Enrique Jardiel Poncela nació en Madrid en
1901. Fue el cuarto hijo y único varón del matrimonio formado por Enrique
Jardiel, periodista, latinista y matemático, y Marcelina Poncela, pintora. La
familia hundía sus raíces en el pueblo zaragozano de Quinto de Ebro, en la
Ribera Baja. Una familia en la que florecieron las ciencias, las artes y las
letras. Al parecer, la rama materna era muy cercana al comediógrafo Vital Aza,
cuyos sainetes y libretos de zarzuela obtuvieron gran éxito a caballo entre los
siglos XIX y XX. El pequeño Enrique se crió rodeado de libros y objetos
artísticos. Comenzó a estudiar con sus hermanas en la Institución Libre de
Enseñanza, pasando luego por el Liceo Francés, los escolapios y el Instituto
San Isidro. Parece que no fue un buen estudiante. Enrique prefería dibujar y
escribir las historias que se le iban ocurriendo. Siempre andaba con su
cuaderno y sus lápices, dibujando del natural o copiando algunos cuadros del
museo del Prado.
Su madre, a la que adoraba, cayó enferma y murió varios meses después, probablemente a causa de un carcinoma colorrectal, tras un largo y penoso peregrinaje por los mejores doctores y las mejores clínicas de la España de entonces. Seguramente fruto de aquella frustración fue la animadversión que Enrique tuvo siempre hacia los médicos, matasanos a quienes no perdió ocasión de denostar y ridiculizar en sus obras.
El
poeta Manuel Machado, vecino de la familia, tras leer alguna cosa del joven
Jardiel, le animó a seguir escribiendo, así que más o menos definitivamente,
colgó los pinceles que le recordaban a su llorada madre, y los cambió por la
pluma estilográfica, instrumento al que guardó siempre fidelidad. Se acostumbró
a escribir en los cafés madrileños, el Pombo y el Gijón sobre todo, pero
también en algunos otros locales algo más castizos y populares que evitó
mencionar en sus apuntes biográficos. Lo cierto es que, como diría Emilio
Carrere, aquel señorito de derechas también descendía al reino de la calderilla
y la puñalada de su Madrid sainetero.
Conoció
en esa época a José López Rubio y a Ramón Gómez de la Serna, escribió numerosos
artículos para La Correspondencia y El Imparcial, y festejó durante siete años
con Amparito, que fue su primera novia. Pasaba los veranos con su familia en
Quinto, aburriéndose soberanamente.
Sus
amigos literatos, le animaron a escribir, convenciéndole de que lo suyo era la
comedia y el humor. Así que a partir de
1923, abandonó el periodismo con la única excepción de sus colaboraciones para
la revista Buen Humor, y se dedicó a la literatura por entero. Publicó algunas
novelas cortas que se vendieron en las ediciones baratas de bolsillo que fueron
tan populares en la década de los veinte. Sus finanzas eran ruinosas. Publicó algún
trabajo en la recién nacida revista de humor Gutiérrez, heredera de Buen Humor.
Abandonó a Amparito, y en 1926 se fue a vivir con Josefina Peñalver, una mujer
separada y algo mayor que él. Publicó alguna otra novela en colaboración con
Serafín Adame. Al cabo de un año se separó de Josefina, y acuciado por la
necesidad, se propuso escribir una comedia que resultara un éxito comercial. Una noche de primavera sin sueño se
estrenó en el Teatro Lara de Madrid el 28 de mayo de 1927, y efectivamente,
resultó un éxito rotundo. Unos meses más tarde nació su hija Evangelina, fruto
de su relación con Josefina Peñalver.
Evangelina fue durante toda su vida la persona más querida para Jardiel y la que más le quiso. Permanecieron siempre unidos, y tras su muerte, escribió la biografía de su padre. José Ruíz Castillo, el editor de Biblioteca Nueva, animó a Enrique a escribir más novelas de humor, y eso fue lo que hizo el escritor, alternando siempre la narrativa con la dramaturgia. En la escena se sucedieron los éxitos de Jardiel, aunque alternándose, es preciso reconocer, con algunos notorios fracasos. Entre sus mejores novelas destacan Amor se escribe sin hache, Espérame en Siberia, vida mía, Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? y La tournée de Dios. Otra narrativa humorística del autor comprende títulos como El libro del convaleciente, Lecturas para analfabetos, Exceso de equipaje, El hombre que iba a casa del dentista o Consejos para asesinos. Innumerable sería la relación de sus novelas cortas, sus guiones para el cine o sus recopilaciones, que ascienden a cientos de títulos.
