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jueves, 18 de agosto de 2016

AMBERES. DESAYUNOS Y DIAMANTES


Siguiendo su periplo por las ciudades europeas, viajamos hoy con el profe a Amberes, primera de sus etapas en Bélgica. Reproducimos un par de páginas de su diario.

A Amberes hay que llegar en tren. Su estación central es una verdadera joya arquitectónica, probablemente la más hermosa del mundo. El viaje ferroviario de Amsterdam a Amberes dura apenas dos horas, y eso que vamos parando hasta en los más remotos apeaderos. El tren es bueno y cómodo, el único inconveniente es que está lleno hasta los topes. En los trayectos dentro del Benelux ni se plantean la alta velocidad. Las distancias no son grandes y la gente utiliza los trenes en los desplazamientos diarios. También son muy baratos. Hemos sacado un bono y los viajes salen a precio de coger el metro o el tranvía en cualquier ciudad. Conste que no exagero: Amsterdam-Amberes, Amberes-Brujas y Brujas-Bruselas para tres, es más barato que los tickets de un día para el metro de Londres.


Llegamos a Amberes. Nuestro hotel está en el mismo centro de la ciudad. Si el plano fuera una diana, quedaría justo en el puntito negro. Tenemos una habitación cuádruple. En realidad son dos dobles, separadas por un breve tramo de escaleras. Hay también dos baños y todo es magnífico.
El centro histórico de Amberes es bellísimo y pasear sus calles y plazas resulta encantador. Hacemos una cena excepcional en el Bacino, un restaurante con nombre italiano y aire de bistró francés, situado justo detrás de la catedral (tampoco tiene pérdida). Filete strogonof, magret de pato y costillas de cordero con una salsa de ajo suave y extraordinaria. Las chicas toman cafés y dulces acompañados de unas copitas de licor de huevo, que nos dicen que es típico de por aquí. Inolvidable.


Los desayunos de nuestro hotelito de Amberes merecen capítulo aparte. Embutidos del país, patés, quesos cremosos y curados, repostería casera, huevos al gusto hechos en el acto (hervidos, cocidos, fritos o en tortilla) y una macedonia de frutas naturales de verdad (y no de bote) son, aparte de otras cosas más habituales, algunas de las joyas del bufé. Este era el desayuno. Los diamantes vienen después.
Visita a las joyerías y a los establecimientos donde se trabajan y venden esos preciosos cristales de carbono trasparentes e hipnóticos. La actividad de la talla y engarzado de diamantes, de gran tradición en Amberes y en todo Flandes, está monopolizada por los judíos ortodoxos, que ponen la nota de exotismo con sus extravagantes vestimentas. Un despliegue hebreo fantástico y colorista.


Visita a la catedral de Amberes, la mayor de Bélgica y una de las más grandes de Europa. Destacan dos dípticos de Rubens: la crucifixión y el descendimiento, inmortales obras del gran Peter Paul. Junto al mercadillo semanal, que nadie debe perderse si cae en Amberes un sábado, tomamos unos impresionantes bocadillos de salmón ahumado con su clásica guarnición de cebolla, pepinillos y mayonesa. Los ponen tan generosos que se hace difícil terminarlos. Damos luego una vuelta por los puestos del mercado. Los hay muy curiosos. La variedad de especialidades locales desconocidas en otros lugares, parece desmentir el tópico de la aldea global.
Después de los superbocatas y del paseo para digerirlos, nos dejamos llevar por la inercia hasta las bocas del Escalda. Soberbio paisaje a caballo entre lo urbano y lo rural. De vuelta en la plaza de la catedral, unas cervezas belgas extra-frías devuelven el color a las mejillas y el tono al exhausto corazón del turista.


