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martes, 28 de marzo de 2017

ESTROMATOLITOS: LOS PRIMEROS FÓSILES


Publicado en nuestro anterior blog en enero de 2013

Nuestro planeta permaneció desprovisto de vida durante la mitad de su existencia física en el sistema solar, es decir, unos 4.000 millones de años. Los primeros indicios geológicos de vida sobre la Tierra se remontan al llamado periodo paleoarcaico, hace entre 3.400 y 4.000 millones de años. El registro geológico conserva indicios bioquímicos de vida que podrían remontarse a hace más de 3.500 millones de años. Se trata de lo que parecen posibles huellas de bacterias en los sedimentos geológicamente más antiguos y en los hielos del ártico. Pero lo que podemos considerar como las primeras huellas seguras del registro biológico, son unas extrañas estructuras sedimentarias laminadas a las que los geólogos y los paleontólogos han dado el nombre de estromatolitos.

Los estromatolitos se formaron en las playas y las zonas poco profundas de los mares tropicales más cálidos del citado periodo paleoarcaico. Se produjeron a lo largo de los tiempos, por la interacción de la vida microbiana con los depósitos sedimentarios. Se trata de un proceso que hoy en día todavía sigue en marcha en determinados lugares como las aguas someras de la costa occidental australiana y las del Caribe.


Las bacterias, concretamente las cianobacterias, y las algas azules, forman una especie de almohadillas, que algunos han llamado esteras microbianas. Estas esteras fotosensibilizantes, se van cubriendo de sedimentos poco a poco, grano a grano de arena, al irlas bañando la corriente marina de manera suave pero insistente. Para volver a alcanzar la luz, que constituye su sustento, las cianobacterias y las algas azules van creciendo y abriéndose paso a través de los sedimentos, para formar nuevas capas que volverán a cubrirse. De esta forma tenaz y repetitiva, se producen unas curiosas estructuras laminadas de diversas formas según el comportamiento local de las corrientes y del propio lecho marino.

Se han descrito al menos tres tipos característicos de estromatolitos: los llamados cartón de huevos, unas formas cónicas que van alternando eminencias y depresiones; los que tienen aspecto de zanja crestada; y otros, acaso los más interesantes, que van creciendo como una corteza-cúpula, que recuerda vivamente la forma de los hongos clásicos con pie y sombrero. Los yacimientos más importantes de estromatolitos se encuentran en Australia occidental, concretamente en dos parajes llamados Strelley Pool y Shark Bay. En ellos los investigadores de nuestros días tienen la oportunidad de estudiar a fondo lo que constituye el más llamativo anacronismo biológico sobre la faz de la Tierra. Ejemplos vivos de fósiles en formación, cuyas primeras capas comenzaron a depositarse en las distantes épocas de un pasado tan remoto como extraordinario. Inclinemos respetuosamente la cabeza ante la obra grandiosa y paciente de la naturaleza. Arte vivo que nunca dejará de asombrarnos.



El jueves pasado decidí dejar el güisqui. Después tardé más de una hora en encontrarlo.



sábado, 25 de marzo de 2017

RENÉ DESCARTES Y LA INAUGURACIÓN DEL MÉTODO CIENTÍFICO


En 1596 vino al mundo en La Haye en Touraine (ahora se llama Descartes en su homenaje) René Descartes. Físico, matemático y sobre todo filósofo, Descartes es algo así como el abanderado de la revolución científica en nuestro universo cultural. Su familia pertenecía a la burguesía bretona. Su madre falleció tempranamente. Ya desde muy niño manifestó una inteligencia poco común, por lo que su padre, con una extraordinaria visión premonitoria, dio en llamarle mi pequeño filósofo. Estudió con los jesuitas hasta los dieciséis años. Más tarde René criticó duramente el sistema de aprendizaje imperante en su época, que consistía básicamente en aprender el griego y el latín. Una vez dominadas las lenguas muertas, el estudiante actuando por cuenta propia, debía entregarse a la lectura de Aristóteles y el resto de los clásicos, y así, dependiendo de su esfuerzo y su talento, podía adquirir más y más conocimientos.


