Translate

viernes, 31 de octubre de 2014

FASES DE LA MATERIA O LA PRODIGIOSA REALIDAD

La evaporación de un líquido o la fusión de un sólido son procesos que en física se denominan transiciones de fase. La principal característica de estos fenómenos es su irregularidad. Las transiciones se producen “a saltos”. No se trata de procesos continuos, sino discretos. Por ejemplo, al calentar el hielo, su estado termodinámico varía gradualmente hasta alcanzar la temperatura de 0º C. Justo en ese momento, el hielo comienza a transformarse bruscamente en agua líquida, una sustancia de propiedades completamente diferentes.

Los intervalos entre los cuales se producen estos cambios, se denominan fases de la materia. A menudo, en el lenguaje común, tendemos a confundir las fases con los estados de agregación de la materia: sólido, líquido y gaseoso. También -y esto es más preocupante-, incluso entre personas con formación en ciencias, tienden a confundirse ambos conceptos. El concepto de fase es más amplio que el de estado de agregación, ya que pueden coexistir diferentes fases dentro de un mismo estado de agregación. Conviene subrayar que al hablar del sólido como de un estado especial de la materia (diferente del líquido) se tiene en cuenta solamente el estado sólido cristalino. El sólido amorfo, al calentarlo se transforma en líquido ablandándose gradualmente, sin ningún salto. Por eso el estado sólido amorfo no es una fase especial de la materia. Del mismo modo, no son distintas fases el vidrio sólido y el líquido.


El salto de una fase a otra se produce siempre a una temperatura determinada y una presión dada. Así, a la presión atmosférica, el hielo comienza a fundirse a 0º C, y con el calentamiento ulterior la temperatura permanece invariable hasta que todo el hielo se haya convertido en agua. Durante este proceso coexisten dos fases en íntimo contacto a la misma temperatura. He aquí un aspecto de la materia que no deja de asombrarnos: a la temperatura en que se produce un equilibrio termodinámico entre dos fases, y si no concurren agentes exteriores (por ejemplo, comunicarle calor exterior), las dos fases en esta precisa temperatura pueden coexistir indefinidamente. Al variar la presión, varía también la temperatura de la transición de fase. En otros términos, la transición de fase tiene lugar según una dependencia determinada entre la presión y la temperatura de la sustancia. Esta dependencia puede representarse gráficamente en el llamado diagrama de fases o de constitución, en cuyos ejes de coordenadas se expresan los valores de la presión y de la temperatura.

Por ejemplo, la curva de transición de fase denominada curva o línea de vapor, determina las condiciones en que el líquido y el vapor pueden coexistir en equilibrio. La región de la derecha de la curva corresponde a la fase gaseosa, y la de la izquierda, a la líquida. Fijaos bien en que los puntos de la propia curva definen las situaciones en las que coexisten ambas fases. Una curva prodigiosa, como prodigiosa es sin duda la propia naturaleza y prodigioso el universo físico que nos rodea y en el que nacemos, vivimos y morimos. Por cierto que en el nacimiento, la vida y la muerte, encontramos otra perfecta metáfora del equilibrio de fases y sus mágicas transiciones. El profe Bigotini, se despide por hoy, extasiado en la contemplación de la elegante curva, la delgada y prodigiosa línea que separa (y une). Fantástico sendero que elevándose gradualmente, conduce quién sabe a qué mundos fabulosos. Sigue con él, como hizo la pequeña Dorothy, el camino de baldosas amarillas.

El camino más corto entre dos puntos es la línea recta. El más largo es la diplomacia. Enrique Jardiel Poncela.



martes, 28 de octubre de 2014

MANUEL ALONSO Y EL EMBRUJO DE SAN JUAN

Manuel Alonso Pacheco, nació en San Juan de Puerto Rico en 1822. Hijo de españoles, su padre, un oficial gallego destinado en la colonia, le transmitió su carácter apasionado, y su madre, ceutí de origen y puertorriqueña de vocación, el amor por aquella tierra. Su juventud transcurrió entre la isla y España, donde completó sus estudios de medicina. De vuelta en Puerto Rico, ejerció como médico en San Juan, Gurabo y Caguas, en cuyo asilo de beneficencia trabajó, convirtiéndose en su director en 1871. Manuel compatibilizó su profesión médica con su afición literaria, hasta el punto de ser considerado por la crítica el principal exponente del Romanticismo caribeño.


