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viernes, 15 de abril de 2022

JUAN DEL ENCINA, MÚSICA, POESÍA Y RENACIMIENTO

 


Juan de Fermoselle, que adoptó el nombre de Juan del Encina o del Enzina, según la grafía de su tiempo, nació en 1468 acaso en la localidad zamorana de Fermoselle, acaso en Salamanca donde su padre regentaba una zapatería, o acaso en alguna otra localidad cercana a Salamanca. En su universidad estudió leyes con Antonio de Nebrija, y en su catedral se formó como músico y cantante a las órdenes de su hermano Diego de Fermoselle. En su coro fue capellán, y al serle negado el ascenso a maestro de capilla, se decidió a viajar a Italia donde entró al servicio del duque de Alba. En aquella corte ducal y más tarde en la de Roma, sirvió a tres papas y al duque de Mantua, hasta regresar a España para regentar el priorato en la catedral de León, oficio que ejerció hasta su muerte acaecida en 1529.

Su obra musical abarca un nutrido Cancionero que le consagra como el compositor más sobresaliente del Renacimiento español. Como poeta y dramaturgo Juan del Encina puede considerarse junto a Gil Vicente y Lucas Fernández, el fundador del teatro en lengua castellana. A su pluma se deben varios autos, unos religiosos y otros carnavalescos, y diferentes églogas que incluyen canciones y mojigangas musicales. Destacaremos el Auto del repelón o el de Las grandes lluvias. También las églogas de Cristino y Febea, la de Fileno, Zambardo y Cardonio, y la de Plácida y Vitoriano, de 1513, que acaso sea su obra poética más notable. Uno de sus temas recurrentes es la disputa entre el amor cristiano y el profano, que el autor resuelve con gran respeto al primero para librarse de ser señalado por hereje, pero con inocultables guiños al segundo, lo que le valió disfrutar del éxito en su época y ser relegado al olvido a partir de la Contrarreforma que miró con expresión severa tales frivolidades.

Nuestra Biblioteca Bigotini trae hoy como recuerdo y homenaje a Juan del Encina, la versión digital de la Égloga de Mingo, Gil y Pascuala, una pequeña joya de la poética cancioneril renacentista, extraída de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que la edita con el cuidado exquisito que siempre le acredita. Clic en el enlace y deleitaos con los versos del autor. En muchos pasajes los personajes parlan el dialecto sayagües, propio de las gentes rústicas leonesas, lo que añade más encanto a la pieza.

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=%C3%89gloga+de+Mingo.pdf

Incluimos también el enlace con una selección de sus más representativas piezas musicales y poemas recitados, interpretada por la Camerata Iberia:

https://www.youtube.com/watch?v=GGU2ulJro6U&t=1718s

Déxate de sermonar

en esso, que está escusado.

Démonos a gasajado:

¡a cantar, dançar, bailar!


viernes, 24 de septiembre de 2021

ZARZUELA, LA BANDA SONORA DE LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA

 


La zarzuela es la banda sonora de la Historia de España durante el siglo XIX y el primer tercio del XX. El término zarzuela hace referencia al Palacio de la Zarzuela, segunda residencia de los reyes españoles tras el Palacio Real. El de la Zarzuela, situado en las afueras de Madrid, albergaba un pequeño teatro, escenario de las primeras representaciones musicales todavía en tiempo de los austrias menores, en pleno Barroco. El género teatral se caracteriza por alternar partes musicales, instrumentales o cantadas, y partes habladas, si bien en algunas zarzuelas la parte hablada está completamente ausente.

En ocasiones la zarzuela se asimila erróneamente a la opereta, un género de origen francés, por contener partes habladas o declamadas. Se pretende así que la zarzuela es la opereta española, pero la zarzuela es históricamente muy anterior, y esa característica ya se encontraba en otros géneros europeos también muy anteriores a la opereta y no necesariamente anteriores a la zarzuela. En realidad la zarzuela sería más bien el equivalente español de la opéra comique francesa o del singspiel alemán. Dichos géneros se caracterizan por representaciones teatrales y musicales en las que, a diferencia de la ópera propiamente dicha, se alterna música con partes habladas o declamadas. La flauta mágica de Mozart, por ejemplo, no es una ópera sino un singspiel y, por consiguiente, tanto sentido tiene decir que la zarzuela es la opereta española como decir que el singspiel es la zarzuela vienesa. A pesar de todo, ha habido zarzuelas del llamado género grande que por no tener partes habladas, son parecidas al grand opéra  francés o a la ópera italiana. Por lo tanto, la zarzuela se definiría de una manera más adecuada y más simple, como el arte lírico propiamente hispánico.


