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domingo, 15 de julio de 2018

HUMPHREY BOGART, EL MISTERIO DE LA SEDUCCIÓN




Que Humphey Bogart era un actor mayúsculo, no puede ponerse en duda. Lo demuestra su extensa y brillante filmografía, que le convierte en una de las principales leyendas del Hollywood dorado. La gran estrella cinematográfica masculina de su generación.
Lo que sorprende un poco más es que también Bogart llegara a ser una especie de sex symbol viril, para cientos de miles de espectadoras que suspiraban por él, y para otros tantos espectadores varones que le admiraron hasta el punto de copiar sus maneras y sus ademanes. Aquellos pantalones sobaqueros, tirantes ridículos y corbatas minúsculas debían tener algo mágico cuando se hicieron tan populares. Tal vez fuera también cosa de aquel acento nasal que puede comprobarse cuando se le escucha en versión original, o quizá el encanto provenía de aquella manera compulsiva de fumar que auguraba un aliento de cenicero. Quién sabe. El caso es que Bogart era todo un seductor de primera, que hasta sirvió de modelo a imitar por el bueno de Woody Allen en aquella inolvidable Sueños de un seductor.
Naturalmente, Humphrey Bogart fue algo más que eso. Mucho más que eso. En los tiempos duros de la caza de brujas se distinguió por liderar como abanderado al grupo de admirables disidentes que se resistieron a renunciar a la libertad en la industria del cine. Hoy en Bigotini os ofrecemos el enlace (clic en la imagen) para visionar un breve montaje musical que repasa algunos de sus mejores momentos ante las cámaras. Sirva como modesto recuerdo a aquel tremendo Bogart del que Katharine Hepburn aseguraba que no había un hombre tan hombre como él.

Próxima entrega: Lauren Bacall



viernes, 13 de julio de 2018

DE CÓMO ATENAS SOBREVIVIÓ AL HELENISMO


La etapa helenística, que se inició con el auge de Macedonia, y alcanzó su apogeo durante el reinado de los herederos de Alejandro en Oriente y el Mediterráneo, tuvo como inevitable efecto colateral la decadencia del resto de ciudades estado griegas. La dominación de Macedonia sobre Grecia tomó la forma de una hegemonía. Su carácter quedó definido con precisión cuando tuvo lugar el Congreso de Corinto, que Filipo, padre de Alejandro, había convocado en 338 a.C., poco antes de su muerte. El suceso provocó en Grecia una insurrección, que fue rápidamente sofocada por Alejandro el Grande, y que terminó con la completa derrota y aniquilamiento de sus principales opositores, los tebanos. Sin embargo, ni entonces ni en ningún otro momento posterior Macedonia logró someter bajo su completo dominio a las ciudades griegas. Estas continuaron disponiendo de sí mismas, aun estando forzadas a tolerar una intromisión más o menos grande de su poderosa vecina del norte. Se produjo pues una de las más sobresalientes paradojas históricas, puesto que Alejandro y sus sucesores fueron capaces de dominar gran parte del mundo conocido en su época, pero no consiguieron doblegar de manera efectiva a las ciudades y las ligas griegas.


En concreto, Atenas, la más importante y prestigiosa de ellas, consiguió si bien a duras penas, sobrevivir con bastante dignidad en ese periodo. Atenas, después del desastre de Queronea, había sufrido poco, y hasta había conocido bajo la administración del orador Licurgo, un nuevo, aunque breve, periodo de prosperidad (338-327 a.C.), que hasta cierto punto puede compararse al siglo de Pericles. Sin embargo, el periodo que siguió a la muerte de Alejandro fue para la ciudad ateniense una época de dolorosas pruebas. Además, la lucha contra la hegemonía macedónica se complicó con una pugna interior entre los elementos democráticos y aristocráticos. La revuelta de 295 fue particularmente lamentable, porque agotó las últimas reservas financieras de la ciudad. Fue preciso incluso fundir el manto de oro de la Atenea de Fidias. En el curso de todo el siglo siguiente, Atenas simplemente se limitó a sobrevivir, y acabó por descender hasta el nivel de otros estados griegos menores y hasta insignificantes.