En 1849 se publicó en Madrid su obra El Gíbaro, un monumento de la literatura puertorriqueña, y uno de los principales exponentes del costumbrismo en lengua española. Otras de sus colecciones de cuentos y relatos breves están recogidas en Aguinaldo puertorriqueño, Álbum puertorriqueño y Cuadro de costumbres de la isla de Puerto Rico, que además de ser leídas con avidez por el público isleño, alcanzaron también en España un éxito considerable. Biblioteca Bigotini ofrece a sus lectores una versión digital de uno de sus relatos breves más populares: Perico Paciencia. En él se aprecia de manera singular el delicioso estilo de su autor. Un aroma que nos sumerge en aquella densa atmósfera del Caribe colonial que habría de truncarse tan bruscamente en el ocaso imperial y finisecular del 98. Haced clic en la portada y deleitaos con su fineza. Si por añadidura tenéis a mano un buen traguito de ron de caña que empape un puñado de hielo picado, pues miel sobre hojuelas.

En un museo de La Habana hay dos calaveras de Cristóbal Colón: una de cuando era niño y otra de cuando se hizo hombre. Mark Twain.



viernes, 24 de octubre de 2014

SALMONELOSIS ENTÉRICA Y FIEBRE TIFOIDEA. UNA CONFUSA HISTORIA DE PALABRAS CRUZADAS

Nuestro idioma, además de ser uno de los más hablados en el mundo, posee una riqueza de matices y un vigor extraordinarios. Pero a veces las formas dialectales juegan alguna mala pasada. Así, en el español de América la palabra tifus designa en exclusiva a la enfermedad producida por la bacteria Rickettsia prowazecki, que se transmite a través de la picadura de piojos, pulgas, ácaros y garrapatas. Sin embargo, en España el término tifus también se utiliza en lenguaje vulgar para referirse a lo que con mayor propiedad deberíamos llamar fiebre tifoidea, una patología mucho más común, causada por microorganismos del género Salmonella, de la que hoy nos ocupamos.

Las Salmonella son bacilos Gram negativos (es decir, no se colorean con la tinción de Gram), pertenecientes a la gran familia de las Enterobacterias, que se encuentran casi siempre asociadas a la flora intestinal de los animales vertebrados, sobre todo de las aves tanto silvestres como domésticas. Recibieron su nombre latinizado del veterinario norteamericano Daniel E. Salmon a principios del pasado siglo. El género comprende varios miles de especies, no todas necesariamente patógenas. Las que ahora nos interesan pueden causar dos cuadros bien diferenciados: las fiebres tifoideas y las salmonelosis entéricas o no tifoideas.


Las fiebres tifoideas están causadas por la infección de Salmonella Typhi (las más graves) o Salmonella paratyphi (algo más leves). Se transmiten mediante alimentos o agua contaminados con materia fecal procedente de otros enfermos. En Europa su incidencia y prevalencia son muy bajas, pero en los países del tercer mundo con condiciones higiénicas precarias, se producen unos 17 millones de casos al año, que causan unas 6.000 muertes.
La enfermedad es de predominio febril con escalofríos, cefalea, náuseas, anorexia, tos y trastornos digestivos. Aparecen unas máculo-pápulas rojas, la típica roseola tifoidea, generalmente en el pecho. En los casos más severos hay compromiso hepático, cardiaco, delirios y coma. También pueden complicarse con hemorragias y perforaciones intestinales.
En la era preantibiótica la mortalidad alcanzaba hasta el 15%. Los diferentes tratamientos antibióticos ensayados a lo largo de los años han ido perdiendo eficacia por la aparición de cepas microbianas resistentes. Actualmente están indicadas las cefalosporinas: ciprofloxacino en dosis de 500 mg cada 12 horas, durante 10 días.

La salmonelosis entérica o no tifoidea está causada por otras especies de Salmonella, entre las que destacan Salmonella enteritidis y Salmonella typhimurium. Son infecciones típicas del verano, y a menudo están asociadas al consumo de alimentos contaminados con los bacilos. Generalmente se trata de huevos o sus derivados (especialmente mayonesas). Se calcula que Salmonella enteritidis infecta uno de cada veinte mil huevos de gallina, que si se emplean en la confección de salsas, tortillas y otros preparados, y no se someten a una adecuada cocción o refrigeración, sirven de caldo de cultivo para que el germen se multiplique.
El síntoma principal es en estos casos la diarrea, que suele aparecer entre 6 y 48 horas después de la ingestión del alimento contaminado, y se acompaña de náuseas, vómitos, dolor abdominal intenso y fiebre. Cuando no existe sospecha de toxiinfección alimentaria, el cuadro puede tomarse por una apendicitis, siendo relativamente frecuentes las intervenciones quirúrgicas innecesarias. La fiebre suele remitir en 72 horas, y el resto de los síntomas en unos pocos días. No obstante, existen casos graves con pronóstico sombrío, sobre todo en niños, ancianos, enfermos crónicos o pacientes inmunodeprimidos.
El tratamiento debe limitarse en la mayor parte de casos a la rehidratación y el reposo. Los antibióticos se reservarán para posibles complicaciones infecciosas, como endocarditis o endoarteritis bacterianas.


