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jueves, 4 de julio de 2019

ME PARECIÓ VER UN LINDO GATITO. ¡ES CIERTO, ES CIERTO, VÍ UN LINDO GATITO!


Salvo que hayáis nacido ayer, tenéis que recordar al simpático e ingenuo canario Twitty (Piolín en España), eternamente acechado y perseguido por el gato Silvestre, siempre empeñado en zampárselo. Silvestre, alter ego del famélico Coyote, perseguidor del Correcaminos, jamás llegaba a conseguir su propósito. Sin embargo, en la vida real, a diferencia de los cortos de animación, los gatos suelen tener un gran éxito en la caza, porque son excelentes cazadores.

El gato doméstico disputa al perro el liderazgo entre las mascotas preferidas de los humanos. Su nombre científico (felis silvestris catus) lo delata. Ya en el antiguo Egipto encontramos al gato como animal de compañía, y a pesar de ello, a pesar de tantos siglos de domesticidad, el gato conserva intacta su condición de criatura silvestris. El engañoso y ambivalente gato, sabe conquistarnos con su ronroneo y sus ocasionales caricias, para obtener un refugio seguro junto a los humanos, un plato de leche y otras comodidades dignas de un príncipe, tales como por ejemplo, el lugar de privilegio en el mejor sofá de la casa (quiénes tienen gatos saben perfectamente que no exagero ni un ápice). Pero al mismo tiempo los gatos son animales independientes que desaparecen por la gatera a veces durante horas, para satisfacer su instinto depredador.


En el post dedicado a la extinción del dodo os contaba que, junto a los marineros occidentales, contribuyeron a ella ciertos pasajeros o polizones que también viajaban en los barcos: perros, cerdos, ratas… y naturalmente gatos. Pues bien, la misma historia se ha repetido infinidad de veces en otros tantos lugares. Concretamente en América y en Australia, lugares ambos a los que los occidentales llegaron en época relativamente reciente, los gatos encontraron amplios territorios vírgenes rebosantes de presas que ni en sus peores pesadillas soñaron tener que vérselas con unos cazadores tan astutos y voraces.

En el viejo continente eurasiático existen desde hace millones de años los gatos monteses (felis silvestris a secas). Por eso los pájaros y los pequeños mamíferos de bosques y llanuras descubiertas han aprendido durante una larguísima sucesión de generaciones, a temerlos y a evitarlos. En América no ocurre lo mismo. Antes de la llegada de los europeos, el nuevo continente albergaba felinos grandes como el jaguar o el puma, que se ceñían a su nicho ecológico y capturaban presas acordes a su tamaño. El gato doméstico llegó después para ocupar el lugar correspondiente a sus características y habilidades. Las consecuencias no han podido ser más devastadoras para la fauna autóctona de aves, reptiles, anfibios, roedores y otros pequeños mamíferos.

Alan Weisman nos da cuenta en El mundo sin nosotros de la estimación aproximada de víctimas de los gatos en América. Un dato estremecedor: se calcula que en la Wisconsin rural hay alrededor de dos millones de gatos domésticos que cada año matan a un mínimo de 7,8 millones de aves. Ciertos autores como Temple y Coleman, afirman que la cifra de aves muertas podría ascender a 219 millones anuales. Y eso sólo en la Wisconsin rural. Imaginad la magnitud de la tragedia. Ocurre que, al igual que los cazadores de Clovis (véase el post de la extinción de la megafauna americana), los gatos no cazan exclusivamente para alimentarse. Nuestros amorosos y lindos gatitos, aunque estén perfectamente bien alimentados en sus hogares de acogida, matan sencillamente por el placer de matar. Deben hacerlo para seguir su instinto.
Alguien dijo que un gato nunca nos acaricia. Lo que hace es acariciarse contra nosotros. En alguna ocasión hemos afirmado aquí que el hombre es el principal depredador de los últimos quince o veinte mil años. Pues bien, el lindo gatito que duerme la siesta acostado en su regazo, no le va a la zaga.

Probablemente el animal que da más vueltas después de muerto es el pollo asado.  Woody Allen.




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