Pero a partir del siglo II a.C., tuvo efecto una transformación importante. Atenas aprendió a sacar rendimiento y en definitiva, a vivir de su glorioso pasado. Roma y los romanos (los nuevos ricos de aquel entonces) quieren cultivarse, honrando a Atenas como a la principal creadora de la civilización. Roma protege a la vieja y prestigiosa Atenas de mil maneras, e incluso le otorga el don de nuevas posesiones. Atenas no sufre ni siquiera el pillaje de Grecia de 146, porque conserva su estatus de ciudad libre o civitas libera. Su Constitución queda reformada definitivamente en el sentido aristocrático a imitación del patriciado romano, y el principal órgano administrativo vuelve a ser, como antes de Solón, el Areópago. Se desarrolla la ciudad, aumenta su bienestar, y los patricios romanos compiten por enviar a sus hijos a la universidad ateniense, formada por diferentes escuelas filosóficas. Es verdad que hubo un borrón en este idilio de los romanos con los atenienses. La descabellada alianza que Atenas pactó con Mitrídates tuvo como consecuencia el sitio de la ciudad por Sila en el año 83. Sin embargo, la amistad acabó por restablecerse, y desde entonces hasta el fin de la República, Atenas siguió siendo a los ojos de Roma la ciudad admirable por su pasado y su cultura en la que intentaban mirarse como en un espejo. Algo comparable a lo que han sido y aun son a los ojos de los occidentales modernos, Florencia, Venecia o la misma Roma. Bigotini, que aunque no sea precisamente moderno, es todo lo occidental que se puede ser, adora Roma, Venecia y Florencia, y se postra ante Atenas hasta barrer el suelo de la Acrópolis con esos bigotes de escoba que tiene.

Evito siempre predecir de antemano, porque es mucho más fácil hacerlo a posteriori. Winston Churchill.



miércoles, 11 de julio de 2018

RAFAEL AZCONA Y EL HUMOR CON MAYÚSCULAS


Nacido en Logroño en 1926 y fallecido en Madrid en 2008, Rafael Azcona, escritor, humorista, dibujante y riojano insigne, es con toda probabilidad el mejor guionista español del siglo XX. Es imposible cuantificar lo que el cine español debe al talento de Azcona. Debutó en el cine en 1959, cuando Marco Ferreri le propuso llevar a la pantalla su novela El Pisito. A partir de entonces, y una vez felizmente descubierta la técnica de escribir guiones, continuó produciéndolos con gran aplicación. Él, que en alguna ocasión reconoció ser un poco vago, comprobó que los guiones resultaban más fáciles de escribir que las novelas, y naturalmente, siguió por ese camino. Sus guiones han sido galardonados con diferentes premios, y muchos más han correspondido a las películas en las que participó.

Azcona fue autor entre muchos otros de los guiones de El Pisito (ya citado), El Cochecito, Plácido, El Verdugo, La Grande Bouffe, La escopeta nacional, La corte del Faraón, La Vaquilla, El año de las luces, El bosque animado, ¡Ay Carmela!, Belle Epoque, o La lengua de las mariposas. Como puede verse, todo un mosaico de algunos de los mejores filmes del cine español y europeo. Colaboró con cineastas tan notables como Ferreri, Berlanga, Trueba, García Sánchez, Alberto Lattuada, José Luis Cuerda, Antonio Giménez-Rico, Carlos Saura, Bigas Luna o Gerardo Vera. Fue nominado trece veces como guionista en los premios Goya, y recogió nada menos que siete estatuillas. Los guiones de Azcona rebosan sobre todo humor (fue sin duda uno de los más grandes humoristas españoles), pero también tienen su pizca de ternura, incluso a veces de amargura, cuando inciden en temas sociales de aquella España franquista que conocía tan de primera mano como todos los que la vivimos y la padecimos. Azcona supo elevar lo sencillo, muchas veces lo casi intrascendente por cotidiano, hasta alcanzar alturas de verdadera obra de arte. Su obra rebosa fantasía, es siempre ingeniosa y, por momentos, genial.


