
Bueno,
pues la virgen María, a pesar de sus achaques, decidió viajar. Y no
crean que pensó en un viaje breve, digamos a Cafarnaún o a
Jerusalén para dar unos cabezazos en el muro, conducta inexplicable
que a menudo adoptan allí lugareños y forasteros. ¡Qué va! La
virgen quiso viajar nada menos que a Zaragoza, en Hispania, que hacía
unos pocos años había perdido su viejo nombre de Salduie, para ser
rebautizada como Cesaraugusta por los romanos, que eran los
americanos de entonces, pero sin coca-cola. Equipaje: nada de
maletines, bolsos o mochilas. ¡Una columna de jaspe!, roca
sedimentaria con alto contenido silíceo. ¡Ahí queda eso!

Así
que el 2 de enero del año 40, María se materializó con su pilar en
Zaragoza, ante la mirada atónita de Santiago, que ya la conocía de
Nazaret, de otros siete cristianos (así lo recoge la tradición
piadosa) recién bautizados por el mismo Santiago, y ante el asombro
del resto de cesaraugustanos que vieron a una señora hacer
equilibrios subida en un pilar de jaspe, mientras resplandecía su
hermosa figura entre la espesa niebla, porque nadie que se haya
criado a orillas del Ebro concibe otra cosa que espesa niebla en un 2
de enero. Por expreso mandato suyo, Santiago y los siete (no incurra
el lector en el sacrílego error de relacionar esto con la serie
televisiva de Ana Obregón) levantaron en el lugar de la
aparición-avistamiento un pequeño templo en honor de Santa María
que andando el tiempo se convirtió en iglesia gótica y más tarde
sería la basílica de Nuestra Señora del Pilar, cuya fama se ha
extendido por toda la cristiandad. Hoy día el Pilar se ha convertido
en imán (como Jomeini) para los creyentes, en faro (como el de Vigo)
para los peregrinos, y en el templo mariano (como Rajoy) más
importante del mundo hispánico.
Resulta que la virgen del Pilar no se limita, como otras más modositas, a ser
reina y madre, sino que en momentos de apuro capitanea las tropas
aragonesas contra cualquier invasor de allende (¡que hermoso
adverbio!) los Pirineos, así que los zaragozanos le profesamos
una devoción a toda prueba. La cubrimos de lujosos mantos, joyas y
toneladas de flores, mientras a su sombra y amparo bailamos danzas
atávicas ejecutando cabriolas prodigiosas, y entonamos cantos
rituales que causan admiración a propios y extraños. Se le
atribuyen infinidad de milagros. Hace que crezcan de nuevo piernas
amputadas, que hablen los mudos, que vean los ciegos. Hace llorar a
los viejos y alegra a la gente moza. En la guerra civil evitó que
estallaran un par de bombas lanzadas por la aviación republicana.
Porque, todo hay que decirlo, en la guerra la virgen iba con Franco.
Y es lógico, porque los rojos no paraban de quemar iglesias y violar
monjitas, así que la virgen iba con Franco por mucho que esto
contraríe a Pepe Bono, a Paco Vázquez y a los demás católicos del
PSOE, ¡qué le vamos a hacer!
En tiempos de paz mantiene la virgen una exquisita neutralidad en todas las materias mundanas, con la única excepción del especial favor que dispensa al Real Zaragoza, orgullo deportivo de los aragoneses. Ella sin duda inspiró al morito Nayim (¡qué encomiable gesto de ecumenismo!) aquel chut prodigioso que describiendo una parábola imposible, se incrustó en las mallas de la portería del Arsenal en la final de la Recopa del 95. Ella a buen seguro ha velado por el equipo, al menos hasta que el equipo comenzó a apartarse del buen camino para internarse en el lado oscuro (¡maldito Agapito!) y sumirse en las insondables tinieblas balompédicas de la segunda división, que viene a ser un Mordor futbolero con orcos y todo.
A
lo largo de veinte siglos, millones de niños han pasado y siguen
pasando bajo su manto protector. Sus padres los presentan a la virgen
del Pilar, como hacían los antiguos moradores de Europa con los
suyos ante los altares de Isis, de Deméter o de Cibeles. Desde este
modesto foro sugerimos al cabildo que contrate a algún fornido
monaguillo de dos metros, que se encargue de tomar en brazos a los
visitantes ya crecidos, y los pase por la virgen. Sería un aliciente
turístico muy interesante.
Y
a lo largo de estos veinte siglos, millones de bocas piadosas han
besado y siguen besando el pilar, a despecho de devastadoras
epidemias de peste y decepcionantes pandemias de gripe. Tanto los
zaragozanos de pura cepa como los turistas de fin de semana, besan
con unción emocionada el sagrado pilar, se ciñen bien la bufanda
desafiando al helado cierzo, y marchan decididos al tubo a tomarse su
vermú con unas caras de felicidad que da gusto verlos.
Pensaba
que mi mayor defecto era la indecisión, pero ahora... ahora no estoy
tan seguro.
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