Otro desayuno opíparo. Nos decidimos a visitar el museo de Bellas Artes, sobre todo para huir de la lluvia que cae sin misericordia. Tomamos un autobús no demasiado convencidos de que sea el adecuado, preguntamos al conductor y, ¡asómbrese el lector!, somos objeto de un trato sin precedentes: como llueve a mares, el hombre, no contento con indicarnos, se desvía un par de manzanas de su ruta, para dejarnos justo en la puerta del museo. Luego gira en redondo en un cruce prohibido, nos toca el claxon a modo de saludo, y los demás viajeros dicen adiós con las manos. Llegamos en una carrera al vestíbulo. Hay una ventanilla para comprar los tikets. Si llega a haber otra para hacerse belgas, nos hacemos.
Obras maestras de Rubens, Van Dick, Van Eyck, y los demás maestros flamencos. A mediodía tomamos un tentempié en la cafetería del museo.
Por la tarde breve descanso en el hotel (los días y los kilómetros de turisteo van pesando ya un poquito), y después del paseo de la tarde, cena en una de las muchas terrazas de la plaza del mercado. Los codillos al estilo belga se hornean con pan rallado. Están crujientes y deliciosos. Nuestro próximo destino: Brujas. Seguiremos informando.


Yo soy un hombre difícil de sorprender. ¡Mosquis, un coche rojo! Homer Simpson.



lunes, 15 de agosto de 2016

GONZALO DE BERCEO Y EL NACIMIENTO DEL CASTELLANO

 

Quiero fer una prosa en román paladino,
en cual suele el pueblo fablar con so vezino;
ca non so tan letrado por fer otro latino,
bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.

Así de bien sonaban los primeros balbuceos de la lengua romance peninsular por excelencia: el castellano. Así se expresaba ya el pueblo llano en la Castilla medieval, así fablaba con su vezino. También se expresaba así un monje riojano nacido en las postrimerías del siglo XII (probablemente en 1198) en un lugar cercano a Berceo llamado Madrid o Madriz, que nada tiene en común, salvo el nombre, con el Madrid más célebre.

Los escasos datos biográficos que poseemos de Gonzalo de Berceo los aportó él mismo en el comienzo de su Vida de San Millán de la Cogolla. Era Madrid una pequeña aldea próxima a San Millán, orilla del río Cárdenas. Cuando niño se crió en San Millán de Suso, primero fue diácono, y en 1237 adquirió la condición de preste (presbítero). Ejerció luego el magisterio entre los novicios, y alcanzó finalmente el empleo de notario (secretario) del abad Juan Sánchez. No tuvo lo que se dice una carrera brillante. Berceo no pasó de ser un clérigo del montón, pero eso sí, un clérigo capaz de leer y escribir con soltura, a diferencia probablemente del venerable abad, que por ser iletrado necesitaba un secretario. En su ausencia del monasterio, tuvo la suerte de formarse en los Estudios Generales de Palencia, primer antecedente medieval de lo que luego serían las universidades. Allí debió estudiar el cuatrivium (teología, derecho, lógica y gramática). Y bien lo aprovecho nuestro Gonzalo de Berceo, porque por méritos propios se hizo con un lugar en la Historia de nuestra literatura. Y no un lugar cualquiera, sino el primer lugar, puesto que Berceo es no sólo el principal exponente del llamado mester de clerecía, sino que es además el primer autor que escribe y firma sus obras en castellano.


Es el de Berceo un castellano primitivo, tosco y encantador. Es propiamente la variedad dialectal riojana del castellano antiguo, salpicada de cultismos latinos, trazos de galáico-portugués, términos aragoneses y hasta expresiones vascuences. Una verdadera joya.
De esta preciosa joya de nuestro idioma aun incipiente, Biblioteca Bigotini tiene hoy el placer y el honor de poneros al alcance de un clic (hacedlo sobre la portada) una magnífica versión digital de los Milagros de nuestra Señora, la obra más emblemática de su autor, donde Berceo introdujo elementos del estilo juglaresco (mester de juglaría). Se trata de una serie de episodios, narrados a manera de cuentos, acaso influidos por cierta literatura oriental llegada a nuestro suelo a través de la tradición mozárabe. Son en su conjunto historias muy simples, de una inocencia casi pueril que resulta tierna y por momentos, emocionante. La versión que traemos se toma de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recrearos pues con los milagritos de Berceo, y con el sutil encanto de un idioma aun en pañales.