Los primeros autores que inauguraron este nuevo estilo de teatro musical fueron Lope de Vega y Calderón de la Barca. Calderón es el primer dramaturgo que adopta el término de zarzuela en una obra suya titulada El golfo de las sirenas, que se estrenó en 1657 y que representaba la vida de un joven aventurero que emprendía un largo viaje lleno de misterios y peligros. Lope de Vega escribió una obra que tituló La selva sin amor, comedia con orquesta. Según el autor era cosa nueva en España. En el prólogo de la edición de 1629 se lee:

Los instrumentos ocupaban la primera parte del teatro, sin ser vistos, a cuya armonía cantaban las figuras los versos en aquella frondosa selva artificial, haciendo de la misma composición de la música las admiraciones, quejas, iras y demás afectos… Sin embargo, sólo se conserva música suficiente en la obra Los celos hacen estrellas de Juan Hidalgo de Polanco y Juan Vélez de Guevara, que se estrenó en 1672. Es esta la primera obra que nos ofrece una idea de cómo era este género en el siglo XVII.



Con la llegada de los borbones, desde principios del siglo XVIII, se puso de moda lo italiano en diversas manifestaciones artísticas, incluida la música y la danza no sólo en los palacios, sino en las plazas públicas donde se daba cita el pueblo. Las zarzuelas se convirtieron entonces en obras estilísticamente parecidas a las óperas italianas, por ejemplo obras de Antonio de Literes, como Los elementos o Acis y Galatea, o del aragonés José de Nebra, como la muy celebrada Amor aumenta el valor.

Durante el reinado de Carlos III, tras el motín de Esquilache y otros disturbios semejantes, cundió entre el pueblo un acentuado rechazo por lo italiano y en general por cualquier manifestación extranjerizante. Surgió con fuerza el gusto por lo castizo, y cobró valor la tradición popular española representada por los sainetes de don Ramón de la Cruz, cuya primera obra de este género fue Las segadoras de Vallecas, estrenada en 1768, con música de Rodríguez de Hita.



Pero el verdadero auge de la zarzuela llegó en el siglo XIX, a partir de 1839, con grandes músicos entre los que destacan Francisco Asenjo Barbieri (El barberillo de Lavapiés) y Emilio Arrieta (Marina). Con ellos la zarzuela se transforma en un género genuinamente popular, característica que ya no abandonaría nunca. Aunque a los teatros donde se representa sólo tiene acceso una minoría, el auténtico éxito de la obra se debía a una o varias canciones que el público aprende y populariza en escenarios modestos o en cafés, como ocurrirá poco después con el cuplé. La estructura de la obra sigue siendo la misma, números hablados, cantados, coros, que se aderezan con escenas cómicas o de contenido amoroso que generalmente son interpretadas por un dúo. En paralelo al teatro simplemente hablado de los populares sainetes, nace la zarzuela costumbrista y regionalista, y en los libretos se recogen toda clase de modismos, y de jerga de la calle, recursos que garantizan el éxito entre las clases populares.


En un ambiente social que preludia y presagia acontecimientos revolucionarios como el de la Revolución Gloriosa de 1868, los propios autores buscan por encima de todo el aplauso del pueblo. Esto hace que el público de las clases altas se aparte un tanto del género, considerándolo en muchos casos vulgar y populachero. Las élites económicas y sociales se refugian en ese tiempo en los lujosos palcos de teatros como el Real de Madrid inaugurado en 1818 o el Liceo barcelonés desde 1848, donde se representa la gran ópera italiana o francesa, e incluso algo más tarde la vienesa y la germánica. En el convulso ambiente finisecular la zarzuela se atrinchera en escenarios populares como el del teatro Apolo y otros similares que irán surgiendo en las provincias. En ese último tercio del siglo XIX florecen los temas costumbristas, populares, cómicos y bailes españoles. Algunos músicos insignes de este período son Tomás Bretón (La verbena de la Paloma), Ruperto Chapí (La Revoltosa), Federico Chueca (La Gran Vía) o Manuel Fernández Caballero (Gigantes y Cabezudos).