Como escritor se estrenó publicando artículos breves en la mítica revista La Codorniz, allá por los primeros cincuenta, cuando abandonó Logroño para trasladarse a Madrid. También en La Codorniz publicó dibujos, chistes gráficos, sobre todo con El repelente niño Vicente como protagonista. Aquella singular publicación constituye un hito en la cultura española contemporánea, siendo mucho más que una simple revista de humor, el punto de encuentro de una pléyade de talentos: Tono, Mihura, Mingote, Gila, López Rubio, el propio Azcona..., que por sí mismos constituyen una generación literaria e intelectual de nivel muy notable. Azcona, como la mayor parte de sus colegas codorniceros, se sirve a menudo del absurdo, no solo para hacer sonreír, sino para señalar con el dedo, el impúdico dedo de la inocencia, muchos puntos censurables de aquella sociedad censora y en gran medida absurda que tan bien conocimos los españolitos de entonces. Azcona dejó en La Codorniz pequeñas perlas en forma de artículos breves, algunas veces brevísimos, que componen un fiel retrato de la época. Sus personajes favoritos son ancianos iracundos que la emprenden a bastonazos con quién se pone por delante, novias cursilonas de domingos por la tarde y chocolate con churros, oficinistas pusilánimes o eruditos ridículos. Sus trabajos de esa etapa han sido recogidos recientemente en tres hermosos volúmenes que edita Pepitas de Calabaza, titulados Por qué nos gustan las guapas, ¿Son de alguna utilidad los cuñados? y Repelencias, este último dedicado, claro está, al inefable y siempre repelente niño Vicente.


En cuanto a sus novelas y narraciones, destacan El Pisito, Los muertos no se tocan, nene, El Cochecito, Los Ilusos, Pobre, paralítico y muerto, Vida del repelente niño Vicente, Los europeos y Memorias de un señor bajito. Bigotini es, como ha demostrado a menudo en diferentes artículos aparecidos aquí, un ferviente y rendido admirador de Rafael Azcona. Hoy en nuestra particular biblioteca, os brindamos el enlace (clic en el dibujito del galán bajito) a la versión digital de un breve artículo muy representativo del humor de este genial riojano. Se trata de una de las varias entregas que aparecieron en La Codorniz de su serie Consejos a un nieto imbécil. Disfrutadlo, y sobre todo no olvidéis nunca ser felices.

Drácula en la panadería:
-Deme una bagga de pan, pogg favogg.
-Caramba, señor conde, yo creía que ustedes los vampiros no comían pan.
-Es veggdad, noggmalmente no lo comemos, pero es que acaba de ocuggigg un teggible accidente en la esquina, y el pan es pagga untagg, ¿sabe?



sábado, 7 de julio de 2018

CENTAUROS DEL DESIERTO

Modesto y resperuoso homenaje a John Ford y Alan LeMay


Anochecía en la pradera. En la cabaña de los Edwards ardía amoroso, el fuego del hogar. Eran una familia instalada en la incierta frontera entre la civilización y la barbarie. Acabada la contienda Civil que había enfrentado a la Unión y la Confederación, las naciones indias desenterraban sus viejas hachas sepultadas en el polvo del desierto, y adornaban sus rostros con pinturas de guerra. Las buenas gentes de Texas habían cometido el error de luchar junto a sus hermanos del sur, y quizá por eso en Washtington habían decidido que los tejanos debían defenderse por sus propios medios. Granjeros y ganaderos se organizaron en unidades escasamente armadas, los rangers, pequeños grupos de jinetes, impotentes para controlar un territorio tan extenso. Los experimentados ojos de Henry Edwards, el padre de familia, escrutaron una vez más el horizonte, anhelando no hallar ninguna señal inquietante. Sin embargo, aquella puesta de sol estaba fatalmente destinada a convertirse en un ocaso sangriento.


Henry tomó su rifle. -Salgo a cazar un conejo, mintió. Hunter, el hijo mayor, y Ben, apenas un adolescente, cargaron los suyos, dispuestos a acompañar a su padre. Ben inició el silbido de una vieja balada, y fue interrumpido bruscamente por un ademán del padre. Fue en ese instante cuando Martha Edwards comprendió lo que estaba ocurriendo, y aquella certeza se le clavó en el corazón como una daga. ¡Ahí afuera acechaban los salvajes! La muerte alargaba las sombras de los matorrales hasta hacerlas parecer dedos descarnados que reptando se acercaban más y más a la cabaña. Los tres varones y la señora Edwards tomaron posiciones con sus rifles en las estrechas saeteras de las ventanas. Lucy, la hija mayor, comenzó a llorar muerta de miedo, mientras la pequeña Debbie, una mocosa aun, continuaba jugando con su muñeca de trapo, ajena por completo a la próxima tragedia. -Debbie, querida, ¿recuerdas dónde está la tumba de la abuela, allá detrás del viejo álamo? Vas a jugar a esconderte con tu muñeca. Papá te sacará por la ventana de atrás, y correrás hasta allá sin hacer ningún ruido. Luego, pase lo que pase, te vas a quedar en ese lugar muy callada y muy quieta, ¿lo has entendido?- Y la niña asintió con la cabeza, haciendo que sus preciosos bucles rubios flotaran en el aire de una forma encantadora. Aquella fue la última visión agradable que tuvieron sus padres y sus hermanos.