El joven Descartes no se conformó con los clásicos. Aprendió castellano para estudiar a fondo la obra de Suárez, Cayetano y el padre Vitoria. Perfeccionó también sus conocimientos matemáticos a través de la obra de Clavius, y se interesó asimismo por materias como la geometría, la música, la astronomía o la arquitectura. A los dieciocho años ingresó en la Universidad de Poitiers, para estudiar medicina, y a los ventidós viajó a Holanda, donde permaneció hasta 1619 enrolado en el ejército del duque de Baviera. Probablemente fue allí donde inició su formulación de la geometría analítica, acaso su principal aportación científica, junto con el brillante hallazgo de las que ahora denominamos coordenadas cartesianas, precisamente por su apellido, que se han convertido en herramienta esencial e insustituible. Después de pasar por Dinamarca y Alemania, volvió a Francia para vender sus posesiones, y desde allí marchó a Italia durante un breve periodo, y más tarde a París. Parece que estos años veinte el siglo XVII, fueron un tanto agitados. Se sabe que se batió en duelo y tuvo algún escarceo amoroso. Años después escribiría: no he hallado una mujer cuya belleza pueda compararse a la de la verdad, o sea, que no parece que tuviera experiencias demasiado gratas. Descartes murió prematuramente en 1650, a los 53 años en Estocolmo, donde se encontraba bajo la protección de Cristina de Suecia.

La causa oficial del fallecimiento fue una neumonía, aunque algún estudio posterior apunta a un posible envenenamiento por arsénico. Unos pocos años después sus restos se trasladaron a Francia, concretamente a Sainte Geneviève du Mont. Durante la Revolución Francesa, se llevaron al Panthéon, y finalmente, en 1819, fueron depositados en Saint Germain des Prés, donde reposan actualmente. René Descartes puede considerarse sin ninguna duda el padre de la filosofía moderna. Y sobre todo el iniciador más lúcido de lo que se ha llamado con acierto el método científico. Los principios quedaron plasmados en la que acaso es la obra más universal de nuestro hombre, El discurso del método, trabajo que inauguró una nueva era en lo relativo a la ciencia. Para muchos historiadores, Descartes marca la frontera entre la era precientífica y la científica propiamente dicha. Aquí nos abonamos abiertamente a esta opinión. Sin perjuicio del enorme mérito de gigantes científicos como Galileo, Leibniz o el mismísimo Newton, es innegable que a Descartes corresponde el mérito de la enunciación y descripción del método científico, tal como lo hemos entendido a partir de él. Quede constancia de ello.

Otras obras importantes de René Descartes fueron Reglas para la dirección del espíritu, El mundo o tratado de la luz, El hombre (cuyos ejemplares retiró de la imprenta al conocer el proceso inquisitorial a Galileo), La Geometría, La Dióptrica, Los Meteoros, La búsqueda de la verdad mediante la razón natural, Principios de la Filosofía, y Las Pasiones del Alma, su obra póstuma, publicada en 1649. Quien escribe estas líneas tiene especial predilección por una obra de Descartes en concreto, Meditaciones metafísicas, que publicó en 1641. El motivo, acaso un tanto prosáico, es que una edición de este tratado, que por estar mal traducida, no era demasiado afortunada, me sirvió durante años como un insustituible, natural y libre de contraindicaciones, inductor del sueño. En efecto, cuando tenía alguna dificultad para conciliar el sueño, comenzaba a leer aquel ejemplar. Imposible continuar despierto después del tercer párrafo. Admirable. Bueno, bromas aparte, vaya desde aquí nuestro tributo de reconocimiento al que fue el padre del método científico.

La forma más eficaz de aburrir a la gente es decirlo todo. Voltaire.



miércoles, 22 de marzo de 2017

FREDERICK OPPER Y SU HAPPY HOOLIGAN


Frederick Opper, nacido en Madison, Ohio, en 1857, era hijo de inmigrantes austriacos. Abandonó la escuela a los catorce años para trabajar como aprendiz en los talleres de la Madison Gazette, el periódico local, donde comenzó a dibujar. A los dieciséis se trasladó a Nueva York, trabajando como ayudante del artista Frank Beard, con quien siguió aprendiendo.
Sus primeros trabajos profesionales fueron caricaturas de crítica política que publicó primero en alguna revista de escasa tirada, y más tarde en la popular Puck. En 1899 fue fichado por William Randolph Hearst para el New York Journal. Allí ya desde Outcault y su Yelow Kid, se dibujaban tiras cómicas.