Tras la Revolución del 68, España se sume en una profunda crisis sobre todo económica, que se refleja también en el teatro. El espectáculo teatral se convierte en un entretenimiento caro al alcance de pocos bolsillos. Fue entonces cuando el teatro Variedades de Madrid tuvo la idea de reducir la duración de la representación para abaratar el precio del espectáculo. La función que hasta entonces duraba unas cuatro horas, se redujo a una hora, lo que se llamó el teatro por horas. La innovación tuvo un gran éxito y los compositores de zarzuelas se acomodaron al nuevo formato, creando obras mucho más cortas. A las zarzuelas de un solo acto se las clasificó como género chico, y a las de dos o más actos como genero grande. La zarzuela grande se mantuvo en el teatro de la Zarzuela de Madrid, y a partir de 1873 se abrió el nuevo teatro Apolo, en el que triunfó el género chico. El Apolo fue el escenario de las décadas doradas de la zarzuela.


En los albores del siglo XX se componen obras importantes como El puñao de rosas,  La alegría del batallón, El trust de los tenorios, Doña Francisquita de Amadeo Vives, o La calesera.

Los grandes músicos españoles del género, a imitación de otros grandes compositores de su tiempo como Falla, Albéniz, Granados o Turina, y de los grandes maestros del resto de Europa, encuentran inspiración en los temas regionales. En los escenarios suenan aires valencianos, gallegos, vascos, andaluces, castellanos, murcianos… y por encima de todas triunfan las zarzuelas ambientadas en el Madrid castizo, propiciadas por los numerosos libretos cómicos del inagotable sainete madrileño, y las que sitúan la acción en Aragón, probablemente inspiradas en la fuerza lírica de la jota aragonesa y el éxito de cantantes aragoneses con Miguel Fleta a la cabeza.


Paralelamente, se empieza a dar el apelativo de género ínfimo a las representaciones conocidas como revistas. Son obras musicales con conexión a algunas ideas de la zarzuela pero más ligeras y atrevidas, con números escénicos pícaros que en la época se calificaron de verdes, con letras de doble intención. En casi todas hay cuplés. Una de estas obras, acaso la más célebre, fue La Corte del Faraón, basada en la opereta francesa Madame Putiphar. La música se hizo tan popular que algunos de sus números acabaron siendo verdaderos cuplés difundidos por el público. El término “revista” se inspira en la milicia, y evoca la revista de las tropas puestas en alarde lo mismo que las coristas ligeras de ropa subidas en el escenario.

En el primer tercio del siglo, la zarzuela se enriquece con obras que a veces se ajustan a la estructura musical de una ópera italiana, gracias a autores de la talla de Francisco Alonso (La parranda), José Padilla (La bien amada), Jacinto Guerrero (La rosa del azafrán), Pablo Sorozábal (Katiuska), Federico Moreno Torroba (Luisa Fernanda) o Pablo Luna (El niño judío).



La sublevación de 1936 y la guerra que siguió, acontecimientos nefastos para la Historia de España, suponen también una estocada mortal para la zarzuela. En la posguerra la decadencia es casi total. No existen apenas nuevos autores y no se renuevan las obras por no cuajar los estrenos como lo hicieron en otras épocas. Por otro lado, la zarzuela preexistente es difícil y costosa de representar y sólo aparece de forma esporádica, por temporadas, durante unos pocos días. A partir de los años 50 la zarzuela se mantiene viva gracias a la discografía y al impulso de directores como Ataulfo Argenta e intérpretes como Montserrat Caballé, Alfredo Kraus, Teresa Berganza, Plácido Domingo o Luis Sagi Vela. En Los años 60 y 70 la televisión pública produjo varios programas donde se incluían fragmentos de zarzuelas interpretados por actores apoyados en el play-back, y ya en el final de siglo, la Antología de la Zarzuela que dirigió José Tamayo, recorrió muchos escenarios españoles y extranjeros.

Músicas y libretos de zarzuelas constituyen una fuente insustituible para comprender nuestra Historia reciente en toda su dimensión. Todos los títulos que he resaltado en azul pueden encontrarse fácilmente en Youtube. El viejo profe Bigotini es un incorregible admirador de este género tan genuinamente nuestro.