La mañana siguiente, a treinta millas de la cabaña de los Edwards, una patrulla de rangers divisó la espesa columna de humo. Entre ellos estaban Etham Edwards, hermano de Henry, el mejor explorador del territorio, y mi padre, Martin Pauley, que entonces era todavía un muchacho que no había comenzado a afeitarse. Galoparon como alma que lleva el diablo, pero llegaron demasiado tarde. Etham y Martin fueron los primeros en hallar los cinco cadáveres. Los cinco estaban horriblemente mutilados. Según la costumbre de los comanches, les habían arrancado la cabellera, y con toda seguridad habían violado a las dos mujeres. Inútilmente buscaron a la pequeña Debbie. Los indios solían llevarse a las niñas pequeñas, y sin duda eso era lo que había ocurrido. El reverendo Mathison, que capitaneaba el grupo de rangers, pronunció ante las tumbas un breve responso. Mose Harper, el más estrafalario de la partida, del que todos decían que estaba un poco loco, propuso que cantaran un himno, pero Etham Edwards no lo consintió. Estaba impaciente por salir en persecución de aquellos malditos asesinos. En aquel momento, de haber podido hacerlo, Etham habría aniquilado a todos los comanches y los kiowas que habitaban la faz de la tierra. Se marcó dos únicos objetivos para el resto de su vida: vengarse de cuántos pieles rojas se pusieran en su camino, y encontrar a su sobrina Debbie.


Pasaron semanas y meses, y poco a poco la pequeña tropa se fue disolviendo por diferentes motivos. Todos tenían un hogar al que regresar. Todos menos Etham Edwards y mi padre, el entonces joven Martin Pauley, que a pesar de ser huérfano, siempre consideró a los Edwards como su familia. Pasaron años enteros, las estaciones se sucedían inexorablemente, y aquellos centauros del desierto siguieron erguidos en sus monturas. Resultaría demasiado prolijo enumerar siquiera las muchas peripecias y enormes obstáculos a los que se enfrentaron el hombre y el muchacho... Me disponía a hacer un resumen, cuando el profe Bigotini me hizo seña de que me largara, para continuar él la narración, así que lo que leeréis a continuación es obra suya. Quedáis advertidos.

En Medicine Bow, Etham fue tiroteado por unos comancheros mejicanos. Menos mal que en la taberna del pueblo pudieron encontrar al bueno del doctor Boone. Estaba borracho como una cuba, así que mi papi le preparó diez galones de café cargado, con un buen puñado de sal y otro de pólvora. Algo más despejado, reconoció a Martin y le dijo: -Muchacho, llévame con tu tío Etham. El viejo yacía en un sucio establo, cubierto de sangre y boñigas de caballo, pero el buen doctor se había visto en peores situaciones. Pidió agua caliente y toallas limpias, abrió su viejo maletín y, conteniendo a duras penas el temblor de sus manos de alcohólico terminal, comenzó a operar a corazón abierto. Le extrajo dieciséis balas de diferentes lugares (ventrículo izquierdo, pulmón derecho, hígado, páncreas, riñones, testículos, bazo, senos paranasales, planta del pie y bolsillo de atrás, entre otros), luego le hizo la vasectomía, le operó de apendicitis y le sacó tres muelas. A los diez minutos, Etham y él se pimplaron a medias una botella de güisqui de Kentucky, mientras entonaban canciones obscenas. -Tengo que irme Doc, le dijo Etham. -¿Qué se debe por la cirugía? -A vosotros no os cobraré nada, les dijo. -Bastará con que me convidéis a un trago la próxima vez. Y de nuevo los centauros siguieron su camino.


