En
1515 y en Ávila, o más probablemente en la cercana localidad de Gotarrendura, nació
la que conocemos como Santa Teresa de
Jesús o Teresa de Ávila. En la partida de bautismo figura como
Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, apellidos que suelen resumirse en
Teresa de Cepeda o bien en Teresa de Ahumada, nombres que empleó habitualmente
hasta que comenzó su labor reformadora. Era hija de Alonso Sánchez de Cepeda,
que alcanzó la hidalguía en Ávila tras hacer dineros en el comercio textil. El
abuelo de Teresa, Juan Sánchez de Toledo, había sido también comerciante de
paños, un judío converso próspero, estigma familiar que empañó la reputación de
la monja fundadora lo que puede suponerse ante las autoridades del Santo
Oficio. No obstante, primero su abuelo y más tarde su padre, hicieron una
fortuna considerable, lo que les permitió habitar la mejor casa de Ávila,
abandonar el comercio, oficio considerado entonces bajo, adquirir muchas
tierras de labranza, y vivir de las rentas familiares a la vez que emprendieron
diversos pleitos en Ávila, Ciudad Real y Valladolid. Las reclamaciones se
sustanciaron en un documento en el que se les otorgaba fe de hidalguía, una
distinción que no sólo elevó socialmente a la familia, sino que además la
eximió de pagar impuestos. Cosas de la España de entonces.
Teresa
fue fruto del segundo matrimonio de su padre, tras fallecer su primera mujer de
peste bubónica. La madre de Teresa fue Beatriz de Ahumada, una rica heredera de
Olmedo, que se casó con Alonso cuando contaba sólo diecinueve años. Teresa tuvo
nada menos que catorce hermanos y hermanastros. Los varones se dedicaron todos
a la milicia, varios de ellos marcharon a América y se encontraron en diversos
episodios históricos de conquista en el Nuevo Mundo. El preferido de Teresa fue
su hermano Rodrigo, sólo un par de años mayor que ella, con quien vivió durante
su infancia fantasías de martirio y de santidad en tierras de moros. El padre
poseía una biblioteca muy notable. Las primeras lecturas de Teresa fueron
hagiografías y otras lecturas piadosas, junto a una copiosa colección de libros
de caballerías, por los que siempre tuvo predilección, y que al decir de
algunos testigos de crédito, no dejó de releer incluso en su etapa de viajes y
fundaciones. Como en su tiempo la educación estaba reservada a los varones,
Teresa no realizó estudios que pudiéramos llamar académicos. Desconocía el
latín, y puede considerarse autodidacta a todos los efectos, lo que otorga aún
más mérito a su actividad literaria. Algunos especialistas en su obra reconocen
en ella influencias de Juan de Padilla, Francisco de Osuna, y sobre todo,
Fernán Pérez de Guzmán, cuyas poesías religiosas parecen en algún aspecto
precursoras de la mística de Teresa.
En
1535, con veinte años, ingresó como postulanta en el convento de la Encarnación
de carmelitas, en Ávila, y a partir de ahí se entregó por completo a la vida
religiosa. Llegaron más tarde las fundaciones de las descalzas, que le
llevarían a recorrer gran parte de la península, y a buscarse problemas con las
autoridades religiosas. La Inquisición estaba entonces en pleno apogeo, y las
ideas de todo punto revolucionarias de Teresa en materia religiosa,
contemplativa y mística, la pusieron muchas veces a los pies de los caballos.
Repasando las vidas y obras de quienes fueron en su tiempo reos de la justicia
inquisitorial, incluido su discípulo y querido amigo San Juan de la Cruz, cabe
concluir que la línea que separaba la santidad de la herejía era tan fina y a
veces tan imperceptible, que resultaba muy fácil cruzarla. Teresa de Jesús tuvo
la suerte, la habilidad o ambas, de situarse en el lado correcto de la línea.
Como es sabido universalmente, fue beatificada en 1614 por Paulo V, canonizada
en 1622 por Gregorio XV, y reconocida como Doctora de la Iglesia (primera mujer
en ostentar dicho título) ya en 1970 por Paulo VI. Falleció la santa el 15 de
octubre de 1582, a los 67 años.
Nuestro
foro no es lugar para glosar la importancia religiosa de Teresa de Jesús, ni su
influencia en la Iglesia católica, en el pensamiento místico y hasta en las
artes plásticas. Recuérdese en este terreno la célebre escultura de Gian
Lorenzo Bernini Éxtasis de Santa Teresa,
amén de infinidad de pinturas y hasta películas sobre su devenir biográfico.
Reliquias de su cadáver se hallan repartidas en muchas iglesias y conventos
tanto españoles como extranjeros, y no olvidemos su brazo incorrupto, despojo
que sirvió como macabro fetiche a cierto infame general de ingrato recuerdo.
En
Bigotini literario nos ocupamos de la literatura. Y en la obra literaria de
Teresa de Jesús destacan su Biografía,
conjunto de escritos de su puño y letra con algún que otro añadido posterior,
que nos ha dado a conocer diversos pormenores de su vida, sus viajes y sus
fundaciones; Camino de perfección,
todo un canto a la humildad como medio de acercarse a Jesucristo; y sobre todo,
Las Moradas, también llamado El
castillo interior, su obra en prosa más famosa y emblemática, un
monumento místico que propone un proceso iniciático. En Las Moradas, es la oración la única llave capaz de abrir el
castillo interior. Se van recorriendo los sucesivos aposentos o moradas, hasta
llegar a la séptima y última, donde el alma alcanza la unión con Dios. Esta
división recuerda los pasos de la Divina Comedia de Dante, obra que con toda
seguridad conoció Teresa en alguna de las varias traducciones al castellano,
algunas con octosílabos rimados, que circularon en la España de su época.
Los inquisidores miraban con lupa cualquier escrito de la monja, así que muy bien aconsejada por sus confesores, que sin duda habrían sido unos abogados magníficos, Teresa llevó su prosa a una sencillez extrema, enraizada en el habla popular. Se trata de una prosa coloquial en la que la escritora emplea las expresiones y dichos de una pobre mujer poco hecha a retóricas y literaturas. Incluso a veces finge desconocer ciertas palabras, o las escribe intencionalmente de forma incorrecta. Cuando alaba el trabajo y la humildad, dice que también puede encontrarse a Dios entre los pucheros. Bueno, puede que engañara a los inquisidores, pero de ninguna manera a la crítica literaria. No hace falta rascar mucho, para encontrar en sus textos citas doctas por ejemplo, de Fray Antonio de Guevara, o hasta del mismo Erasmo de Rotterdam, a quien el estamento inquisitorial consideraba un hereje, el mismo demonio. Lo cierto es que la prosa de Teresa de Jesús es posiblemente la mejor en castellano hasta la llegada de Cervantes. Muchos críticos aprecian en la mística teresiana connotaciones sexuales, como en el hecho de que en la sexta morada celebra el alma los esponsales con Dios, y en la séptima se produce la gozosa consumación del matrimonio. En cualquier caso, tanto la forma cuasi poética, como el propio fondo filosófico de la mística, rebosan una sensualidad y un abandono que por momentos recuerdan al sufismo. Es precisamente el de Las Moradas, el texto que traemos hoy en su versión digital. Haced clic en el enlace, empapaos del misticismo de la santa andariega, y de paso edificaos un poquito, que buena falta os (nos) hace, caramba.
https://www.dropbox.com/home/Profesor%20Bigotini?preview=Las+Moradas.pdf
No es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso, adonde dice Él tiene sus deleites.
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