Pero
lo más importante y representativo de Enrique Jardiel Poncela son sus comedias,
cuarenta y dos en total, de las cuales se estrenaron cuarenta y una. He aquí
sólo los títulos de las más célebres y aplaudidas: El cadáver del señor García, Usted tiene ojos de mujer fatal, Angelina
o el honor de un brigadier, Las cinco advertencias de Satanás, Cuatro corazones
con freno y marcha atrás, Un marido de ida y vuelta, Eloísa está debajo de un
almendro, Los ladrones somos gente honrada, Es peligroso asomarse al exterior,
Los habitantes de la casa deshabitada, Tú y yo somos tres, Agua, aceite y
gasolina, El sexo débil ha hecho gimnasia, Blanca por fuera y Rosa por dentro…
El
teatro de Jardiel puede encuadrase en el del absurdo, con toques de un humor
muy personal y muy sutil que huye siempre del chiste fácil, de la sal gorda y
de lo chabacano, que en las primeras décadas del siglo tanto habían cultivado los
sainetistas o más propiamente saineteros
de renombre. Jardiel inicia en la escena española tanto de pre como de
posguerra, lo que Alfredo Marqueríe llamó el jardielismo, escuela a la que pueden adscribirse autores como López
Rubio, Mihura, Neville, Tono, Ruíz Iriarte, Llopis, Laiglesia, Paso o Alonso
Millán, entre otros. Pertenece Jardiel a la que se ha llamado a veces otra generación del 27, una etiqueta tan
discutible o tan aceptable como casi todas las etiquetas.
En
el teatro de Jardiel aparecen situaciones inverosímiles, tramas detectivescas,
un humor inteligente y a menudo intelectual, aunque un poco pedante, ingenioso,
mordaz, y sobre todo, un pasmoso dominio de la construcción dramática, que
alterna momentos de intriga con rasgos de humor y con sorpresas mayúsculas.
Sociológicamente Jardiel Poncela fue lo que se dice un señor de derechas, y aunque procuró manifestar siempre cierto desprecio por la política y los políticos, sus orígenes familiares y el ambiente en que se desenvolvió son inequívocamente derechistas. Viajó con otros comediógrafos y guionistas españoles al Hollywood de los años treinta, y la Guerra Civil le sorprendió en Madrid, donde fue detenido y conducido a una checa en agosto del 36 acusado anónimamente de haber cobijado a un exministro. Fue liberado tras comprobarse la falsedad de la denuncia. Pasó a Francia y de allí a Argentina. Regresó en el 38 a través de Portugal, y se estableció en San Sebastián, zona franquista. Volvió a instalarse en Madrid en el 39.
Como
se refleja en sus comedias y en el resto de su obra, Jardiel fue lo que se dice
un señorito presumido y clasista que situó a sus personajes y se situó él mismo
en una sociedad española inexistente en la que los burgueses habitaban
espléndidos chalés, conducían lujosos automóviles o tiraban el dinero jugando
en los casinos, cuando en la España y en el Madrid del tiempo de sus mayores
éxitos (los años cuarenta) reinaban el hambre, la miseria y la represión en un
estado policial. Sus comedias, que se empeñó tercamente en situar en los
felices veinte, aunque en las notas escenográficas pusiera “la acción en
Madrid, actualmente”, rebosan sedas, pieles, mayordomos y doncellas. Jardiel
trasladó a los escenarios madrileños el ambiente hollywoodiense de las
glamurosas películas de Fred Astaire y Ginger Rogers. En los prólogos e
introducciones de sus libros, se refiere a sí mismo como uno más de sus imposibles
personajes ficticios.
La década de los cuarenta fue la de la mayor capacidad creativa de Jardiel. Actuó muchas veces como empresario teatral. Otras veces participó como productor en películas basadas en algunas de sus obras. Ganó con alguna comedia mucho dinero, y sin embargo tuvo que afrontar también algunos fracasos que le llevaron a la ruina. Finalmente falleció en febrero de 1952, arruinado y abandonado por muchos de sus amigos. En su nicho figura el siguiente epitafio: Si buscáis los mayores elogios, moríos.
En Bigotini, para recordar a este singular comediógrafo y humorista, os brindamos el enlace con la versión digital de Exceso de equipaje, divertido batiburrillo de jardieladas, como a él mismo le gustaba llamar a sus cosas en ocasiones. Haced, si os place, clic en el enlace:
Es triste, pero siento la sensación de haber derribado con una frase setenta años de romanticismo. Paciencia. Los demoledores no tenemos entrañas. Enrique Jardiel Poncela. Exceso de equipaje.
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