Etham Edwards era un gran explorador, es verdad, pero alguna vez perdió el rastro. En medio de una gran nevada invernal, se empeñó en continuar hacia el norte noroeste. -Nort by Nortwest, repetía (en inglés, claro, porque hablaban en inglés). Martin le advirtió que aquella era otra película, y que ni siquiera era de John Ford, pero él, erre que erre, al norte noroeste. -¡Pero si llevamos recorridas miles de millas!, se lamentaba Martin. A lo que Etham contestaba que Texas era enorme... Total, que al cabo de unos meses se plantaron en el Estrecho de Bering. -¡Desde cuándo hay esquimales en Texas, tío Etham!, le gritó Pauley ya un poquito molesto, la verdad. Los recogió un carguero ruso, y después de recorrer medio mundo durante otros seis años, regresaron al punto de partida. Con mil baratijas que habían traído de lugares tan dispares como China, Egipto, o Andorra, comerciaron con las diferentes tribus que se iban encontrando y así consiguieron alguna información sobre el posible paradero de la pequeña Debbie, que a esas alturas debía ser ya toda una mujer. Finalmente, después de una carga del Séptimo de Caballería que arrasó un remoto poblado kiowa, encontraron conmocionado a un indio muy feo que llevaba puesto en la cabeza el vestidito de la niña, y en la mano una ajada muñeca de trapo. -¿Dónde tienes a Debbie, maldito piel roja?, le preguntó Martin mientras le zarandeaba. Etham le detuvo: -¿Es que no te das cuenta?, ella es Debbie, es nuestra Debbie, que ha crecido y se ha convertido en una señorita.

No había en toda Texas un hombre más testarudo que Etham Edwards. Se llevaron a la fuerza a aquel indio piojoso, que andando el tiempo llegó a ser mi tía Deborah. Aún me parece estar viéndola en la iglesia, recitando los salmos con aquella voz ronca, o tomando el té con las otras damas del Ejército de Salvación. En tiempos de sequía, los granjeros de la comarca le rogaban que bailara para ellos la danza de la lluvia, y ella, como era una mujer caritativa, accedía gustosa. No sé si en su juventud fue un buen guerrero kiowa. Sólo sé que en su edad madura fue una dama cristiana de conducta intachable. Pero eso sí, ¡qué fea era la jodida tía Deborah!

-Doctor Boone, ayúdeme. Esta horrible y contagiosa infección me va a matar.
-Muchacho, tómate estos tranchetes de queso. Uno cada ocho horas.
-Usted cree que los tranchetes me curarán, Doc?
-No lo sé hijo, pero es lo único que pasa por debajo de la puerta.



miércoles, 4 de julio de 2018

HOMBRO DOLOROSO



Bajo el epígrafe de síndrome del hombro doloroso se engloban diferentes patologías, con el denominador común del dolor, y su relación con determinadas actividades laborales en las que estas lesiones se producen con gran frecuencia. El hombro doloroso presenta una prevalencia de alrededor del 20% en la población general, que se eleva hasta casi el 30% en la población laboral. Constituye el tercer motivo de consulta por patología musculoesquelética.

Las lesiones que afectan al hombro vienen determinadas por su estructura anatómica que consta de 4 articulaciones: glenohumeral (a la que nos referimos habitualmente como articulación del hombro), esternoclavicular, acromioclavicular y escapulotorácica. La articulación glenohumeral es una de las de mayor movilidad del organismo humano y con menor apoyo óseo, ya que solo el 25% de la cabeza humeral contacta directamente con la fosa glenoidea.

Entre las causas más frecuentes del hombro doloroso pueden citarse tres estructuras anatómicas:

·                     Tendinitis de la porción larga del  biceps.
·                     Tendinitis del  supraespinoso.
·                     Lesión del manguito de los  rotadores.

Tendinitis bicipital:
Existen muchos tendones en el hombro, pero la tendinitis suele afectar sólo a uno o dos de ellos. Los especialistas creen que una causa de tendinitis es la presión y la fricción en el sito donde el tendón del bíceps pasa por debajo del ligamento humeral transverso. Puede ser que este ligamento pellizque al tendón en ese sitio y le cause irritación. Además, el extremo superior del tendón se inflama cuando los ligamentos que se encuentran encima del hombro lo pellizcan.
Las causas más comunes de tendinitis son el uso excesivo (como repetir el mismo movimiento varias veces durante mucho tiempo) sumado al desgaste que acompaña al envejecimiento.


Tendinitis del supraespinoso:
Inflamación del tendón del músculo supraespinoso que aparece por repetidas manipulaciones por encima de los hombros en tareas de movimientos repetitivos. Es común en la hostelería y la industria.


