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sábado, 17 de diciembre de 2022

CLAUDIO EL DIOS Y SU ESPOSA MESALINA

 


El tercer emperador romano de la dinastía Claudia, que había inaugurado Tiberio, fue otro Tiberio, concretamente Tiberio Claudio, al que se conoce generalmente como Claudio. Su nombre y hasta su figura nos resultan familiares por la espléndida novela de Robert Graves y la magnífica adaptación televisiva que realizó la BBC. Era hijo de Druso y Antonia, por lo tanto, tío de Calígula, su predecesor. Durante el reinado de su sobrino, Claudio se libró de la muerte fingiéndose idiota. Ciertamente lo debía parecer, pues según los cronistas de su época, era cojo, probablemente a causa de la poliomielitis, tartamudo y bastante feo. Hasta Antonia, su propia madre, le tenía por un idiota redomado. Cuando los pretorianos asesinaron a Calígula, pensaron inmediatamente en proclamar emperador a Claudio para seguir mangoneando en la sombra. Sir Lawrence Alma Tadema representó el momento histórico pintando un Claudio muerto de miedo a quien los pretorianos encontraron escondido detrás de una cortina. Otros artistas como Lebayle, también se inspiraron en el episodio.



Pero no, Claudio no sólo no era idiota, sino que resultó ser un hombre inteligente e instruido. Además de su lengua latina, dominaba el griego y el hebreo, era un poeta notable que escribió su autobiografía, y tenía gran afición a la geometría y la medicina. Como desconfiaba de las aptitudes de los aristócratas y los senadores, se rodeó de una especie de comité de sabios, en su mayoría antiguos esclavos griegos a quienes concedió la libertad. Bajo su mandato se realizaron en Roma grandes mejoras de urbanización que pronto se irían extendiendo a las provincias y las colonias. Hizo desecar el lago Fucino que fue el más importante foco de malaria en tiempos pretéritos. A pesar de que por sus taras físicas, no había estado en el ejército, eligió a los generales más competentes, y con ellos encabezó la expedición que conquistó la isla de Gran Bretaña. De allí trajo a la Urbe como prisionero a su rey Caractaco, primero de los reyes vencidos por Roma en ser indultado, rasgo que ofrece una idea clara de la prudencia y sensatez de Claudio.

Claro que su reinado tuvo también algunas sombras. Antes de desecar el lago Fucino, organizó en sus aguas una batalla naval en la que contendieron dos flotas rivales compuestas por veinte mil condenados a muerte. Se ahogaron todos. Así que, aunque visto desde la perspectiva actual, Claudio pudiera parecernos un emperador clemente, no deben asombrarnos ciertos rasgos de crueldad que cabe atribuir más que a él, a la propia Roma. Roma, la Roma clásica y muy especialmente la Roma imperial, eran crueles por definición.

Acaso la debilidad más sobresaliente de Claudio fue su afición a las mujeres. Parece probado que se valió de su posición privilegiada para acostarse con todas las que se pusieron a su alcance. Cumplidos ya los cincuenta, se había casado tres veces y había engañado a sus tres esposas con un buen número de amantes, tanto patricias como esclavas y sirvientas. Su cuarta esposa, Mesalina, llegó al tálamo con sólo dieciséis años. Algunos historiadores, sobre todo los moralistas cristianos de siglos posteriores, han querido presentarla como el paradigma de las reinas malvadas. Lo cierto es que no se le conocen intrigas palaciegas o conspiraciones políticas. Sencillamente se le conocen amantes, muchos amantes, capítulo en el que la joven Mesalina resultó ser insaciable. En términos modernos diríamos que fue una ninfómana. Sus muchas infidelidades atormentaron al principio a Claudio, pero al parecer pronto llegaron al acuerdo mutuo de vivir lo que ahora llamaríamos un matrimonio abierto, así que el emperador se consolaba también con sus muchas aventuras…


La cosa se complicó cuando a la insensata Mesalina se le ocurrió la descabellada idea de casarse con uno de sus enamorados, un tal Silio. Algunos consejeros de Claudio le aseguraron que su esposa planeaba sustituirle en el trono por su reciente marido. Claudio ordenó la muerte de Silio y después mandó a dos guardias pretorianos a buscar a Mesalina que se había ocultado en casa de su madre. O el emperador no supo explicarse bien o los pretorianos se excedieron en su celo. El caso es que asesinaron a Mesalina y a su madre. Cuando volvieron con los cadáveres, Claudio les ordenó que lo mataran también a él, pero se apresuró a añadir que lo hicieran si volvía a casarse. Ya hemos quedado en que no era idiota.


Bueno, a pesar de la orden, Claudio siguió con sus devaneos amorosos, y por supuesto volvió a casarse. La afortunada quinta esposa, y en este caso el adjetivo resulta muy adecuado, fue Agripina, hija de Germánico y Agripina, y por lo tanto sobrina suya. Tenía apenas treinta años cuando Claudio ya era sesentón y comenzaba a chochear. Tenía además un hijo de un matrimonio anterior, llamado Nerón, y tenía por último, un talento innato para la intriga. Agripina fue una especie de segunda Livia cuyo único amor era su querido hijo Nerón, y cuya única obsesión era verle instalado en el trono imperial. Lo consiguió administrando a Claudio un acelerador de la sucesión en forma de plato de setas venenosas. Corría el año 54 de nuestra era.

El cinismo consiste en ver las cosas como realmente son y no como nos gustaría que fueran. Oscar Wilde.


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