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martes, 5 de junio de 2018

NEOLÍTICO. TIEMPOS NUEVOS Y MENTES NUEVAS


La Revolución Neolítica, a la que ya hemos hecho varias alusiones en artículos anteriores, no sólo supuso un cambio radical en el ámbito material de la vida de las gentes. Fue también y sobre todo, una auténtica revolución en el plano espiritual. Los cambios que se fueron sucediendo ante los ojos del hombre neolítico no se limitaron a sus actividades, sus hábitos o ni siquiera al cambiante mundo que contemplaba. Se produjo además un drástico y radical cambio en su mentalidad.
Hauser, a quien seguimos en este breve comentario, analizó muy certeramente las diferencias existentes entre la mentalidad de las gentes del Paleolítico y las del Neolítico. El cazador-recolector paleolítico debía ser buen observador. Debía conocer los animales y sus características, sus huellas y sus rastros. Debía poseer una vista aguda y un oído fino. Todos sus sentidos debían estar pendientes del exterior, enfocados a cuanto le rodeaba en la naturaleza. Es lícito pensar en consecuencia, que en su mente, el mundo circundante y él mismo constituían un único conglomerado homogéneo, un universo del que formaba parte integrante, donde se confundían lo real (un olor, un ruido...) con lo imaginario (una imagen vista en sueños, por ejemplo), el todo y la parte, el mundo y la persona. En un sistema de pensamiento semejante todo influye mágicamente en el resto, porque todo está hecho de una misma sustancia de la cual el mismo individuo participa.

En cambio el agricultor o el artesano neolíticos no necesitan ya la vista aguda del cazador-recolector. Su capacidad sensitiva y sus dotes de observación, relativamente atrofiadas con respecto a su tatarabuelo paleolítico, dan paso a otras disposiciones, como una especial capacidad para la abstracción y para el pensamiento racional, lo que se manifiesta tanto en su sistema de producción, como en su arte formalista estrictamente concentrado y estilizado. También se manifiesta en su concepción general del mundo. El neo-humano neolítico se siente ya capaz de distinguir lo esencial de lo accidental, de diferenciar la realidad de la imagen que de ella se forma en su fantasía. Advierte, y este es un cambio fundamental, la independencia de su voluntad frente a un mundo susceptible de ser transformado racionalmente de acuerdo con unos planes bien concebidos y ejecutados. En el individuo neolítico se enfrentan dos mundos, el interior y el exterior, y tal escisión afecta a la distinción entre idea y realidad, entre espíritu y cuerpo, fondo y forma, invisible y visible.


En la etapa anterior, el hombre se protegía del enemigo, el hambre o la muerte con métodos mágicos e irracionales (pensamiento mágico o pre-religioso). Ahora se da cuenta de que su seguridad o su sustento dependen de la lluvia, el sol, la tierra... Ante cada elemento, el hombre distingue entre las leyes fijas que lo regulan y la forma concreta en que actúan según los casos. Todavía no alcanza a dar una explicación científica a los distintos fenómenos. No se conocerán hasta varios siglos más tarde las leyes físicas, químicas o biológicas. La solución neolítica, la que propone el pensamiento religioso o precientífico, consiste en creer que detrás de cada manifestación de la naturaleza existe un alma personal, inteligente y dotada de voluntad que desencadena su actividad cuando le dicta su capricho. Así son los dioses de volubles e imprevisibles. Es un pensamiento animista. El individuo neolítico también detecta la presencia de un espíritu que habita dentro de sí mismo, mediante el cual, y cumpliendo su voluntad a través de sus miembros, es capaz de mover, influir y transformar el mundo que le rodea. Considera lógico pensar que su propio espíritu sobrevivirá cuando su cuerpo muera y se corrompa.


El mundo neolítico se escinde en dos mitades, y el hombre se ve a sí mismo igualmente escindido. Este animismo dualista se hace patente en todas las manifestaciones de la cultura neolítica. El arte ya no reflejará muchas veces simplemente lo que ve, sino la idea que se ha hecho de lo visible. Florecerán con gran profusión el arte y las decoraciones esquemáticas, que ya se apuntaban en muchas manifestaciones del arte parietal y mueble del Mesolítico. Y es que naturalmente, los cambios no se producen de manera súbita, de la noche a la mañana. El cazador-recolector de las últimas etapas del Paleolítico posee ya las mismas potencialidades que sus descendientes. Ni su cerebro era menos capaz, ni su aparato fonador menos eficaz. El cambio se verá potenciado por la variación de las condiciones de vida y los medios de subsistencia. La Revolución Neolítica resultó a la postre un motor imparable de progreso. El pensamiento animista y religioso se transformará sólo unos pocos siglos más tarde en pensamiento protocientífico, y después en pensamiento científico propiamente dicho. Esperemos que el futuro de nuestro mundo y de nuestras mentes nos depare aun otras novedades más asombrosas y fantásticas.

Para quien desee alcanzar la certeza lo más importante es saber dudar.



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