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domingo, 16 de septiembre de 2018

HOLOCAUSTO CANÍBAL



En 1835 un barco australiano de cazadores de focas que había recalado en las Chatham en su camino a Nueva Zelanda, dio noticia a los maoríes neozelandeses de la existencia de unas islas (las Chatham precisamente) “donde hay abundancia de pescado y marisco, los lagos están llenos de anguilas a rebosar, y es una tierra rica en bayas de karaka”. Los marineros añadieron además que “los habitantes son muy numerosos, pero no tienen armas y no saben combatir”. Aquella noticia bastó para hacer que 900 guerreros maoríes de la isla Norte de Nueva Zelanda se apresuraran a poner rumbo a las Chatham, situadas a unos 800 Km. al sureste. El 19 de noviembre de ese mismo año arribó a las remotas islas un barco que transportaba a 500 maoríes con algunas armas de fuego. El 5 de diciembre llegó un segundo barco con 400 maoríes más.


Los moradores de las Chatham se daban a sí mismos el nombre de morioris. Grupos de feroces maoríes comenzaron a recorrer el archipiélago, anunciando que los morioris eran sus esclavos, y matando a quienes ponían objeciones. Una resistencia organizada por parte de los isleños podría haber puesto en apuros a los invasores, pues los doblaban en número. Sin embargo, los morioris tenían la tradición de resolver sus disputas pacíficamente. Decidieron en asamblea no responder a los ataques, sino ofrecer a los recién llegados la paz y la división de los recursos. El ataque de los maoríes se produjo antes de que sus víctimas tuvieran tiempo de presentar aquella oferta. En los sangrientos días que siguieron al desembarco, mataron a cientos de morioris, cocinaron y devoraron a muchos y esclavizaron al resto, a los que fueron asesinando y consumiendo a su antojo en los meses siguientes. Uno de los muy escasos supervivientes recordaba: “Los maoríes comenzaron a matarnos como a ovejas, estábamos aterrados, huimos a la maleza, nos ocultamos en agujeros... todo fue inútil. Nos descubrieron y mataron a hombres, mujeres y niños indiscriminadamente”. En el otro bando, un conquistador maorí explicó: “Tomamos posesión según nuestras costumbres, y capturamos a todas las personas. Nadie escapó. A quienes intentaron huir los matamos. También matamos a otros muchos. ¿Qué importancia tiene?, lo hicimos de acuerdo con nuestras leyes”.


Este genocidio fue similar a tantos otros que se han producido tanto en el mundo antiguo como en épocas mucho más recientes. Siempre que se han enfrentado “civilizaciones” con mejores armas y tecnología que sus oponentes, los han exterminado. La moriori era una población aislada de cazadores-recolectores, agrupados en clanes familiares, sin organización, liderazgo ni más armas que simples palos que usaban para golpear a los bogavantes en aguas someras. Estaban destinados a servir de merienda a los invasores maoríes, unos guerreros procedentes de una población densa de agricultores sumidos de forma crónica en feroces batallas, que trabajaban la madera y el jade, que estaban sujetos a un liderazgo fuerte, y que desde la llegada del hombre blanco en el XVIII, poseían algunas armas de fuego, muchas otras de acero, y habían aprendido a navegar en alta mar. El final de los morioris no podía ser otro.


Sin embargo, ambas poblaciones tenían un origen común. Sus destinos habían divergido apenas medio milenio antes. Los maoríes son descendientes de pueblos polinesios que colonizaron el territorio de Nueva Zelanda hacia el año 1200 de nuestra era. Poco después, probablemente entre 1300 y 1500, un grupo de aquellos mismos maoríes colonizó a su vez las islas Chatham, donde no era posible la agricultura. Se convirtieron en cazadores-recolectores, y como su entorno natural ofrecía recursos fáciles de explotar, y no hallaron enemigos en muchas millas náuticas a la redonda, no tuvieron necesidad de organizarse políticamente. Cuando se produjo el trágico reencuentro, probablemente hacía ya varios siglos que se habían olvidado unos de otros. Naturalmente, sus trayectorias evolutivas opuestas decidieron el resultado de la colisión final.


Dominación, esclavitud, exterminio... Homo homini lupus. Así acaban las cosas históricamente cuando un pueblo con jerarquización, tecnología y armas más eficaces entra en contacto con gentes más primitivas. Así ocurrió en el antiguo Egipto y en Mesopotamia. Así sometió el Imperio Romano a los pueblos del Mediterráneo. Así fue como un puñado de españoles con unos pocos caballos y pesados arcabuces acabaron con el floreciente Imperio Azteca. Así los estadounidenses exterminaron a los nativos de Norteamérica. Así, para vergüenza universal, sigue ocurriendo en la Amazonia, en Mesoamérica y en África. Eso por no hablar de judíos, de armenios, de kurdos... En definitiva, este olvidado episodio histórico de los maoríes y los desaparecidos morioris, no es más que otro ejemplo de lo que hemos sido, de lo que somos y, muy probablemente, de lo que vamos a continuar siendo.

Para amasar una gran fortuna hay que hacer harina a mucha gente. Manolito (amigo de Mafalda).



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