Me gustan las personas que dicen lo que piensan, pero sobre todo me gustan las gambas… piensen lo que piensen.


domingo, 13 de marzo de 2016

SALZBURGO. MÚSICA, SONRISAS Y LÁGRIMAS


El profe Bigotini y sus encantadoras acompañantes, a su llegada a Salzburgo, se alojaron en un hotelito de las afueras situado en un idílico paisaje. Una residencia para universitarios que durante los meses de verano funciona como un albergue. Para llegar al centro, hay que atravesar un túnel peatonal excavado en la montaña.
La vieja Salzburgo (también ciudad imperial) no defrauda las expectativas soñadas por el viajero. Callejas serpenteantes y bien cuidadas. Cada cuatro pasos una plazuela con algún detalle hermoso. Magníficos jardines… Y música, mucha música de la mejor. Los festivales de Salzburgo, que se celebran en la época estival, reúnen a los mejores intérpretes. Sobre todo en materia operística, Salzburgo ha adquirido una más que bien merecida fama.


Antes de los conciertos y las representaciones recomendamos al viajero un paseo por las márgenes del río, alguna que otra cervecita bien fría, una goulashsouppe para almorzar, y una cena en el histórico restaurante situado frente a la casa de Mozart (no tiene pérdida), y decorado como una vieja posada del XVIII. Ensaladas, el snitzel más grande de Europa, y un vinillo blanco burbujeante que alli llaman witherspritzzel, y sirven casi helado. Todo muy rico y muy abundante.
También es obligada la visita a la abadía benedictina que aparecía en la célebre película Sonrisas y lágrimas. Desde aquel paraje elevado se domina una panorámica única de la ciudad alpina. Más cervezas en una deliciosa terraza sobre el mirador. Fotos, bromas, canciones (las de la película, naturalmente), sonrisas sin lágrimas y risas incontroladas. La felicidad plena.


Siguiendo con la gastronomía, otra de nuestras pasiones, no hay que dejar de almorzar en el mercado de pescados junto al río. Para descansar un poco de las suculentas carnes de la zona, no vienen mal unas gambas, unos calamares fritos, unas brochetas de atún y una fresquísima ensalada de salmón. Por la tarde compras, después más música, y para terminar la jornada por todo lo alto, una gran cena en el famoso Sternbraü, el restaurante más típico de Salzburgo, en el barrio comercial. Ensalada de fiambres, goulash, generosos entrecottes, strudel frutal y la celebérrima sachertorte de untuoso chocolate. Tremendo.

En el viejo castillo, en lo más elevado del monte que domina la ciudad, hay un museo de títeres y marionetas, sala de armas y las inevitables mazmorras con sus primorosos instrumentos de tortura. Una muestra de la más refinada cultura occidental. Bajando del castillo, al final de la empinada cuesta, se encuentra el Inhaner, un alegre biergarten, un edificio histórico en cuya espléndida terraza se disfruta de buena comida y bebida, y de una vista magnífica. Allí sirven un estofado local nada desdeñable, y el que aseguran que es el dulce más típico de Salzburgo, una especie de soufflé de merengue que crece y se esponja en el horno hasta alcanzar un volumen espectacular. Lo sirven sobre un lecho de mermelada de arándanos, y resulta verdaderamente delicioso. Otro de los placeres inolvidables de la placentera Salzburgo. Todavía con el regusto dulcísimo del soufflé en el paladar, y con la chispeante música alegrando sus corazones, Bigotini y sus chicas se despidieron de la encantadora Salzburgo, prometiendo volver.

El hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed, y habla sin tener nada que decir. Mark Twain.



