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miércoles, 15 de agosto de 2018

ABRAHAM, SU HIJO Y UN CARNERO QUE PASABA POR ALLÍ


Andrea del Sarto. Sacrificio de Isaac. Prado

Hace diez mil años la viagra todavía no estaba comercializada, pero se ve que a pesar de eso el viejo Abraham se las arreglaba bastante bien con el sexo. ¡Vaya tío!, diría un castizo. Siendo ya madurito, con barriga, canas y luciendo cartón en lo alto, tuvo un hijo con Agar, la esclava que su mujer, Saray, le cedió para uso concupiscente. ¡Mira que comprensiva y que moderna! Parece que estos hebreos del Antiguo Testamento más que campamentos, tenían comunas hippies. Pero claro, este hijo de la esclava (Ismael se llamaba el muchacho) no era más que un bastardo. Fue, según la tradición, el ancestro de los árabes o agarenos (por Agar). El bueno de Abraham no estaba contento. Necesitaba un hijo de verdad, un hijo de Saray, su mujer legítima, o sea, un hijo hebreo de raza pura, porque esto de la pureza racial, el pueblo hebreo se lo toma muy a pecho.

Mathias Stomer. Saray ofreciendo a Agar. Gemäldegalerie. Berlín

El problema es que si Abraham era un viejo chocho, su esposa Saray se llevaba muy poco con él. Dicen las Escrituras que la mujer había cumplido ya los noventa. El nuncio ya no la visitaba, como solían decir las señoras educadas para expresar que la regla se había retirado. En el caso de Saray, no es que se hubiera retirado recientemente; es que no la tenía desde el siglo anterior, vamos. Así que cuando en sueños se le apareció un ángel del Señor, y le dijo que se acostara con Abraham y quedaría preñada, le dio la risa floja acompañada de la incontinencia urinaria propia de la edad. Con las risas Abraham se despertó, y al conocer el sueño de su mujer, rompió también a reír. Tanto rieron los dos, y tan a gusto, que se les subió el pavo, se achucharon un poquito y ¡zas!, copularon. Es lo que tienen estas cosas, que se empieza tonteando y ya se sabe.

El caso es que a los nueve meses cabales, para asombro y pasmo de propios y extraños, nació aquel hijo anunciado por Yahveh. Lo llamaron Isaac, y Saray pasó desde entonces a llamarse Sara. Se ve que la y griega del final era la causa de su esterilidad (y es que nada bueno puede venirnos de Grecia, decían los hebreos de la época). El patriarca ya tenía heredero y estaba exultante de orgullo. No lo llevaba los domingos al fútbol porque aun no se habían inventado ni el fútbol ni los domingos. No obstante, cuando paseaba con él por el desierto del Sinaí, que es igual de ancho que la quinta avenida, pero con menos escaparates, le decían los amorreos, los caldeos y los cananeos: ¡qué nieto tan guapo, abuelo! Abraham contestaba muy ofendido que el pequeño no era su nieto, sino su hijo, y luego les insultaba llamándoles perros gentiles e idólatras. Algunos estuvieron tentados de darle un sopapo, sobre todo los amorreos, que tienen muy mal pronto, pero se contenían pensando que no valía la pena enemistarse con los hebreos que por un quítame allá esas pajas tenían costumbre de quemarles las cosechas y degollar a sus primogénitos.

Conforme iba creciendo Isaac se hacía más listo y más buen mozo. Desde muy niño acompañaba siempre a su padre e iba tomando nota de cómo se comporta un patriarca hebreo. Una vez Abraham reconvino a Abimelech a causa de un pozo de agua, que los siervos de Abimelech le habían quitado. Y respondió Abimelech: No sé quién haya hecho esto, ni tampoco tú me lo hiciste saber, ni yo lo he oído hasta hoy. Y tomó Abraham ovejas y vacas, y fue a Abimelech; e hicieron ambos alianza. Y puso Abraham siete corderas del rebaño aparte. Y dijo Abimelech a Abraham: ¿Qué significan esas siete corderas que has puesto aparte? Y él respondió: Que estas siete corderas tomarás de mi mano, para que me sean en testimonio de que yo cavé este pozo. Por esto llamó a aquel lugar Beer-seba; porque allí juraron ambos… (Génesis 21, vs 25 a 31). Isaac observaba muy atento y no salía de su asombro. A la mañana siguiente lo sorprendía el sol sin haber pegado ojo y preguntándose todavía: ¿siete corderas? ¿Beer-seba? ¡Pero qué mierda de negocios hace el viejo!

Otro día Yahveh, que después de la creación se había tomado unos miles de millones de años sabáticos y estaba algo aburrido, quiso probar a Abraham. Le dijo más o menos: mañana temprano coges a tu chico, lo llevas a la tierra de Moriah (igualito que en El Señor de los Anillos), y me lo sacrificas en el monte, ¿estamos? El pobre Abraham estuvo a punto de protestar, pero el Señor repitió: ¿estamos? en un tono apremiante estilo Belén Esteban, y Abraham sólo acertó a balbucir tímidamente: vale, vale, mañana temprano… Y es que como ya sospechaba Isaac desde lo del pozo de Abimelech, Abraham era un calzonazos de tomo y lomo.

Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos mozos suyos, y a Isaac su hijo: y cortó leña para el holocausto, y levantóse, y fue al lugar que Dios le dijo. Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos. Entonces dijo Abraham a sus mozos: Esperaos aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí, y adoraremos, y volveremos a vosotros. Y tomó Abraham la leña del holocausto, y púsola sobre Isaac su hijo: y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos. Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos. Y como llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su hijo, y púsole en el altar sobre la leña. Y extendió Abraham su mano, y tomó el cuchillo, para degollar a su hijo. (Génesis, 22, vs 3 al 10).


Llegados a este punto fatídico, se alzó en el aire una voz grave, hueca y cavernosa, la voz de Yahveh Dios, que dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; que ya conozco que temes a Dios, pues que no me rehusaste tu hijo unigénito. (Génesis, 22, v 12). Abraham, sollozando de emoción desató a Isaac, al tiempo que reparó en un carnero cuyos cuernos se habían enredado en una zarza, y serviría para sustituir al muchacho en el sacrificio. ¡Mira que bien, chaval, ya tenemos costillas para el almuerzo!, dijo Abraham, pero el muchacho ya no podía oírle. En cuanto se vio libre de las ligaduras, Isaac había echado a correr y sólo se veía de él una nube de polvo en la lejanía.

Aquella mañana Abraham almorzó solo. Se decía: ¡Qué suerte has tenido hijo mío. Yahveh en su infinita misericordia, te ha perdonado! Isaac, sin parar de correr, pensaba a su vez: ¡Anda que si no se me ocurre imitar la voz de Yahveh, hoy el viejo me rebaña el pescuezo!
Bueno, pues así es como se salvó Isaac, hijo de Abraham y Sara, famoso velocista y secretamente aficionado a la ventriloquia.

-Oye, vosotros los jedis ¿dónde compráis las espadas láser?
-Aparque en el arcén, por favor. Vamos a soplar un poco.





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