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viernes, 29 de julio de 2016

FRANCISCO AYALA, UN LÚCIDO CENTENARIO


Este granadino ha sido el más longevo de nuestros escritores contemporáneos. Francisco Ayala nació en marzo de 1906, y tras 103 largos y productivos años, murió en Madrid en 2009. Una larga vida en la que tuvo tiempo de ser sociólogo, ensayista, profesor de literatura, jurista, editor, novelista y académico de la Lengua. Además Ayala tuvo la fortuna de conservar un entendimiento lúcido y una capacidad creativa activa hasta sus últimos días. Fue un anciano tolerante y sonriente, que a pesar de sus lógicas limitaciones físicas, supo adaptarse a la sociedad de su tiempo en todo momento. Su avanzada edad le permitió recibir aun en vida los homenajes que en nuestro país suelen hacerse a los difuntos. Así, ya en su edad más que provecta, recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas, el Premio Cevantes y el Príncipe de Asturias de las Letras. Todo eso además de ser nombrado hijo predilecto de Andalucía.

En su etapa juvenil, anterior a la Guerra Civil, Francisco Ayala puede calificarse como un narrador de vanguardia. Destacan en este periodo novelas como El boxeador y un ángel, de 1929, o Cazador en el alba, publicada en 1930. Después de la Guerra se exilió en Buenos Aires, donde se dedicó a la labor editorial en la prestigiosa Losada, y trabajó en diferentes publicaciones argentinas como el diario La Nación o las revistas Sur y Realidad. Se trasladó después a Puerto Rico y a los Estados Unidos, donde impartió la docencia durante varios años. Regresó a España primero de forma esporádica en la década de los sesenta, y se instaló definitivamente en Madrid tras la muerte de Franco. En su exilio americano Ayala se interesó literariamente por la capacidad del poder para cambiar a los hombres. Tal reflexión, y otras sobre la condición humana, pueden hallarse en trabajos de esa época tales como El hechizado (1944), Muertes de perro (1958) o El fondo del vaso (1962).

Pero quizá donde más destaca Francisco Ayala es en el relato breve, el cuento, que manejó siempre con una soltura magistral. Entre las colecciones de estas narraciones, sobresalen las tituladas El As de Bastos (1963), El rapto (1965) y El jardín de las delicias (1971). Biblioteca Bigotini se complace hoy en presentaros la versión digital de su narración El inquisidor, una pieza brevísima donde encontraréis las esencias fundamentales de la narrativa de su autor. Haced clic en la ilustración, y disfrutad con la prosa de Francisco Ayala, un español de Granada que supo ganarse a pulso el título de ciudadano del mundo, un hombre al que muchos conocimos siempre siendo ya aquel anciano que conservó hasta su último aliento la frescura, la lucidez y el talento de su joven espíritu.


¿Qué si le conozco? Le conozco tanto que hace diez años que no me hablo con él. Oscar Wilde.



martes, 26 de julio de 2016

CRISTALES EN EL ORIGEN DE LA VIDA


A menudo escuchamos y leemos (aquí mismo lo hemos comentado en alguna ocasión) que los seres vivos, por muy sencillos y primitivos que sean, son organismos con estructuras muy complejas. Esto es completamente exacto, y sin embargo, acaso no por ello hay que pensar que la vida es una especie de milagro de ocurrencia imposible. Ya sabéis que en Bigotini somos darwinistas convencidos, y siempre hemos mantenido que, a pesar de que todavía no conocemos todas ellas detalladamente, la evolución se rige por una serie de leyes y normas. Naturalmente el origen de los primeros compuestos orgánicos, no puede ser una excepción. Si lo pensamos bien, el proceso de formación de materia viva elemental no debe ser sustancialmente distinto de otros procesos de agregación que se dan en la naturaleza. Átomos y moléculas tienden de forma espontánea a formar estructuras organizadas. La base está en la disposición de los electrones en torno a los núcleos atómicos, y en los enlaces que unen unos átomos con otros.

