
Hauser,
a quien seguimos en este breve comentario, analizó muy certeramente
las diferencias existentes entre la mentalidad de las gentes del
Paleolítico y las del Neolítico. El cazador-recolector paleolítico
debía ser buen observador. Debía conocer los animales y sus
características, sus huellas y sus rastros. Debía poseer una vista
aguda y un oído fino. Todos sus sentidos debían estar pendientes
del exterior, enfocados a cuanto le rodeaba en la naturaleza. Es
lícito pensar en consecuencia, que en su mente, el mundo circundante
y él mismo constituían un único conglomerado homogéneo, un
universo del que formaba parte integrante, donde se confundían lo
real (un olor, un ruido...) con lo imaginario (una imagen vista en
sueños, por ejemplo), el todo y la parte, el mundo y la persona. En
un sistema de pensamiento semejante todo influye mágicamente en el
resto, porque todo está hecho de una misma sustancia de la cual el
mismo individuo participa.
En
la etapa anterior, el hombre se protegía del enemigo, el hambre o la
muerte con métodos mágicos e irracionales (pensamiento mágico
o pre-religioso). Ahora se da cuenta de que su seguridad o su
sustento dependen de la lluvia, el sol, la tierra... Ante cada
elemento, el hombre distingue entre las leyes fijas que lo regulan y
la forma concreta en que actúan según los casos. Todavía no
alcanza a dar una explicación científica a los distintos fenómenos.
No se conocerán hasta varios siglos más tarde las leyes físicas,
químicas o biológicas. La solución neolítica, la que propone el
pensamiento religioso o precientífico, consiste en
creer que detrás de cada manifestación de la naturaleza existe un
alma personal, inteligente y dotada de voluntad que desencadena su
actividad cuando le dicta su capricho. Así son los dioses de
volubles e imprevisibles. Es un pensamiento animista.
El individuo neolítico también detecta la presencia de un espíritu
que habita dentro de sí mismo, mediante el cual, y cumpliendo su
voluntad a través de sus miembros, es capaz de mover, influir y
transformar el mundo que le rodea. Considera lógico pensar que su
propio espíritu sobrevivirá cuando su cuerpo muera y se corrompa.
El
mundo neolítico se escinde en dos mitades, y el hombre se ve a sí
mismo igualmente escindido. Este animismo dualista se
hace patente en todas las manifestaciones de la cultura neolítica.
El arte ya no reflejará muchas veces simplemente lo que ve, sino la
idea que se ha hecho de lo visible. Florecerán con gran profusión
el arte y las decoraciones esquemáticas, que ya se apuntaban en
muchas manifestaciones del arte parietal y mueble del Mesolítico. Y
es que naturalmente, los cambios no se producen de manera súbita, de
la noche a la mañana. El cazador-recolector de las últimas etapas
del Paleolítico posee ya las mismas potencialidades que sus
descendientes. Ni su cerebro era menos capaz, ni su aparato fonador
menos eficaz. El cambio se verá potenciado por la variación de las
condiciones de vida y los medios de subsistencia. La Revolución
Neolítica resultó a la postre un motor imparable de progreso. El
pensamiento animista y religioso se transformará sólo unos pocos
siglos más tarde en pensamiento protocientífico, y
después en pensamiento científico propiamente dicho.
Esperemos que el futuro de nuestro mundo y de nuestras mentes nos
depare aun otras novedades más asombrosas y fantásticas.
Para
quien desee alcanzar la certeza lo más importante es saber dudar.
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