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domingo, 5 de abril de 2020

ARTHUR CONAN DOYLE. ELEMENTAL, QUERIDO WATSON



Nacido en Edimburgo en 1859, Arthur Ignatius Doyle, cuyas extraordinarias dotes de fabulación, se manifestaron desde muy joven añadiendo a su firma el apellido Conan, fue hijo de una familia numerosa, escocesa y católica. El alcoholismo de su padre, funcionario de obras públicas y notable dibujante, llevó a la familia a la miseria. Arthur y sus hermanos crecieron repartidos en diversas instituciones de beneficencia. Gracias a la ayuda de sus tíos, estudió con los jesuitas, primero en su ciudad natal y más tarde en Austria. A los dieciocho años ingresó en la facultad de medicina de Edimburgo, donde conoció al profesor Bell, médico forense que al parecer le inspiró la personalidad de Sherlock Holmes, el personaje que le haría mundialmente célebre.

En su etapa juvenil destacó en los deportes del rugby y el boxeo. Ejerció la medicina en Birminghan y Sheffield, y en 1880 embarcó como cirujano en un ballenero que recorrió el Ártico. Cambió después de latitudes, enrolándose en el buque SS Mayumba, viajando a las costas de África Occidental. A la vuelta de sus viajes se estableció como médico en la ciudad portuaria de Portsmouth, donde ante la alarmante falta de pacientes, se dedicó a los deportes, practicando profesionalmente el fútbol, el golf y el cricket, destacando en todos como el sportman que era. También tuvo tiempo de escribir, y se estrenó con cuentos y relatos breves que consiguió publicar en algunas revistas. En esa época conoció a varios personajes de la mejor sociedad, como el escritor escocés James M. Barrie, autor de Peter Pan. También conoció y enamoró a Louise Hawkins, su querida Touie, que le dio dos hijos y murió prematuramente de tuberculosis.


Se trasladó a Londres para ejercer la oftalmología, pero tampoco tuvo suerte en su nueva clínica, por lo que sobrado de tiempo, se dedicó con mayor interés a la escritura, creando en aquel tiempo al famoso detective que sería su personaje más importante, Sherlock Holmes, y a su amigo el doctor Watson, alter ego del propio escritor. Firmando sus relatos como Arthur Conan Doyle, este médico frustrado, deportista irredento y extraordinario narrador, se hizo un nombre en las letras universales. Sus historias se vendieron con gran éxito primero en Gran Bretaña y Estados Unidos, y poco después en el resto del mundo, convenientemente traducidas. Entabló amistad con Rudyard Kipling, y a sugerencia suya escribió un largo tratado sobre la guerra de los Bóers justificando la intervención del Reino Unido, lo que probablemente sirvió de excusa para su nombramiento como caballero de la Orden del Imperio Británico, honor para el que su fama como creador del popular Sherlock Holmes, habría resultado acaso insuficiente.


Al estallar la Gran Guerra en 1914, intentó alistarse como soldado raso a los cincuenta y cinco años. No fue aceptado, pero desplegó toda su energía como propagandista de la causa británica. Precisamente una neumonía contraída en las trincheras fue causa de la muerte de su hijo Kingley. A raíz de esa pérdida se acercó al espiritismo, a cuya divulgación se consagró el resto de su vida.
Tras veinte años de amor platónico por correspondencia, volvió a casarse con Jean Leckie, con la que tuvo otros tres hijos. La personalidad extravertida y arrolladora de Conan Doyle le convirtió en un personaje popular en Europa y América. Se le han atribuido diversos sucesos apócrifos, unos con escaso fundamento como el supuesto plagio de las aventuras de su detective o hasta la autoría de los crímenes de Jack el destripador. Otros con bastantes visos de verosimilitud, como la falsificación del famoso cráneo de Piltdown, una broma de estudiantes que, fraguada junto a Charles Dawson, llegó demasiado lejos. Se trató de la mezcla de parte de una bóveda craneana humana y una mandíbula de orangután. Dado a conocer en 1912 como el “eslabón perdido”, el engaño no fue descubierto hasta 1953.

Desde el punto de vista literario, el resto de las obras de Doyle, El mundo perdido, diversas novelas históricas, etc., quedan eclipsadas por las Aventuras de Sherlock Holmes, personaje que llegó a aburrir a su autor hasta el punto de hacerlo morir en una de ellas. Se lo reprocharon sus lectores de todo el mundo, su propia madre incluida, y hasta recibió amenazas, de manera que se vio obligado a falsificar la fecha de El sabueso de los Baskerville, y a resucitarlo en El regreso de Sherlock Holmes.
En Bigotini somos declarados fans de Doyle y de Holmes. Os ofrecemos hoy el enlace (clic en la portada) con la versión digital de Estudio en escarlata, que fue la primera y una de las más brillantes aventuras del genial detective. Disfrutad de su intriga y su magia.

-Doctor, creo que soy alérgico al vino.
-¿A qué vino?
-A una consulta médica. Doctor, céntrese un poquito, por favor.




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