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sábado, 29 de septiembre de 2018

LAS ONCE MIL VÍRGENES



Un rey bretón del siglo III o IV que, como las inscripciones antiguas son algo confusas, no sabemos a ciencia cierta si se llamaba Christian, o si sencillamente era cristiano, tenía una hija llamada Úrsula u Órsola (que en latín vulgar puede traducirse por osita). Curiosamente la diosa germana Freyja, también llamada Horsel o Ursel, que protegía a las doncellas vírgenes y las recibía en el ultramundo si fallecían sin haberse casado, solía identificarse con una osa. Debía ser el equivalente bárbaro de la Artemisa griega y la Diana latina, una especie de doncella guerrera con bastante mala leche.
En cualquier caso, esta doncella Úrsula fue pedida en matrimonio por un príncipe pagano, también bretón (aunque puede que de la Bretaña insular) al que unas fuentes dan el nombre de Ereo y otras el de Conan. Los que recordamos el cómic y la película de Swarzeneger, preferimos Conan, que suena más pagano y más bruto.


Resulta que Úrsula y su padre no pudieron rechazar la oferta del pagano, porque fue acompañada del firme propósito de convertirse al cristianismo. No obstante, como Úrsula había hecho voto de castidad, y no estaba preparada para el himeneo, solicitó como favor especial una moratoria de tres años, para poder peregrinar a Roma y suplicar al papa dispensa de sus votos y carte blanche para entregar su pureza al bárbaro.
Hasta aquí todo muy normal. Lo asombroso fue que Úrsula emprendió el viaje haciéndose acompañar nada menos que por once mil vírgenes, que también es capricho. Remontaron todas el Rin como el que va de excursión, y pasando por Colonia, llegaron hasta Basilea. Desembarcaron (supongo que dejando a los basilienses boquiabiertos) y desde allí siguieron a pie hasta Roma. Roma ya entonces era muy turística, no obstante se desconoce en qué hotel pudieron alojarse las once mil. El papa Ciriaco dispensó a Úrsula de sus votos y la despachó con las usuales recomendaciones que se hacen a las mocitas casaderas. Después emprendieron el regreso. Vuelta a embarcar en Basilea y ¡hala!, Rin abajo, se fueron las once mil por donde habían venido.


Imagine el lector a Úrsula dándole vueltas a los consejos del santo padre y a la temida noche de bodas. Probablemente iría pensando qué iba a decirle al musculitos: por favor, con la luz apagada… la puntita nada más… o quizá en plan lanzada: ¡tómame Conan, y que sea lo que Dios quiera!... En cualquier caso, sus cavilaciones se interrumpieron, porque al llegar a Colonia se encontraron de golpe y porrazo con los temibles hunos que estaban sitiando la ciudad. Es del dominio público que los hunos, además de paganos e idólatras, eran unos cafres tremendos. En sus correrías bélicas dejaban a las hunas en los cuarteles de invierno haciendo la colada, y cuando conquistaban una plaza se dedicaban sistemáticamente a saquear y a violar a cualquier criatura con faldas (frailes incluidos). Es de suponer que al ver venir por el Rin a once mil vírgenes, estando más salidos que el pico de una plancha, y careciendo (esto es lo más importante) del santo temor de Dios, se abalanzaron sobre ellas como lobos hambrientos sobre tiernas corderillas.
Dice la tradición que fueron todas sometidas a horripilantes torturas. No entraré en detalles morbosos que están fuera de lugar en un blog inspirado por tan elevados ideales como el nuestro. Remito a los amantes del bondage, a los frescos venecianos de Carpaccio o a la polícroma urna de Santa Úrsula de Brujas, obra del maestro Memling. Allí pueden contemplarse todos los excesos que pueda imaginar la mente más lujuriosa.


En cuanto a Úrsula (Santa Úrsula por supuesto), sufrió la misma suerte cruel que sus once mil compañeras. De nada le sirvió al parecer, una especie de manto milagroso que la cubría. Se ve que los hunos eran tan brutos que lo mismo les daba un manto que un bikini de lentejuelas. Se representa a la mártir de pie, desnuda o sutilmente velada, con su reglamentaria palma del martirio en la mano, y fondeado a lo lejos, un barco con un sinfín de cabecitas asomando por la borda. Es invocada por las doncellas cuando se ven en aprietos, y también en muchos lugares de Europa se la considera patrona de los pañeros y del ramo textil (será por lo del manto). Su festividad se celebra el 21 de octubre. Ese día de 1493 Cristóbal Colón descubrió las islas Vírgenes, que bautizó con ese nombre en recuerdo de las compañeras de la santa. Otro 21 de octubre, pero de 1521, el navegante portugués Joao Alvares Fagundes, llamó ilhas das onze mil virgens al archipiélago situado junto a la costa de Terranova, que más tarde los franceses rebautizaron como islas de San Pedro y Miquelón.


Naturalmente, la parte más controvertida de esta historia es lo de las once mil vírgenes (¡nada menos que once mil!) navegando todas juntas por el Rin como si pasaran un rato en las barcas del Retiro. Hay eruditos aguafiestas empeñados en que se trata de un error de transcripción, y por lo tanto, de un suceso apócrifo. En Colonia, y en el lugar del martirio, un ciudadano de rango senatorial llamado Clematius, hizo erigir una basílica dedicada a las mártires. En la inscripción lapidaria, además del nombre de Úrsula, aparecen otros diez, a saber: Aurelia, Brítula, Cordola, Cunegunda, Cunera, Pinnosa, Saturnina, Paladia, Odialia de Britania… y otra muchacha llamada Undecimilia (la pequeña undécima en bajolatín). Hay quien sostiene que de este nombre se derivó erróneamente que se trataba de once mil vírgenes. Otros atribuyen el error a la abreviatura XI, M, V, que se habría interpretado como undecim millia virginum, once mil vírgenes, y no como undecim martyres virgines, once mártires vírgenes, que según ellos sería más correcto.
Sea como fuere, no puede negarse grandiosidad a la escena de la navegación fluvial de las once mil vírgenes. Al menos daría para una superproducción de Hollywood, mientras que con las modestas once muchachas, la cosa no pasaría de un serial televisivo. Es lo que tiene el latín, que da mucho juego, y era todo más bonito y más misterioso. Yo, que soy tan viejo que conocí las misas en latín, la verdad es que desde que se empeñaron en decirlas en castellano, ya no entiendo nada.

-Toma este ramito de romero, te traerá suerte.
-Muchas gracias.
-Ahora dame algo para pasar el día.
-Toma este ramito de romero, te traerá suerte.





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