Opper creó en 1900 su célebre personaje Happy Hooligan, el vagabundo feliz con una lata vacía por sombrero, un tipo simpático que solía poner en ridículo a los ricachones estirados. La liaba parda en todas partes, hasta en la Cámara de los Lores británica, y siempre acababa perseguido y golpeado por los policías. Happy Hooligan era transgresor y servía muy bien al propósito de ridiculizar ante los lectores del periódico a políticos y demás autoridades.

También tuvieron gran éxito entre el público otras tiras de Opper, como las divertidas peripecias de Alphonse and Gaston, y sobre todo, And Her name was Maud, una hilarante sucesión de catástrofes causadas por la mula más terca jamás dibujada. Sus descomunales coces pusieron en órbita a media América. Frederick Opper siguió dibujando a su mula y su vagabundo hasta 1932. Falleció en Nueva York en 1937. Os ofrecemos una pequeña selección que esperamos pueda servir como muestra del trabajo de este genial historietista.













domingo, 19 de marzo de 2017

SIGUE EL CAMINO DE BALDOSAS AMARILLAS



Sigue el camino de baldosas amarillas, aconsejaba el hada buena a la pequeña Dorita. El Mago de Oz es desde el principio hasta el final, una película redonda. Desde el día de su estreno se convirtió en un clásico del llamado cine familiar, genero por cierto, que junto con las primeras producciones de Disney, también de aquella misma época, inauguró este filme mítico.
Es de destacar el grandísimo contraste que se plantea ya desde el guión, y que siempre ha fascinado a los espectadores. Una Dorita en blanco y negro abandona su patria de Kansas también en blanco y negro, y con casa y todo va a aterrizar precisamente en el país de Oz, lleno de luz y color. Son sensacionales los secundarios: el espantapájaros, el león y el hombre de lata, el “todopoderoso” Mago de Oz, naturalmente, y sobre todo, la malvada bruja, personaje genial con su horrible cara verde y aquellos increíbles monos voladores.
Y luego está la música, claro. A pocos minutos del comienzo, Judy Garland, toda una fuerza de la naturaleza, entona con aquella prodigiosa voz suya el inolvidable Somewhere over the rainbow. Precisamente queremos ofreceros el enlace (clic en la carátula) para visionar ese momento mítico de la película. Gozadlo como merece, y recordad siempre que más allá del arco iris los sueños pueden convertirse en realidad.

Próxima entrega: Judy Garland



miércoles, 15 de marzo de 2017

BRETAÑA, PATRIA DE ASTERIX


El profe Bigotini, acostumbrado a los desolados páramos monegrinos, se sintió fuertemente impresionado por el feraz verdor de la Bretaña francesa, agreste país azotado por el viento. Es Bretaña como un país dentro de otro país. Desde su base de Rennes, la capital, Bigotini y sus chicas pasaron allí unos días inolvidables, visitando las poblaciones más típicas y disfrutando de la rica gastronomía de la región. Se alojaron en un tranquilo hotel a las afueras de Rennes, donde de noche no se oía ni el aleteo de una mosca. Rennes, capital administrativa y departamental, es una fundación romana. Una ciudad provinciana con un encanto indefinible que enamora al visitante. Uno no puede evitar imaginarse allí el campamento romano que aparece en tantos episodios de Asterix el galo. Un par de excursiones por el interior de la región son obligadas para visitar los impresionantes monumentos megalíticos todavía bien conservados hasta hoy. Aparte de numerosos dólmenes y menhires, destaca el célebre conjunto pétreo de Roche aux fées (la roca de las hadas), en la Comuna de Essé. Se trata de un pasadizo abovedado construido quién sabe con qué finalidad, por aquella cultura antigua y misteriosa que se extendió un día desde el norte de Europa y las Islas Británicas, hasta el sur de España, siguiendo la línea de la costa atlántica.



