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domingo, 18 de agosto de 2019

EL MECANISMO DE LA ERECCIÓN



Ya hemos dicho alguna vez que el pene y el clítoris no son tan diferentes como parecen. Justo debajo de la piel del pene y del capuchón del clítoris se hallan unas terminaciones nerviosas sensitivas y específicas. Convergen en una especie de nudo, un enrollamiento de fibras con una prodigiosa sensibilidad al tacto tanto en el glande como en el clítoris. Se denominan corpúsculos de Krause, y están concentrados sobre todo en la corona y el frenillo del glande y en la cabeza del clítoris, convirtiendo a ambos órganos en las zonas extremadamente sensibles que son.


Cuando el pene experimenta una fricción continuada de cierta intensidad, el nervio pudendo envía una señal a la parte baja de la médula espinal, ya en el segmento sacro de la columna vertebral. Las neuronas allí situadas reciben la información sensorial y se conectan mediante sinapsis con el nervio pélvico, que envía de vuelta una orden motora a los tejidos eréctiles del pene. Todo esto, naturalmente, cuando la información procede de un estímulo mecánico. Si la excitación se produce por un estímulo visual, una insinuación verbal, un pensamiento o una fantasía erótica, es el cerebro quien  envía la señal al nervio pélvico. Y si sumamos la estimulación mecánica a la mental, las señales nerviosas se multiplican y el nervio pélvico envía órdenes al tejido eréctil.


El tejido eréctil está formado por dos cuerpos cavernosos situados a ambos lados del pene, derecha e izquierda. Actúan como esponjas, ya que están constituidos por unas cavidades huecas que se van llenando de sangre. La señal nerviosa (eléctrica) procedente de la médula, pone en marcha la liberación química de varios neurotransmisores. Uno de ellos, el óxido nítrico, induce la segregación de dos nucleótidos: guanosínmonofosfato cíclico (cGMP) y adenosínmonofosfato cíclico (cAMP). La función de dichos nucleótidos es relajar las fibras musculares que rodean las arterias, para permitir que el flujo de sangre llene los cuerpos cavernosos. Cuando la sangre entra por las arterias a mayor velocidad de lo que puede salir por las venas, el pene comienza a aumentar de tamaño hasta alcanzar entre tres y seis veces su tamaño en reposo. Cuando la erección se ha completado, las venas quedan cerradas y la sangre no puede escapar. Se trata de un auténtico mecanismo hidráulico similar al que emplean algunas máquinas de inyección de líquido.

Si después de unos minutos de erección completa el glande comienza a oscurecerse, pasando de su habitual color rosado muchas veces a un morado intenso, se debe a que al estancarse el flujo, la sangre va perdiendo oxígeno.
Resulta curioso que la sangre no pueda salir, pero sin embargo pueda eyacularse semen. Ello se debe a que ambos cuerpos cavernosos laterales constituyen compartimentos cerrados, mientras que entre ellos, en la parte central correspondiente al llamado cuerpo esponjoso, discurren los conductos seminales que no quedan presionados. Una eventual presión ejercida en la parte inferior de la raíz del pene, por detrás de la bolsa escrotal, puede impedir temporalmente la eyaculación. Se trata de una técnica un tanto chapucera de combatir la eyaculación precoz, problema que obedece más a causas psicológicas que orgánicas.


Una vez conseguido el orgasmo y la eyaculación, que en los hombres suele coincidir, aunque no ocurre siempre, cesa la acción del nervio pudendo y se activan otros nervios tanto regionales como del sistema nervioso autónomo, que van a relajar el tejido eréctil permitiendo la salida de sangre, el vaciado de los cuerpos cavernosos. Hasta una nueva estimulación pasado el periodo refractario de duración variable en función de la edad, el autocontrol y otros factores diversos, no podrá conseguirse una nueva erección.

El sistema nervioso autónomo juega un papel clave en este mecanismo. Durante el coito y sus prolegómenos, el sistema parasimpático prevalece. Pero a medida que la excitación aumenta, se acerca a un punto en el que se activarán las fibras del sistema nervioso simpático, y se producirá el orgasmo. En el momento del orgasmo la presión arterial sistólica se eleva de forma súbita a más de 200 mmHg, los músculos se tensan unos segundos, las pupilas se dilatan y se activan los músculos pubococcígeos que impulsan la eyaculación. Durante esos escasos segundos los sistemas simpático y parasimpático están activados a la vez. Pero inmediatamente el sistema simpático tomará el control. Los nervios pudendo y pélvico, que dependen y obedecen al sistema parasimpático, ya no responderán. Los estímulos simpáticos ahora dominantes dan orden de constreñir las fibras musculares que permitían el paso de sangre a los cuerpos cavernosos, estos se vaciarán, y la sangre abandonará el pene que quedará de nuevo fláccido.


Los episodios de estrés o nerviosismo intenso activan el sistema simpático, concebido por la evolución para afrontar situaciones extremas en las que debemos enfrentarnos a un peligro, por ejemplo, ser atacados por un depredador. De hecho el estrés suele ser la causa más frecuente del coloquialmente llamado gatillazo masculino. Una situación embarazosa en la que las mujeres, seres de natural caritativo, suelen consolar a sus parejas diciéndoles que no pasa nada, que eso puede pasarle a cualquiera y otras mentiras piadosas semejantes.

El Evangelio recomienda que nos amemos. El Kamasutra explica cómo.



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