muy variados, probablemente producidos por encargo: deportes, alguna sátira política y sobre todo moda y otros trabajos orientados al público femenino. Surgió de esta manera el peculiar estilo de Ethel Hays, un trazo limpio y claro de una estética cercana al art decó, que convirtió a su autora en una de las ilustradoras de referencia durante las décadas de los años 20 y 30.

En el Cómic y las tiras cómicas propiamente dichas de los suplementos dominicales, la Hays aportó una nueva sensibilidad femenina, sí, pero desprovista por completo de ñoñerías y elementos cursis o rosas. Destacan sus series Flapper Fanny Says y Flapper Filosofy.

Ethel se casó y tuvo hijos. Sin embargo, conservó siempre su apellido de soltera, tanto en la firma de sus trabajos como en su vida personal. La producción de sus últimos años derivó hacia la ilustración de libros infantiles, faceta en la que también su talento de dibujante brilló con luz propia. Se retiró en los 50 y falleció en 1989 a la edad de noventa y siete años.

Reproducimos a continuación una muestra de algunos de sus trabajos. Una selección que esperamos sea de vuestro agrado.


 





















sábado, 9 de enero de 2021

TERESA WRIGHT, ACTRIZ

 



Teresa Wright representa el ejemplo perfecto de la diferencia existente entre una actriz y una estrella. Tras su etapa de estudiante de arte dramático, debutó en los escenarios teatrales neoyorquinos con gran éxito de críticas. No sólo era una actriz, sino una actriz formidable. Ahora bien, ¿era eso suficiente para triunfar en la industria del cine? Samuel Goldwyn, el mandamás de la MGM en los años cuarenta, pensó que podría serlo. Se la llevó a Hollywood donde actuó en tres películas, fue nominada en las tres al Oscar de mejor actriz de reparto, y lo obtuvo en 1942 por su papel en la tercera, La señora Miniver de William Wyler. Mejor no podían ir las cosas para la joven promesa…

El problema fue que Teresa nunca terminó de dar el salto al estrellato, ese estatus en que aparece tu nombre resaltado en las marquesinas con letras de neón. Era sin duda una gran actriz, pero físicamente no daba la talla. Era mona, simpática, guapita de cara, la hija, la nuera o hasta la esposa ideal, pero no la amante. Las estrellas, con independencia de que sean mejores o peores actrices, atraen sobre sí las pasiones, las filias y hasta a veces las fobias. Los hombres las aman en secreto, las mujeres las envidian, los fotógrafos las persiguen…

Como la industria era la industria y no podía dejar de serlo, Teresa Wright se vio embarcada por promotores, productores y directivos de todo tipo, en un viaje vertiginoso en busca del ansiado estrellato. No repararon en gastos: lujosos vestidos de los mejores diseñadores, apariciones en la prensa, rumores alentados por las productoras, romances inventados y toda clase de trucos se pusieron en juego. El resultado fue nulo y Teresa siguió siendo nada más que la chica buena de los papeles secundarios y después la santa esposa del héroe de turno. Cuando terminó su sexto papel consecutivo de ama de casa y se extinguió su contrato, aquella gran actriz desistió por fin de seguir intentando convertirse en una estrella. Sencillamente tiró la toalla y se retiró. Así es, las historias reales no siempre acaban en dramáticos apoteosis como las ficticias. A menudo las historias reales concluyen con un mutis discreto y un adiós sin estridencias.

Os dejamos un enlace (haced clic en él) para visionar un breve montaje de música e imágenes que recoge los mejores momentos de Teresa Wright, una actriz nada más… y nada menos. 

https://www.youtube.com/watch?v=-PNIzE6sCig

Próxima entrega: Tyrone Power


martes, 5 de enero de 2021

LA RELIGIÓN DE LOS ROMANOS. DIOSES Y FESTIVIDADES

 


Decir que los dioses de los romanos son un reflejo del panteón griego aun siendo la verdad, resulta acaso demasiado simple. Cierto que el Júpiter romano equivale al Zeus de los griegos, Marte a Ares, etc., pero mientras que la religión en Grecia se sustenta en un relato mitológico coherente (o al menos, todo lo coherentes que pueden ser esta clase de creencias), en Roma la cosa se complica considerablemente: los dioses del Olimpo se contaminan con otras deidades itálicas primitivas, los atributos se mezclan, se adoptan sin mayor problema los dioses de los sucesivos pueblos sometidos o se importan a la urbe ritos y misterios locales o de otras latitudes. El resultado final es que si hacemos caso a Varrón, el número de dioses a los que se rendía culto en Roma se acercaba a los treinta mil, y según Petronio, en algunas ciudades había más dioses que habitantes.

Se consideraba a Júpiter el dios más importante, aunque la absoluta supremacía sobre los demás la adquirió ya en el periodo imperial, y acaso fue el primer indicio de la deriva hacia religiones monoteístas. En un principio Júpiter se ocupaba básicamente de los fenómenos atmosféricos en general, el Júpiter Tonante Capitolino. Rayos, truenos y tormentas eran de su negociado, pero también la lluvia benéfica que fertiliza los campos, así como las nubes y los ciclos solar y lunar, en definitiva, todo lo que proviniera del cielo. Junto a él Jano, la diosa de las puertas que guiaba a los soldados en el combate. Del mismo rango eran Marte, a quien estaba dedicado el mes de marzo, ligado a Roma por lazos de sangre puesto que la tradición le hacía padre de Rómulo y Remo, y Saturno, el dios de la siembra, un rey prehistórico muy versado en las faenas agrícolas, y al decir de Indro Montanelli, vagamente comunista. Ellos formaban el cuadrunvirato por así decir, fundacional.