Digamos como curiosidad que uno de cada cien pacientes dados de alta se convierte en portador crónico, siendo sus heces reservorio del bacilo a veces durante toda la vida. Hubo en Estados Unidos un caso célebre, el de Mary Mallon, llamada typhoid Mary (Mary la tifosa), una cocinera de origen irlandés, primera persona que fue identificada como portadora sana de fiebres tifoideas. Entre 1900 y 1907 infectó a 22 personas, y a pesar de su terca negativa a abandonar los fogones, fue sometida por las autoridades a una cuarentena de tres años tras de la cual cambió su nombre por el de Mary Brown y volvió a su antiguo oficio, con el resultado de 25 infectados y 2 fallecidos. Finalmente, y muy a su pesar, se le impuso una cuarentena de por vida.

La muerte tiene una sola cosa agradable: las viudas. Enrique Jardiel Poncela.



martes, 21 de octubre de 2014

AL-JUARISMI Y LA REVOLUCIÓN NUMÉRICA

Abu Abdallah Muhammad ibn Musa al-Jwarizimi Abu Yaffar es el nombre completo del que conocemos habitualmente como Al-Juarismi o Khwarizmi, erudito y matemático (sobre todo matemático) persa que vivió entre los siglos VIII y IX (780 a 850 aproximadamente). Aunque algún biógrafo le supone nacido en la ciudad corasmia de Jiva, en el actual Uzbekistán, la mayoría de estudiosos se inclinan por señalar a Bagdad como su cuna, ciudad donde residió la mayor parte de su vida. El califa abásida al-Mamun, hijo del mítico Harún al-Rashid, instituyó en Bagdad la célebre Casa de la Sabiduría, principal foco de la ciencia islámica, que se ha comparado por su importancia con la Biblioteca de Alejandría o la Escuela de Traductores de Toledo. A este centro acudieron artistas, escritores y científicos de diferentes lenguas y naciones. Y en aquel ambiente multicultural de intercambio de ideas, se educó y trabajó nuestro hombre.

Su obra principal, Hisab al-yabr wa’l muqabala, y su propio nombre, Al-Juarismi, han dado lugar a tres términos que hoy día usamos comúnmente: álgebra, guarismo y algoritmo, incluso al varios siglos posterior de logaritmo. Su monumental tratado de álgebra, traducido por Gerardo de Cremona al latín, se utilizó como libro de texto en las universidades europeas hasta bien entrado el siglo XVI. Contiene entre otros importantes hallazgos, las ecuaciones lineales y cuadráticas, la caracterización de los números naturales, la radicación o la potenciación. Pero acaso la mayor contribución de Al-Juarismi y sus posteriores divulgadores a la ciencia occidental, fue la introducción de la numeración arábiga, que sustituyó poco a poco a la más antigua y escasamente práctica numeración romana. Todo indica que la puerta de entrada europea de la numeración arábiga fue precisamente nuestra Al-Andalus. Y el vehículo más probable para tal introducción fue el tratado de aritmética de Al-Juarismi, Kitab al-Yamaa wa al-Tafriq bi Hisab al-Hind, que en nuestro suelo se tradujo como Libro de la suma y de la resta según el cálculo indio. Una obra cuyo original desgraciadamente se perdió, y de la que únicamente se conserva una versión latina del siglo XII.


También se deben a Al-Juarismi un tratado de astronomía, otro de geografía, y escritos sobre temas tan dispares como el astrolabio, los relojes solares o el calendario judío. El conjunto de su obra se reprodujo hasta la saciedad y fue objeto de múltiples comentarios a lo largo de los periodos medieval y renacentista. Vaya desde aquí nuestro modesto homenaje a este gigante de la ciencia, figura que honra y prestigia con su obra inmortal a su nación y a su credo. Hombres como Al-Juarismi han hecho grande al Islam. Tomen ejemplo todos esos ridículos barbudos maltratadores de niñas. Con un fusil en las manos se creen hombres, cuando, como dijo cierto poeta andalusí,  no son sino inmundos puercos, hijos de una perra y un mandril.