Lesión del manguito de los rotadores:
El tendón del supraespinoso, junto con los tendones del infraespinoso y redondo menor, forma el denominado manguito de los rotadores, una estructura que protege a la articulación y que se lesiona con frecuencia. Cuando el brazo se eleva por encima del plano del hombro, esta estructura tendinosa tiende a rozar contra el borde inferior del acromion que se sitúa justo por encima, lo que es causa de inflamaciones, desgarros e incluso roturas.
Es lesión clásica de electricistas, instaladores de fontanería, gas y climatización, y en general de trabajadores que deben elevar el hombro por encima de 90º.


La terapia incluye diversas medidas, desde la simple analgesia y el reposo en los casos leves, hasta la reparación quirúrgica en las lesiones en que esté indicada.
Mención aparte, por su probada eficacia, merece la fisioterapia, en la que resulta una pieza fundamental la hidroterapia, especialmente en los casos en que la movilidad articular se encuentra más limitada. En estos casos la rehabilitación en piscina puede considerarse realmente milagrosa.


Por último una serie de consejos útiles para prevenir y corregir estas lesiones:

·        Evitar dormir con los brazos por encima de la cabeza.
·        Evitar los movimientos repetidos del hombro con el codo alejado del cuerpo.
·        Evitar trabajar largo rato con los brazos por encima de la cabeza.
·        Evitar cargar grandes pesos.
·        Evitar forzar el hombro hacia atrás en lugar de desplazar el cuerpo entero.
·         Evitar deportes, actividades y ejercicios que supongan un esfuerzo para el hombro.
·         Cuando el dolor ya ha cedido por completo, es necesario continuar realizando los ejercicios de rehabilitación recomendados por el fisioterapeuta, durante varias semanas.


Lucharemos hombro con hombro.  Sen-Yu y Yu-Sen (hermanos siameses)


domingo, 1 de julio de 2018

LEYENDECKER. UN ARTISTA EN EL ARMARIO



Joseph Christian Leyendecker fue uno de los más grandes ilustradores norteamericanos, a pesar de que nació en Alemania en 1874 y su familia era de origen holandés. Se trasladaron a Estados Unidos cuando el pequeño Joseph no tenía más que ocho años. Asistió primero a la Escuela de Arte de Chicago, y más tarde a la famosa Acadèmie Julian de París. Desde muy joven se labró una importante reputación en el ramo de la publicidad, dibujando para una marca de camisas para hombre, a la que fue fiel durante toda su carrera, y para algunas otras firmas.
A lo largo de cuarenta años Leyendecker produjo un sinfín de magníficas portadas para las mejores revistas ilustradas de América, como Collier's o singularmente la popular Saturday Evening Post. Pionero en muchas cosas, fue el inventor de ese gordito y bondadoso Santa Claus vestido de rojo, que desde entonces hasta el presente han reproducido innumerables ilustradores. También impuso la figura de un simpático niño para representar el año nuevo. Durante la Gran Guerra dibujó numerosos motivos patrióticos, que serían la inspiración de ilustradores posteriores de la categoría de un Norman Rockwell, por ejemplo, quien fue discípulo y gran amigo suyo.
Los modelos habituales para sus dibujos fueron su amante y pareja, Charles Beach, y en alguna menor medida, su hermana Augusta. Con ambos convivió Joseph durante la mayor parte de su vida. En los trabajos de Leyendecker la mujer estuvo siempre en segundo plano. Sus preferidos fueron siempre jóvenes deportistas y elegantes caballeros. Ganó mucho dinero. Era lo que se dice un hombre rico, amante del lujo del que estuvo casi siempre rodeado. Si hace unos meses nos ocupamos de Charles Dana Gibson y de su célebre chica Gibson, hoy debemos hablar del hombre Leyendecker, un hombre blanco y rico, casi un dios clásico ya fuera vestido de esmoquin, de uniforme, o incluso desnudo. Un prototipo masculino al gusto de las clases altas de la América de entreguerras. Una sociedad un tanto fascistoide.
Entre la selección de ilustraciones que ofrecemos a vuestra consideración, destacan los retratos de su pareja luciendo palmito, y hasta una curiosa por lo singular, alegoría de América con un aire innegablemente andrógino, acompañada de un pequeño boy-scout. Disfrutad del elegantísimo trazo de este maestro de maestros entre los ilustradores.