Todos quantos vevimos, que en piedes andamos, todos somos romeros que camino pasamos.



jueves, 11 de agosto de 2016

HOMO SAPIENS CROMAGNON. ¿EL FINAL DEL CAMINO?


El llamado científicamente Homo sapiens Cro-Magnon extiende su existencia desde finales del Pleistoceno hasta la actualidad. Ha llegado a ocupar todos y cada uno de los rincones habitables de nuestro planeta. Su estatura media se sitúa entre 1,5 y 1,8 m de altura, aunque existen poblaciones como los pigmeos o los bosquimanos que apenas alcanzan 1,4 m, y también hay individuos pertenecientes a diferentes tipos raciales que sobrepasan los 2 m. La subespecie moderna de H. sapiens es conocida en todo el mundo desde hace al menos 35.000 años, aunque se han hallado fósiles como los del yacimiento israelita de Jebel-Qafzeh, que parecen ser muy anteriores a esa fecha. Los artefactos y las pinturas rupestres hallados en la región central de Francia, que datan de unos 30.000 años atrás, dan fe de la complejidad de su cultura y son los que originaron la denominación de Cro-Magnon con que se etiquetó la subespecie.


Estos vestigios del hombre de Cro-Magnon indican que poseía un sistema tribal poderoso, que fabricaba utensilios, que recolectaba material vegetal, cazaba, pescaba, y es posible que incluso reuniera el ganado en rebaños, construyera refugios y manufacturara vestimentas que le permitieron sobrevivir durante las últimas etapas de la edad del hielo pleistocénica.
Poco después, hace unos 10.000 años, varios pueblos en diferentes partes del mundo desarrollaron por separado unas formas de vida agrícola. Comenzaron a domesticar animales y a sembrar, adoptaron una existencia más sedentaria y consiguieron un importante incremento de la población. De allí en adelante, la capacidad de modificar su ambiente natural ha conducido a Homo sapiens a ocupar la posición de dominio sobre el resto de las criaturas que ostenta en la actualidad.


Bien, pues ya está. Hemos llegado al final del camino evolutivo que iniciamos hará un par de años con estas entregas sucesivas que nos han conducido hasta aquí. Con los dos escuetos párrafos anteriores podría resumirse de forma sucinta y enciclopédica lo que sabemos del Homo sapiens sapiens, repetición autocomplaciente con la que muchos sustituyen el apelativo clásico de cromagnon. Recordaréis que cuando hablábamos de H. habilis, H. erectus u H. neanderthalensis, ofrecíamos diferentes descripciones anatómicas y acompañábamos los artículos con ilustraciones. Aquí también tenéis unas cuantas imágenes de mayor o menor mérito artístico, pero estaréis de acuerdo en que sobran. Para obtener una imagen fidedigna del H. sapiens moderno, basta con que cada uno de vosotros o vosotras que leéis este artículo, os miréis en el espejo más próximo. Ahí tenéis al cromagnon o la cromagnona, cuyo ADN difiere de H. neanderthalensis o de H. erectus en porcentajes insignificantes. O sea, que vestidos con vuestra camiseta, habrían tenido un aspecto muy similar.