viernes, 17 de octubre de 2014

LA TRAVIATA O EL TRIUNFO DE LAS EMOCIONES


Giuseppe Verdi
La Traviata se estrenó en el teatro La Fenice de Venecia el 6 de marzo de 1853. A partir del libreto de Francesco María Piave, su autor Giuseppe Verdi compuso una partitura intensa y dramática, que se había de convertir en la más emblemática de la ópera italiana y por extensión de la lírica mundial. Verdi, que entonces ya era un autor reconocido y consagrado, apostó fuerte al elegir el argumento basado en la célebre novela La dama de las camelias de Alejandro Dumas hijo, publicada sólo un año antes, en 1852. La Traviata forma junto a Rigoletto (1851) e Il Trovatore (1853), la trilogía verdiana de óperas románticas, pero a diferencia de las otras dos que recrean escenarios de épocas remotas, La Traviata escenificaba un romanticismo contemporáneo y muy actual en su momento. El riesgo se incrementaba aun más por lo escandaloso del argumento. Una señora declaró al salir del estreno: in fondo è una puttana (en el fondo no es más que una puta). Verdi lo esperaba, pero también era consciente (algo infrecuente en los artistas) de que su obra tendría un recorrido mucho mayor, y de que su creación trascendería lo temporal, convirtiéndose en un monumento operístico.

En efecto, así fue. A pesar de la oposición en el estreno de parte del público y de la crítica más conservadora, sólo un año más tarde, en 1854, La Traviata se repuso en San Benedetto, el otro teatro veneciano, con un éxito clamoroso. La protagonista de la ficción, Violetta Valéry, la “Traviata” o extraviada, guardaba ciertas similitudes con Giuseppina Strepponi, la compañera sentimental del compositor. Como en otras obras de Verdi, desde el principio se presenta al espectador el conflicto entre el plano personal e íntimo del personaje central, y su posición social enfrentada a las imposiciones morales. Los acontecimientos se desarrollan en tres actos. En el primero, que tiene lugar en los salones de la protagonista, se produce el enamoramiento de Violetta, célebre cortesana parisina, y el joven Alfredo Germont. El segundo comienza en una casa de campo de las afueras de París, donde la pareja de enamorados vive un feliz pero efímero idilio, truncado por la visita de Giorgio Germont, el padre de Alfredo. Monsieur Germont insiste en que su relación debe terminar en nombre de las convenciones sociales. Presionada por los ruegos del padre y consciente de que la progresión de su tuberculosis le deja un estrecho margen de vida, Violetta accede noblemente al sacrificio, prometiendo abandonar a Alfredo. La siguiente escena, situada en el palacio de Flora, otra cortesana amiga de Violetta, concluye con un Alfredo despechado y desesperado, que arroja a la cara de Violetta el dinero que acaba de ganar en el juego.


En el definitivo tercer acto encontramos a una Violetta ya muy enferma en la cama de su dormitorio. Le atienden Annina, su doncella, y el doctor Grenvil. Alfredo, que ya conoce toda la verdad, y está enterado del sacrificio de su amada, corre a su cabecera a implorarle perdón y jurarle amor eterno. Vuelve la felicidad a la pareja, y juntos comienzan a hacer planes, henchidos de ilusión. Repentinamente Violetta palidece y literalmente agoniza. Llegan Germont padre y el doctor Grenvil, pero es ya demasiado tarde. Violetta expira finalmente en los brazos de Alfredo.


A lo largo de la historia operística varias han sido las Violettas notables. Acaso ninguna otra como María Callas, que en 1955, en la plenitud de su carrera, interpretó una Traviata que marcó un antes y un después en la historia de la obra. Las traviatas anteriores habían sido cortesanas avergonzadas de su condición. La gran cantante griega hizo una Violetta fuerte, nada ingenua y de una estatura trágica singular. Por vez primera dotó al papel de una dignidad y un orgullo sin precedentes. Muchas otras sopranos han seguido después los pasos de la Callas. Hoy en el blog del profesor Bigotini os ofrecemos el enlace para visionar (y sobre todo, escuchar) la versión digital más lograda de cuantas pueden encontrarse en la red. Se trata de una grabación en directo realizada en el Festival de Salzburgo de 2005. Carlo Rizzi dirige la Filarmónica de Viena. En los papeles masculinos dos especialistas: Rolando Villazón como Alfredo y Thomas Hampson como monsieur Germont. Pero lo más notable es la presencia de una Violetta monumental: Anna Netrebko, soprano que une a su voz extraordinaria, unas dotes dramáticas excepcionales. En la plenitud de su talento y su belleza, la Netrebko es apasionada, intensa, sexy y de una contundencia interpretativa asombrosa. Además la puesta en escena, moderna a la vez que rigurosa, contribuye a acentuar si cabe, el dramatismo y la emoción. Si como al viejo profe y a mí, os gusta la lírica y os gusta La Traviata, haced clic en la imagen y preparaos para sentir un torbellino de emociones, y hasta para soltar alguna lagrimita. Que disfrutéis.

