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miércoles, 8 de abril de 2020

¡OH TEMPORA, OH MORES! COSTUMBRES Y VIDA FAMILIAR EN ROMA



La familia romana, basada en la monogamia, tenía a la cabeza al pater familias, que como ciudadano ostentaba tres nombres, el personal, el de linaje y el de familia, por ejemplo, Publio Cornelio Escipión. Quienes se distinguían por alguna proeza bélica u otras virtudes, añadían aun un cuarto nombre o epíteto: Publio Cornelio Escipión Africano, en el caso de este famoso personaje, por sus victorias en tierras de África.
Los nombres masculinos más frecuentes, atendiendo a los documentos e inscripciones hallados, solían abreviarse. Son por este orden: Caius (C), Cnacus (Cn), Marcus (M), Lucius (L), Publius (P), Titus (T), Tiberius (Ti), Quintus (Q) y Sextus (Sx). Mucho más pobre era la onomatología femenina. La hija única  llevaba por único nombre el del linaje del padre (Cornelia). Si había dos hijas se las llamaba Cornelia maior y Cornelia minor, y si había más de dos eran Cornelia tertia, Cornelia quarta, Cornelia quinta, etc…



Los nombres de linaje eran adjetivos siempre terminados en us (Cornelius). Eran hereditarios, lo mismo que los de familia o gentilicios (de gens). Por su nombre familiar o gentilicio se distinguían los Cornelii Escipiones de los Cornelii Syllae o los Cornelii Lentuli. Esos nombres familiares a menudo provenían de motes o apodos grotescos tales como Varus (cojo o patizambo), Cicero (garbanzo), Lentulo (lenteja)… y hasta ultrajantes como Asina, Bestia o Lamia. Tanto los nombres de linaje como los de familia equivalían a los modernos apellidos, y contribuían al reforzamiento de la conciencia aristocrática. Llamarse Cornelio Escipión, Cecilio Metelo o Junio Bruto constituía de por sí una recomendación que abría puertas y granjeaba aliados.


Para que los matrimonios fueran legales era preciso que los cónyuges gozasen del llamado connubium, reservado hasta 445 a.C. sólo a los patricios. Hasta esa fecha la unión entre plebeyos carecía de sanción legal. Otra condición era el consentimiento de cada uno de los padres de la pareja, y por último el de la pareja misma. El matrimonio forzoso repugnaba al derecho romano. Los ritos de la boda (nuptiae) diferían según fuese o no deseable establecer el dominio o autoridad (manus) del marido sobre la mujer. Este rito de la confarreatio consistía en ofrecer a la novia una hogaza de trigo (panis farreus), símbolo del domicilio fijo en las sociedades agrarias. Se escenificaba que el marido sería el encargado de proveer la despensa. Cuando la plebe fue admitida al connubium, en lugar de la confarreatio se practicaba la coemptia o compra simbólica de la mujer. Ambas fórmulas conducían al manus o dominio masculino, y a finales del periodo republicano, las dos se sustituyeron por otra formalidad que dejaba a la mujer siempre bajo la autoridad de su padre, quien podía, en caso de que su yerno no le diese satisfacción, romper el matrimonio, regresando la esposa a la casa paterna. Esta práctica dio lugar en ese periodo a cierta facilidad para el divorcio, que se prolongó a la etapa imperial, y junto al repudio por parte del marido, terminó de dibujar la imagen divorcista que nos ha llegado a través de reseñas históricas y literarias de la sociedad romana.


Por eso la esposa que sostenía la unión hasta el fin (univira o de un solo varón) gozó de un aura de honorabilidad y prestigio notables. La matrona o mater familias perteneciente al patriciado tomaba parte en los festines y recibía con total libertad en su casa a mujeres y hombres. Las matronas nobles ejercieron una importante influencia política ya desde la República.
Según Tácito, el joven era educado bajo la vigilancia de su madre, que cifraba su gloria en guardar la casa y velar por sus hijos. Para ayudarla se escogía alguna parienta de edad. Más tarde, la escuela compitió con la familia. Ya en el periodo helenístico, los maestros, por lo general griegos, enseñaban en la escuela según el método de Isócrates, la retórica griega, que comprendía también una formación general. Sólo a partir del siglo I, aparecieron escuelas de retórica latina, que la gente seria no terminaba de ver con buenos ojos. Historia, literatura, derecho, idioma, seguían enseñándose en casa del padre, pero eso sí, por maestros griegos esclavos o libertos. Así se forjó la imagen prestigiosa que adquirió en Roma la cultura griega. Ya al final de la etapa republicana, los nobles romanos comenzaron a mandar a sus hijos a estudiar filosofía a Atenas, que se convirtió en la ciudad universitaria de la Antigüedad.


Tanto el matrimonio como sus hijos e hijas constituían la parte liberi de la familia. Eran hombres y mujeres libres. El resto lo formaban los criados y los esclavos. La familia urbana, constituida por los siervos dedicados a las ocupaciones domésticas de la casa en la urbe, y la familia rústica, empleada en los trabajos productivos en los pagos agrícolas. Esta última domesticidad campesina sufría condiciones de vida mucho más duras que las de los siervos de domesticidad urbana.

En los primeros tiempos el pater familias era un amo todopoderoso autorizado a vender o a ajusticiar a esclavos, criados y hasta a sus propios hijos. Ya a partir del siglo I a.C., la jurisprudencia más humana impidió estos excesos. Se permitió a los esclavos poseer sus propios bienes (peculium), y el amo estuvo obligado a reconocer la legitimidad de sus matrimonios (contubernium). Se humanizaron las relaciones, animando a la manumisión en virtud de la cual el antiguo esclavo se convertía en liberto, pasando a ser cliente de su patrón. Los grandes patricios y nobles de las épocas tardorrepublicana e imperial gozaban de numerosa clientela dentro y fuera de Roma. Personajes como Pompeyo o César se jactaban de que algunas ciudades de Italia o de las colonias estaban pobladas por sus clientes.

-Para que luego digas que nunca ejerzo de padre. Hoy he ido a recoger a nuestro hijo al cole.
-Tenemos dos hijos.
-¡Caramba!, eso explica lo del niño que corría llorando detrás del coche.




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