Milenios de existencia precaria, interminables siglos de hielos perpetuos, y un sinfín de penalidades hicieron que las pequeñas tribus, las reducidas poblaciones de Homo sapiens, no llegaran a alcanzar una masa crítica que permitiera tanto la expansión territorial, como la demográfica. Avances tan cruciales como la agricultura, la ganadería, la cerámica, la división del trabajo, la navegación, la rueda con el consiguiente auge del transporte y el comercio, la metalurgia o la escritura, han construido la civilización y han hecho de nosotros y nuestras sociedades lo que somos y lo que son. Nadie se permita la arrogancia de considerarse mejor, más inteligente o más dotado que uno de nuestros antepasados paleolíticos. En las paredes cubiertas de caballos y bisontes de Lascaux o Altamira habita ya el germen de la estatua del discóbolo, el Taj Majal o la capilla sistina. Si a cualquiera de nosotros, que acaso nos envanecemos por conducir un coche, resolver ecuaciones o escribir estas líneas, nos transportaran a la Tierra de hace 20.000 años con una lanza de sílex y un taparrabos, seguramente sobreviviríamos sólo lo justo hasta que nos descubriera un león o un guerrero de la tribu vecina.


¿Es este el final del camino? Bueno, para cada uno de nosotros individualmente, es seguro que si. Y como especie no queda más remedio que adentrarnos en el resbaladizo territorio de la ciencia-ficción. Suponiendo (y ya es mucho suponer) que esto no termine en una previsible hecatombe nuclear o en un prolongado martirio de hambrunas y epidemias, para los más optimistas se abre un amplio abanico que va desde la conquista de otros planetas habitables hasta un desmesurado desarrollo cerebral que nos convierta en seres grotescos, o hasta el triunfo de las máquinas que nos transforme en esclavos de un superordenador. ¿Quién sabe? Cuando miramos los noticieros o leemos la prensa, el profe Bigotini y yo mismo nos conformaríamos simplemente con que el calificativo sapiens se ajustara a la realidad. Mientras eso ocurre, los modernos cromagnon seguiremos rugiendo en el estadio cada domingo, lapidando adúlteras cada viernes o abatiendo elefantes con fusiles automáticos cuando tengamos dinero suficiente. Somos mucho más civilizados que aquellos tipos que se sentaban alrededor de la hoguera a aullar y golpear tambores.

Un optimista es el que cree que puede resolver un atasco de tráfico tocando el claxon.



lunes, 8 de agosto de 2016

MIGUEL SERVET, MÁRTIR DE LA INTOLERANCIA


Miguel Serveto y Conesa, nació en la localidad oscense de Villanueva de Sigena al final de la primera década del siglo XVI. Se hizo llamar Michael Servetus o Michel de Villeneuve en diferentes etapas de su vida, pero la mayoría le conocemos como Miguel Servet, y con este nombre ha pasado a la Historia de la ciencia y de la teología. A lo largo de su biografía se interesó por materias tan dispares como geografía, astronomía, meteorología, física, jurisprudencia o matemáticas. También alcanzó reputación como experto en el estudio de la Biblia, pero los campos en los que más destacó fueron la anatomía, y para su desgracia, la teología. En anatomía, Servet se adelantó varias décadas a William Harvey en el descubrimiento y descripción de la circulación pulmonar o menor, mediante la que la sangre venosa, vuelve a oxigenarse en los pulmones. Simplemente este logro formidable resulta suficiente para elevar a este sabio aragonés al Parnaso de la medicina y las modernas ciencias de la salud. Esta gran aportación quedó recogida en su obra Cristianismi Restitutio, La restitución del cristianismo, una de sus varias obras filosóficas y religiosas. Y es que, digámoslo de una vez, la teología fue la perdición de Miguel Servet.


Desde su Villanueva natal se trasladó primero al castillo de Montearagón, y más tarde, siguiendo a su maestro Juan de Quintana, fua ampliando estudios en Toulouse, París, Estrasburgo, Ginebra, Basilea, Alemania e Italia, asistiendo en 1530 en Bolonia a la coronación de su señor Carlos V como emperador. A través de estos y otros viajes, Miguel tomó contacto con las nuevas ideas religiosas reformistas, que por doquier iban abriéndose paso en todo el continente europeo. Siendo un hombre apasionado y en ocasiones exaltado, Servet no perdió ocasión de manifestar de forma abierta e incluso vehemente sus opiniones y sus ideas. Además de la citada Restitución del cristianismo, publicó otras obras teológicas como De Iustitia Regni Christi o Declarationis Iesu Christi Filli Dei, también conocida como Manuscrito de Stuttgart. Pero la obra de Servet que alcanzó mayor difusión fue sin duda De Trinitatis Erroribus, donde se ocupaba de la por entonces muy escabrosa cuestión de la Trinidad. Tuvo la osadía de hacer llegar un ejemplar de esta obra al arzobispo de Zaragoza, que naturalmente lo puso en busca y captura por parte del Santo Oficio inquisitorial.