La obra tiene unos decorados maravillosos. Lástima que los actores se empeñen en ponerse delante. Alexander Woollcott (crítico teatral).



martes, 9 de septiembre de 2014

HIPASO DE METAPONTO Y LOS NÚMEROS IRRACIONALES

Ippasos Metapontinos, cuyo nombre más familiar es el latinizado Hipaso de Metaponto, nació en la ciudad del mismo nombre, situada en el itálico Golfo de Tarento, región que se conocía como la Magna Grecia. Desconocemos las fechas precisas de su nacimiento y de su muerte, aunque se sabe que fue contemporáneo de Pitágoras, lo que le sitúa en el siglo V a.C. Cabe la duda de si trató directamente al propio Pitágoras, y se le supone maestro de Heráclito de Éfeso. En cualquier caso, Hipaso se encuadra entre los filósofos pitagóricos. Posiblemente Hipaso lideró el movimiento de los acusmáticos, algo así como una facción escindida de los seguidores de Pitágoras. Existen diferentes versiones de su final. Se dice que Hipaso rompió la regla de silencio de la secta, revelando la existencia de los números irracionales. Por esta causa fue expulsado de la escuela, y los pitagóricos erigieron un túmulo con su nombre, significando de esta forma que para ellos estaba muerto. Otros quieren llegar aun más lejos, diciendo que sus condiscípulos lo asesinaron. Sin embargo otras versiones señalan que Hipaso se suicidó arrepentido de su indiscreción, o incluso que pereció víctima de un naufragio.


En cuanto a las aportaciones científicas de Hipaso, la más importante que se le atribuye es precisamente la del hallazgo de los números irracionales, que habría descubierto calculando la raíz de 2. También destacó en geometría, ostentando la paternidad del dodecaedro inscrito en una esfera. Por último fue un teórico de la música. Realizó importantes estudios sobre acústica y resonancia. Entre los escasos documentos atribuidos a Hipaso que han llegado hasta nosotros, existe la descripción de un experimento realizado con discos de bronce del mismo diámetro y diferente grosor, que producían una serie de escalas armónicas.

Los violinistas dan conciertos de violín antes de cenar. Los maleducados dan conciertos de sopa durante la cena.



miércoles, 18 de junio de 2014

¡MÚSICA MAESTRO! GINGER, FRED Y EL GRAN CINE MUSICAL



Ginger y Fred fueron los reyes del musical y también los reyes de la comedia romántica durante la década de los treinta. La receta era muy sencilla: un guión (a veces algo endeble) con un par de malentendidos que nunca impedían que al final triunfara el amor; unos decorados lujosos que recreaban los escenarios de moda (Florida, Nueva York o Río de Janeiro); música de los grandes compositores del momento; y por encima de todo y de todos, la pareja. Ginger y Fred fueron en los treinta los reyes del cine con mayúsculas.
Desde este foro nostálgico os acercamos hoy una página musical inolvidable: se trata de Night and Day, que según los admiradores de Fred y Ginger, fue el número donde la pareja alcanzó una mayor sintonía. Pertenece al filme La alegre divorciada, una producción RKO de 1934 dirigida por Mark Sandrich. Contaba con la inmortal música de Cole Porter y la participación de Alice Brady y Edward Everett Horton, dos secundarios imprescindibles en el género.
Haced clic en la carátula y disfrutad de la elegancia superlativa de Astaire y del encanto de una Ginger Rogers que aquí, además de estar absolutamente angelical, derramaba erotismo por todos sus poros.