Hay estructuras inorgánicas que son sorprendentemente parecidas a la materia orgánica. Se trata de los cristales. Ya sean sólidos como un diamante, o líquidos como la pantalla de tu ordenador, los cristales se autoorganizan disponiendo sus partículas mediante afinidades electrónicas. Siguen siempre el mismo esquema regular y determinado, tanto en forma como en orientación, creando una red tridimensional provista de una perfecta simetría espacial. Los cristales son capaces de crecer, creando largas moléculas homogéneas que siguen una disposición periódica en su interior. Los cristales son también capaces de unirse a otros cristales, integrándolos en su estructura. Si diluyes en agua un poco de sulfato de cobre, obtendrás una masa desordenada y amorfa. Pero basta con que deposites un hilo sobre la superficie del agua y añadas una gotita de acetona, para que las moléculas comiencen a disponerse ordenadamente a lo largo del hilo. Es más, si mueves este recién creado cristal y lo acercas al sulfato de cobre que aún no se ha organizado, comprobarás como tu cristal induce a la materia desorganizada a convertirse en cristalina. Es lo más parecido a la reproducción que puede verse en el mundo inorgánico.


Pero aun hay más. La arcilla del suelo se extiende haciendo crecer una lámina nueva de arcilla entre dos capas ya existentes. Las características de las láminas (como densidad o carga iónica) son copiadas, pero no siempre resultan del todo idénticas al original, pues en el proceso pueden producirse errores (en biología diríamos mutaciones) con el resultado de que las láminas hijas serán ligeramente distintas a la lámina madre. Los términos copia, mutación, madre o hija, probablemente harían que los especialistas en mineralogía fruncieran el ceño, pero sirven para hacernos una idea bastante aproximada de cómo ocurren estos procesos.

Estructura cristalina de un copo de nieve

Aminoácido: glicina
Las moléculas orgánicas, lo mismo que los cristales, están formadas por largas cadenas ordenadas y regulares, que tienden a repetirse, a reproducirse. Tan grande es el parecido que hay cristalógrafos que llaman compuestos biomorfos a ciertos cristales. Los cristales pueden imitar incluso estructuras sinuosas y curvadas, muchas veces indistinguibles al microscopio de las estructuras vivas. Claro está, que a diferencia de los seres vivos, el cristal no posee unas instrucciones internas de cómo debe configurarse. En la materia inorgánica no hay aun ADN ni nada que se le parezca remotamente. Estamos simplemente ante un fenómeno natural debido a las afinidades electrónicas de los átomos. Nada más que eso, pero también nada menos, porque lo importante de esto es que las moléculas que dan lugar a la vida (aminoácidos), se disponen exactamente igual que los cristales, y obedecen a los mismos mecanismos.


Los aminoácidos son asociaciones ordenadas de átomos de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno; cuatro elementos que podemos considerar los pilares de la vida. Tienen una estructura repetitiva: un grupo amino (un nitrógeno y dos oxígenos: NH2), una estructura central de un carbono más un hidrógeno (CH), y un grupo carboxilo (COOH). Del carbono central sale un enlace llamado radical R, que adhiere al conjunto otras sustancias que son las que varían de unos a otros aminoácidos. Como cada radical R es diferente, cada uno atrae sustancias distintas, por eso existen varios centenares de aminoácidos. Sin embargo, curiosamente de ellos sólo 22 dan lugar a todos los seres vivos conocidos, por eso estos 22 aminoácidos son conocidos como los ladrillos de la vida. Son los 22 elegidos capaces de construir todas las estructuras orgánicas que constituyen la biomasa de nuestro planeta. Parecen muy pocos, pero sus combinaciones pueden ser infinitas. Es algo así como un alfabeto de 22 letras. Imaginad la cantidad de libros diferentes que pueden escribirse con ellas. El número de seres vivos, todos ellos únicos, que pueden construirse con esos 22 aminoácidos no hace falta imaginarlo. Basta con que miréis a vuestro alrededor.

Hay quienes no creen en los milagros. Otros pensamos que todo lo que nos rodea es un milagro. Albert Einstein.



sábado, 23 de julio de 2016

ADRIEN MARIE LEGENDRE. SALTOS DE ALEGRÍA


Este parisino nacido en 1752 llegó a ser uno de los matemáticos más reputados de la Europa de su tiempo. De familia acomodada, estudió en el Collège Mazarin, uno de los centros académicos más importantes de Francia. Enseñó matemáticas en la Escuela Militar y en la Normal de París, reemplazó a Laplace en la Academia de Ciencias de Francia, y llegó a ser miembro de la Royal Society británica. Su opinión y su influencia fueron decisivas en la adopción del sistema métrico. En 1831 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor.
Adrien Marie Legendre fue todo un coloso de las matemáticas. Entre sus trabajos destacan el minucioso estudio de la trayectoria de los proyectiles que realizó en su etapa de la Escuela Militar, y su método para el estudio de las órbitas de los cometas.