De manera que huyendo de los católicos, Servet fue a meterse en la boca del lobo de los protestantes. De Trinitatis Erroribus había causado gran escándalo entre los partidarios de la Reforma, sobre todo entre los alemanes. Bajo la falsa personalidad de Michel de Villeneuve, natural de Tudela, Servet se ocultó primero en París y más tarde en Lyon, desde donde tuvo la osadía de mantener una correspondencia regular nada menos que con el reformador Calvino, uno de los principales líderes espirituales de la nueva iglesia protestante. Esta correspondencia fue subiendo de tono paulatinamente y probablemente terminó de dictar su sentencia. De camino hacia Italia, quizá el único lugar donde las posturas aun no se habían radicalizado como en otras partes, y acaso hubiera tenido oportunidad de salvarse, Servet hizo escala en Ginebra. Siempre temerario, no tuvo mejor idea que detenerse precisamente en la iglesia donde solía predicar su adversario Calvino. Allí fue inmediatamente reconocido y hecho prisionero el 13 de agosto de 1553.

Tras un penoso cautiverio, fue condenado en septiembre y ejecutado en la hoguera el 27 de octubre. La muerte de Miguel Servet fue seguida inmediatamente de una ola de indignación que curiosamente fue mayor en el ámbito protestante. Un reformador como Sebastián Castellion afirmó que matar a un hombre no es defender una doctrina, sólo es matar a un hombre. La figura de Servet fue revindicada por muchos partidarios del librepensamiento que vieron en su ejecución una prueba más de los peligros del fanatismo religioso. Hillar, uno de los principales biógrafos y estudiosos del personaje, afirma que Servet murió para que la libertad de conciencia se convirtiera en un derecho. Desde Bigotini nos unimos al llanto por este ilustre aragonés universal y a la reivindicación del derecho a pensar libremente.

Si fracasamos en conciliar la justicia y la libertad, fracasaremos en todo.



viernes, 5 de agosto de 2016

CRISTIÁN IX, EL SUEGRO DE EUROPA


Nacido en 1818 en la ciudad danesa de Schleswig, este príncipe de la casa de Oldemburg, era hijo del duque Federico Guillermo de Holstein, y de la princesa Luisa Carolina de Hesse-Kassel. Su abuela materna, Luisa de Dinamarca, lo destinaba a ser el esposo de la princesa Victoria de Inglaterra, pero por diferentes motivos aquella unión se malogró, y nuestro príncipe Cristián, que había hecho una mediocre carrera militar (comandante de la guardia era un grado demasiado modesto para su alta cuna), tuvo que conformarse con desposar a la landgravina alemana Luisa Guillermina de Hesse-Kassel, sobrina de Cristián VIII de Dinamarca. A este Cristián VIII le sucedió en el trono danés su hijo Federico VII, pero como por más que lo intentó de mil maneras, no pudo engendrar un heredero, la corona pasó a su prima Luisa, cuyo esposo reinó finalmente en Dinamarca con el nombre de Cristián IX.

A los daneses parece que no les hizo demasiada gracia un rey tan accidental como Cristián, y ante la creciente presión ciudadana, nuestro hombre encargó la redacción de una Constitución, que resultó bastante avanzada para una época en que la soberanía popular no pasaba por su mejor momento en el continente. Como guinda del pastel, Cristián IX aportó a la corona danesa los ducados alemanes de Schleswig y Holstein, y el Gran Ducado de Luxemburgo. Bueno, al menos intentó aportarlos, porque tanto alemanes como luxemburgueses, que al parecer no habían sido consultados, protestaron contra esa anexión unilateral. Austria y Prusia armaron un ejército de setenta mil hombres que invadió Dinamarca la mañana del 1 de febrero de 1864. Cristián renunció prudentemente a los ducados alemanes la tarde de ese mismo día, y sólo unos pocos meses después cedió también Luxemburgo.

