Muerto
en Constantinopla el emperador Justiniano, le sucedió su sobrino Justino II,
que fue un gobernante torpe y efímero. Tuvo, eso sí, el acierto de deponer al
tirano Narsés que al frente de los bizantinos de Italia, protagonizó doce años
de crímenes y despotismo, colocando en su lugar a Longino, un virrey mucho más
ponderado. Sea, como quieren algunos, llamados por el despechado Narsés, o como
señalan otros, por la propia población romana de Italia, aparecieron en escena
unos nuevos invasores, los lombardos o longobardos, como suelen nombrase
indistintamente. Los lombardos eran un pueblo cuyo origen suele situarse en la
Suecia meridional, desde donde habían emigrado al continente siguiendo sus
hábitos nómadas en busca de nuevos pastos y de botín. Practicaban el pastoreo y
el saqueo, sin permanecer durante mucho tiempo en el mismo asentamiento. No
tenían la más mínima noción de la agricultura. Construían improvisadas cabañas
de madera junto a sus carros, y cubrían el suelo de pieles de cabra.
Montanelli y Gervaso los describen como rubios, velludos y gallardos. Se dejaban la barba y el cabello largos, pero se rapaban la nuca. Vestían una especie de camisones de lino crudo adornados con bordados de colores, y calzaban pesadas botas de cuero. Los guerreros más bravos coleccionaban tesoros de guerra, y se servían de muy pocos prisioneros como esclavos, conservando sólo a los más útiles y degollando a los demás. Prácticamente carecían de organización política. Cada grupo de guerreros, a menudo emparentados entre sí, era liderado por un duque al que deponían o asesinaban si mostraba la menor debilidad. Desconocían el comercio y la moneda. Al parecer su único patrimonio cultural eran las sagas, viejas leyendas heroicas que se transmitían oralmente de generación en generación, probablemente cantadas, o recitadas con música de acompañamiento.
Antes
de que una horda de trescientos mil lombardos entrara en Italia por los Alpes
Julianos en 568, habían pasado por Bulgaria, Hungría y Panonia. Los lideraba un
tal Alboino, en principio uno de tantos duques guerreros, que asentado ya en la
península, se convirtió en una especie de rey, título que le otorgaron más los
itálicos conquistados que sus propios compatriotas bárbaros.
Las tropas bizantinas de Longino, a las que se suponía garantes de la soberanía, no salieron de Rávena, donde se fortificaron, así que los lombardos no hallaron la menor oposición para extenderse por la mayor parte de la península itálica. Eran gentes de tierra adentro, que evitaron llegar a las ciudades de la costa. Sólo les interesaron los bosques, los pastos y las localidades de la Italia interior. Muy probablemente también desconocían la geografía, ni les interesaría la política geoestratégica. De esta forma, muchas ciudades portuarias y regiones próximas al mar se libraron de la invasión, y serían el germen de las ciudades-estado que florecerían en toda Italia en los siglos que siguieron. Alboino conquistó Friuli, donde asentó como duque a su sobrino Gisolfo. Tomó también Milán, la Liguria, la Toscana, y Pavía, donde estableció su capital. Otras regiones y ciudades como Venecia, Padua, Cremona, Módena, Piacenza, la Pentápolis en la costa adriática, Nápoles, Salerno, los Abruzos, y por supuesto, Roma y la región del Lacio próxima al mar Tirreno, siguieron bajo dominio bizantino.
En
572, tras tres años de reinado, Alboino cayó víctima de una conjura orquestada
por su esposa Rosmunda, a la que había humillado muchas veces haciéndole beber
en el cráneo de su padre, el viejo caudillo de los gépidos. Después del
asesinato, Rosmunda huyó con su amante, un tal Elmequis, y con un valioso
tesoro real, para refugiarse en la corte bizantina de Rávena. Allí el astuto
Longino la engatusó con promesa de matrimonio. Rosmunda ofreció a su amante un
vino envenenado mientras ambos se solazaban en el frigidarium de los baños.
Elmequis, acuciado por horribles dolores de vientre, y sintiéndose morir,
obligó a Rosmunda a consumir el resto del bebedizo. Ambos perecieron sumergidos
en un escatológico baño de diarrea. Cosas de bárbaros, debió decir Longino.
Muerto
Alboino, los longobardos eligieron nuevo rey a Clefo, que conquistó Emilia,
Rímini y parte de Umbría. Clefo también duró poco. Murió asesinado por un
esclavo, y los lombardos atravesaron un periodo anárquico en el que cada duque
actuó por cuenta propia, muchas veces guerreando entre sí unos con otros. Se
sucedieron varios intentos de conquistar Roma, resistiendo la Urbe a duras
penas los envites lombardos bajo los papas Benedicto I y Pelagio. Finalmente, fue
elegido papa en 590 Gregorio, al que la Iglesia católica elevó a los altares
como San Gregorio Magno. Considerado uno de los padres de la Iglesia, el papa
Gregorio supo desplegar su habilidad diplomática, al mismo tiempo que hizo
valer su fuerza militar, para consolidar los Estados Pontificios. Gregorio
Magno fue pues, el primer auténtico papa rey de la Historia. Verdadero
iniciador del llamado poder terrenal de la Iglesia, a Gregorio Magno se deben
la mayor parte de los ritos, la refinada liturgia, los lujos materiales y la
extraordinaria suntuosidad de la Roma papal, que aun actualmente, milenio y
medio más tarde, nos siguen asombrando y fascinando.
Un orgasmo debería durar como mínimo, como un pantalón vaquero.
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