Me gustaría que sólo por una vez alguien me llamara “señor”, sin añadir “está usted montando una escena”. Homer Simpson.



viernes, 17 de octubre de 2014

LA TRAVIATA O EL TRIUNFO DE LAS EMOCIONES


Giuseppe Verdi
La Traviata se estrenó en el teatro La Fenice de Venecia el 6 de marzo de 1853. A partir del libreto de Francesco María Piave, su autor Giuseppe Verdi compuso una partitura intensa y dramática, que se había de convertir en la más emblemática de la ópera italiana y por extensión de la lírica mundial. Verdi, que entonces ya era un autor reconocido y consagrado, apostó fuerte al elegir el argumento basado en la célebre novela La dama de las camelias de Alejandro Dumas hijo, publicada sólo un año antes, en 1852. La Traviata forma junto a Rigoletto (1851) e Il Trovatore (1853), la trilogía verdiana de óperas románticas, pero a diferencia de las otras dos que recrean escenarios de épocas remotas, La Traviata escenificaba un romanticismo contemporáneo y muy actual en su momento. El riesgo se incrementaba aun más por lo escandaloso del argumento. Una señora declaró al salir del estreno: in fondo è una puttana (en el fondo no es más que una puta). Verdi lo esperaba, pero también era consciente (algo infrecuente en los artistas) de que su obra tendría un recorrido mucho mayor, y de que su creación trascendería lo temporal, convirtiéndose en un monumento operístico.

En efecto, así fue. A pesar de la oposición en el estreno de parte del público y de la crítica más conservadora, sólo un año más tarde, en 1854, La Traviata se repuso en San Benedetto, el otro teatro veneciano, con un éxito clamoroso. La protagonista de la ficción, Violetta Valéry, la “Traviata” o extraviada, guardaba ciertas similitudes con Giuseppina Strepponi, la compañera sentimental del compositor. Como en otras obras de Verdi, desde el principio se presenta al espectador el conflicto entre el plano personal e íntimo del personaje central, y su posición social enfrentada a las imposiciones morales. Los acontecimientos se desarrollan en tres actos. En el primero, que tiene lugar en los salones de la protagonista, se produce el enamoramiento de Violetta, célebre cortesana parisina, y el joven Alfredo Germont. El segundo comienza en una casa de campo de las afueras de París, donde la pareja de enamorados vive un feliz pero efímero idilio, truncado por la visita de Giorgio Germont, el padre de Alfredo. Monsieur Germont insiste en que su relación debe terminar en nombre de las convenciones sociales. Presionada por los ruegos del padre y consciente de que la progresión de su tuberculosis le deja un estrecho margen de vida, Violetta accede noblemente al sacrificio, prometiendo abandonar a Alfredo. La siguiente escena, situada en el palacio de Flora, otra cortesana amiga de Violetta, concluye con un Alfredo despechado y desesperado, que arroja a la cara de Violetta el dinero que acaba de ganar en el juego.


En el definitivo tercer acto encontramos a una Violetta ya muy enferma en la cama de su dormitorio. Le atienden Annina, su doncella, y el doctor Grenvil. Alfredo, que ya conoce toda la verdad, y está enterado del sacrificio de su amada, corre a su cabecera a implorarle perdón y jurarle amor eterno. Vuelve la felicidad a la pareja, y juntos comienzan a hacer planes, henchidos de ilusión. Repentinamente Violetta palidece y literalmente agoniza. Llegan Germont padre y el doctor Grenvil, pero es ya demasiado tarde. Violetta expira finalmente en los brazos de Alfredo.