Próxima entrega: 
Diosas de la pantalla. Greta Garbo


miércoles, 28 de mayo de 2014

Y LLEGÓ LA PALABRA. EL SONIDO EN EL CINE



Es una verdadera lástima que la primera película sonora de la Historia del cine no fuera una de esas grandes películas que marcan época, que todo el mundo recuerda, y que aparecen sistemáticamente en las listas de las películas preferidas por crítica o público. No, tristemente El cantor de jazz fue una producción apresurada, concebida casi con urgencia y realizada en pocas semanas con el único objetivo de aplicar en su ejecución la nueva técnica de sonorización recién aparecida. Tampoco es una película sonora en todo su metraje, sino exclusivamente en determinadas escenas musicales.
La cinta tiene su famoso de turno, Al Jolson, un cantante de vodevil inclinado al disfraz, que gozaba de cierta popularidad; tiene sus numeritos musicales no demasiado brillantes, pero agradables, eso si, y poco más... Nada que ver con los grandes musicales que se produjeron ya en la década de los treinta. Nada que ver con las elegantes comedias con diálogos cargados de chispa e ironía que se produjeron poco después. El cantor no tiene nada que ver con todo eso, y sin embargo, posee el innegable mérito de la novedad. Del mismo modo que los parisinos de fines del diecinueve no pudieron reprimir sus gritos de asombro al contemplar en la pantalla una silenciosa locomotora moviéndose, los americanos de 1927 quedaron atónitos al escuchar las voces de los actores, la música de la orquesta y los trinos de Jolson. Pinchad en la carátula y deleitaros (o decepcionaros) también vosotros con esta vieja reliquia.

Próxima entrega: ¡Música, maestro!

domingo, 26 de enero de 2014

APRENDE A TOCAR LA FLAUTA EN UNA SOLA LECCIÓN*

*Modestísimo homenaje al humor del gran Rafael Azcona

El profesor Bigotini, siempre preocupado por aportar nuevos conocimientos y útiles habilidades a la juventud actual, víctima inocente de unos sucesivos y nefastos planes de educación que han sumido a nuestros muchachos en el negro abismo de la drogadicción y la copulación más desenfrenadas, os ofrece hoy de forma completamente altruista y desinteresada, este práctico y brevísimo curso que os facultará no sólo para tocar la flauta a las mil maravillas, sino prácticamente cualquier otro instrumento de viento.
Me hago cargo de la emoción que sentiréis al saberos a punto de añadir a vuestros patéticos curriculum esta divertida y siempre interesante faceta musical. Sabed que no es menor la alegría que nos produce poder contribuir a vuestra formación.

El profesor Gustavson
Seguiremos el infalible método del eminente musicólogo sueco Björn Gustavson, inagotable fuente en la que han bebido tantos virtuosos instrumentistas. En primer lugar, delimitemos el campo de aprendizaje a los ingenios musicales consistentes en un tubo hueco o cavidad equivalente, provistos bien de agujeros, caso de la ocarina, la dulzaina, el chiflo, el pito o la misma flauta (que tomamos como base para la enseñanza), o bien de otros adminículos, pistones en el caso de la trompeta, clavijas, llaves, etcétera, diseñados para ser pulsados con los dedos y a la postre alcanzar idéntica finalidad de obturar agujeros en instrumentos tales como la citada trompeta, trompa, trombón, fagot o saxofón.


Nos limitaremos a tres sencillas reglas:

Primera regla: tapa con los dedos todos los agujeros que tenga el instrumento. En este punto podrías encontrar dos problemas distintos:

a).- que te sobren dedos. No hay que preocuparse por eso. Si te sobran menos de cinco los elevarás elegantemente, como hacen las señoritas finolis cuando sostienen la tacita de té. Si te sobran cinco, es decir, una mano entera, lo más práctico es que la metas en el bolsillo, que así estará calentita y no estorbará.

b).- que te falten dedos. Esto es un poco peor, pero no hay que desesperar: mi consejo en este caso es que llames a un vecino.

Segunda regla: sopla con decisión por el extremo de la flauta (o el instrumento que sea). Si notas que a pesar de tus esfuerzos espiratorios, no se produce el menor sonido, es que has soplado por el extremo equivocado. Prueba a dar la vuelta a la flauta, y verás qué bien.

Tercera regla: mueve los dedos arriba y abajo sucesivamente dejando libres ora unos agujeros, ora otros. De esta manera tan fácil y divertida, obtendrás simpáticos arpegios y hasta alguna escalita si tienes cuidado de ir levantando los dedos ordenadamente.

¿Has visto qué fácil es? Ya sabes tocar la flauta, ladrón. Podrás pasar unas veladas deliciosas. Ahora bien, si pretendes interpretar una melodía que resulte reconocible, como por ejemplo, Paquito el chocolatero, tendrás que ir al conservatorio y aprender música. Francamente, te adelanto que no merece la pena.

Con las grandes fortunas pasa lo mismo que con las salchichas: es mejor no saber cómo se han fabricado.