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domingo, 24 de junio de 2018

SAFO, LESBOS Y LO LÉSBICO



Platón escribió: dicen que hay nueve Musas. ¡Qué desmemoriados! Han olvidado la décima, Safo de Lesbos. Y Solón, ya muy viejo y casi ciego, dijo cuando su sobrino le leyó un poema de Safo: ¡Ahora ya me puedo morir!
Qué podremos decir nosotros, pobres admiradores de aquella edad dorada, de esa mujer fascinante y legendaria que se asomó a la celebridad y a la infamia hace más de dos mil quinientos años. Por lo poco que conocemos de su biografía, nació hacia el 612 a.C. en Ereso, localidad cercana a Mitilene, la capital de la floreciente isla de Lesbos. Sus padres, nobles y ricos, se trasladaron con ella a Mitilene más o menos por la época en que comenzó a gobernar allí el dictador Pítaco, a quien la Historia trata de forma un tanto ambigua, pues se le tacha de tirano a la vez que se le coloca junto al citado Solón en la nómina de los famosos siete sabios de Grecia. En esa dulce Mitilene célebre por sus marinos, sus vinos y sus terremotos, creció y vivió la pequeña Safo, a quien describen como una criatura menuda y frágil, de ojos negrísimos, no precisamente bella, pero sí encantadora.


Siendo ya una reputada poetisa, se le atribuyó un romance con Alceo, también poeta, y no menor, pues sus coetáneos le situaron junto a Homero y Hesíodo, en la cumbre de la poesía. Este Alceo, que inventó una nueva métrica, la alcaica, debía ser un poco petulante y no menos fanfarrón. Parece que organizó diferentes algaradas contra el tirano Pítaco, lo que le costó ser condenado al exilio. Es muy dudoso que Safo, su enamorada, participara en las intrigas conspiratorias de Alceo. No obstante, Pítaco también la desterró primero a la vecina ciudad de Pirra, y más tarde, cuando se extendieron como un reguero de pólvora los rumores sobre ciertas prácticas a las que la poetisa se entregaba con sus jóvenes amigas, el implacable dictador decretó el exilio en Sicilia para Safo. Según ciertos biógrafos, en Sicilia se casó con un comerciante rico, y tuvo una niña que no cambiaría por toda la Lidia y ni siquiera por la adorable Lesbos. Este marido, acaso de conveniencia, la dejó viuda y rica, cumpliendo fielmente con la obligación de los maridos pudientes. Necesito del lujo como del sol, reconoció ella con gran sinceridad, y regresó a Lesbos rica y todavía joven. Allí en su querida y dulce patria, instauró un colegio para muchachas, en el que acogió a las hijas de la mejor sociedad de Mitilene. Ella las llamaba hetairas, término que con el tiempo ha adquirido un matiz algo peyorativo, pero que en época de Safo significaba sencillamente compañeras.


Les enseñaba música, poesía y danza. Pero muy pronto volvieron a reproducirse los pasados rumores acerca de las costumbres de la maestra y de los usos nada ortodoxos de su escuela. El escándalo estalló cuando los padres de Atti, una de las jóvenes hetairas, en realidad la preferida de Safo, llegaron un día y se la llevaron entre improperios. La desdicha de Safo resultó dichosa para la poesía, pues el dolor de la separación inspiró a la poetisa algunos de los mejores versos de la lírica de todos los tiempos. El Adiós a Atti sigue siendo un modelo poético por la extraordinaria sinceridad, la inspiración y la sobriedad de los versos dedicados a su agridulce tormento. Después de la separación y del escándalo, difieren las crónicas. Hay quienes quieren que ya en su edad madura, Safo volvió a amar a los hombres. Una leyenda que recoge Ovidio habla de que perdió la cabeza por cierto marino, y que viéndose rechazada por este, se suicidó precipitándose desde el peñón de Léucade. Modernamente, se ha reconocido sin embargo, que la protagonista de esta leyenda no fue nuestra Safo, sino una cortesana egipcia famosa por su belleza, que llevaba el mismo nombre. La verdadera Safo debió morir de vieja, y nos dejó esta incomparable reflexión sobre la muerte: Irremediablemente, como la noche estrellada sucede al rosado ocaso, la muerte sigue a la vida, y al final la arrebata.


En cuanto al lesbianismo y lo lésbico, resulta curioso que una sociedad como la griega de aquella edad dorada, tan tolerante con ciertas formas de homosexualidad masculina, que no sólo se permitían, sino que incluso se fomentaban tanto en la milicia como en los gimnasios y otros escenarios deportivos y docentes, fuera tan intransigente con el amor entre mujeres. Acaso sea lícito apreciar en este fenómeno la influencia de la cultura jonia que, procedente del Continente y sus áreas septentrionales, se impuso a la primitiva civilización pelásgica de tradición matrilineal frente al sistema patriarcal adoptado por los invasores. Pero esto quizá sea demasiado suponer. Miro al profe Bigotini para ver que piensa sobre esta cuestión. Me mira y tuerce el bigote en un gesto característico suyo que lo mismo significa que le parece bien, como quiere decir que ya va siendo hora de cenar. ¡Qué hombre tan enigmático!


Huye de la tentación, pero procura hacerlo despacio para que pueda alcanzarte.



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