A lo largo de la historia operística varias han sido las Violettas notables. Acaso ninguna otra como María Callas, que en 1955, en la plenitud de su carrera, interpretó una Traviata que marcó un antes y un después en la historia de la obra. Las traviatas anteriores habían sido cortesanas avergonzadas de su condición. La gran cantante griega hizo una Violetta fuerte, nada ingenua y de una estatura trágica singular. Por vez primera dotó al papel de una dignidad y un orgullo sin precedentes. Muchas otras sopranos han seguido después los pasos de la Callas. Hoy en el blog del profesor Bigotini os ofrecemos el enlace para visionar (y sobre todo, escuchar) la versión digital más lograda de cuantas pueden encontrarse en la red. Se trata de una grabación en directo realizada en el Festival de Salzburgo de 2005. Carlo Rizzi dirige la Filarmónica de Viena. En los papeles masculinos dos especialistas: Rolando Villazón como Alfredo y Thomas Hampson como monsieur Germont. Pero lo más notable es la presencia de una Violetta monumental: Anna Netrebko, soprano que une a su voz extraordinaria, unas dotes dramáticas excepcionales. En la plenitud de su talento y su belleza, la Netrebko es apasionada, intensa, sexy y de una contundencia interpretativa asombrosa. Además la puesta en escena, moderna a la vez que rigurosa, contribuye a acentuar si cabe, el dramatismo y la emoción. Si como al viejo profe y a mí, os gusta la lírica y os gusta La Traviata, haced clic en la imagen y preparaos para sentir un torbellino de emociones, y hasta para soltar alguna lagrimita. Que disfrutéis.

La obra tiene unos decorados maravillosos. Lástima que los actores se empeñen en ponerse delante. Alexander Woollcott (crítico teatral).



martes, 14 de octubre de 2014

ANN DVORAK, LA EUROPEA MÁS AMERICANA


La carrera de Ann Dvorak fue tan exitosa como efímera. Dotada como ninguna otra actriz de su tiempo para interpretar personajes con una elevada dosis de dramatismo, esta neoyorquina hermosa y esbelta, protagonizó algunas de las películas más emblemáticas de la década de los treinta. Su apellido, inequívocamente centroeuropeo como el de tantos otros hijos de inmigrantes, delataba su origen familiar. Sin embargo, siempre hizo gala de su condición de americana por encima de todo, revindicando la pasión que sentía por su Nueva York natal.
Fue inolvidable su participación en Scarface, el terror del hampa, todo un clásico, acaso el primer gran clásico, del cine negro. El público se acostumbró a relacionarla con este tipo de filmes que escenificaban una realidad social y policial tan cruda como plena de actualidad en su época. El valor del miedo o Contra el imperio del crimen son otros tantos títulos que ejemplifican a la perfección este género. La Dvorak acompañó en el reparto a las principales estrellas masculinas de su tiempo, como Paul Muni, George Raft, James Cagney o un joven Spencer Tracy que ante las cámaras apuntaba ya rasgos de actor excepcional, y tras las cámaras, junto a Ann, hacía también sus pinitos como seductor.
Traemos hoy (haced clic en la ilustración) un montaje sonorizado que rinde tributo a esta formidable y olvidada estrella.



Próxima entrega: George Raft


jueves, 9 de octubre de 2014

VIDAS EJEMPLARES: LORD RUFUS SKYWALKER

Inauguramos en el blog del profesor Bigotini una nueva sección dedicada a glosar la vida y milagros de grandes próceres y benefactores de la humanidad. Esperamos que resulte del agrado de nuestros fieles lectores. Comenzaremos por referir los hechos de Lord Rufus H. Skywalker, primer duque de Darth Vader, fundador de una célebre dinastía y reputado gentleman.
El pequeño Rufus Horatio nació en el seno de una familia de rancio abolengo, en cuyas venas había más midiclorianos que jubilados en Benidorm (y perdóneseme lo ordinario de la comparación). Rufus era británico por los cuatro costados, pues descendía del rey sajón Guillermo el atolondrado y de Eduardo II el estreñido, entre otros muchos nobles ancestros. Contrajo matrimonio con Lady Leia Fatbottom, de los Fatbottom de Bottom-Hill. Era apenas una niña cuando se conocieron, pero ya apuntaba sus dos cualidades más sobresalientes, a saber: su afición por los peinados estrafalarios, que no pasó desapercibida para Rufus; y su inclinación a pegársela con el primero que se ponía por delante. De este último detalle, Skywalker no se dio ni cuenta, el pobre.