Es imprescindible visitar también poblaciones como Dinard, Cancale, Quimper o Saint-Maló, un puerto amurallado, antiguo refugio de los piratas más feroces que asolaron los mares. Brest, ciudad que compite con la misma Rennes en importancia, es la capital del Finisterre bretón. Si aguza bien el oído, el viajero escuchará, aparte del francés, dos idiomas diferentes: el bretón y el galo. Desde la bahía de Cancale, una breve excursión en barco hasta Saint-Maló, ofrece el aliciente de sentir el viento y la espuma marina azotándote el rostro. Laura y Bigotini sintieron algo más que viento y espuma. Acabaron literalmente empapados. Marisol, mucho más sensata, se mantuvo prudentemente alejada de la proa. También resulta obligada la visita al cercano Mont Saint Michel, que por muy poco no pertenece a Bretaña, sino a Normandía, la región limítrofe. Su familiar e impresionante silueta, una de las imágenes más fotografiadas del mundo, se recorta al atardecer contra la luz del crepúsculo marino. En cuanto a la visita a la abadía, diremos que no merece la pena. La superpoblación de turistas es tan abrumadora, que arruina cualquier espectativa.


En lo relativo a la gastronomía de la región, Bretaña ofrece al comensal exquisiteces dignas de príncipes. Cabe destacar el marisco en prácticamente todas sus modalidades. En esto Bretaña viene a ser la Galicia francesa. Es obligado probar las célebres ostras de Cancale, bien al natural, o todavía mejor, guisadas con ajo y mantequilla. Acompañadas de un vino fresquito de Alsacia o del Rin, están estupendas, lo mismo que otros bivalvos como almejas y sobre todo mejillones. Mejillones con sidra, con cerveza... Si uno quiere rascarse un poco el bolsillo, la langosta es la reina de los manteles bretones. En general cualquier pescado fresco, al horno, al vapor o en papillote, agradará al más exigente gourmet. Fuera de los productos marinos, acaso lo más típico de Bretaña sean las crepes y las galettes, unas servidas como postre dulce, y otras conteniendo los más variados ingredientes, vienen a ser un plato habitual en las mesas bretonas. Las galettes, algunas de proporciones gigantescas, presentan un característico tono oscuro, por estar hechas con trigo sarraceno. Hay en Bretaña unos embutidos muy grasos y de fuerte sabor, que deben consumirse con moderación. Los postres, dulces, pasteles y tartas, son sabrosos y contundentes. En el capítulo de las bebidas destaca la sidra, de la que existen diferentes variedades, y distintos licores parecidos al Calvados.

Ahí tenéis a Bigotini y sus chicas despidiéndose de Bretaña. Su próximo destino: París, ¡Oh-lalá! Allí os emplazamos en la siguiente entrega de Bigotini viajero.

-Doctor, ¿cree usted que soy estéril?
-No señora, usted es Obelix.



lunes, 13 de marzo de 2017

MARIO BENEDETTI. TALENTO Y ESFUERZO


Mario Benedetti, uruguayo nacido en 1920, cuyo nombre completo era Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (!!), fue uno de los escritores más prolíficos de las recientes décadas. Además de publicar casi un centenar de libros de los más diversos géneros, colaboró a lo largo de su vida en diferentes publicaciones. Este trabajador infatigable tuvo una infancia difícil, con varios cambios de residencia de sus padres, que pasaron por serias dificultades económicas. Terminada su etapa de formación, Benedetti se inició en la literatura dirigiendo la revista Marginalia. Durante casi treinta años colaboró con el semanario Marcha. También formó parte de la redacción de la prestigiosa revista Número. Durante ese tiempo publicó poemas, ensayos, narrativa, colaboraciones humorísticas, críticas teatrales... Comprometido con los movimientos de izquierda, Benedetti se vio forzado a un largo exilio tras el Golpe de Estado de 1973 en Uruguay, que le llevó sucesivamente a Perú, Cuba y España, colaborando en Madrid durante años en el diario El País.


Se relacionó con el movimiento de Liberación Nacional más conocido como los Tupamaros, y formó parte de la coalición de izquierdas Frente Amplio. Regresó a su país en 1983, aunque en la última etapa de su vida alternó su casa de Montevideo con largos periodos en La Habana y en Madrid. Mario Benedetti falleció en 2009, siendo enterrado en el Panteón Nacional. De nuestra biblioteca digital extraemos hoy un relato breve titulado Gracias, vientre leal. Haced clic en la imagen y disfrutad de la fluída prosa de Mario Benedetti, trabajador infatigable y hombre de su tiempo.

