
Pero
lo cierto es que, mentiras aparte, la cantidad de hidalgos e infanzones,
miembros de lo que se ha llamado la baja
nobleza, era en los reinos españoles muy importante. Ese exceso de
hidalguía, o más bien de hidalguismo, así, con su carga
patológica, causó un daño irreparable al tejido económico y social del país, y
fue sin duda uno de los factores principales del retroceso y secular atraso de
España en el periodo posterior. Es notoria la repugnancia de una buena parte de
la población española de los siglos XVI y XVII al ejercicio de los oficios
manuales, considerados deshonrosos por los hidalgos o nobles. Ahí está el
germen del tristemente célebre “que
inventen ellos”, ese exabrupto mostrenco causante de tantas desdichas.
Sobre
el origen de ese desmesurado hidalguismo, escribe Américo Castro que el hispanocristiano alcanzó la plenitud de
su conciencia histórica como un combatiente vencedor; que al vencer iba
encontrándose, sin necesidad de otro trámite, instalado sobre unas gentes que
le hacían las ‘cosas’, más de las que podía manejar y dirigir. Juzga Castro
que el hidalguismo, el desdén por las tareas mecánicas y la incapacidad para
crear cosas, proceden conjuntamente de ese señorear por los cristianos el rico
botín de las técnicas de moros y judíos. Se apoya en unos versos del Cantar de Mío Cid:
En este castiello grand aver avemos
preso;
los moros yazen muertos, de bivos
pocos veo.
Los moros e las moras vender non los
podremos,
que los descabeçemos nada non
ganaremos;
cojásmoslos de dentro, ca el señorío
tenemos;
posaremos en sus casas, e dellos nos serviremos.
Claudio
Sánchez Albornoz, difiere en esto, como en muchas otras materias, de Castro, y
encuentra la explicación demasiado simplista. Apunta Albornoz que hasta finales
del siglo XI no dominaron los cristianos españoles tierras pobladas de moros
que pudieran señorear, y no convivieron con abundantes y hábiles masas de
judíos de cuyas técnicas pudieran servirse. Sostiene que mucho antes de aquella
fecha se habían ya concretado los rasgos esenciales de la vida social, política
y económica de la cristiandad peninsular, entre otros el del hidalguismo del
que tratamos. Además, después de entrar en posesión de las técnicas
manufactureras de judíos y moros, las actividades industriales de Castilla y de
los otros reinos peninsulares siguieron siendo reducidas, continuaron
importando productos manufacturados y exportando materias primas (lana), y
prosiguieron viviendo en evidente dependencia económica de la Europa cristiana.

En
cuanto a la proliferación de los hidalgos, digamos que mucho tiene que ver en
ella el constante estado de guerra en que permanecieron los reinos cristianos
peninsulares durante el periodo de la reconquista. Fue práctica común la
concesión de títulos nobiliarios a quienes se habían distinguido en la batalla.
El fuero de Castrojeriz del 976, al convertir en infanzones (más tarde se llamarían hidalgos) a los caballeros (en
el sentido de hombre de a caballo) villanos de la plaza, les concedió como
primer privilegio, el de vivir señorialmente del trabajo de labradores de
ínfima condición. La ascensión del villanaje a la infanzonía fue una constante
a lo largo de varios siglos.


Otras
veces el amor podía llevar a una mujer noble a perder esa condición casándose
con un villano. Para recuperarla a la muerte de su marido, según el Fuero Viejo
I. V. 17: Deve tomar a cuestas la Dueña
una albarda, e deve ir sobre la fuesa del suo marido, e deve decir tres veces,
dando con el canto del albarda sobre la fuesa: Villano toma tu villania, da a
mi mia fidalguia.
Con
el tiempo y con los cambios sociales que se produjeron en la mayor parte de los
reinos europeos, incluido el apogeo de las grandes ciudades, muchos miembros de
la baja nobleza pasaron a formar parte de lo que se llamó la burguesía urbana,
haciendo negocio en el comercio o la incipiente industria. Mientras tanto en
nuestro suelo perduró y hasta se multiplicó la figura del hidalgo pobre, como
aquel que se describe en El Lazarillo,
que guardaba un mendrugo de pan duro para ponerse unas migas sobre la pechera
al salir de casa, y hacer creer a los vecinos que había comido, cuando en
realidad no había probado bocado.
Así
es la Historia, amigos. Tiene sus grandezas y sus miserias, y es preciso
conocer ambas para procurar evitar caer en los mismos errores del pasado. Al
profe Bigotini y a mí, sólo nos llaman caballero
los camareros y los taxistas. Somos villanos, ¡qué le vamos a hacer!, y hemos
tenido que trabajar toda la vida, probablemente porque no servimos para otra
cosa.
-López,
estamos muy insatisfechos con su rendimiento en el trabajo.
-Joder,
jefe, ¿y para decirme eso me despierta?