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domingo, 7 de julio de 2019

A QUIEN DIOS NO LE DA HIJOS, EL DIABLO LE DA SOBRINOS



Un viejo aforismo que tiene mucho sentido. Así es, amigos. En el extenso reino que formamos los seres vivos, cada individuo aspira a practicar el sexo. Algunos, muy pocos, como nuestros parientes próximos los bonobos o como nosotros mismos, lo hacemos también con fines recreativos y sociales (conoces gente, se decía). Ahora bien, en la gran mayoría de especies animales el objetivo fundamental del sexo es la transmisión de los genes, de los propios genes, para que se perpetúen en los hijos. Bueno, los bonobos y las estrellas del rock, pongo por caso, lo tienen bastante fácil, pero la naturaleza está llena de seres que no encuentran pareja.


Las hembras no suelen hacer gran cosa al respecto. En casi todos los casos son los machos quienes deben tomar la iniciativa, urgidos como están por sus elevados niveles de testosterona. Las hembras se limitan a esperar a que aparezca un macho de su agrado, cosa que generalmente termina ocurriendo. ¿Y qué pasa con los machos que acaso no son lo bastante grandes o fuertes para atreverse a desafiar a un rival, o lo bastante atractivos para interesar a las hembras? La respuesta está en el grupo. Es frecuente que los machos jóvenes de muchas especies formen bandas con fines esencialmente sexuales. Lo hacen los pavos reales, desplegando sus vistosas colas en coreografías grupales que suelen atraer a un puñado de pavas. Así, en la vorágine de los encuentros, es posible que algún macho con la cola un tanto defectuosa consiga hacer algunas montas. Entre las aves, también los patos se agrupan en bandas que a veces caen sobre una pareja estable, atacando al macho y violando a la hembra de la manera más infame.

Idéntica estrategia suelen emplear los leones marinos. Un puñado de machos que todavía no han adquirido la envergadura y la madurez necesarias para tener harén propio, se precipitan en grupo sobre el de un macho alfa que a veces cuenta con un centenar de hembras para él solito. Mientras unos lo hostigan amagando pelea, otros aprovechan para copular con cuantas hembras les es posible. Coitos fugaces y violentos que muchas veces acaban en tragedia, lesiones y muerte de hembras jóvenes o crías.


Lo mismo que los marinos hacen los leones terrestres. Pequeños grupos de tres o cuatro machos jóvenes recorren la sabana africana en busca de algún grupo de hembras o bien desamparadas o bien escoltadas por un macho ya viejo, en el declive de su reinado, y acaso alguno de sus hijos demasiado joven todavía. En estos casos el comportamiento de los intrusos no puede ser más cruel. Una vez que matan o hacen huir al macho residente, se ensañan con todos los cachorros de la manada, asesinándolos. La pérdida de sus hijos desencadena en las leonas una cascada hormonal que les permite entrar de nuevo en celo, y recibir las atenciones de los nuevos dueños del harén. También los machos de chimpancé tienen la costumbre de atacar a los machos de otras tribus y asesinar a sus crías. Son comportamientos sin duda terribles y hasta reprobables desde nuestra óptica cultural, pero enormemente efectivos para el objetivo que persiguen: la perpetuación de los propios genes.


Porque en casi todas estas bandas de delincuentes sexuales existe un nexo común: todos o buena parte de sus componentes son hermanos. Eso explica que actúen de forma coordinada, y sobre todo, que algunos miembros del grupo acepten un papel no directamente sexual. Es el caso de los leones marinos que distraen al macho residente o de los pavos reales que participan en la coreografía sin llegar a copular con ninguna hembra. Si no puedes transmitir tu propia carga genética, ¿quién o quiénes poseen un ADN más similar al tuyo, prácticamente igual? Naturalmente, tus hermanos.
Estamos ante cooperaciones fraternales con fines reproductores y perpetuadores del acervo genético, digamos de la familia, la famiglia, que diría un capo mafioso juntando las yemas de los dedos en un gesto enfático. Preguntad a cualquier policía. Os confirmará que las bandas formadas por hermanos son las más peligrosas.

Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre, pero un gato nunca le dirá a la policía dónde está la marihuana.



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