-Dime, ¿tu mujer es más de gemir o de jadear?
-Mi mujer no sigue la liga turca.



jueves, 9 de marzo de 2017

MAGGIE WILSON


¿Qué puedo decir de Maggie Wilson? La verdad es que no gran cosa. La primera vez que la vi estaba maniatada en un granero. A una chica que trabaja como croupier no le conviene tener las manos tan largas. Por aquel entonces se llamaba Rita Medina. Cuando encontró a un tipo vulgar y carente de todo atractivo, no lo pensó dos veces. Se casó con él inmediatamente. Sólo le interesaba el apellido, y el de Wilson le pareció la quintaesencia de lo anglosajón, a pesar de que aquel pavo era en realidad medio japonés. Lo abandonó a las dos semanas. La señora Wilson se tiñó el pelo y se lanzó al estrellato, o más bien se estrelló. Empezó actuando en algunos cortos medio pornográficos, y terminó haciendo películas porno por completo. Sácame de este horrible ambiente, cariño, me suplicó angustiada. La saqué aunque no resultó nada fácil.

La Maggie teñida de rubia parecía brillar con luz propia. Tenía la nariz respingona, las tetas respingonas y el culo respingón. Una belleza latina y Wilson a partes iguales. Atesoraba entre sus piernas aromas atlánticos, y ese exquisito sabor acre y un poco ácido que tanto saben apreciar los verdaderos gourmets. Hay ostras que no necesitan limón. Técnicamente Maggie no era una puta, pero lo cierto es que cuando se quitaba las bragas no podías evitar la inquietante sensación que produce el sonido de calderilla que hacen al abrirse las cajas registradoras. Quiero pedirte un gran favor, cariño, solía susurrar después de aplastar su cigarrillo en el cenicero de la mesita de noche. Un día se enfurruñó conmigo cuando respondí a su ruego con un gesto de fastidio. A partir de entonces no volvió a pedir nada. Era yo (ya sabéis que soy un blandengue) quien al cabo de unos mitutos preguntaba: ¿...y bien? Entonces me contaba sus problemas. Te ayudaré siempre que al hacerlo no incurra en ningún delito, le advertí un día. Más tarde rebajé el listón, llegando a ayudarla en algún que otro delito cuyas víctimas eran declarados delincuentes.

Como era frágil, pero a la vez terriblemente práctica, solía sollozar mientras me pedía que le abotonara el vestido. Tenía una de esas espaldas perfectas que dibujan un corazón desde los hombros al arranque de las nalgas. Tenía también una mirada que sabía hacer irresistible cuando te pedía algún favor. Tenía, en definitiva, algo que te arrastraba a ella una y otra vez, como aquellos remolinos monstruosos que atraían a los marinos de la mitología clásica. Maggie resultaba aún más atractiva vista desde abajo. Cuando se sentaba sobre el piano, tenías que contemplarla como a una diosa en su pedestal, como a una cariátide en el templo. No tenía demasiada voz, pero sabía susurrar como nadie sus melodías suaves y felinas. Al escucharla, se diría que una gatita te acariciaba (se acariciaba) frotándose, delicada y sugerente, contra tus piernas. Un día se destiñó el pelo. Acasó pensó que volviendo a ser morena, transmitía mayor sinceridad. Me abandonó con los ojos vidriosos y una especie de solemnidad un poco cómica. Me obsequió un último beso cálido y húmedo, y luego se perdió en la primera esquina, mientras yo quedé parado entre el tráfico, algo más herido que sorprendido.

Mi amigo Tony Caruso me encontró una noche en el bar con la mirada perdida en el fondo de un vaso vacío. Esa mujer no merece la pena, chico, me dijo. No vale lo que la bala que la matará. Dos meses después supe que había muerto tiroteada. Se metió en un lío importante. Tan importante que tuvo el detalle de no involucrarme en él. Periódicamente, cuando vuelvo a los lugares en que estuvimos juntos, me parece oír a lo lejos el susurro de su voz acariciadora. Entonces la melodía se interrumpe. Suenan disparos y lejanas sirenas. Uno de estos días, me digo, tengo que cambiar de vida...

El día que la mataron Maggie Wilson tuvo suerte. De seis tiros que le “daron”, sólo uno era de muerte.