Legendre se adelantó a Gauss en el procedimiento de los mínimos cuadrados, que tiene un sinfín de aplicaciones en estadística, ajuste de curvas o procesamiento de señales. A él corresponde el hallazgo de la transformada de Legendre, usada en mecánica y termodinámica. Consiguió demostrar el último teorema de Fermat para el exponente n = 5 (clic aquí para enlazar con la entrada que le dedicamos). Desarrolló la ley de reciprocidad cuadrática. Se interesó también por la distribución de los números primos. Son notables sus contribuciones a las funciones y las integrales elípticas, y le deben su nombre los célebres polinomios de Legendre, que tienen multitud de aplicaciones en física e ingeniería. Su publicación más conocida es Elementos de geometría, de la que ya en vida de su autor se imprimieron veinte ediciones. Partiendo de la base de los célebres Elementos de Euclides, Legendre construyó un texto moderno en su época, que se ha traducido a todos los idiomas.


Al inicio de la Revolución Francesa, se vio obligado a esconderse durante algún tiempo, en el que fue despojado de su casa y su fortuna personal. Durante este reinado del terror conoció a Margaret Claudine Couhin, que habría de ser su esposa. Tras este periodo, Adrien Marie Legendre recuperó en parte su posición social, y completamente su prestigio como científico, que se acrecentó si cabe en la Francia napoleónica. Apenas nos han llegado retratos suyos que puedan tenerse por auténticos. El que presentamos aquí es más que dudoso, y el que suele encontrase en muchos textos es del todo falso, pues corresponde a Louis Legendre, un político francés contemporáneo suyo. Otro de sus contemporáneos, el escritor Stendhal, parece que no le tenía demasiado aprecio. Cuenta que tras recibir la Legión de Honor, Legendre corrió a contemplar en un espejo la condecoración. Orgulloso, dio un salto de alegría, y como el techo de la estancia era muy bajo, se golpeó la cabeza y el gran científico cayó al suelo medio aturdido. Desde que leyó esta anécdota, el viejo profe Bigotini pone buen cuidado en asegurarse de que el techo está lo bastante alto, cuando quiere dar sus zapatetas y sus dobles saltos mortales.

Sólo los genios somos verdaderamente modestos.



miércoles, 20 de julio de 2016

CHARLES KEENE Y SU PRODIGIOSA PLUMILLA


Charles Samuel Keene (1823-1891) fue uno de los más importantes y prolíficos ilustradores de la Inglaterra victoriana. Desde muy joven se estableció en Londres, labrándose una excelente reputación como dibujante y acuarelista. De su extensa obra destacan sobre todo las ilustraciones literarias, pero Keene también trabajó para revistas ilustradas como el Illustrated London News o la célebre publicación satírica Punch, de la que fue uno de sus principales estandartes. Sus dibujos satíricos, trabajados a plumilla de forma minuciosa y precisa, gozaron de gran popularidad entre los lectores.
Su obra reflejaba una infinidad de tipos populares de la Inglaterra de su tiempo. Tocó muchos temas, y participó activamente en la campaña de crítica a los ferrocarriles de la revista Punch.





En sus ultimos años, Keene se trasladó al londinense distrito de Chelsea. Afectado por la dispepsia y el reumatismo, padeció una vejez amarga hasta su fallecimiento, sin que por ello dejara un solo día de dibujar. Como una sucinta muestra de su ingente trabajo, hemos seleccionado algunas ilustraciones, y la serie de viñetas que narra las aventuras de la señorita Lavinia Brounjones durante unas accidentadas vacaciones en Escocia. Sirva como recuerdo y modesto tributo a este artista genial.














