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miércoles, 18 de junio de 2025

TERESA DE JESÚS. ENTRE LA SANTIDAD Y LA HEREJÍA

 


En 1515 y en Ávila, o más probablemente en la cercana localidad de Gotarrendura, nació la que conocemos como Santa Teresa de Jesús o Teresa de Ávila. En la partida de bautismo figura como Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, apellidos que suelen resumirse en Teresa de Cepeda o bien en Teresa de Ahumada, nombres que empleó habitualmente hasta que comenzó su labor reformadora. Era hija de Alonso Sánchez de Cepeda, que alcanzó la hidalguía en Ávila tras hacer dineros en el comercio textil. El abuelo de Teresa, Juan Sánchez de Toledo, había sido también comerciante de paños, un judío converso próspero, estigma familiar que empañó la reputación de la monja fundadora lo que puede suponerse ante las autoridades del Santo Oficio. No obstante, primero su abuelo y más tarde su padre, hicieron una fortuna considerable, lo que les permitió habitar la mejor casa de Ávila, abandonar el comercio, oficio considerado entonces bajo, adquirir muchas tierras de labranza, y vivir de las rentas familiares a la vez que emprendieron diversos pleitos en Ávila, Ciudad Real y Valladolid. Las reclamaciones se sustanciaron en un documento en el que se les otorgaba fe de hidalguía, una distinción que no sólo elevó socialmente a la familia, sino que además la eximió de pagar impuestos. Cosas de la España de entonces.

Teresa fue fruto del segundo matrimonio de su padre, tras fallecer su primera mujer de peste bubónica. La madre de Teresa fue Beatriz de Ahumada, una rica heredera de Olmedo, que se casó con Alonso cuando contaba sólo diecinueve años. Teresa tuvo nada menos que catorce hermanos y hermanastros. Los varones se dedicaron todos a la milicia, varios de ellos marcharon a América y se encontraron en diversos episodios históricos de conquista en el Nuevo Mundo. El preferido de Teresa fue su hermano Rodrigo, sólo un par de años mayor que ella, con quien vivió durante su infancia fantasías de martirio y de santidad en tierras de moros. El padre poseía una biblioteca muy notable. Las primeras lecturas de Teresa fueron hagiografías y otras lecturas piadosas, junto a una copiosa colección de libros de caballerías, por los que siempre tuvo predilección, y que al decir de algunos testigos de crédito, no dejó de releer incluso en su etapa de viajes y fundaciones. Como en su tiempo la educación estaba reservada a los varones, Teresa no realizó estudios que pudiéramos llamar académicos. Desconocía el latín, y puede considerarse autodidacta a todos los efectos, lo que otorga aún más mérito a su actividad literaria. Algunos especialistas en su obra reconocen en ella influencias de Juan de Padilla, Francisco de Osuna, y sobre todo, Fernán Pérez de Guzmán, cuyas poesías religiosas parecen en algún aspecto precursoras de la mística de Teresa.


En 1535, con veinte años, ingresó como postulanta en el convento de la Encarnación de carmelitas, en Ávila, y a partir de ahí se entregó por completo a la vida religiosa. Llegaron más tarde las fundaciones de las descalzas, que le llevarían a recorrer gran parte de la península, y a buscarse problemas con las autoridades religiosas. La Inquisición estaba entonces en pleno apogeo, y las ideas de todo punto revolucionarias de Teresa en materia religiosa, contemplativa y mística, la pusieron muchas veces a los pies de los caballos. Repasando las vidas y obras de quienes fueron en su tiempo reos de la justicia inquisitorial, incluido su discípulo y querido amigo San Juan de la Cruz, cabe concluir que la línea que separaba la santidad de la herejía era tan fina y a veces tan imperceptible, que resultaba muy fácil cruzarla. Teresa de Jesús tuvo la suerte, la habilidad o ambas, de situarse en el lado correcto de la línea. Como es sabido universalmente, fue beatificada en 1614 por Paulo V, canonizada en 1622 por Gregorio XV, y reconocida como Doctora de la Iglesia (primera mujer en ostentar dicho título) ya en 1970 por Paulo VI. Falleció la santa el 15 de octubre de 1582, a los 67 años.


Nuestro foro no es lugar para glosar la importancia religiosa de Teresa de Jesús, ni su influencia en la Iglesia católica, en el pensamiento místico y hasta en las artes plásticas. Recuérdese en este terreno la célebre escultura de Gian Lorenzo Bernini Éxtasis de Santa Teresa, amén de infinidad de pinturas y hasta películas sobre su devenir biográfico. Reliquias de su cadáver se hallan repartidas en muchas iglesias y conventos tanto españoles como extranjeros, y no olvidemos su brazo incorrupto, despojo que sirvió como macabro fetiche a cierto infame general de ingrato recuerdo.

En Bigotini literario nos ocupamos de la literatura. Y en la obra literaria de Teresa de Jesús destacan su Biografía, conjunto de escritos de su puño y letra con algún que otro añadido posterior, que nos ha dado a conocer diversos pormenores de su vida, sus viajes y sus fundaciones; Camino de perfección, todo un canto a la humildad como medio de acercarse a Jesucristo; y sobre todo, Las Moradas, también llamado El castillo interior, su obra en prosa más famosa y emblemática, un monumento místico que propone un proceso iniciático. En Las Moradas, es la oración la única llave capaz de abrir el castillo interior. Se van recorriendo los sucesivos aposentos o moradas, hasta llegar a la séptima y última, donde el alma alcanza la unión con Dios. Esta división recuerda los pasos de la Divina Comedia de Dante, obra que con toda seguridad conoció Teresa en alguna de las varias traducciones al castellano, algunas con octosílabos rimados, que circularon en la España de su época.

Los inquisidores miraban con lupa cualquier escrito de la monja, así que muy bien aconsejada por sus confesores, que sin duda habrían sido unos abogados magníficos, Teresa llevó su prosa a una sencillez extrema, enraizada en el habla popular. Se trata de una prosa coloquial en la que la escritora emplea las expresiones y dichos de una pobre mujer poco hecha a retóricas y literaturas. Incluso a veces finge desconocer ciertas palabras, o las escribe intencionalmente de forma incorrecta. Cuando alaba el trabajo y la humildad, dice que también puede encontrarse a Dios entre los pucheros. Bueno, puede que engañara a los inquisidores, pero de ninguna manera a la crítica literaria. No hace falta rascar mucho, para encontrar en sus textos citas doctas por ejemplo, de Fray Antonio de Guevara, o hasta del mismo Erasmo de Rotterdam, a quien el estamento inquisitorial consideraba un hereje, el mismo demonio. Lo cierto es que la prosa de Teresa de Jesús es posiblemente la mejor en castellano hasta la llegada de Cervantes. Muchos críticos aprecian en la mística teresiana connotaciones sexuales, como en el hecho de que en la sexta morada celebra el alma los esponsales con Dios, y en la séptima se produce la gozosa consumación del matrimonio. En cualquier caso, tanto la forma cuasi poética, como el propio fondo filosófico de la mística, rebosan una sensualidad y un abandono que por momentos recuerdan al sufismo. Es precisamente el de Las Moradas, el texto que traemos hoy en su versión digital. Haced clic en el enlace, empapaos del misticismo de la santa andariega, y de paso edificaos un poquito, que buena falta os (nos) hace, caramba.

https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Las+Moradas.pdf

No es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso, adonde dice Él tiene sus deleites.


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