Venían después Juno, la diosa de la fertilidad, tanto de las cosechas y ganados como de los vientres femeninos. Le estaba consagrado el mes de junio, considerado el más favorable para los matrimonios y los nacimientos. Minerva, que llegó a Roma a hombros de Eneas, se ocupaba de la prudencia y la sabiduría. Venus de la belleza y el amor. Diana administraba la caza y los bosques, en la sagrada floresta de Nemi se alzaba su soberbio templo, donde la diosa se holgaba con Virbio, el dos veces varón, su compañero soberano de las selvas. Hércules era, con el permiso de Baco que se incorporó más tarde al panteón, el dios del vino y de la alegría. Fue un dios menor en la metrópolis, pero importantísimo en muchas colonias del Imperio, porque era el favorito de los legionarios, y ellos se encargaron de difundir su culto desde Asia hasta Hispania. Mercurio tenía debilidad por los mercaderes, los charlatanes y los ladrones. Belona era invocada en las guerras. Casi cinco siglos antes de nuestra era los romanos adoptaron a muchos dioses griegos. Así por ejemplo, Démeter y Dioniso se convirtieron en una especie de lugartenientes de Ceres y de Libero. También fueron adoptados los gemelos Cástor y Póllux en agradecimiento por ayudar a Roma en la batalla del lago Regilo. Y hacia 300 a.C., por decreto del Senado, Esculapio (Asclepio) dejó el Épiro y se trasladó a Roma para enseñar medicina a sus acólitos.

Había también una verdadera legión de dioses malos. Engendros monstruosos y brujas que volaban, comían sapos, robaban cadáveres o raptaban a las criaturas. Todos esos horrores aparecen bien documentados en Virgilio, Horacio, Tíbulo o Lucano. Avaricia, lujuria, envidia, hambre, miseria, traición… todas las negras pasiones tenían sus siniestros servidores que habitaban las sombras. Era la consecuencia de la poca luz que daban los candiles y la mucha superstición de los romanos.

Por doquier florecieron los colegios sacerdotales y las órdenes religiosas. Acaso la más célebre fue la de las vestales, sacerdotisas de Vesta reclutadas entre los seis y los diez años, que servían en el templo junto a la fuente de la ninfa Egeria. Esta especie de monjas debían permanecer vírgenes durante treinta años, al cabo de los cuales podían dar a los demonios sus votos y hasta casarse. Lo malo es que ya cuarentonas, no encontraban novio fácilmente. Se sabe de al menos una docena de ellas que faltaron a su juramento. El castigo era ejemplar: se las azotaba y se enterraban vivas.


También se solían hacer sacrificios. Los pobres, para invocar la lluvia o implorar la curación de enfermedades, sacrificaban en el altar familiar un trozo de pan o un vaso de vino. Los más pudientes ofrecían un pichón o un corderillo. Ahora bien, cuando el que ofrecía el sacrificio era el Estado con motivo de guerras o epidemias, se preparaban a veces verdaderas hecatombes (cien víctimas). Los sacerdotes mataban rebaños enteros, reservando a los dioses (en su representación, ellos mismos) los hígados y las entrañas, y dejando al pueblo el resto de las reses. Las multitudes se congregaban con el aliciente de un almuerzo gratis, y los augures y sacerdotes leían el futuro en toda clase de vísceras y tajadas de carne. No se desperdiciaba nada, y como diría siglos más tarde el genial René Gosciny, hasta el pescado, si estaba bien guisado, resultaba legible.


Los romanos no tenían domingos ni fines de semana, pero las festividades religiosas, eran abundantísimas. Más de cien días al año, según estimaciones verosímiles. Algunas eran más o menos austeras, como las lémures de mayo, en las que se ahuyentaba a los muertos mediante el rito de escupir alubias blancas y repetir ciertas fórmulas rituales. En febrero se hacían las parentalias, las feralias y las lupercales, en las que se tiraban al Tíber muñecos de madera para engañar a los dioses que reclamaban hombres y mujeres. Estaban también las florales en abril, y en el solsticio invernal se celebraban las liberales, las ambarvalias y las saturnales, fiestas anárquicas en las que reinaba el regocijo general, una especie de carnavales irreverentes en que se intercambiaban los papeles del amo y el sirviente y estaban permitidos toda clase de excesos. Sobre todo las liberales y las saturnales debían ser una juerga épica. Plauto pone en boca de uno de sus personajes que en ellas cada cual puede comer y beber lo que quiere, ir adonde le parece y hacer el amor con quien se le antoje, con tal que deje en paz a las esposas, las viudas, y los niños.

El profe Bigotini está ya muy viejo y el champán le sienta mal, así que limita sus saturnales a tomar media copita de jerez y a arrojar con destreza una serpentina roja que a continuación vuelve a enrollar con mucho cuidado, y guarda en su cajita para el año próximo.

Último día de las vacaciones y del bufé libre: pienso morir matando. Voy a comer hasta fruta, fíjate lo que te digo.