Lady Leia en ausencia de Rufus

El doctor Mortimer Chewbacca
Su mansión familiar, una sólida construcción de estilo Tudor del XVI ubicada en la feraz campiña de Kent, era uno de los edificios más emblemáticos de Inglaterra. Como aquellos gruesos muros y enormes dependencias (la gran sala del ala oeste, sustentada por ciento ochenta columnas, medía seiscientos metros de largo por treinta de alto) resultaban demasiado frías y escasamente acogedoras, nuestro hombre se hizo trasladar a una coqueta y recogida casita de campo de estilo isabelino, de sólo treinta y seis habitaciones. Allí solía pasar las horas, rodeado de sus libros y sus recuerdos de la infancia. A menudo le acompañaba su condiscípulo y amigo, el doctor Mortimer Chewbacca, que también era el médico de la familia, y en su juventud había servido con él en el 75º regimiento de lanceros kazajoindostanoturquestaníes, más conocido por el 75º a secas, o por el popular apodo de los small-penis, que les aplicaban el resto de las tropas mientras reían a carcajadas, quién sabe por qué.

Retrato ecuestre de Lord Rufus

Sobre la chimenea, un retrato ecuestre de Rufus en uniforme de aspirante provisional interino a la vice-capitanía adscrita a la subcomandancia de las tropas auxiliares de la reserva de la segunda retaguardia (pensé que no iba a terminar nunca la frase), presidía las largas veladas del duque y el doctor, mientras la conversación languidecía entre profundas caladas a las pipas y espesas bocanadas de humo, que llenaban la estancia hasta impedir la visión. En más de una ocasión, el bueno de Rufus se levantó a abrir la ventana para disipar aquella densa niebla, mientras terminaba de relatar a su amigo Mortimer algún prolijo episodio de campaña, y al despejarse el ambiente, veía con estupor que el doctor se había marchado hacía horas, dejándole con la palabra en la boca durante quién sabe cuánto tiempo. Es que soy muy dado a los circunloquios –se reprochaba-, y corría en busca de algún criado al que seguir colocando el rollo. Los pocos que no se habían despedido ya, se ocultaban bajo las mesas o en el interior de alguna armadura, con la esperanza de librarse de aquel pestiño.

Goldman, el mayordomo
Hablando de criados, el mejor y el más fiel era Goldman, el mayordomo, un tipo menudo de voz aflautada, que dominaba varios millones de formas de comunicación, y era capaz no sólo de soportar las aburridas peroratas de su amo, sino de interpretar en los fogones la más pura y genuina cocina inglesa que tanto gustaba a Lord Rufus. Goldman bordaba las alubias hervidas, el pollo hervido y las salchichas hervidas, y era famoso en el condado por hervir como nadie los postres que, como todo el mundo sabe, requieren su punto justo de hervor. Ni más ni menos. También hervía el agua para el té que era una gloria, y calentaba la cerveza a las mil maravillas, lo que convenía mucho para hacer honor al lema que campeaba en el escudo familiar: “los manjares bien hervidos, los varones aguerridos. Las mujeres muy ardientes, y las cervezas… calientes”.

Baldomero Lafuerza, viajero riojano
Pocos extranjeros eran del agrado de Lord Rufus. Acaso este prejuicio provenía de su etapa en la milicia y su paso por las colonias, donde muy pocos de aquellos sujetos de piel oscura y mirada torva son capaces de expresarse en un inglés aceptable. La única excepción a esta regla la constituía precisamente un paisano nuestro. Un español, riojano por más señas, llamado Baldomero Lafuerza. Viajero impenitente y hombre de mundo, Lafuerza era un tipo jovial que, habiendo estudiado inglés por correspondencia, hablaba una jerga apenas comprensible con frases desordenadas y enigmáticas. Además era más feo que comer con gorra. Quizá por estas razones, Baldomero Lafuerza cayó en gracia a Lord Rufus, que lo convirtió durante años en su compañero inseparable. Juntos emprendieron un viaje por Europa que duró varios lustros. Cuando Rufus manifestó su intención de partir de Plymouth, el doctor Chewbacca le aconsejó: que Lafuerza te acompañe. A su vuelta Skywalker llegó cargado de regalos: joyas para milady, una nueva pipa para el doctor, diversas delicatessen de la gastronomía francesa y hasta un jamón de Jabugo que entregó a Goldman para que lo hirviera todo muy bien hervido, mientras se relamía.

Vaya, que podríamos seguir durante horas relatando graciosísimas anécdotas y sucedidos chuscos protagonizados por este gran hombre. Pero no queremos resultar tan pesados como él, así que si os parece, lo dejaremos en este punto. Os aconsejo que dejéis de leer estas sandeces y os pongáis a estudiar o a hacer algo útil. El profe Bigotini y yo nos vamos a buscar un pub donde calienten la cerveza y hiervan las tapas como es debido.