lunes, 18 de julio de 2016

EL PADRE DE LA BRUJA FUE ACTOR



El padre de la bruja fue actor. Así es. Y al parecer, no de los peores. Cuando te elige Norma Shearer, es que debes tener algo especial. Robert Montgomery lo tenía. Era un galán apuesto, que se movía ante las cámaras con una elegancia inimitable. Después otras divas de Hollywood como Carole Lombard o Joan Crawford disputaron a Norma el favor de aquel bigardo.
El tipo además envejeció bien. En su madurez encarnó a severos jueces, sagaces polis y ejemplares padres de familia. Vamos, que si llega a presentarse a presidente por el partido republicano, como hizo unas décadas más tarde Ronald Reagan, habría arrasado en las urnas.
Pero la verdad es que en España no se recuerda a Robert Montgomery por nada de eso. Las películas de sus años mozos apenas tuvieron eco por aquí, y su show de la televisión americana nunca llegó a verse en nuestras teles blanquinegras del franquismo. Sin embargo, en aquellos prodigiosos años sesenta, hubo una serie que hizo furor. Fue la célebre Embrujada que protagonizó precisamente Elizabeth Montgomery, la hija de nuestro hombre. Así que entre nosotros, Robert siempre será el papá de la simpática bruja doblada en español latino, que inundó de fantasía aquellas tardes de nuestra infancia trufadas de deberes escolares y pan con chocolate.
Haced clic en la foto para ver un breve montaje de música e imágenes dedicado al padre de nuestra bruja favorita, que por uno de esos caprichos del destino, resulta que también fue actor.

Próxima entrega: Ronald Colman



jueves, 14 de julio de 2016

AMSTERDAM ENTRE EL HUMO Y LA RISA


El diario de viajes del profe Bigotini nos traslada hoy a Amsterdam, la gran metrópoli de los Países Bajos. Reproducimos algunos párrafos:

Un día pesado de viaje, autobús, maletas, avión, esperas, colas… Finalmente llegamos a Amsterdam ya avanzada la tarde. El hotel está en la avenida Damrak, la más céntrica de la ciudad, junto a la célebre plaza Dam. Las ventanas de la habitación ofrecen la vista impagable del viejo edificio de la Bolsa hanseática de Amsterdam, puro Renacimiento local.
La habitación es amplia, cómoda y cálida, entarimada para soportar el clima fresco y húmedo de por aquí. El baño constituye todo un ejemplo digno de esas revistas de decoración que ofrecen soluciones para apartamentos pequeños, todo está encajado en un espacio minúsculo. Estamos alojados en la buhardilla del viejo edificio a la que se accede a través de una empinadísima escalera de madera. Desde la avenida nos fijamos en un curioso detalle: entre nuestras ventanas y el tejado asoma una sólida viga provista de enganche. Como en muchos otros edificios antiguos de la ciudad, sirve para hacer mudanzas de muebles y para evacuar a los enfermos cuando no pueden ser conducidos escaleras abajo.
En la calle llueve a mares. Cenamos en un diner cercano. Carnes, pastas y postres. Sigue lloviendo y llegamos empapados al hotel. Se agradece la agradable calidez y el aire alpino de la habitación. Tampoco viene mal que funcione la calefacción. Cosas del Norte. ¡A dormir calentitos!


De buena mañana, continúa lloviendo. Hay una máxima en cualquier viaje: cuando llueve toca museo. Así que miramos la guía y aprovechamos para visitar el museo Van Gog, donde se exponen algunas de las mejores obras del artista holandés, junto a otras muchas de sus contemporáneos y conocidos de su época parisina. La visita es agotadora y al final se resienten los pies. Comemos en un pub irlandés patatas con verduras y carnes empanadas. Por la tarde, ya por fin con un tímido sol, paseamos por el barrio alternativo. Tiendas curiosas y bares donde se fuma la hierba de la risa. Cervezas, más cervezas, carcajadas y buen rollito. Después nos dejamos caer por el mercado de las flores, a la orilla de uno de los canales grandes. Hay bulbos de tulipán de todos los colores imaginables. El camino nos lleva al famoso barrio rojo, con sus típicos escaparates de carne humana puesta en venta. La mayor parte son relativamente discretos, como para mirarlos un matrimonio decente con su hijita. Hay otras puestas en escena sin embargo, que harían escandalizarse hasta a un viejo lobo de mar. Entre puticlub y puticlub, algún que otro restaurante exótico, chinos la mayoría, pero otros javaneses, indonesios, malayos, qué sé yo… Sin duda son reflejo del pasado colonial holandés.


