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jueves, 29 de agosto de 2019

ESTHER WILLIAMS. EL GLAMOUR DE LA HUMEDAD



Varias décadas antes de El exorcista o de Alien, los expresionistas alemanes del periodo mudo ya habían inventado el cine de terror. En Francia siempre se hizo un cine negro muy notable. En toda Europa, incluida por supuesto España, se han filmado buenas comedias. Los británicos han producido filmes bélicos y de aventuras sobresalientes. Incluso del mismo western, que parece tan americano, existen ejemplos muy apreciables en el cine italiano…
Así que si de verdad queda un género cinematográfico genuinamente americano, ese es el musical. Desde la invención del sonido en Hollywood se produjeron grandes musicales, espectáculos que viajaban desde los escenarios teatrales de Broadway hasta los estudios de la soleada California, adquiriendo allí una grandeza jamás vista. Ya en los treinta los avezados productores ponían a las coristas medio vestidas sobre las alas de un aeroplano, las hacían bajar de las nubes mediante grúas y otros mecanismos, o las presentaban por centenares en escenarios giratorios.

Pues bien, en 1942 a los astutos directivos de la MGM se les ocurrió rizar el rizo, y sumergir a las estrellas y a los coros de bailarinas en el agua. Contaron para ello con la magia del technicolor recién patentado, y con el palmito de Esther Williams, una ex nadadora olímpica, que había hecho sus pinitos en el negocio del espectáculo de la mano de otro olímpico, Johnny Weissmuller. Aquella fórmula fue todo un éxito porque ofreció al público música, color y chicas en bañador, aunque la verdad, los guiones eran infames y los escasos momentos fuera del agua, perfectamente prescindibles. Este género hídrico tuvo al menos el mérito de exportar años más tarde las piruetas de piscina al mundo del deporte, en forma de natación sincronizada, ese ballet acuático en el que nuestras chicas son la admiración del mundo, y sin embargo las medallas las ganan las rusas y las chinas.

En cualquier caso, nuestra sirena hollywoodiense continuó durante los siguientes doce o quince años a remojo, hasta el punto de contraer una grave conjuntivitis a causa del cloro. Cuando comprendió que los musicales acuáticos estaban pasando de moda, y que sus posibilidades de recibir un oscar de la Academia oscilaban entre nunca y jamás, la Williams se alejó prudentemente de los platós, para centrarse en aparecer en las revistas ilustradas y en los ecos de sociedad en compañía del célebre gigoló latino Fernando Lamas, cuyas habilidades confesables consistían en conducir automóviles deportivos y ofrecer correctamente el brazo a las damas.
Para recordar el talento natatorio y la belleza de Esther Williams, os ofrecemos el enlace (clic en la carátula) para visionar una escena de Escuela de sirenas, su mayor éxito, que dirigió para MGM George Sidney en 1944. Disfrutad con las imágenes, sed benévolos con vuestros comentarios y tened mucho cuidado en la ducha.

Próxima entrega: Debbie Reynolds



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