El golf es un intento vano y patético de dirigir una esfera incontrolable hacia un agujero inaccesible, mediante instrumentos pésimamente adaptados a ese propósito. Winston Churchill.



martes, 7 de octubre de 2014

DANTE ALIGHIERI Y EL NACIMIENTO DE LA POESÍA MODERNA

Por algunas alusiones autobiográficas, el nacimiento de Dante puede situarse en Florencia, hacia mayo o junio de 1265. Fue bautizado en el Baptisterio de la capital Toscana, recibiendo el caballeresco nombre de Durante, siendo Dante la forma familiar de dicho nombre. Era hijo de Alighiero de Bellincione, patricio florentino y miembro destacado del partido güelfo, que al parecer se libró de sufrir las represalias de sus contrarios, los gibelinos, tras la derrota de Montaperti. Esta inmunidad incrementó aun más el prestigio de la familia. Dante fue discípulo de Brunetto Latini, a quien no debió cobrar demasiado afecto, pues en su inmortal obra La Divina Comedia, lo situó en el infierno. Fue contemporáneo y amigo del poeta Cavalcanti, y en 1291 contrajo matrimonio con Gemma Manetti. En este caso el verbo contraer, que se utiliza también para las enfermedades infecciosas, está muy bien escogido, pues se trataba de un matrimonio de conveniencia pactado entre las dos familias cuando Dante sólo contaba doce años. No fue una unión conyugal feliz.


A la temprana edad de nueve años quedó prendado de Beatrice Portinari, por entonces aun una niña como él, y desde aquel momento le profesó un amor apasionado, a pesar de que según parece, su relación nunca pasó de intercambiar algunos saludos por la calle. Esta intensa pasión inspiró a Dante su idea del amor cortés, que desarrolló a través de sus primeras obras poéticas encuadradas en el llamado dolce stil nuovo. La prematura muerte de Beatriz acaecida en 1290, sumió al poeta en una profunda melancolía que le acompañó durante el resto de su existencia.
En el ámbito literario, Dante quedó seducido por la Scuola Poetica Siciliana. Su interés por este movimiento le introdujo en el bullente universo poético prerenacentista, donde se relacionó con juglares provenzales. También hizo patente su admiración por Virgilio.


Dante se involucró en los tortuosos conflictos políticos de la Italia de su tiempo. Combatió en la batalla de Campaldino y en el asedio de Arezzo, y escoltó como otros caballeros güelfos a Carlos Martel, hijo de Carlos de Sicilia. Ocupó importantes cargos públicos en Florencia y fuera de ella, como embajador. Tras la derrota de su facción, en 1302 fue condenado al exilio perpetuo con otros seiscientos güelfos blancos, por el podestà florentino. Después de infinidad de avatares que le llevaron a Lucca, a Venecia o a París, entre otros lugares, Dante falleció en Rávena en 1321, a la edad de 56 años, probablemente víctima de la malaria. Pocos años más tarde sus paisanos florentinos erigieron para él un túmulo funerario donde puede leerse: onorate l’altissimo poeta (honrad al poeta más grande). Dicha tumba sigue vacía, pues los restos de Dante permanecen hasta hoy en Rávena.

Biblioteca Bigotini ofrece a sus fieles lectores la edición digital de el Paraíso, una de las tres partes (Infierno, Purgatorio y Paraíso) en que el poeta dividió su monumental obra La Divina Comedia, una epopeya alegórica en tercetos encadenados que Dante comenzó a escribir en 1304. Compuesta en dialecto toscano, precursor del italiano moderno, La Divina Comedia es probablemente la obra poética que en una lengua romance, inaugura el Renacimiento Literario y por extensión, la poesía moderna. Sus tercetos inspiraron a otros autores tanto en Italia (Petrarca o Bocaccio) como fuera de ella. En la España de los siglos posteriores, el llamado itálico modo hizo furor, y con Garcilaso a la cabeza, fue seguido por una pléyade de escritores y poetas. Haced clic en la ilustración y recrearos con la mágica poesía del inmortal Dante Alighieri.