La cena de diez: In de Waag. Un restaurante de nouvelle cousine situado en la plaza del mercado nuevo, una de las más antiguas e históricas de Amsterdam, no tiene pérdida. Excelente cena y excelente servicio. Para mi gusto algo triste la iluminación con tanta velita. Delicias de carne, lubina gratinada y de entrante una especie de reinterpretación de nuestras hispánicas papas bravas, con varias salsas de identificación difícil, pero en todo caso sabrosas.
Breve paseo por Damrak avenue (sigue haciendo fresco), y al hotel a descansar.

Los desayunos los hacemos en el bar de abajo, un establecimiento regentado por argentinos, que se ha especializado en dar de desayunar a los clientes de la media docena de hoteles semejantes al nuestro que hay en la avenida Damrak. Todos están en edificios históricos que no cuentan con espacio suficiente y probablemente tampoco con permisos de sanidad, bomberos, etc., para tener cocina. Después del desayuno, paseo por los canales y visita al museo de cera de madame Tussaud, que está junto a la plaza Dam. Nos fotografiamos junto a los personajes como está mandado. A continuación, garbeo por una galería comercial.


Junto a uno de los canales más pintorescos, está la zona de las antigüedades. Hay tiendas, pasajes y hasta tenderetes en la calle, a pie de canal. En las vidrieras y estanterías se arremolinan los objetos más extraños, curiosos y pintorescos. Vajillas, cuberterías, porcelanas, joyas, miniaturas… Comemos en el barrio de las nueve calles los bocadillos tradicionales de Amsterdam, de queso y salchichas crudas muy condimentadas. Están riquísimos. Y es que nos gusta todo y tenemos un saque prodigioso.
Por la tarde nuevos paseos por la zona comercial. Vamos maquinando el imprescindible tema de las compras y los regalos. Descansamos en las acogedoras y típicas terrazas de la Rembrandt Platz: cervecitas belgas que son mejores que las holandesas. Vuelta al paseo y las compras, y finalmente cena italiana de pastas en un italiano para turistas. Nos reímos mucho, mucho. Los italianos son con diferencia los mejores para hacer la pelota al cliente . Por otra parte, llegamos a la conclusión de que decididamente Amsterdam es un gran ciudad, divertida, acogedora y sorprendente, una de nuestras favoritas.


Desayuno en los argentinos y visita a la estación central. Sacamos billetes para viajar a Amberes el día siguiente. El rail-card, un billete abierto válido para diez viajes de cualquier distancia en Holanda, Bélgica y Luxemburgo, cuesta sólo 69 €. Vamos luego al Rijks Musseum, el Prado de los holandeses. No hay comparación. Es mucho más modesto. De todas formas tienen colecciones de Rembrandt y de Vermeer muy notables. La estrella del museo es el célebre cuadro La ronda de noche, de Rembrandt, que se expone en una sala especial, acondicionada y climatizada. Es tal la afluencia de visitantes y grupos de turistas, que hay que hacer cola para verlo.
Al salir del museo almorzamos en una terraza junto al canal. Las vistas desde allí son espléndidas, y también es espléndido mi plato de huevos. Aquí parece que tienen costumbre de poner tres huevos por ración, y yo me los zampo sin rechistar. A donde fueres… Después de la comida, callejeamos sin rumbo y tomamos unas cervezas en la zona del cannabis. En algunos bares no es necesario fumar, basta con respirar el humo para ser feliz.
Cena en un típico holandés muy cerca del barrio rojo. Costillas adobadas, pollo y pescado. Brevísimo paseo y a la cama, que mañana toca viaje. Para ser felices en Amsterdam no necesitamos ni siquiera el humo de los coffee shops. Tenemos bastante con respirar un poco de libertad y con nuestra proverbial limpieza de corazón, que algunos tendrían por simpleza.

