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jueves, 1 de julio de 2021

UMBERTO ECO, EL BORGES ÍTALO-EUROPEO

 


Umberto Eco nació en Alessandria (Piamonte) en 1932 y en una familia de clase media. Estudió con los salesianos y más tarde en la Universidad de Turín, donde se doctoró en filosofía en 1956 con una tesis sobre La estética en Santo Tomás de Aquino. Comenzó trabajando en la RAI como editor cultural a la vez que ejercía como profesor en las universidades de Turín, Florencia y Milán. En los años sesenta, mientras impartía clases de comunicación visual en Florencia, se interesó de forma entusiasta por la semiología, publicando varias obras sobre la materia, fundando la Asociación Internacional de Semiología, y en definitiva, convirtiéndose en el semiólogo más notable de Italia y probablemente de Europa. Sin integrase formalmente en él, se relacionó intensamente con los miembros del llamado Grupo 63, un movimiento cultural y artístico creado ese mismo año y formado por músicos, pintores y escritores. En aquel ambiente conoció a Renate Ramge, una historiadora del arte alemana con la que se casó y tuvo a su única hija.


En 1975 se hizo cargo de la cátedra de semiótica en la Universidad de Bolonia. Umberto Eco falleció en 2016 en Milán, cuando contaba ochenta y cuatro años. Además de escritor, profesor y semiólogo, fue crítico de arte, filósofo, traductor, editor, pedagogo, guionista de cine y televisión, científico y medievalista. Pero ante todo fue lo que podríamos llamar un gran erudito, casi en el sentido que pudiera darse al término durante el medievo, y también un bibliófilo empedernido, enamorado de los libros y las bibliotecas hasta, según sus propias palabras, el plano físico. Lector irredento y voraz, Eco fue con toda probabilidad el único europeo que había leído prácticamente todo lo publicado de algún interés en Occidente al menos hasta el siglo XVIII.

En materia religiosa se consideró a sí mismo un ateo educado en el catolicismo. En el terreno político se identificó siempre con la izquierda sin llegar a militar en el PCI ni en ningún otro partido. Se definió alguna vez como antifascista, y en sus últimos años fue un crítico mordaz de Silvio Berlusconi y de la neo-partitocracia populista que comenzaba a florecer en Italia.


En cuanto a su obra, la simple enumeración de sus ensayos sobrepasaría con mucho la capacidad de nuestro modesto foro. Pueden citarse como más conocidos Obra abierta (1962), Apocalípticos e integrados (1964), Tratado de semiótica general (1975) o Lector in fábula (1979).

Su faceta literaria, que es la que nos interesa, se inició ya en su madurez. Destacan entre sus novelas El nombre de la rosa (1980), la primera que escribió y que constituyó un éxito editorial sin precedentes en todo el mundo, El péndulo de Foucault (1988), La isla del día de antes (1994), Baudolino (2000), La misteriosa llama de la reina Loana (2004), El cementerio de Praga (2010) y Número cero (2015). No puede decirse que entre ellas exista ningún tipo de continuidad o línea literaria reconocible. Eco investiga continuamente y cambia de asunto, de técnica y hasta de estilo narrativo en cada obra. Desde el best seller en que se convirtió El nombre de la rosa hasta la narración introspectiva de La isla o El cementerio, media un abismo literario insondable. A juicio de quien esto escribe, Umberto Eco viene a ser el equivalente italiano, o más bien ítalo-europeo, del Borges rioplatense. Ambos bucean en bibliotecas galácticas e infinitas, y exploran en ellas remotos estantes que nadie había visitado aún.

Como tributo póstumo al talento de este piamontés universal, nuestra biblioteca Bigotini, que no es galáctica ni infinita, pero también cuenta con alguna que otra sección misteriosa, os propone la lectura (clic sobre el enlace) de las Apostillas a El nombre de la rosa, un breve opúsculo que completa y enriquece la obra, satisfaciendo la pasión bibliófila del autor con una serie de anotaciones y precisiones que seguramente su editor no habría admitido en la novela. Disfrutadlas.

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Eco%2C+Umberto+-+Apostillas+a+El+Nombre+de+la+Rosa.pdf 

Quería un ciego que custodiase una biblioteca (me parecía una buena idea narrativa), y biblioteca más ciego sólo puede dar Borges. Umberto Eco. Apostillas a El nombre de la rosa.


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