No creo que exista el más allá, pero por si acaso me he cambiado de ropa interior. Woody Allen.



jueves, 2 de octubre de 2014

REPTILES: LOS DUEÑOS DE LA TIERRA

Hacia finales del Carbonífero, hace unos 300 millones de años, los reptiles evolucionaron a partir de los anfibios. Habían transcurrido unos 60 millones de años desde que el primer anfibio (probablemente Ichthyostega) se arrastrara fuera del agua, sentando las bases de la colonización de tierra firme. Al igual que sus antepasados anfibios, todos los reptiles primitivos parecen haber estado confinados al antiguo continente de Euramérica. A diferencia de los anfibios, que necesitan vivir en la inmediata proximidad del agua y requieren un alto grado de humedad para el desarrollo de sus fases embrionarias, los reptiles son capaces de sobrevivir lejos del líquido elemento, lo que les proporcionó suficiente autonomía para adentrarse en las regiones continentales más áridas y colonizar una gran variedad de ecosistemas. Fueron necesarias para ello varias adaptaciones.


En primer lugar se hizo imprescindible la protección del embrión contra la deshidratación que conlleva la subsistencia en un medio seco. Los huevos de los reptiles están protegidos por una resistente cáscara calcárea que los aísla del exterior. El embrión en desarrollo está suspendido en una cavidad llena de líquido rodeada por el amnios. Recibe alimento del saco vitelino a través de los vasos sanguíneos conectados con el intestino. Los productos de desecho son excretados a la cavidad alantoidea. El oxígeno penetra en el huevo a través del corion, que se encuentra bajo la cáscara porosa. Fijaos en la ilustración:


Otras dos innovaciones fueron necesarias para que la conquista de la tierra fuera completa: por una parte era preciso que los reptiles siguieran protegidos contra la deshidratación una vez fuera del huevo. Lo lograron gracias a la adquisición de una capa córnea que revistió sus escamas o su coraza, haciéndola impermeable a la pérdida de agua. Por otra parte, para poder llevar una vida activa, los reptiles debieron adquirir un método de respiración más eficaz que el de sus antepasados anfibios. Los anfibios ventilan los pulmones bombeando aire con la garganta (¿habéis visto respirar a una rana?). Los reptiles desarrollaron un sistema nuevo, que por cierto hemos heredado de ellos, consistente en la expansión y contracción de la caja torácica. El único límite para la capacidad de este sistema es el volumen de los pulmones y no, como en el caso de los anfibios, el volumen de la cavidad bucal.

Entre los reptiles evolucionaron tres tipos de cráneo, con una tendencia a la reducción del volumen óseo y a la sustitución de hueso por material tendinoso, al cual podían fijarse los músculos de las mandíbulas. Los reptiles más primitivos, los anápsidos, carecían de aberturas en el cráneo, por ello sus mandíbulas eran débiles. A partir de los anápsidos surgieron dos grupos principales (véase la ilustración inferior). Los reptiles diápsidos tenían un par de aberturas detrás de cada ojo. En los lagartos, estas aberturas se hicieron más grandes, permitiendo que las mandíbulas se abriesen más. En las serpientes, que son capaces de abrir sus mandíbulas hasta llegar a la luxación, estas dos aberturas se han fusionado en una sola. Las aves presentan una variante del cráneo diápsido de los dinosaurios, con una abertura muy amplia detrás de cada ojo. Por último, los reptiles precursores de los mamíferos (de quienes descendemos), desarrollaron cráneos sinápsidos, con una única abertura a cada lado, en posición baja. En sus descendientes mamíferos esta abertura se ha ensanchado notablemente, lo que nos ha permitido incrementar el poder mordedor de las mandíbulas.


Sin embargo, y pese a todas las importantes adaptaciones mencionadas, los reptiles vivos siguen presentando una de las limitaciones de los anfibios: tienen sangre fría, es decir, la temperatura de su cuerpo depende casi exclusivamente del calor del sol. Con clima frío los reptiles se muestran inactivos. Su limitación les impide desarrollar periodos prolongados de actividad. En cambio las aves y los mamíferos obtenemos la energía de los alimentos, y somos capaces de mantener una temperatura elevada y constante, lo que nos permite mayor actividad durante más tiempo. Es posible que los dinosaurios, o al menos ciertas estirpes de ellos, hubieran dado ya ese paso decisivo hacia la sangre caliente, y fueran por lo tanto homeotermos, como lo somos aves y mamíferos.


A nuestro querido profesor Bigotini le gusta tumbarse un ratito al sol mientras medita (asegura que el sonido parecido a los ronquidos que suele emitir, no es sino el murmullo de su mente trabajando). Acaso sea un atavismo de su remoto pasado reptiliano, o quizá simplemente es que el bueno del profe es ya muy viejecito, y como los lagartos, necesita buscar ese rayo de sol que le devuelva la vida que siente escaparse por momentos.

Morir es como dormir, pero sin levantarse a hacer pis. Woody Allen.