Así que ya veis que Cristián IX de Dinamarca no fue lo que se dice un genio ni en la milicia ni en la estrategia política. Pero amigos, Cristián IX era una auténtica fiera en la cama. Hasta tal punto arraigó la semilla de nuestro hombre, que hoy en día su ADN está presente en todas las casas reales europeas y en todas y cada una de las dinastías reinantes o depuestas. Supo además casar muy bien a sus retoños, de manera que con justicia ha recibido el sobrenombre de el suegro de Europa. Fueron sus hijos Federico VIII de Dinamarca; la princesa Alejandra, que llegó a ser reina consorte del Reino Unido de la Gran Bretaña; Jorge I de Grecia; Dagmar que se desposó con el zar Alejandro III de Rusia, y tras su bautizo ortodoxo se convirtió en la zarina María Feodorovna; Thyra, que por matrimonio llegó a ser princesa de Hannover; y por último el príncipe Waldemar de Dinamarca. Sus descendientes actuales se cuentan por centenares, y como hemos dicho, no existe una sola casa real que pueda sustraerse a la herencia de este príncipe de la fecundidad. Cristián IX es el Adán genético de la realeza europea.

Murió a los 87 años en Copenhague, y está enterrado en la catedral de Roskilde. Una anécdota muy extendida en Dinamarca cuenta que yendo de paseo por el campo con una numerosa porción de sus hijos y nietos, Cristián ayudó a encontrar el camino a un excursionista perdido. El hombre quiso conocer la identidad de quienes le habían ayudado, y el viejo rey procedió a presentar uno a uno a sus familiares, no omitiendo ninguno de sus títulos y cargos. El caminante, seguro de estar siendo víctima de alguna broma, se presentó a si mismo como Jesús de Galilea, y siguió su camino tranquilamente.


Por si alguno de vosotros tiene una especial afición a estos asuntos de familias reales que tanto gustan a los lectores de la revista Hola, aquí os dejo el enlace para conocer la identidad de toda la progenie de Cristián IX. Haced clic en el retrato de familia, y hala, a disfrutar como enanos.


¡Ay la nostalgia... ya no es lo que era!


miércoles, 3 de agosto de 2016

RONALD COLMAN, UNA VOZ Y UN BIGOTE



Este británico de voz aterciopelada tenía una elegancia singular. Ronald Colman se especializó en esos papeles de galán atildado que tanto éxito le proporcionaron en los treinta y los cuarenta. Inglés hasta las entretelas, Colman poseía además una dicción perfecta que le catapultó al triunfo en cuanto el cine cobró voz.
Fue inolvidable su personaje de El prisionero de Zenda, o la interpretación del poeta François Villon en la entretenida Si yo fuera rey. En nuestra entrega de hoy de la Historia del cine os dejamos un enlace para visionar una breve secuencia de una película mítica: Horizontes perdidos, que dirigió para la Columbia, Frank Capra en 1937. Se trata de la secuencia del beso entre Colman y una joven y bellísima Jane Wyatt. Tal como expresa el título del breve video, es un beso realmente asombroso, uno de esos besos que dejan a los espectadores sin aliento, y a los actores prácticamente sin respiración. Haced clic en la carátula y asombraos también vosotros. Ronald Colman estuvo a punto de dejarle a la chica el bigote pegado en los labios. No digo más...