Cuando tengo que elegir entre dos tentaciones, siempre prefiero la que no he probado todavía. Mae West.



lunes, 11 de julio de 2016

BAROJA Y LO BAROJIANO


Pío Baroja, donostiarra de nacimiento y madrileño de adopción, vino al mundo el día de los santos inocentes de 1872. Estudió medicina en Madrid, y ejerció durante un breve periodo como médico rural en su Guipúzcoa natal. Rodeado de artistas en su círculo familiar, muy pronto se decidió por dedicarse a la literatura. Comenzó escribiendo artículos para varios diarios de la capital, y algunas obras teatrales. Pero lo suyo era sin duda la novela. Publicó la primera de ellas en 1900, y desde entonces no cesó un solo día en su actividad como narrador, aunque a él le gustaba decir que estaba más orgulloso de sus lecturas. En efecto, desde muy joven Baroja fue un ávido lector y un agudo crítico literario. Se le encuadra en la Generación del 98, y cultivó la amistad de otros autores de su tiempo, como Valle-Inclán, Azorín, Ortega, Rubén Darío, Antonio Machado o Ramiro de Maeztu.


El joven Pío, extremadamente tímido con las mujeres, se convirtió poco a poco en el típico solterón. Su frustrada vocación política le llevó a presentarse primero para concejal por Madrid, y luego para diputado en Cortes en las listas del partido radical republicano de Lerroux, fracasando en ambos intentos. A pesar de ello, participó en los debates políticos a través de su vertiente periodística, al menos hasta la Guerra Civil. Su ideología podría encuadrase en el liberalismo, sin ocultar su abierta simpatía por los movimientos anarquistas. Igual que su paisano Miguel de Unamuno, Baroja abominó del carlismo y del nacionalismo vasco, al que consideraba provinciano y anacrónico. Sus últimos veinte años de vida coincidieron con los veinte primeros del franquismo. Durante este periodo se centró prudentemente en su faceta literaria.


A pesar de que la mayor parte de su vida discurrió en Madrid, Pío Baroja mantuvo una íntima unión con sus hermanos y el resto de su extensa familia, por lo que sus conocimientos sobre el habla, las costumbres y la idiosincrasia vascongadas, son muy profundos. En muchas de sus novelas y relatos, Baroja supo dibujar perfectamente aquellos tipos vascuences tan entrañables y a veces tan desmesurados, que forman parte de su personalísima manera de escribir. Asoma en su obra eso que se ha dado en llamar lo barojiano. Mozos de aldea, curas trabucaires, toreros frustrados, viajeros, navegantes y aventureros de toda condición, componen su colorido mosaico de personajes inolvidables. Pero la cosa no para en el País Vasco. Hay también un universo barojiano madrileño que discurre en las tertulias de los cafés, en los ambientes bohemios. Aguadores asturianos, lecheros cántabros, porteras, soldados que regresaban de Cuba, se incorporan al imaginario del escritor.


Ese particular mundo de Baroja se nutre también de aquellos clásicos juveniles por los que tanto de joven como de viejo, sintió siempre predilección: Verne, Stevenson, Defoe, Melville, London, Poe... Con todo ello Baroja construye un sólido edificio literario. Además están los viajes: París, Dinamarca, Tánger, pero también la Extremadura profunda, Cestona o Vera de Bidasoa, son otros tantos ejemplos de su pasión por conocer, por andar los caminos y por estudiar a los caminantes. Nunca aceptó formar parte de la Generación del 98, y hasta negó en ocasiones su existencia, argumentando con razón que sus componentes muy poco o nada tenían en común. En torno al escritor y al hombre fue creciendo una fama de supuesta misoginia, que está totalmente injustificada. Por la obra de Baroja desfilan numerosos personajes femeninos perfectamente dibujados y a menudo dotados de singular encanto.

Si hemos de destacar entre su extensa obra algunas de sus novelas, nos decidiremos por Camino de perfección (1901), Zalacaín el aventurero (1908), El árbol de la ciencia (1911) o Las inquietudes de Shanti Andía (1911). El profesor Bigotini tiene una especial debilidad por Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, la deliciosa y divertidísima descripción de un espíritu tan libre como el del propio profe.
Hoy en Biblioteca Bigotini tenemos el placer de ofreceros la versión digital de un relato brevísimo: Olaberri el macabro. Es apenas un minúsculo esbozo, una pincelada de ese particular mundo barojiano. Haced clic en la ilustración inferior, merece la pena.


Los solteros deberían pagar más impuestos. No es justo que sean más felices que los demás. Oscar Wilde.