Próxima entrega: el código Hays


lunes, 1 de agosto de 2016

CONJETURAS Y CERTEZAS GEOMÉTRICAS


En matemáticas, en geometría (que viene a ser la matemática del espacio), y en cualquier rama de la ciencia en general, una conjetura es una hipótesis que, aunque tiene muchos visos de verosimilitud, todavía no ha podido ser probada matemáticamente. Por ejemplo la conjetura de Goldbach, enunciada en 1742, dice que todo número par mayor que dos puede escribirse como la suma de dos números primos. Durante casi tres siglos muchos matemáticos han intentado demostrarla sin éxito. Los cálculos con ordenador han comprobado que funciona para todos los números pares menores que un cuatrillón. Eso otorga a la hipótesis bastante credibilidad. Sin embargo, nadie ha conseguido demostrarla matemáticamente. De acuerdo que un cuatrillón es un número muy alto, pero desde él al infinito aun queda mucho camino: exactamente un camino infinito. Así que hasta que no sea probada, la de Goldbach seguirá siendo una conjetura.


¿Cuál es la forma más eficaz de cubrir el plano? O dicho de otra manera, ¿que tipo de forma regular o irregular sirve mejor a este propósito utilizando el borde más pequeño posible? Pappus de Alejandría, que vivió en el siglo IV, aventuró que la forma más eficaz era el hexágono regular. Es lo que se conoce como conjetura del panal. Durante varios siglos se plantearon muchas alternativas, bien con piezas iguales o combinadas, pero ninguna se mostró más eficaz que el hexágono. No fue hasta finales del pasado siglo XX que Thomas Hales halló una demostración formal. Ahora la conjetura de Pappus ha pasado a ser un teorema. Tenemos la certeza de su veracidad. Así pues el alejandrino tenía razón, y a quienes sigáis nuestro blog no os sorprenderá saber que también tienen razón las abejas. Sus panales, construidos a base de hexágonos, resultan la forma más eficaz para contener la mayor cantidad de miel con el menor gasto en cera. Como tantas veces, la naturaleza conoce estas respuestas desde hace millones de años.

Sólido de Kelvin
Otra pregunta: ¿Cuál es la forma capaz de cubrir mayor volumen de espacio tridimensional con un borde más pequeño? La respuesta la dio en forma de conjetura William Thomson, más conocido por su título de lord Kelvin, en 1877: es el octaedro truncado, también llamado sólido de Kelvin, que aparece en la ilustración. Quedó formulada de esta manera la conjetura de Kelvin. Muchos científicos se han esforzado desde entonces en demostrarla, hasta que en fecha tan reciente como 1993, Denis Weaire y Robert Phelan, estudiando la estructura de ciertas espumas mediante métodos cristalográficos, hallaron una estructura tridimensional más eficaz para cubrir el espacio que el famoso octaedro truncado propuesto por Kelvin. Ante el pasmo general, estos dos físicos irlandeses presentaron una estructura compleja formada por dos dodecaedros irregulares y seis tetracaideacaedros (de catorce caras) también irregulares. Es la que podéis ver en la ilustración, que ahora conocemos como estructura de Weaire-Phelan. Como no ha podido ser demostrada, el que esta estructura sea la forma más eficaz de llenar el espacio, sigue siendo una conjetura. Mejor que la de Kelvin, por supuesto, pero todavía conjetura.

Estructura de Weaire-Phelan

Clatratos
Pero lo más curioso es que cuando la pareja presentó formalmente su estructura ante la comunidad científica, hubo varios químicos y muchos geólogos que la reconocieron inmediatamente. Aquello era ni más ni menos que la estructura molecular de los clatratos, unos compuestos tan eficaces para llenar el espacio sin dejar fisuras, que son capaces de contener grandes cantidades de líquidos (agua) o gases (metano) en el interior de rocas y en la profundidad de los mares y los continentes. Como siempre (ya se que lo estabais imaginando) la sabia y asombrosa naturaleza ya se había encargado de inventarla y utilizarla desde el principio de los tiempos.

Si es un milagro cualquier testimonio es suficiente, pero si se trata de un hecho es necesario probarlo. Mark Twain.